Parklife, el disco con el que Blur pusieron en marcha el britpop, acaba de cumplir 25 años. ¿Deberíamos quemarlo en la hoguera (junto a Damon Albarn, a ser posible) o sigue valiendo la pena?
“Pues, en Inglaterra, que te gusten Blur es como aquí que te gusten los Hombres G”. Terribles palabras estas con las que la hermana mayor de un colega (recién llegada del tradicional viaje de intercambio ‘para aprender el idioma’) hizo temblar tanto a servidor como a su pandilla de amigos, allá por 1994. ¿Cómo era posible que un grupo que en España era puro esoterismo, al alcance solo de quienes estábamos en la pomada -es decir, que leíamos el Rockdelux y, en fin, el Spiral- fuese comparable con David Summers y su pandilla? ¿De verdad Parklife, el álbum que acababan de publicar y que nos había puesto a todos en éxtasis, tenía algo que ver con La cagaste… Burt Lancaster o Historia del bikini? ¡Aquello era imposible, por san Johnny Marr bendito!


La verdad duele pero curte, como suele decirse, y aquella chica tenía bastante razón. Aunque bastante alejados de los autores de Enanitos verdes en postulados, la banda de Damon Albarn (voz, teclas, egolatría y caños en la vena), Graham Coxon (guitarra, timidez y alcoholismo), Alex James (bajo, sex appeal y tabique nasal) y Dave Rowntree (batería) compartían con ellos unas cuantas cosas. Entre ellas, el pijerío, las ganas de ser siempre más ocurrentes que nadie y una ubicuidad mediática que en Reino Unido debía de ser insoportable, pero que a nosotros se nos escapaba. En aquella España post-Expo 92 y pre-José María Aznar las novedades del extranjero ajenas al mainstream más plomizo apenas sonaban en Los 40 y, por lo tanto, no existían para la mayoría de la población.
Después, el tiempo trajo consigo algunas revelaciones desagradables. Por ejemplo, que Parklife no era solo el álbum más aclamado de Blur, sino también el preludio (junto con Definitely Maybe, el debut de Oasis, publicado ese mismo año) de una cosa que habría de llamarse “britpop” y que nos procuraría decepciones a tutiplén durante los tres años posteriores. Al igual que ese Tony Blair con cuyo ascenso político tanto se les relacionaría, la mayoría de grupos británicos de los noventa trajeron muchísimo ruido, pocas nueces creativas y consecuencias nefastas en forma de inmovilismo sonoro, actitud arrogante y un look que hacía de las Adidas Gazelle un Santo Grial al alcance solo de carteras bien repletas.
Pero dejémonos de rencores. Publicado un 25 de abril, Parklife acaba de cumplir (qué cosas) 25 años. Y este aniversario nos anima a revisar uno por uno sus 16 temas, que se dice pronto. Uno de esos viajes en el tiempo que no solo te llevan a descubrir de nuevo grandes canciones, sino también a preguntarte cómo pudiste ser tan gilipollas como para no detectar sus puntos débiles.
Girls And Boys
En el momento en el que Parklife salió al mercado, pocos miraban a Blur con simpatía. La prensa musical británica (que por entonces cortaba el bacalao en Europa, y en España aún más, dado el seguidismo de los plumillas) les había sentenciado como unos veletas sin sustancia. Y no era difícil entender por qué. Su debut Leisure (1991) era una obra de shoegaze empastillado con buenos temas, pero que diríase obra de unos Stone Roses de quinta fila. Por su parte, Modern Life Is Rubbish (1993) les granjearía cierto elogio crítico a base de reciclar postulados de The Kinks y The Jam, resultando pese a ello un fracaso de ventas.
Pero, aun con toda esa inquina, había algo que nadie podía negarle a la banda: el talento para abrir sus elepés a lo grande. Así, tras un himno a la ingesta de MDMA (She’s So High, en Leisure) y una dosis de fracaso existencial con arreglos de cuerda y viento (For Tomorrow, en Modern Life…), la canción que convirtió a Blur en superestrellas fue… un relato sobre garrulos de la Pérfida Albión buscando“sun, sex and sangria” en Magaluf (Mallorca), donde Albarn había pasado unas vacaciones junto a la músico Justine Frischmann, su pareja sentimental. Lo cual la convierte en la segunda y última contribución significativa de España a la historia del pop nineties junto con Macarena de Los Del Río.
