Se cumplen cien años del nacimiento de H. G. Oesterheld, uno de los más grandes autores de cómic de Argentina y guionista de El Eternauta. Aprovechando la efemérides, analizamos algunas de sus obras y el impacto de la evolución ideológica del guionista en sus páginas. Oesterheld fue ejemplo perfecto de cómo vida y obra pueden ser casi una misma cosa.
Héctor Germán Oesterheld nació hace cien años, el 23 de julio de 1919, y fue secuestrado, torturado y asesinado por la dictadura argentina en algún momento entre finales de 1977 y principios de 1978. En el transcurso de su vida, escribió centenares de guiones de historieta, que dibujaron algunos de los mejores artistas de la época, desde Hugo Pratt hasta Alberto Breccia, pasando por Francisco Solano López. Su abrumador legado lo convirtieron en el más grande autor de cómics de Argentina, idolatrado por sus contemporáneos e influyente en la siguiente generación de guionistas.
Se suele decir de su obra que anticipó el concepto de cómic adulto, con historias más maduras y personajes complejos, así como un posicionamiento político más determinante. Su figura, muy estudiada por varias generaciones de teóricos argentinos, parece siempre en permanente revisión: las lecturas de sus obras no se agotan nunca. Uno de esos investigadores, Pablo Turnes, ha advertido de la imposibilidad de analizar la obra de Oesterheld como algo separado de su destino final, al que lo llevó la militancia en el grupo de extrema izquierda de Montoneros. La tentación de interpretar su obra como una elaborada alegoría que explique su vida nos puede alejar del análisis más ajustado. Pero, al mismo tiempo, su radicalización política influye en sus tebeos, y eso es algo que tampoco puede obviarse. En los próximos párrafos vamos a intentar manejar esta aparente contradicción.
Las primeras obras

Oesterheld destaca por tener claras dos cosas que resultan fundamentales. La primera, la conciencia de que la historieta es un medio digno, que le permite, además, llegar a un público masivo; la segunda, la necesidad de realizar historias vinculadas a lo local. Laura Fernández, autora de Historieta y resistencia: Arte y política en Oesterheld (1968-1978) (2012), explica en su libro que, hasta entonces, el género de aventuras era algo vinculado con lo anglosajón: la localización de una historia en un ámbito doméstico se habría percibido, seguramente, como cutre. Sin embargo, Fernández cita a Juan Sasturain, célebre teórico argentino, quien señala que Oesterheld consiguió, a partir de los años cincuenta, lo que entonces parecía imposible: trasladar la lógica del género de aventuras a lo local.
En las páginas de sus primeras obras célebres, como el western Sargento Kirk (1952) —con Hugo Pratt—, esto aún no es así, pero ya se aprecia un tratamiento que luego se hará aún más marcado en grandes éxitos como Sherlock Time (1958) o Mort Cinder (1962-1964) —ambas en colaboración con Alberto Breccia—, que se aleja levemente del modelo de la tira de prensa norteamericana de los años treinta. Oesterheld demuestra, en palabras del teórico Óscar Masotta en La historieta en el mundo moderno (2018), “una ideología menos repudiable”. La obra de Oesterheld estaba llena de valores, de denuncia de la injusticia y empatía por el débil. Sus héroes eran más humanos, más falibles, y buscaban el bien común. Era un “humanista socialista”, como lo ha llamado Turnes, pero aún lejos de una postura política radical. De hecho, si tomamos suficiente distancia y evitamos el marco desde el que Masotta y muchos otros juzgaban la producción cultural yanqui, la visión que tiene Oesterheld en estos años está tan lejos de la que puede mostrar Harold Foster en Prince Valiant o, incluso, Víctor Mora en Capitán Trueno.

Pero, ¿se adelantó realmente Oesterheld a su época con los cómics que escribía? En mi opinión, no tanto como a veces puede leerse. Es cierto que su trabajo tenía una marca autoral bastante rara en el cómic de los años cincuenta, pero, en el fondo, se está moviendo en los parámetros de la ciencia-ficción de su momento, de la que era un gran consumidor. Una ciencia-ficción cuyo público ya no eran solo niños, y que tenía ciertos componentes de crítica social, pero siempre subordinada a la aventura y a la acción. Por lo demás, Oesterheld y sus colaboradores seguían constreñidos por las limitaciones de formato y por la serialidad, impuestas por el mercado y por las revistas donde publicaban sus historias.
Llega El Eternauta
En 1956, junto a su hermano, Oesterheld funda una editorial propia: Nueva Frontera. Y comienza a publicar la revista Hora Cero, donde serializa otra de sus grandes creaciones, de nuevo en colaboración con Pratt: Ernie Pike (1957), sobre las peripecias de un corresponsal de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo año, Oesterheld comenzaba a publicar por entregas su obra más célebre: El Eternauta (1957-1959). El impacto de esta historia fue enorme, sin comparación con cualquier otra obra del autor, o de otros autores. La libertad creativa que suponía ser su propio editor le permitió plantear una saga de cientos de páginas, pero que tuvo que publicar, no obstante, en entregas de tres.

