El cine de terror siempre ha sido el espejo que ha utilizado el cine para observar el presente. Monstruos. Asesinos. Pesadillas. Todo ello son metáforas para nombrar lo innombrable, todo aquello de nuestra sociedad que no funciona. Y a través de cinco películas actuales pensamos qué es lo que nos aterra de nuestro presente.
En el cine de terror ha existido siempre cierta predisposición hacia permitir que permeara en él las inquietudes sociopolíticas de la época. Dado que su material de trabajo es el miedo, haciendo de su propósito que no podamos dormir por las noches, es lógico que aproveche, además de ciertos temores inmortales -con el miedo a la muerte en cabeza por motivos obvios-, todo aquello que caracterice los horrores propios de nuestro tiempo.
Existen infinidad de clásicos del cine de terror que se definen a través de los eventos desgarradores que marcaron a la sociedad de su tiempo. Godzilla (1954) no existiría sin la experiencia de Hiroshima y Nagasaki, Las colinas tienen ojos (1977) le debe todo a la guerra de Vietnam y Zombi (1978) a la ansiedad que produce la despersonalización del individuo en la sociedad de consumo. Eso no significa que el cine sólo haga uso de nuestros miedos, a veces también los crea. Antes de Tiburón (1975) el temor hacia los escualos era algo marginal, pero tras la película de Steven Spielberg es común sentir un cierto terror reverencial hacia ellos. Incluso después de infinitas producciones de serie B con ellos por protagonistas. Otras veces cumple con ambos propósitos al mismo tiempo. Ese es el caso de la franquicia The Purge (2013-2016), con nueva entrega recién estrenada, donde James DeMonaco ha conseguido sintetizar la ansiedad de Occidente a través de un high concept de relumbrón: durante una noche al año, todas las leyes quedan suspendidas para descargar los malos instintos de las personas. Algo no tan inverosímil como posible ley estrella para mejorar los índices de criminalidad y de desempleo teniendo a Donald Trump como candidato a presidente de los EEUU.
De hecho, han sido las de The Purge las películas que han conseguido refrendar, al menos cara al mainstream, la posibilidad de conjugar en una misma película reflexión sociopolítica con entretenimiento para toda la familia. O al menos aquella parte de la familia capaz de tolerar niveles de violencia bastante por encima de los habituales. Y si bien cumple esa labor de un modo relativamente eficiente, no será de esa saga de lo que hablaremos esta vez: hoy toca observar lo que ocurre en las periferias.
Para la ocasión hemos decidido centrarnos en cinco películas de terror de los últimos años que han podido pasar desapercibidas pero que, como la saga de James DeMonaco, arrojan luz sobre nuestra situación sociopolítica actual. Esa en que se conjuga una crisis estructural, se palpa la imposibilidad de concebir una alternativa al capitalismo, la corrupción no se penaliza, gente grita que su infancia ha sido arruinada porque las mujeres tienen representaciones más allá de los estereotipos dañinos y los discursos racistas o directamente fascistas no sólo no son rechazados, sino que son aplaudidos de modo exacerbado por una masa de gente mucho mayor que la del público del género que nos ocupa. Porque si el terror emana de la pantalla es siempre reflejándose en la realidad.
1. Dream Home (Pang Ho-cheung, 2010)
Todos sabemos cómo funciona el capitalismo: tanto tienes, tanto vales. Punto. Si no tienes dinero no vales nada cara al sistema, si lo tienes entonces se te abre el mágico mundo del mercado, donde cualquier gusto personal puede ser satisfecho siempre y cuando tengas el dinero suficiente para costearlo. Ya sea algo tan complejo como tener plena disponibilidad de algún otro ser humano, que es de lo que trataría la saga Hostel (2005-2007) del ideológicamente coherente Eli Roth —pues su diatriba, podríamos decir, anti-burguesa, se mantiene de forma constante a lo largo de toda su filmografía—, o de algo tan sencillo como poder volver al lugar donde naciste y te criaste, que es de lo que trata Dream Home.
