En el verano de 1997, un exultante Robert Zemeckis –el alumno más aventajado que nunca tuvo Steven Spielberg– quiso consolidar un prestigio que no había hecho sino aumentar desde principios de los ochenta. La jugada, ideada al amparo de la única novela de Carl Sagan, no le salió del todo bien, pero a cambio sentó las bases que en el nuevo siglo definiría la ciencia-ficción comercial, de acusados ecos kubrickianos y de la que Denis Villeneuve se erigiría como insospechado gurú.
Es así. Desde 2013 –o 2012, si contamos la estimulante Looper y los esfuerzos del único director capaz de lidiar con Disney no llamándose J.J. Abrams, el amigo Rian Johnson– no ha habido un solo otoño sin una película de ciencia ficción con opciones muy serias de éxito en taquilla. Films como Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), Interstellar (Christopher Nolan, 2014), Marte (Ridley Scott, 2015) o La llegada (Denis Villeneuve, 2016) no sólo tenían en común el género que tantas alegrías e ideas nos ha brindado siempre, sino también un tratamiento ciertamente riguroso de la primera palabra que lo etiqueta.
“Su propuesta, más que de ciencia, parece de ciencia-ficción”, replicaba un escéptico empresario a la doctora Ellie Arroway (Jodie Foster) ante su interés por establecer comunicación con civilizaciones extraterrestres. Y sin embargo Contact, hace 20 años, contaba en su ADN con los mismos ingredientes y temas que conforman las propuestas de Nolan, Villeneuve, Scott o Cuarón: científicos de testaruda inventiva como protagonistas, existencialismo a fuego, y una gran voluntad por plegarse religiosamente al principal postulado que justifica la ciencia ficción: el “y si” de toda la vida, por el que de repente parece interesarse el público mayoritario.

Amy Adams en ‘La llegada’
No era así en el verano de 1997, cuando una película con voluntad de blockbuster pero inseparable de la figura de su ideólogo, el célebre divulgador Carl Sagan, llegaba a las salas y debía combatir con la impronta de la reciente Men in Black de Barry Sonnenfeld. Un film en absoluto carente de interés –sobre todo a medida que pasan los años y su casual comentario sobre la problemática migratoria se va haciendo menos y menos marciano–, pero mucho más lúdico y juguetón con su premisa que la sombría propuesta de Robert Zemeckis. Contact, basada en la novela del mismo título de Carl Sagan, no fue ni mucho menos un fracaso económico, pero las críticas resultaron bastante tibias y el común de los espectadores no pareció comulgar con un film que lindaba las tres horas, carecía de acción, y se regodeaba en diálogos científicos y filosóficos. Hecho que, revisado hoy día, y examinada la actual relevancia del género al que se adscribe, da para más de una reflexión.
Contact: Fury Road
Es probable que alguien como Carl Sagan no necesite presentación. Aparte de acuñar la denominación de ese “efecto Sagan” que siempre ronda amenazante a los divulgadores científicos demasiado propensos a la frivolidad del espectáculo –especialmente duro con su sucesor al frente de Cosmos, el meme andante Neil deGrasse Tyson–, este astrónomo norteamericano contribuyó a acercarles los misterios del espacio a los profanos curiosos por multitud de vías más allá del método científico o el show puro y duro, como atestigua la citada serie televisiva, su asesoría en 2001: Una odisea en el espacio (1968) o, sin ir más lejos, todo lo referente a su novela Contact.

Carl Sagan
Desde un principio él y su colega Ann Druyen –con quien luego se casaría– pensaron en Contact en términos cinematográficos, desarrollando un tratamiento de más de cien páginas alrededor de la idea de cómo sería verdaderamente un contacto extraterrestre, alejado de la lírica fantástica que Spielberg había construido en la, por otro lado formidable, Encuentros en la tercera fase (1977). Entrados en la década de los ochenta, Sagan ya era una celebridad con vínculos arraigados en la industria del cine, y no tardaron en encontrar apoyo en la figura de Peter Guber, afamado productor que eventualmente acabaría en Warner Bros. Pictures auspiciando las primeras películas de Batman. Sin embargo, con Contact no estuvo tan avispado, al insistir en que la protagonista de la historia tuviera un hijo adolescente con el que le fuera imposible comunicarse: así tendríamos un paralelismo muy interesante con el tema de la comunicación extraterrestre. Se puede comunicar con bichos del espacio, ¡pero no con su propio hijo! ¿Lo pilláis?
Ni que decir tiene, Sagan y Druyan quedaron horrorizados con la idea, y rechazando la ayuda de Guber arrojaron su proyecto a un largo y accidentado paseo por los despachos de Hollywood que se prolongaría casi dos décadas. En 1985, de hecho, Sagan se decidiría a novelizar la idea, mientras poco después Warner Bros. le ofrecía el proyecto a Roland Joffé (La misión -1986-) y a Robert Zemeckis, quien presagió un desastre financiero a raíz del guión disponible entonces y prefirió no involucrarse. Fue entonces cuando el estudio decidió contratar a George Miller, que como es un tipo fantástico se le ocurrió en una milésima de segundo que el papel protagonista era perfecto para Jodie Foster.