Lanzada en marzo del 94 como adelanto de Parklife, Girls & Boys llegó al número 5 de las listas británicas de sencillos, algo que salvó a Blur de irse al carajo. Y también es una canción sobre la que podrían escribirse tesis doctorales por varias razones. Para empezar, su reivindicación de la música disco y el tecnopop petardo (Alex James se inspiró en Duran Duran para la línea de bajo, y el vídeo de la canción fue obra de Kevin Godley, colaborador audiovisual de dicho grupo) resultaba pasmosa en un cotarro que aún olía a grunge y a monolitismo rockista.


La letra, por otra parte, describe uno de esos estados de intoxicación durante los cuales a uno le importa poco el género de la persona con la que se acuesta, siempre que consiga acostarse con ella. Algo que no solo la convierte en el contrapunto irónico a la ambigüedad que Suede (el grupo más odiado entonces por todos los miembros de Blur, con Damon Albarn a la cabeza) conjuraban por entonces. También hablamos de un adiós a esa perversidad polimorfa invocada por tantos grupos ingleses durante los años del acid house y el pastillazo: aquí no se trata de abrazar desconocidos, sino de meterla en caliente como las bestias. Por algo la portada del sencillo retrata a una pareja joven y feliz… con un diseño gráfico inspirado en una caja de condones.
Desde su punto de vista proletario hasta lo troglodita, los Happy Mondays habían ya empleado una ironía similar. Pero fueron Blur quienes se mofaron a gusto de dichos proletarios: “todos esos tíos y esas tías que se juntaban en los garitos [de Magaluf] para copular”, según los describía Albarn. Los españolitos, que apenas teníamos ni idea de esto, nos conformábamos con corear ese estribillo indescifrable (“Always should be something you really love” era lo único que pillábamos) sin entender que éste despedía, de forma maligna y borrachuza, a toda una época.
Tracy Jacks


Recién llegados de una infernal gira por EE UU, y tras aguantar la humillación de ver a Suede triunfando con su debut de 1993, Blur encontraron en las sesiones de Parklife un remanso de paz. Durante las mismas, los productores Stephen Street y Stephen Hague (que ya habían tenido bastante aguantando a Morrissey y a New Order, respectivamente) les permitieron ir bastante a su bola, algo que se tradujo en canciones como ésta. Un relato, a medias The Kinks y a medias Madness, sobre un funcionario de alto rango que pierde la pinza de variadas maneras: travistiéndose, corriendo en pelotas por la calle y demoliendo su casa con un bulldozer. “¡Todo está sobrevalorado!” es el grito de guerra del pobre burócrata.
El libreto interior de Parklife mantiene una costumbre que Blur sostuvieron en sus primeros elepés: junto a la letra de cada tema aparecen sus acordes respectivos (“Para que así las pueda tocar todo el mundo”) junto a memorabilia diversa. En este caso, tenemos un garabato de Coxon que nos muestra al señor Jacks en pleno juego de golf, ataviado con zapatos de tacón y un vestido de flores. Dado que Albarn pasó los meses posteriores a la aparición de Girls & Boys preso de ataques de ansiedad, atormentado por haber tenido éxito con una canción que juzgaba indigna de su talento, podemos vernos tentados a ser malos y establecer cierto paralelismo.
End of a Century


Durante la década de 1990, la ansiedad por el cercano final del siglo XX llegó más lejos que las espantadas de Fernando Arrabal y el (ahora risible) pánico ante el ‘efecto 2000’: la inminencia del milenio se tradujo para muchos en una oscilación entre lo introspectivo y lo apocalíptico. Y si a eso sumamos que Albarn (nacido en 1998) se acercaba entonces a cumplir los treinta, algo devastador para un ególatra como él, pues tenemos una canción como el cuarto sencillo de Parklife.