Aunque Pang Ho-cheung, director y guionista de la película, escribió el guion teniendo en mente la situación de Hong Kong, queriendo mostrar cómo afectaba la inflación de la vivienda a los habitantes de la ciudad, es innegable que la historia resulta extrañamente familiar: decenas de familias que son expulsadas de sus hogares por el banco para tirar abajo el edificio donde viven y hacer apartamentos de lujo en el solar que ocupan. Una chica que ahorra durante años para poder vivir en el mismo lugar donde se crió, pero que por mucho dinero que acumule nunca podrá permitirse vivir allí dada su clase social. Podemos llamarlo ladrillazo, gentrificación o fondos buitre. Da lo mismo. Eso ocurría en Hong Kong, en España y en básicamente todos los países del mundo, como todavía, aunque en menor medida, sigue ocurriendo: por encima de las personas, el beneficio.
Su forma de abordar el problema es francamente expeditivo. Cogiendo las bases del slasher pone a la pobre chica a matar de forma inclemente a la mayor cantidad de vecinos posible para que, al convertirse en un lugar poco seguro (y donde además se ha cometido un crimen), los precios bajen y pueda permitirse el apartamento que le hará sentir más cerca de sus raíces. Una táctica de guerrilla urbana más apegada al anarquismo de Bakunin que a la socialdemocracia de la PAH, pero no negaremos que también muy efectivo. ¿El resultado? Uno de los mejores slashers de la década.
2. Would You Rather (David Guy Levy, 2012)
El dinero no solo compra objetos. O para ser exactos, el dinero no convierte sólo a las cosas en objetos intercambiables entre sí. Todos nos vendemos en mayor o menor medida para tener dinero, invirtiendo parte de nuestro tiempo -en el mejor de los casos, en forma de fuerza productiva, en el peor, de salud- en conseguirlo, pero unos lo hacen más que otros. Quienes heredan fortunas no necesitan invertir ninguna cantidad tiempo, o solo necesitan una cantidad marginal de él, para mantener su estilo de vida, lo cual implica necesariamente que habrá alguien en algún otro lugar que tendrá que trabajar sólo para poder mantener el estilo de vida de quienes se benefician del excedente. Esos, los desposeídos de la tierra, no son más que meros objetos para quienes tienen dinero.
Would You Rather es bastante directa en su premisa: una chica joven necesita dinero para pagar el tratamiento contra el cáncer de su hermano y la única manera de conseguirlo es un extraño juego al cual le ofrecen entrar sin mayores explicaciones. La necesidad apremia y acepta, descubriendo en el proceso que hay otros allí en situaciones similares a las suyas: un veterano de guerra, un adicto al juego, un alcohólico. Gente desposeída. A partir de ahí empieza el juego del título. Los participantes deben elegir en cada ronda de juego entre hacer algo inhumano y potencialmente mortal contra sí mismos u otra persona o hacer algo igualmente inhumano y potencialmente mortal contra sí mismos u otra persona. Nunca cabe otra opción, pues sólo quien consiga sobrevivir a ese «juego» se llevará la bolsa de dinero que necesita desesperadamente para poder seguir viviendo.
Aunque las facturas desorbitadas en sanidad nos quedan lejos, al menos de momento, David Guy Levy hace un buen trabajo llevando la lucha de clases hasta sus más dramáticas consecuencias: no es que hayan dejado de existir las clases sociales, sino que la clase dominante ha llegado al punto en que tiene absoluta disposición de las demás. O lo que es lo mismo, entre la vida y la muerte, ¿quién no se ofrecería a hacer cualquier cosa con tal de poder sobrevivir? Algo que ya vimos en la mentada Hostel, aunque desde otra óptica sensiblemente diferente.
Si bien es cierto que la película tiene algunos pequeños altibajos, resulta estimulante para el fan del terror que busca una experiencia diferente. Tal vez no tan aristocrática como prometen los anfitriones del juego, pero sí interesante ante la presencia de Sasha Grey como una de las participantes en la cena/juego posterior. Y dado lo truculento de su puesta en escena, dejaremos en el aire saber qué ocurre con ella para aquellos dispuestos a arriesgarse de ser partícipes en algo tan desagradable como jugar con la desesperación ajena. Aunque, como en el caso, sólo sea ficción.