¿Os imagináis qué hubiera pasado si George Miller dirigiera Contact? MOVIDA
Sin embargo, el luego firmante de Mad Max: Fury Road (2015) se retrasó demasiado con la preproducción, y fue puesto de patitas en la calle de forma fulminante. Miller hasta llegó a demandar al estudio, lo que, añadiéndose a la preexistente denuncia de Francis Ford Coppola por supuesto plagio, acabó por redondear un monumental pifostio con el que Warner debió de pensar más de una vez en dejar al pobre Sagan sin película. El único salvador, como no podía ser de otro modo, acabó siendo el responsable de la trilogía de Regreso al futuro (1985/1990), que tras ganar la estatuilla a Mejor Director por Forrest Gump (1995) quería consolidar su estatus de cineasta serio y alejado del entretenimiento desprejuiciado de sus primeras películas. Mal empezábamos.
La cosa, no obstante, empezó a ponerse inevitablemente divertida cuando alguien pensó que sería buena idea fichar a Matthew McConaughey de cura buenorro. Un McConaughey, recuérdese, que aún estaba en su etapa de surfer y hablaba como una persona normal, no como ahora. Un McConaughey que, cosas de la vida, años después protagonizaría una película de parecidos bastante sonrojantes a Contact…
Abajo con la utopía
Previamente al comienzo del rodaje, el equipo asistió a una larga charla de Carl Sagan y revisó, para ponerse a tono, la inexcusable 2001: Una odisea en el espacio. Estos ritos, pese a su oportunidad, no atinaron a prevenir los problemas que sufriría la producción, incluso sopesado en retrospectiva el que sería el guión definitivo. Y es que éste, firmado por James V. Hart y Michael Goldenberg –quien luego también se cargaría la saga de Harry Potter sustituyendo a Steven Kloves en la quinta entrega– se tomaba ciertas licencias respecto a la novela que, si bien en su mayoría ayudaban a pulir un producto más cinematográfico y menos discursivo, malograban algunos de los aspectos más interesantes de la obra de Sagan y Druyen.
Para empezar, la decisión de que el argumento se desarrollara en el momento actual, y no en una sociedad futura, impidió que la vocación feminista de la película no fuera más allá del convincente retrato de una protagonista compleja y admirable: en la novela, el Presidente de los EE.UU. era una mujer, algo que George Miller sí quiso conservar en su momento pero que Robert Zemeckis debió descartar para seguir experimentando con los trucos visuales que ya había empezado a cultivar en Forrest Gump. De este modo, un discurso de Bill Clinton lo suficientemente ambiguo servía para, con los correspondientes retoques, acabar aportando una mayor veracidad a la trama de Contact.
Un cambio que, aunque ocurrente, limita las posibilidades de la historia, sobre todo si le añadimos otro, aparentemente leve, como es el referido a la tripulación que acaba ocupando la máquina diseñada con los planos extraterrestres. El hecho de que sólo esté integrada por una persona norteamericana, y no por cinco de diversas nacionalidades como sucede en la novela, redunda en que el comentario político –apenas vislumbrado en la película más allá de las agrias reacciones internacionales a la escasa diversidad del equipo– pase sin pena ni gloria, optando la película por centrarse totalmente en el conflicto entre ciencia y religión, y en reforzar el ingrediente emotivo a partir de la relación de Ellie con su padre (David Morse), figura central al justificar la obsesión de la protagonista por encontrar vida inteligente más allá de la Tierra. Todo afán utópico, por tanto, queda descartado, y se juega la baza de una ficción contemporánea, cercana a los espectadores.