En realidad, End Of A Century es una viñeta agridulce sobre la convivencia entre el vocalista de Blur y Justine Frischmann. La misma Justine Frischmann que acabaría fundando Elastica y descubriendo a M.I.A.,que había sido novia de Brett Anderson, el líder de Suede, y a la que Albarn sedujo (mediante el deprimente sistema de tratarla a patada limpia) más para hacerle la puñeta a su rival que para otra cosa.
La relación duró poco más de un lustro, viniéndose abajo en circunstancias muy sórdidas, pero al menos fue la inspiración para este tema, que sirve como epílogo socarrón al paisaje cataclísmico pintado en For Tomorrow un año antes. “Nos besamos con labios secos cuando decimos ‘buenas noches” sigue siendo uno de los pocos versos firmados por Albarn que suenan realmente sinceros.
Parklife
La piedra de escándalo: el tema titular de este álbum, y tercer sencillo del mismo, es la canción que convirtió a Blur en el grupo más odiado por todos sus grupos coetáneos. ¿Por qué? Pues porque habla de esos parados londinenses que matan el tiempo yendo al parque, a dar de comer a las palomas (y, a veces, también a los gorriones). Lo cual habría estado muy bien, de no ser porque sus autores eran cuatro chavales procedentes de familias muy, muy adineradas y que, para colmo, no eran de Londres, sino de Colchester.
Como no paraban de repetir Noel y Liam Gallagher (Oasis), las aproximaciones de Blur a las situaciones de clase obrera daban mucha rabia, empezando por ese diseño gráfico de Parklife (el álbum) inspirado en los boletos de un canódromo y terminando por esta canción, cuyas estrofas recitadas corren a cargo del actor Phil Daniels (Quadrophenia) y cuyo estribillo está cantado con un acento cockney que suena más falso que Judas. Por aquel entonces, sin ir más lejos, Pulp ofrecían ya viñetas mil veces más creíbles (y más sofisticadas en lo musical) sobre lo que es haber nacido en la mierda y verse sin esperanzas de salir de ella.


Y, sin embargo, Parklife (la canción) es un temazo enorme. Para empezar, porque responde a hechos concretos (la tasa de desempleo en Reino Unido rondaba por entonces el 10%) y, para seguir, porque Blur emplearon en ella sus mejores armas: ritmo contagioso, enorme riff (más Kinks que nunca) de Coxon y la voz de Albarn, irresistible e irritante a la vez, exclamando ese “Aaaaall the poipleee…” que acabó cumpliendo su destino natural de convertirse en himno para hinchas de fútbol y generador de memes de internet. Cómo no cogerles manía.
Bank Holiday
“Queríamos hacer un disco radioscópico”, peroraba Damon Albarn durante las entrevistas promocionales de Parklife, asegurando que el elepé se parecía más a una búsqueda por diversas emisoras de radio antes que a un álbum al uso. Y tal vez tuviera razón… si en dichas emisoras de radio solo se emitiera un tipo de música muy concreta. No en vano el título provisional del disco durante su grabación había sido “British Pop (1965-1982)”.
De ahí que, a la lista de bandas ya mencionadas, tengamos que añadir a los Buzzcocks, porque es a ellos a quienes imita esta pildorilla de menos de dos minutos, otro retrato satírico acerca de cómo los habitantes de un vecindario de clase media pasan un puente (spoiler: bebiendo, comiendo y, los que pueden, follando). Bank Holiday dista mucho de ser el mejor tema del disco, y el ingenio de Albarn no le llega al de Pete Shelley ni a la suela del zapato, pero, a poco que uno se deje llevar, resulta una broma bastante graciosa.
Badhead
En el libreto del CD, la letra del mejor tema de Parklife que nunca apareció como sencillo figura escrita sobre una fotografía de Dustin Hoffman y Anne Bancroft en El graduado. Descartando una posible pulla a Justine Frischmann, señalemos que Badhead es otro retrato de pareja en crisis… en la cual el vocalista confiesa portarse como un cretino con la chica. En fin, Damon, está bien que digas la verdad, aunque solo sea de vez en cuando y aunque despaches a tu costilla con ese “Eres como despertarse con dolor de cabeza” que remata el estribillo.


