8 mangas recientes e imprescindibles: jovencitas espectrales, clásicos del space opera y zombies karatekas

Lo suyo sería empezar con la típica introducción explicando que el manga va más allá de viñetas juveniles con sopapos de fantasía y romances de instituto, pero mejor ir al grano con una selección donde hay jovencitas espectrales, emociones contenidas, clásicos del space opera, adaptaciones malsanas, costumbrismos primitivos, detectives feudales y hasta parodias que preceden lo parodiado. Vamos, que hay de todo. Como en el manga.


Capitán Harlock, de Leiji Matsumoto

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Empezamos la selección con uno de los grandes personajes de la cultura pop nipona: el pirata del espacio que junto a la tripulación de la nave Arcadia defenderá nuestro planeta de una raza de mujeres alienígenas, las amazonas, en un futuro donde el ser humano vive en lúdica apatía. Capitán Harlock debe su fama en Occidente a la serie de animación de la Toei de 1978 (y sus muchas prolongaciones posteriores) pero adaptaba un manga publicado un año antes por entregas. Norma ha recuperado la totalidad de la obra original, mil páginas con final abierto, en una caja con dos volúmenes de esos que dan lustre y esplendor. Gozosa space opera coetánea de Star Wars, este gozoso manga de Leiji Matsumoto es hijo de su tiempo y heredero de la tradición forjada por Tezuka: una gran aventura espacial envuelta en rebeldía romántica y aromas trágicos salpicada de ese humor que transforma por un instante a los personajes en caricaturas cómicas. Un manga setentero y juvenil para alimentar fantasías de entonces con algo más que simple diversión .

Tomie, de Junji Ito

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Siendo el principal invitado del Salón del Manga de este año, era obligada la inclusión de Junji Ito. Obligación gustosa porque es uno de los grandes maestros del terror gráfico japonés, y eso es decir mucho. Especialista de la viñeta escalofriante que irrumpe de golpe y sacude al lector, padecía aquí un abandono del que ECC nos está resarciendo por la vía de la sobredosis. Entre los muchos títulos publicados en apenas dos años, el mejor punto de partida es Tomie (1997-2000), el debut al que debe su fama. Un espectro femenino de aspecto juvenil protagoniza una serie de cuentos de miedo autoconclusivos (reunidos en dos volúmenes) que evolucionan desde el dibujo en formación de los primeros a un no va más de lo terrible y escabroso. Una de las cosas que maravillan de Junji Ito es su capacidad para dar vueltas sobre un mismo tema reformulado una y otra vez sin que parezca repetirse. Aquí la fantasma está condenada, pero también condena a los varones que se topan con ella, que seduce por su inocencia y luego humilla hasta que estos acaban descuartizándola. Pero Tomie siempre vuelve a la vida, y el horror la acompaña. Un clásico del terror oriental contemporáneo que subvierte la comedia romántica adolescente con carne pútrida y deforme.

Relatos de Sabu e Ichi, de Shotaro Ishinomori

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Una de las sorpresas maravillosas que ofrece el manga al lector inquieto es el constante flujo de obras maestras cuya existencia se desconocía. El aficionado puede pasar décadas formando en su cabeza una historia del cómic y sus grandes clásicos, y cuando el esquema parece consistente un buen día se entera de que existe un tal Shotaro Ishinomori y que es uno de los grandes. Y vaya si lo es. Esta serie es una buena prueba. Publicada entre 1966 y 1972, se compone de aventuras autoconclusivas protagonizadas por un joven policía y un anciano ciego ambientadas en el Japón feudal. En principio, su pertenencia al género detectivesco es evidente, y muchas historias siguen esa estructura, pero luego es mucho más. No se tarda en advertir, por ejemplo, que también es un excepcional retrato costumbrista de la época en que transcurre. Y al final, cuando uno cree tener claro que el recorrido irá por esos dos terrenos, de golpe el relato se hará introspectivo o pausado o frenético en la acción. De la pelea al silencio de la vida con una melodía de narrativa visual brillante y siempre la mar de entretenido. Planeta ha recopilado esta joya en cuatro volúmenes cuya lectura deja boquiabierto.  

Chiisakobee, de Minetaro Mochizuki

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A Mochizuki le conocimos con un apocalipsis adolescente tremendo que se llamaba Dragon head (1995-2000) y luego con Maiwai (2003-2008), una festiva saga de aventura y delirio con una hija de pescadores aficionada a la lucha libre que se iba con mapa a buscar tesoros piratas, y eso era solo principio. Tras esa finta de tono entre uno y otro, ahora practica una mayor con un manga que, de entrada, deja patidifuso con el american gothic transformado en estilizado japan hipster de la primera portada. Dentro habita una adaptación a tiempos actuales de un clásico de la literatura japonesa sobre un treintañero que hereda la empresa familiar al borde de la quiebra. A partir de aquí también hay niños huérfanos a los que coger a regañadientes y una historia de amor llena de silencios que se remonta a la infancia. Pero más que en ese salto al drama costumbrista, la sorpresa está en una evolución gráfica que se ha despojado del trazo superfluo en pos de la elegancia. Y que es manga, sí, pero también línea clara pura y dura, esa línea clara a la que se acusa de frialdad y que aquí se demuestra idónea para describir una cultura que rechaza exteriorizar toda emoción, que esconde sentimientos tras barbas pobladas, apretando los puños y callándose todo. Lo poderoso del asunto es que la intensidad que transmite es inusual con sus formas, que se recrean en la frontalidad de la silueta humana y en abundantes viñetas donde el rostro se evita y se prefieren pies, manos y lo que hay por el suelo porque es lo que ven los personajes, que nunca se miran a la cara no vaya a ser que se escape una emoción. Lo paradójico es que eso embarga la lectura de emoción. Edita ECC y son 4 números.  