David Morse
Desgraciadamente, un incidente extracinematográfico, y de similares características, se produjo a la mitad del rodaje, cuando Carl Sagan fue diagnosticado de mielodisplasia y falleció posteriormente a causa de una neumonía. Contact, la película, quedaba huérfana, y los responsables supervivientes se la dedicarían a Carl en el último plano de ésta, además de preocuparse por que su presencia fuera constantemente distinguida. Tanto por lo respetuoso, dentro de lo que cabe, de la adaptación, como por la frase “Si estamos solos en el universo, cuánto espacio desperdiciado” que es atribuida a Sagan, y justifica toda la narración.
Los noventa, pese a todo
Quizá nunca se pueda insistir lo bastante en el hecho de que Matthew McConaughey represente a la religión dentro el debate que promueve, con un afán sorprendentemente respetuoso, la película de Robert Zemeckis. Un personaje que no sólo tiene un nombre absurdo como supone Palmer Joss, sino que justifica sus escasos remilgos a la hora de meterse en la cama con Jodie Foster diciendo a los dos minutos de aparecer que el celibato se le hace un poco cuesta arriba, y siendo una mierda de persona al impedir que Ellie vaya en la primera misión porque “teme perderla”.
El asunto se agrava aún más dada la importancia que dicho personaje acaba acogiendo en el argumento, y la insistencia con la que el guión le provee de diálogos, es de suponer metafísicos e inspiradores, con la protagonista de la película. El que McConaughey no sea creíble, por si fuera poco, se une a otras concesiones de trazos demasiado gruesos y evidentes, como supone todo lo referente al personaje de Jake Busey, un extremista religioso que parece estar en una película distinta, con más explosiones; el misterioso millonario S.R. Hadden a quien da vida John Hurt; o, en general, una narración demasiado explícita, abierta a todos los públicos que Zemeckis seguía queriendo contentar, creando al tiempo una descompensación entre lo ambicioso del argumento y lo escueto de sus formas.
Por ello mismo, entristece aún más que un film como Contact pasara en su momento tan desapercibido. Este franco esfuerzo de ser mainstream y espectacular que late en ella, a fuerza de ser redundante y hacer gala de un curradísimo aspecto visual –como muestra la secuencia que mete a Ellie en la máquina, o el mismo plano-secuencia inicial, curiosamente similar al que cerraba, meses antes, Men in Black– nunca permite a Contact dejar de ser un film reflexivo, trascendente, y de gran ambición intelectual, para beneficio de todos.
Así, las consecuencias formales e insalvables de crecer dentro de la industria de los noventa pueden ser fácilmente dejadas de lado en un revisionado tardío, gracias a la gran convicción que guía el conjunto y al acierto con el que plantea, desarrolla y “resuelve” la disyuntiva entre religión y ciencia, sin que el llegar a una especie de empate técnico haga que se resienta la pregnancia de la historia. Contact, al fin y al cabo, es una película humanista y optimista, y entiende que tratar temas sesudos no exime de esforzarse en la emotividad latente de estos. En ese sentido, tanto su inicio como su clímax son tan intimistas como sólo pueden serlo sendos diálogos entre una hija y su padre, sabiendo encauzar, de una manera mucho más elegante que todos los diálogos expositivos que se nos ocurran, la auténtica grandeza del film.
El legado de Ellie
Pero la importancia de Contact no se reduce a sus virtudes intrínsecas; a si es una estupenda película –que lo es–, o a si en su momento los críticos y el público no se enteraron de nada –aunque Roger Ebert formó parte desde el principio de su club de fans-. Su importancia aparece, reluciente y segura de sí misma, cuando analizamos tanto las coincidencias argumentales como temáticas de todos esos films que en los últimos años han acercado la sci-fi dura al público mayoritario.
Aunque tanto Contact como dichas películas compartan inspiración e influencia con la obra magna de Stanley Kubrick, las coincidencias entre los films recientes son más acusadas y materiales, más allá del esfuerzo que todos ellos hacen por no ser especialmente crípticos y ofrecer franco acceso a un público generalista, aparentemente más abierto a su propuesta una vez iniciado el nuevo siglo. Cada uno de estos films, por tanto, contiene un sentimiento esencialmente esperanzador de cara a la evolución del ser humano, personificado en protagonistas luminosos que van cumpliendo sus objetivos y creciendo como personas al amparo de la ciencia.

Sandra Bullock en ‘Gravity’
Todo empezó, pues, con Ellie Arroway, pero a ésta le siguieron la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock), Cooper y su hija Murph (Jessica Chastain), el tan simpático como irritante Mark Watney (Matt Damon) y su equipo (en el que también está Jessica Chastain), y Louise Banks (Amy Adams). Un grupo de protagonistas en el que, además de encontrar un número proporcional de hombres y mujeres, todos son definidos por las relaciones con sus congéneres. Ya sea un hijo muerto, un padre ausente –algo que definía también a la protagonista de Contact–, una soledad abrumadora, o una hija que decide engendrar pese al conocimiento de su infausto destino, todos estos protagonistas son valientes, arrojados, y actúan con el amor de cualquier tipo como máximo referente, colaborando de manera simultánea, y como no podía ser de otro modo, en el progreso de la humanidad. Una idea que Nolan, fiel a su estilo, sólo atinaría a expresar con un discurso evidentísimo.
El futuro de nuestra especie ya puede haberse vislumbrado a consecuencia de diversos retruécanos espaciotemporales –2001, Contact, Interstellar y La llegada tienen mucho de esto–, pero ni siquiera esto logra que sus protagonistas se relajen y cejen en sus esfuerzos, ya sea por el amor indestructible que sienten por sus semejantes, como por la fe que acaba ganando en Contact y que precipita a su protagonista no sólo a una escena final de indescriptible belleza, sino también a una época dorada tanto para la ciencia ficción como, forzosamente, para el público que la experimenta, y se hace preguntas, y cree.