El tono desmotivado de la pieza resulta encantador: su melodía evoca los momentos más reposados de The Jam sin caer en la grandilocuencia propia de Paul Weller, y sus arreglos alternan una hermosa sección de vientos con un buen solo de órgano a cargo del cantante. Así pues, esta es una de esas canciones que uno considera menor en la primera escucha, pero a la que acaba volviendo una y otra vez cuando ya se ha hartado de sus hermanas más populares.
The Debt Collector
Durante la etapa intermedia de su carrera, Blur gustaron de aliñar sus discos con pequeños ramalazos de excentricidad en forma de instrumentales. Y en Parklife, siempre en pos de un supuesto ideal británico, lo hicieron con este vals en el que debería haber intervenido Phil Daniels: cuando la banda no encontró un texto de su gusto para que lo recitase el actor, le ofreció a este colaborar en el tema titular del disco, con los resultados que todos conocemos.
25 años de uno de los discos esenciales de la explosión britpop: PARKLIFE de BLUR sigue siendo atemporal y delicioso y nosotros lo celebramos analizando tema a tema.
Si bien la pieza, que podría haber sonado en la BSO de una película de Ealing Studios, salió bien, otras llamadas a la britishness por parte de Blur fracasaron miserablemente. La carrera de galgos bautizada ‘Parklife Stakes’, que sirvió como evento de presentación para el álbum resultó un desastre en el que no llovieron hostias de puro milagro.
Far Out
Si bien la evolución de Damon Albarn ha sido la esperable en un rockero veterano y ‘serio’ (de sus devaneos con el jaco durante el cambio de siglo a las transmutaciones de Gorillaz y The Good, The Bad and the Queen, y de ahí a los simulacros de ópera china), las trayectorias de sus excompañeros ofrecen una pizca más de variedad. Tras haber sufrido un monumental alcoholismo (algo que motivó su expulsión en 2001), Graham Coxon tiene una carrera en solitario digna de ser descubierta. Dave Rowntree, por su parte, se dedica ahora a la política (dentro del ala más rancia del Partido Laborista, claro). En cuanto a Alex James, en su día el miembro más fiestero de la banda, es periodista gastronómico y un próspero fabricante de quesos. Nos preguntamos si ambas ocupaciones le dejarán tiempo para dedicarse a su otra afición: la astronomía.
Y de astronomía va, precisamente, el único tema de Blur compuesto y cantado por James. Con una letra que enumera cuerpos celestes, la canción atrajo comparaciones con la obra de Syd Barrett. Algo comprensible, pero inexacto: más que al LSD, el bajista se entregaba a la cocaína con una fruición insólita hasta para una banda cuyos miembros se daban apliques sin descanso. El single No Distance Left to Run (1999) incluyó una versión ‘completa’ del tema, mucho más barrettiana (por lo caótica), pero menos fascinante.
To the End
La egolatría de Blur, en general, y de Damon Albarn, en particular, es algo de lo que ya hemos hablado (y lo que nos queda…). Sin embargo, la banda debía admitir a regañadientes que en la Gran Bretaña de su época había otros grupos que valían la pena, algunos de ellos (¡gasp!) bastante mejores que ellos. Uno de esos grupos era Stereolab, cuya vocalista Laetitia Sadier pone voces en el segundo sencillo del álbum.
Más allá de la portada del single, que evoca una película de James Bond, de su videoclip inspirado en El año pasado en Marienbad (la pedantería de Albarn, que gustaba de pasearse por su instituto con un tomo de El capital bajo el brazo, nunca ha conocido descanso) o de la versión alternativa grabada junto a una Françoise Hardy que no se molestó en enterarse de cómo se llamaban los miembros del grupo, To the End recuerda varias cosas. Como, por ejemplo, que a mediados de los noventa había cierta fascinación en el mundillo pop por el easy listening y la música de ascensor, algo delatado por los arreglos suntuosos de cuerdas y vibráfono.