La obra contaba la historia de un viajero temporal, Juan Salvo, que visitaba al propio guionista en su despacho, procedente de tres años en el futuro, de 1963, momento en el que Argentina tendría que hacer frente a una cruenta invasión extraterrestre. La obra ocupa un justo lugar como clásico del cómic, pero, siendo sinceros, el lector actual tendrá que hacer un ejercicio de contextualización importante para disfrutarla. Para empezar, porque el dibujo de Solano López respondía entonces a la estética de la tira de prensa norteamericana de los años treinta de corte realista, con el agravante de que el formato en dos tiras por página apaisada no le permitía muchas florituras. Pero también porque hay toda una serie de recursos en la narración que han envejecido mal, como el abuso de los textos, la presencia de excesivos bocadillos de pensamiento o la tendencia a sobreexplicar todas las situaciones y explicitar las opiniones de los personajes principales. Muchos de los textos de apoyo resultan, desde una concepción moderna del lenguaje del cómic, irrelevantes, pues se limitan a describir lo que ya estamos viendo.
Sin embargo, si se salvan este tipo de convenciones propias de la época, lo que encontraremos será una aventura con un buen sentido del ritmo y mucha emoción: la sensación de peligro es constante, así como la certeza de que los protagonistas se están enfrentando a un enemigo imbatible, abrumador. Además, hay momentos de incuestionable poesía, comenzando por la icónica nevada con la que empieza la historia, y continuando por la poderosa imagen del Eternauta con su traje de buzo y su fusil. Pero también encontramos momentos inolvidables en los Manos, esos enemigos que, en cierto momento de la historia, descubrimos como víctimas de los verdaderos villanos, los Ellos. A un nivel más técnico, el juego metatextual no es desdeñable: Oesterheld maneja la conversación entre personaje y autor de un modo inteligente, y que, en la segunda parte de la obra, le permitirá dotar a al Germán de ficción de un mayor protagonismo.

La lectura política de El Eternauta debería hacerse desde una posición cauta. El alcance que ha adquirido la obra —como se dice en el documental La mujer del Eternauta (2011) de Adán Aliaga, se trata del “mito más poderoso que ha generado la narrativa argentina en la segunda mitad del siglo”—, el uso reivindicativo de la imagen de su protagonista y la radicalización posterior de Oesterheld pueden llevarnos a ver cosas que, en realidad, no están presentes, al menos no de una forma significativa. Es cierto que durante todo el relato se exacerba esa empatía y defensa de los oprimidos que el guionista había mostrado ya en obras anteriores, y que el inmenso poder del invasor puede interpretarse como una alegoría de muchas cosas: el imperialismo, el fascismo, el capitalismo… pero nada claro se nos dice, en realidad.
La idea de un hombre solo enfrentado a una maquinaria bélica terrorífica no era original ni propia únicamente de los creadores de izquierda, aunque es cierto que aquí se hace más énfasis en la necesidad de apoyos, en la fuerza del ser humano cuando colabora con sus semejantes. Es curioso cómo, llevado por su ideología, Oesterheld escribió en 1975 que el verdadero héroe de El Eternauta es el héroe colectivo, aunque tal y como ha señalado Laura Fernández, en realidad la trama sigue protagonizada por el Eternauta, quien lleva, además, el peso de la voz narradora. El resto de los personajes cumplen roles de mero apoyo o de rivalidad.

