Se estrenó en The CW en el año 2014, y ahora podemos disfrutar en España de las dos primeras temporadas de Los 100 a través de Netflix. Esta noche se estrena la tercera temporada: es el momento perfecto para repasar las razones por las que nos gusta tanto.
Los 100 es una distopía YA (young adult) guionizada y producida por Jason Rothenberg, basada en la trilogía de libros del mismo nombre escrita por Kass Morgan, y una serie que probablemente te estás perdiendo y que quizá deberías ver. Aquí te damos algunas buenas razones para hacerlo, 100% libres de spoilers.
1- La bella vida postnuclear.
Es innegable la atracción que ejerce sobre nosotros un buen paraje postapocalíptico, como bien atestigua el éxito de obras como los Mad Max de George Miller, los Fallout de Bethesda, o La Carretera de Cormac McCarthy en sus respectivos medios. Sentirnos civilización al borde del abismo, de una gran catástrofe inminente tras la cual podríamos, en persona y de primera mano, mirar al mundo desde el otro lado, nos proporciona un cierto sentido de trascendencia que solo existe en nuestra imaginación. En nuestra imaginación y en la cantidad de obras de ficción ambientadas en un planeta Tierra y todas sus civilizaciones humanas conocidas hasta la fecha arrasadas por el desastre.
Los 100 se ambienta alrededor de trescientos años después de que una guerra nuclear haya dejado el planeta inhabitable por la radiación y a la humanidad reducida a varios centenares de personas sobreviviendo en una estación espacial llamada “El Arca”. Al menos hasta que el Canciller Jaha (Isaiah Washington) decide enviar a cien delincuentes menores de edad a la Tierra con el objetivo de comprobar si el suelo sigue siendo inhabitable, en una misión redentora de sus crímenes; sea cuál sea el estado del planeta, tanto si mueren como si sobreviven, su viaje habrá servido al bien futuro de la mayoría.
2- Los personajes.
Los 100 es una obra coral principalmente destinada a público joven, y esa premisa de la que parte posibilita sacar a la palestra un buen puñado de actrices y actores jóvenes y guapos que interpretan personajes pensados para alimentar al fandom. Una de las mejores cosas que hace la serie es evidenciar que esto, per se, no tiene absolutamente nada de malo, sino todo lo contrario. Los personajes (tanto los jóvenes como los adultos) son interesantes, absolutamente todos tienen una evolución lógica de acuerdo a sus circunstancias y, lo mejor de todo, se trata de una evolución nada convencional con respecto a lo que estamos acostumbrados a ver en pantalla en producciones de corte similar. La segunda temporada, de hecho, arregla algún que otro desaguisado fruto de los convencionalismos de género y los convencionalismos del propio audiovisual, como es el caso de Octavia, personaje interpretado por Marie Avgeropoulos. La sensación de haberse olvidado de las plantillas (y un poco también de la novelas originales) a la hora de construir y hacer crecer a los personajes, y de desarrollar las relaciones entre ellos, es palpable sobre todo a partir de la estupenda segunda temporada. Y en este sentido le da una paliza soberana a muchas producciones que se presuponen maduras e importantes.
3- Es casi imposible aburrirse.
Jason Rothenberg tiene un pulso envidiable para escribir y producir una serie que no flojea prácticamente en ningún momento, a excepción de ese primer tramo que tanto daño le hace. Hay un cierto titubeo en ese inicio, momento en el que Los 100 no tiene mucha confianza en sí misma y subraya de forma innecesaria, casi timorata, su estatus de serie B, y se deja engatusar por ciertos clichés como queriendo tender un cebo fácil a la audiencia, pero pronto empieza a ser consciente de su potencial y empieza a sacarse partido. Cada capítulo es una montaña rusa de emociones y está perfectamente orquestado para que siempre exista avance, movilidad, evolución o sorpresa. Y esto se produce de forma natural, la serie no denota un esfuerzo impostado por el ritmo frenético como motor de avance sino que, simple y llanamente, sabe adoptar el tono perfecto para sus exigencias y las del espectador. Y funciona como un reloj.
4 – Un cóctel de referencias muy bien avenidas.