Pero también recuerda que, queriendo o sin querer, Blur ayudaron a enterrar con Parklife una de las épocas más creativas del pop en su país. El experimentalismo con causa de los propios Stereolab, Disco Inferno o Moonshake, los últimos coletazos del shoegaze, el fértil underground electrónico, fueron arrastrados fuera de la atención pública (la poca que tuvieron) por el auge del brit pop de las narices. Y, desde entonces, las islas no se han recuperado…
London Loves
Según Damon Albarn, Parklife estaba influido de la cabeza a los pies por Campos de Londres, la novela de Martin Amis (1989) sobre el colapso de la Gran Bretaña post-Margaret Thatcher que, por entonces, todos los modernillos nos preciábamos de haber leído. Y, si bien el libro merece mucho la pena, no hay apenas nada en el álbum que lo recuerde. Ni siquiera en este tema, cuyo título y cuya letra son un tributo a la ciudad del Támesis en su faceta de urbe cosmopolita, hambrienta de novedades y carente de piedad.


“Londres ama el misterio de los coches que aceleran, Londres ama la desgracia de los corazones que aceleran”, afirma el estribillo. Y, en torno a él, la música se deja por una vez de Kinks, de Jam y de Madness para tirarse a lo sintético: aunque Graham Coxon quería que sus guitarras sonasen a Robert Fripp, la música del tema evoca por igual a los XTC de Drums and Wires (no en vano Blur habían grabado con Andy Partridge, líder de dicho grupo, unas sesiones que no llegaron a ninguna parte) y a ese Gary Numan al que, por entonces, se empezaba a reivindicar tímidamente.
Trouble in the Message Centre
La parte tecnopop/postpunk de Parklife llega a su fin con este tema cuya letra, casi indescifrable, evoca un cierto pánico tecnológico presente en la era pre-internet. Musicalmente, Trouble… resulta valiosa por ser bastante más creativa que London Loves. Y también por arrimarse a la sombra de Magazine y de los Ultravox primerizos, aquellos en los que John Foxx llevaba la voz cantante.
Al igual que los autores de A Song From Under the Floorboards y los de Hiroshima Mon Amour, Blur mezclan aquí guitarras y teclados cacharreros con donosura, como evocación de una época en la que dichos sintetizadores (en los noventa, reliquias que los músicos vendían de baratillo; ahora, carísimas piezas de coleccionista) eran demasiado rudimentarios y difíciles de llevar al directo como para sostenerse sin el respaldo de instrumentación ‘convencional’.
Clover Over Dover
Pasado el espejismo electrónico, volvemos a terrenos familiares. Y, desde The Beatles hasta hoy, ¿qué sonido evoca más un cierto pop inglés que el clavicordio? Ese es el instrumento más singular de una canción que se planta en terrenos próximos a The Smiths tanto en las guitarras de Coxon como en su letra. Porque lo que describe aquí Albarn, entre chillar de gaviotas y rumor de oleaje, es nada menos que un suicidio. Dado que Phil Daniels está implicado en este elepé, ¿podemos pensar en un guiño al final de Quadrophenia? Cualquiera sabe: lo único cierto es que la banda no parece tenerle demasiado cariño a la canción, puesto que la retiró casi inmediatamente de su repertorio en los directos, recuperándola en un concierto de reunión hace pocos meses.
Magic America
Entre las muchas maldiciones que la humanidad tuvo que padecer durante los noventa estuvo la de los discos demasiado largos. De golpe y porrazo, hasta el grupo más mindundi se veía en la obligación de rellenar como fuera los casi ochenta minutos de audio que contiene un CD, aunque fuera a base de morralla. De ahí que el último tercio de Parklife flaquee bastante, y que esta canción (cuyos méritos serían discutibles hasta como cara B) terminase apareciendo en el álbum.