3. Antiviral (Brandon Cronenberg, 2012)
Hasta ahora nos hemos centrado en el destino de las clases bajas, ¿pero qué ocurre con las clases medias en la era del capitalismo neoliberal? Que no están mucho más seguras. Aunque siempre han sido el baluarte de la socialdemocracia, la demostración empírica del american way of life y la prosperidad del sistema, también han sido el grupo al cual se han enfocado mayores esfuerzos en crear necesidades que difícilmente pueden ser justificadas como imperativos biológicos. A través del marketing se han moldeado nuestros deseos. Y dentro del marketing su forma contemporánea más refinada, aquella que va desde la publicidad hasta los artículos de tendencias o los reality shows, es aquella que ejemplifica de forma más efectiva la lógica cultural del posmodernismo: confundir las diferentes esferas sociales para hacerlas ver como una y la misma, hacernos creer que ya no existen diferentes clases sociales. En su consecuencia más palpable, hacernos creer que los famosos son gente como tú y como yo. Algo en lo que podemos convertirnos.
Brandon Cronenberg -hijo, sí, de ese Cronenberg– imagina un futuro próximo donde los virus y otros patógenos de las celebridades se venden en clínicas especializadas. ¿Quieres tener un resfriado de Taylor Swift? Ahí va. ¿Un herpes de Rocco Siffredi? Por supuesto. ¿El SIDA que mato a Freddy Mercury o Michel Foucault? Si hubieran sido previsores para tomar una muestra, te lo venderían también. A partir de ahí, al mejor estilo de su apellido, Brandon compone una historia de terror que deja paso al mercado negro, el estatuto de las celebrities en nuestro tiempo y una reflexión global de cómo seríamos capaces de comprar esencialmente cualquier cosa siempre y cuando nos convenciéramos de que la necesitamos. De que si tanto amamos a tal o cual estrella, ¿por qué no comernos su carne clonada o infectarnos de una misma cepa de alguna enfermedad que ha sufrido o sufre actualmente?
Al final todo lo que nos queda es la idea de la identificación. Si compro la ropa de mi ídolo, si actúo como él, si me infecto con lo mismo que él, seré igual que él. Ambos somos humanos, no existen las clases sociales, cualquiera puede llegar a ser famoso a través de la televisión o Youtube. Salvo porque el ascensor social está estropeado, quienes pertenecen a las clases más altas han nacido ya en lo más alto casi sin excepción y los aspirantes que consiguen llegar hasta las escaleras suelen morir siendo arrojados al vacío incluso antes de alcanzar el próximo rellano.
Idea que queda por ese metódico trabajo de publicidad que es la ideología neo-liberal. Pues si no existen grandes relatos, si la lucha de clases quedó en el pasado o es un cuento, ¿qué me impide ser cómo mis ídolos? Según el marketing imperante en el mundo de Antiviral, sólo la cuenta corriente.
4. Helter Skelter (Mika Ninagawa, 2012)
Siguiendo con la estela de la anterior, el problema es que ni siquiera las celebridades se salvan de estar condicionadas por la sociedad. En la lucha de clases el que está arriba no sólo es el que tiene dinero, sino el que controla los medios de producción, y no importa cuán popular sea un actor o cuánto dinero tenga un cantante, pues quien controla su carrera, dónde o cómo podrá trabajar, siempre será una tercera persona a cuyos intereses deberá plegarse.
En Helker Skelter esta idea se lleva al límite. Siendo la adaptación de un manga de Kyoko Okazaki, autora insultantemente ignorada en Occidente, cabe esperar el clásico tema con el que tanto le gusta trabajar: el retrato descarnado de la parte menos favorecida de la sociedad. Tanto es así que en la película seguimos las desventuras de una mujer que, tras hacerse cirugía estética de pies a cabeza, logra convertirse en la modelo más importante del mundo al considerarse que ha alcanzado el ideal absoluto de belleza. Con eso no logrará nada más que hacer la vida imposible de todos cuantos la rodean, en un progresivo descenso hacia los infiernos del cual difícilmente logrará salvarse.
En esta adaptación, Ninagawa centra la mirada la mirada no sólo en su protagonista, sino también en quienes le rodean. Su caída empieza desde el interior, perdiendo la cordura ante la cantidad de sacrificios que ha debido hacer para estar donde está, para materializarse finalmente en el exterior, ya que nadie puede mantenerse siendo otra persona eternamente, como también trataría anteriormente el insigne Satoshi Kon en su giallo Perfect Blue (1997). Todo ello bien trufado de esa estética chiclosa que nos venden en las revistas de modas y que, de algún modo, casa igualmente bien con el cine de terror.