Hay muchos elementos que, a posteriori, pueden leerse en una clave reivindicativa política, pero que son tropos preexistentes en la ciencia-ficción. Por ejemplo, se ha señalado que los Ellos, invisibles como son, podrían representar a los poderes fácticos, siempre en la sombra, que manejan a todos los demás villanos de la historia como si fueran marionetas y víctimas. Pero no deja de ser un recurso que hemos visto en muchas obras de ciencia-ficción, incluyendo innumerables películas de serie B americanas donde “la amenaza invisible” se refería al comunismo. Así que hay que andarse con cuidado para no atribuir a El Eternauta más valores políticos de los que tiene y de los que quiso dotarlo Oesterheld, si bien es cierto que no puede olvidarse el contexto político: Perón había sido desalojado del poder en 1955 mediante un golpe violento.
El compromiso político se intensifica
Cosa muy diferente es el material producido por Oesterheld tras el cierre de Editorial Frontera en 1961. En esa época, el guionista toma verdadera conciencia del potencial de la historieta como herramienta de difusión de ideología. Es un elemento importante en los estudios teóricos sobre el medio en Argentina, que lo relacionan con la neovanguardia, con un eje central: el antiimperialismo. Esto era un valor claro para un Oesterheld que, con el paso de los años, fue adquiriendo un mayor compromiso político.

En cualquier caso, en esa década Oesterheld empieza a compaginar obras de aventuras para editoriales como Yago con otras de no ficción. La más importante de estas aparece en 1968, punto de no retorno en la evolución política del escritor y momento a partir del cual toda su obra estará teñida de su posición ideológica. Se trata de Che, una biografía de Ernesto “Che” Guevara dibujada por Alberto Breccia, con algunas páginas de su hijo Enrique, para la editorial Jorge Álvarez. Se trata de una obra de clara intención propagandística, en la que el protagonista se presenta como un héroe revolucionario. En el contexto de la Argentina de la época, bajo la dictadura de Onganía, la obra generó mucha controversia, hasta el punto de que la edición fue secuestrada y Oesterheld investigado. Por primera vez, su trabajo le ponía en el punto de mira de los militares, cosa que no había ocurrido con El Eternauta.
En 1969, se comienza a publicar en la revista Gente una nueva versión de El Eternauta, esta vez con dibujos de Alberto Breccia. La lectura de esta obra es una experiencia extraña: da la sensación de que el guión de Oesterheld va por un camino que no se cruza con el que sigue Breccia, hasta el punto de que, muchas veces, uno no es capaz de entender qué está pasando en una viñeta si no lee el texto explicativo de Oesterheld. Breccia, desatado, se dedica a jugar con abstractas manchas de tinta, collages y técnicas mixtas, que resultan muy atractivas visualmente, pero convierten la historia del guionista en un galimatías. Tanto fue así que el editor decidió cancelar la publicación, de modo que solo les dio tiempo a concluir la historia en unas pocas páginas, que, mediante enormes bloques de texto, resumen toda la trama. Pero, en esencia, era la misma que en la obra original.

Se ha dicho con frecuencia que esta versión resulta mucho más politizada y explícita que la original; sin embargo, la manera en la que terminó —con solo 64 páginas— hace muy difícil adivinar hasta qué punto habría llegado Oesterheld. Pero sí se encuentra un diálogo entre Juan Salvo y su amigo Favalli, en el que este le explica al protagonista que las potencias del mundo han llegado a un acuerdo con los extraterrestres para cederles Sudamérica, que queda a su suerte, y añade una proclama: “Si en verdad los grandes países nos tuvieron siempre atados de pies y manos… El invasor eran antes los países explotadores, los grandes consorcios… Sus nevadas mortales eran… / … la miseria, el atraso, nuestros propios pequeños egoísmos manejados desde afuera… Por nuestra propia culpa sufrimos la invasión, Juan, nuestra culpa es ser débiles, flojos, por eso nos eligió el invasor”. Unas páginas más tarde, se compara la batalla contra los invasores extraterrestres con las batallas reales de Chacabuco —episodio que también llevaría al cómic Oesterheld poco después— o Maipú, lo que subrayaba aún más el paralelismo.
Los siguientes años resultan políticamente muy convulsos: en 1972 vuelve Perón, y consigue ganar las siguientes elecciones en 1973. La violencia política seguía siendo un problema y el peronismo se fragmentaba cada vez más. En ese contexto, Oesterheld publicó varias obras de marcado compromiso ideológico, entre ellas, 450 años de guerra contra el imperialismo, junto a Leopoldo Durañona, uno de los discípulos de Breccia. La obra se serializa en El Descamisado, una publicación de izquierda que nació como medio oficioso de la organización revolucionaria de Montoneros, una organización radical que partía del peronismo pero que acabó marginado de este, y que terminó pasándose a la clandestinidad. Su meta final era la revolución socialista, y, para ello, no renunciaban a la violencia. De hecho, habían llevado a cabo varios atentados contra cargos militares y policiales. La serie de Oesterheld y Durañona, de carácter propagandístico, interpreta la historia en una clave ideológica que es la misma que había explicado Favalli en su discurso de El Eternauta de 1969, y que estaba en total sintonía con la la lectura histórica de Montoneros.
El Eternauta en Montoneros