Así, a bote pronto, se pueden rastrear elementos de Perdidos (JJ Abrams, 2004-2010), El Señor de las Moscas (William Golding, 1954), Los Juegos del Hambre (Suzanne Collins, 2008-2010) e incluso del Antiguo Testamento. Un batiburrillo de referentes que, de entrada, huele a pastiche, a recurso oportunista pensado para atraer a fans no demasiado exigentes pero que acaban por nutrir una historia capaz de forjarse una personalidad propia. De nuevo, es en la segunda temporada cuando la cosa despega y se crece con autoridad. Y hasta aquí puedo leer sin recurrir al spoiler.
5- No es planeta para el patriarcado.
Una de las ventajas de que la humanidad deba empezar de nuevo es que, en algún momento, se deshizo del lastre patriarcal que todavía arrastra la nuestra. En Los 100 no hay necesidad de subrayar la fortaleza de los personajes femeninos para equipararlos a unos personajes masculinos que siguen arrastrando carros y carretas de masculinidad tóxica. Aquí todo el mundo tiene fortalezas y debilidades y el género no es ni una ventaja ni un inconveniente para absolutamente nada, ni condiciona de manera desigual las relaciones entre personajes.
6- Es una serie queer-friendly.
Una cosa debe quedar clara: la representación de personas LGBTI en la ficción es necesaria, por una simple cuestión de representatividad, por mera coherencia. Hay mucha más carga ideológica, nociva e invisible a simple vista, en la ausencia de estas personas en esas ficciones casi completamente heterosexuales y centradas, especialmente, en individuos blancos, que en la inclusión equilibrada de personajes pertenecientes a las mal llamadas minorías o con orientaciones sexuales e identidades de género no normativas. Si bien con una cuota bastante restringida, Los 100 supone otro pequeño paso adelante en la representación normalizada del colectivo LGBTI (concretamente de las mujeres bisexuales) en la ficción televisiva, en un producto orientado a público joven. Ya la brillante Transparent (2014-) de Jill Soloway hace algo importantísimo, que es desligar lo no normativo de la esfera de la marginalidad.
Homosexualidad, bisexualidad y transexualidad ya no son recursos dramáticos para dibujar personajes trágicos, oprimidos, o frívolos (en el peor sentido posible del término), sino que aquí adoptan la forma de una acomodada familia judía norteamericana. En esto hay un cierto clasismo, pero mucho más sutil y atinado que en la rancia estampa del gay sofisticadísimo y elitista de Modern Family (2009-). Sense8 (2008-), de Lana y Andy Wachowski, también rema muy bien en esta dirección. La cosa importante que hace Los 100 es plasmar, de forma totalmente natural, libre de clichés y ajena al male gaze, la orientación sexual probablemente más incomprendida y más sujeta a todo tipo de prejuicios (véase, “es una fase”, “es vicio”, “a ver si te decides ya”) en el marco de una serie de ciencia ficción y aventuras destinada a público juvenil. Y es importante porque este público objetivo pide a gritos referentes que se ajusten al cambio social que ellos, sobre todo ellos, están impulsando y del que son parte esencial. Aquí la representación, y la recepción por parte de terceros, de la bisexualidad se produce de forma tan sencilla y natural como debiera producirse dentro y fuera de la ficción.
7- La segunda temporada.
Merece la pena insistir porque es aquí cuando todo lo mencionado anteriormente despega. La segunda temporada de Los 100 es una de las cosas más potentes y transgresoras que se han emitido en televisión en los últimos años. Lo que, desde fuera, parece una obra menor de cifi juvenil de esas que fallan más veces que aciertan es en realidad un soplo de aire fresco en un panorama serial televisivo sobrecargado de grandes presupuestos y pretensiones aún más grandes.
A mi me gustó la serie (las dos primeras temporadas), porque es cierto mucho de lo que dice el artículo (aunque cosas me parecen bastante matizables) pero sobre todo porque es entretenimiento puro. Dicho esto, el guión (sobre todo en la segunda temporada) tiene más agujeros que sobres circularon en Génova. Sin embargo lo primero se impone a esto último. Estoy deseando ver la tercera.