Ese es el drama de las celebridades. No son quienes son, quienes desean ser, sino aquello que les ordenan ser. La protagonista de Helker Skelter, como cualquier otra celebridad (real o ficticia) de la cultura de masas, se ve sometida a un escrutinio de la mirada pública que es imposible de sostener en el tiempo. Nadie es tan perfecto ni tan coherente como para no acabar saliéndose del papel. Y una acción que para el común de los mortales puede ser sólo un traspiés, salvo que ocurra en redes sociales y tenga la mala pata de que se viralice, en cualquier famoso puede significar el final de su carrera. Porque no adoramos a las celebridades como artistas o personas, sino como role models a los que aspiramos incluso si, en ocasiones, sabemos que nadie en el mundo puede ser así de perfecto sin la ayuda de photoshop, cirugía, autotune o un community manager desquiciado. Y de ahí la enfermedad, la angustia y la necesidad.
5. TAG (Sion Sono, 2015)
No sólo de la lucha de clases vive el cine de terror. O para ser exactos, también hay luchas transversales que atraviesan la de las clases sociales. Si nadie puede ser tan perfecto como nos transmiten serlo las celebrities, eso hay un grupo demográfico que lo sufre en propias carnes de un modo particularmente brutal: las mujeres. Mientras que los modos de conducta y representación masculinos son relativamente flexibles -poco, pero con concesiones-, los de las mujeres no lo son en absoluto. Su idea de perfección pasa siempre por ser una muñeca, frágil e indefensa, capaz de defenderse pero no luchar de vuelta, cuyo valor principal sea ser bonita. Alguien que es un objeto para la mirada masculina.
De eso trata una de las películas de terror más duras de los últimos años, TAG. Comenzando como una comedia gore que avanza mediante un desquiciado salto surrealista hacia el erotismo soft para ir encajándose en un tour de force de sinsentido que va combinando la crueldad innecesaria, la violencia descarnada y algunos tropos clásicos de la ficción llevados al extremo (llevando el break the cutie -la idea de implicar al espectador haciendo sufrir a un personaje adorable e indefenso- hasta más allá de sus límites, subvirtiéndolo de un modo brillante al final de la película) en un todo que nunca termina de abandonar el humor o el erotismo propio de Sion Sono.
Y entonces caemos en la cuenta de que en toda la película sólo aparecen chicas. Chicas torturadas, chicas sexualizadas, chicas que deben huir más allá del espacio y el tiempo, incluso de su propia identidad -que sólo logran romper ese hechizo, romper con esa lógica estructural, identificándose como un Yo con voluntad autónoma, no como un objeto a poseer-, en un eterno ciclo constante de sufrimiento por lo que, parece, es sólo una cosa: su género. Aquello que son. El único aspecto de su ser que comparten. Ser mujeres en un mundo hecho por y para los hombres. Algo en lo que coinciden todas las películas citadas, a excepción (y sólo parcialmente), de Antiviral: siempre son mujeres.
Esa es la tragedia que nos narra Sono. Aquello que implica no sólo estar en el peor lado de la lucha de clases, sino también estar en el peor lado del heteropatriarcado. Dos luchas que pueden parecer que están desligadas, pero no lo están. ¿Y cómo es el único modo de acabar con ellas? Según Sono, rompiendo con ese ciclo: con las venas abiertas.
Bienvenidos a nuestro mundo, bienvenidos al auténtico terror.
Si cambiáis "cetáceos" por "escualos", tenéis un artículo perfecto.
Tienes toda la razón, Trejo, y ya está cambiado. ¡Muchas gracias por el aviso!
No digasgénero.
Dí sexo.
Es lo correcto.
Y si hablamos de toda la gente con problemas y desadaptaciones orgánicas llámalo "identidad sexual".
Pero por favor, no traduzcas literalmente el barbarismo "gender" como "género".
Y deja de haceer alegatos hembristas, cansas.
A ver si te comentario permanece o se borra "solo"…
Dado que mi hembrismo —porque, está visto, no darse puñetazos en el pecho declamándose mucho macho es ser hembrista— me impide contestarte al no poder articular un discurso que me has pedido que silencie, te recomiendo que leas «El género en disputa» de Judith Butler. Para que la próxima vez que intentes criticar algo sea, al menos, con las mínimas nociones necesarias para ello.
Maravilloso articulo. Me ha encantado.
Gran artículo. Qué forma de hilar el discurso de cada película en torno a tu idea.