En marzo de 1976 hubo otro golpe militar en Argentina, que implantó una nueva dictadura, que se denominó “Proceso de Reorganización Nacional”, y que inició una represión sistemática de los opositores políticos de la izquierda revolucionaria. Oesterheld, siguiendo los pasos de sus cuatro hijas, había ya ingresado en Montoneros, como agente de prensa. El guionista, como sus hijas, había decidido pasar a la clandestinidad, desde donde trabajó en los guiones de El Eternauta II, de nuevo con los lápices de Francisco Solano López. La trama retoma el final de la primera parte, con Germán encontrándose de nuevo con Juan Salvo, su mujer y su hija, y todos viajando súbitamente a un futuro en el que Argentina había sido arrasada por los extraterrestres. Algunos grupos muy reducidos de humanos subsisten en una nueva edad de piedra. El Eternauta, junto con Germán, intentará ayudarles a luchar contra los extraterrestres, gracias a sus nuevos superpoderes.
En este caso, la serie será publicada por entregas en la revista Skorpio, durante 1976 y 1977, en un formato vertical. Oesterheld y Solano demuestran haber evolucionado mucho en su estilo, con una narrativa más ágil, textos más medidos y un sentido gráfico más espectacular en las muchas batallas que se suceden, aunque la construcción psicológica de los dos personajes principales siga siendo importante.

El retrato de sí mismo que hace Oesterheld es extraño: Germán es un tipo solitario, que afirma no tener familia, y que encuentra una en el grupo de resistentes. Es tentador hacer el paralelismo con el Oesterheld real, al que estaban arrebatando su familia y que se veía obligado a vivir escondido. El mayor cambio en el tono de la obra con respecto a la original tiene que ver con el uso de la violencia en un contexto de lucha armada: los personajes son mucho más belicosos, se lamentan menos de la crueldad de la guerra y tienen un discurso más revolucionario. De hecho, a partir de cierto momento, el personaje de Juan Salvo da un giro muy radical en su forma de actuar —tanto que, inevitablemente, chirría a nivel narrativo— y se comporta como un militar sin escrúpulos, capaz de trazar planes que implican el sacrificio de sus compañeros fríamente, en pos de la victoria final. Llega al punto de sacrificar a un grupo de defensores entre los que se encuentran su mujer y su hija, que mueren en la batalla sin que él las auxilie, porque el plan que ha preparado para lograr vencer al enemigo y proteger a los jóvenes y a las mujeres es lo más importante.
Desde que pasara a la clandestinidad, Oesterheld entregaba los guiones en la editorial mediante terceras personas, o pasándose él mismo de incógnito, a horas intempestivas. Solano López, quien no estaba de acuerdo con el giro ideológico del relato, recibía después esos guiones para dibujarlos. La serie la terminó desde el exilio del dibujante en Europa, mientras Oesterheld ya había sido secuestrado. Los últimos guiones, según alguna versión, los dictó por teléfono; Solano López los recibía después transcritos, y alguna vez ha manifestado sus dudas sobre el verdadero autor de la obra, aunque no pasa, hasta donde sabemos, de una mera sospecha sin contrastar.

Quién sabe en qué estado escribió Oesterheld aquellos guiones, mientras veía cómo sus hijas desaparecían una a una, secuestradas y asesinadas por la dictadura, con el país envuelto en un clima de violencia cada vez mayor. ¿Estaba el guionista haciendo un ejercicio de catarsis, convenciéndose —y convenciéndonos— de que esos sacrificios no eran en vano? ¿Era la actitud del Eternauta un reflejo de la suya propia, o una manera desesperada de racionalizar su tragedia mediante la lógica resistente revolucionaria? Nunca lo sabremos. Antes de que finalizara la publicación de esta última obra, Oesterheld fue localizado y secuestrado, y permaneció prisionero, bajo tortura, hasta algún momento de comienzos de 1978, en el que fue asesinado.
El resto, lo sabemos: su muerte se convirtió en un símbolo, como lo fue el Eternauta, empleado incluso en campañas electorales a partir de 2009, cuando varios grupos peronistas crearon la figura del Nestornauta, que superponía el rostro de Néstor Kirchner al icónico dibujo de Solano López. Por cuestionables que sean estas maniobras, la obra de Oesterheld y sus colaboradores queda para siempre, abierta a interpretaciones y lecturas, controvertida y nunca resuelta del todo.