La chica de los cigarrillos, de Masahiko Matsumoto

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En los años sesenta el manga vivió una revolución que se llamó gekiga, y aunque era tan cómic como el manga se consideró que era otra cosa, que es lo que ahora pasa aquí con la novela gráfica. Y es que Japón en historieta nos lleva años por delante. De la corriente gekiga conocíamos al gran Tatsumi y poco más, y ahora de la mano de Gallo Nero nos llega esta antología de relatos de otro de sus autores clave. Masahiko Matsumoto retrata un paisaje urbano realista en su decorado, pero deforma con trazos de caricatura a sus personajes. El contraste entre una cosa y la otra impulsa un puñado de historias que se detienen en la rutina de lo cotidiano con pasmosa sencillez e incluso humor tierno, aunque detrás también acecha la amargura. Ahí hay magia, la verdad, y confirma esa ventaja que decíamos que nos llevan. La única pega es que el volumen un rotulado mecánico de los textos que no sabemos a qué obedece pero sí que resta disfrute. Los lectores de tebeos somos unos sibaritas, la verdad.

Infierno embotellado, de Suehiro Maruo

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Antología con cuatro historias de Suehiro Maruo, uno de los grandes, de los tremendos. Un artista gótico, barroco y manierista que te planta delante un dibujo claro, luminoso y perfecto que al mismo tiempo está sometido al horror vacui y al exceso visual. Rococó del mal rollo. Es lo que define toda su obra, que es hermosa y grotesca, poética y deforme pero, sobre todo, inquietante. Nunca es inocente porque danza sin disimulo en lo malsano, y ya no le hacen falta ni vampiros ni huérfanas maltratadas sino cuatro cuentos que adaptar con náufragos adolescentes en pelotas y en pecado, santos con angelitos, ciegos de lúbrica codicia o dramas con niño deforme y sexo explícito. Exquisito y perturbador como siempre, Maruo ya no hace tebeos de miedo y por eso da más miedo que nunca.

Crónicas de la era glacial, de Jiro Taniguchi

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Taniguchi, el gran autor de manga admirado por todos, incluso por aquellos que mantienen el manga a distancia, o incluso los cómics a distancia. Ese Taniguchi de gastrónomos urbanos, humanos contemplativos, naturalezas en silencio y emociones sencillas no es el Taniguchi que les traigo, pero el que les traigo si será ese Taniguchi. Rescatadas del pasado, e inexplicablemente inéditas más allá de las entregas aparecidas en un lejano experimento de revista, Crónicas de la era glacial es una serie de ciencia-ficción pura, catástrofe apocalíptica y supervivencia publicada en 1988, y muy hija de su tiempo: hay acción y pasan cosas y toda ella es como si estuviera sacado del Metal Hurlant de los Humanoides Asociados. El cómic japonés iba por delante, insistimos, pero aquí acude a Moebius y a Bilal, de los 80 en los 80. Y aún así, agazapadas, está esa naturaleza silenciosa y esa humanidad contemplativa del Taniguchi que será. También mola porque los tebeos de antes, con su rollo de género puro y su pulso viejuno, también molan, más si hay hielo y fin del mundo. Obra completa en dos volúmenes editados por Planeta.

Tokyo Zombie, de Yusaku Hanakuma

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Cerramos con una joya de zombis, artes marciales y wrestling amañado, tan popular en Japón que tuvo película en 2005, pero que aquí permanecía inédita hasta que ha venido Autsaider para alegrarnos la vida. Publicado en 1998, Tokyo zombie es el más célebre exponente manga del estilo heta-uma, una corriente artística japonesa surgida a principios de la década de los setenta a medio camino entre las cenizas del pop-art y la inminencia del punk por venir. La traducción más común del término es “malo pero bueno”, pero que no se equipara al “es tan malo que es bueno” propio de la cultura basura mal entendida. Aquí la valoración no es irónica porque los japoneses lo dicen en serio, y llevan razón. Yusaku Hanakuma suele presentarse no como dibujante profesional sino como cinturón negro de jiu-jitsu. Y su tebeo es un apocalipsis zombi desmelenado con humor negro, karate y gore festivo, pero hay algo más que entretenimiento loco mal dibujado. Frescura, por ejemplo, que parece que pura vanguardia y tiene casi veinte años que, y no lo decimos ya más veces, es el trecho que nos llevan por delante. También es un relato clásico de zombis contemporáneos, en sus páginas abundan los tópicos y la alegoría social sobre clases dominantes y circos mediáticos que parodia Land of the dead de George A. Romero. ¡Alto! Ni tópicos ni parodia porque la fecha no cuadra: la peli es de de 2005 y el manga… de 1998. Así que no solo hace honor a su etiqueta heta-uma, que parece malo pero en realidad es notable, sino que aquí también parece una parodia de tópicos que, en realidad, aún no existían. Y encima es divertidísimo.

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