Mediocre tanto en música como en letra, este alegato contra la cultura de masas estadounidense se sobra de lo lindo en su descripción de un pobre diablo (dibujado por Coxon, por si hubiera dudas, con cabeza en forma de hamburguesa) que ve su tierra prometida al otro lado del Atlántico. Durante los años del grunge, las canciones con esta temática abundaron en el pop de Gran Bretaña, pero aunque algunas de ellas (como American Guitars, de The Auteurs) valgan la pena, este no es el caso. El hecho de que Blur lograsen por fin el estrellato internacional con su disco homónimo de 1997, ese en el que renunciaron a sus fuentes primitivas de inspiración para emular a Pavement, The Pixies y otros grupos yanquis, no hace sino incrementar el sonrojo.
Jubilee
¿Qué clase de cenutrio le pone de nombre “Jubileo” a su hijo? En 1994, un oyente de Reino Unido habría respondido rápido a esta pregunta: un británico muy facha cuyo vástago hubiese nacido en 1977, el año en el que Isabel II celebró sus 25 años en el trono. Un poquito mejor que Magic America (es decir, que no vale la pena borrarla del vinilo con acetona), Jubilee se centra en un chaval de 17 años cuya existencia se reduce a vegetar frente a la TV y a jugar con la consola. Como la Playstation no aparecería hasta diciembre del 94, probablemente Jubilee mataría el tiempo con una Megadrive o una Super Nintendo… aunque, vistos los ruiditos de sinte que ilustran el final del tema, seguramente Albarn y los suyos pensarían más bien en el Space Invaders.
This Is A Low
La última canción propiamente dicha de Parklife, y su último sencillo, es también el tema del disco al que más costó dar forma en el estudio. Y también es el único que renuncia al cinismo para abrazar lo épico: inspirada por las emisiones del servicio marítimo de la BBC que los miembros del grupo escuchaban durante su catastrófica gira americana para quitarse la morriña, This Is A Low es una de esas epopeyas british que conjugan la certeza de vivir en un país decadente con el orgullo de que dicho país se halle separado de la Europa continental e instalado en una esencia (aparentemente) inmutable.
Afortunadamente, aún faltaba mucho tiempo para que Blur perpetrasen Tender, el sencillo de su álbum 13 (1999) ante el que muchos fans se llevaron las manos a la cabeza por esa autocomplacencia frente a la cual U2 parecían tan espartanos como Young Marble Giants. En lugar de coros gospel y ritmos presuntamente ‘de raíz’, aquí tenemos un ambiente lluvioso no tan distinto del de Echo and the Bunnymen en Ocean Rain y, sobre todo, un gigantesco solo de guitarra. ¿La mejor despedida posible? Pues sí, pero ellos no pensaban lo mismo…
Lot 105
Por supuesto, This Is A Low resultaba una canción demasiado sentida como para que Blur cerrasen con ella un álbum. De la misma manera que en Modern Life Is Rubbish, la banda pone el punto final a Parklife con un instrumental brevísimo y jocoso que da a entender que todo esto ha sido una broma. Que han estado, a la postre, riéndose de nosotros durante 16 temas y 52 minutos.


Ahora bien, ¿a costa de quién era la broma? Pues un poco de sus fans… y un poco de ellos, también. Pese a ser recibido de forma auténticamente felatoria por la crítica, el siguiente álbum del grupo (The Great Escape, 1995) resultó francamente malo. Y su recuerdo queda empañado por el sonrojante conflicto entre Blur y aquellos Oasis que, para grave escarnio de Albarn y los suyos, sí lograron ganarse un nombre en EE UU.
En cuanto a las repercusiones de Parklife en la escena pop, no rayan mucho más alto, que digamos: los grupos de aquello que se llamó ‘New Wave of the New Wave’, primero, y ‘britpop’, después, oscilaron entre lo defendible (Ash, Supergrass), lo mediocre a secas (Echobelly) y la pura vergüenza ajena de These Animal Men, Shed Seven y otros grupos de los que, afortunadamente, ya no se acuerdan ni los periodistas del New Musical Express que entonces los ponían por las nubes. Cómo, pese a todo, el que escribe esto sigue disfrutando de este elepé (y emocionándose, incluso, tanto por las canciones en sí como por el bagaje personal que acumuló escuchándolas en su día) es un misterio imposible de explicar. Tal vez en otros 25 años haya logrado desentrañarlo… pero lo dudo.