Adiós a ‘Paper Girls’, una lección sobre envejecer a través del tiempo

Cuatro adolescentes que reparten periódicos en los ochenta. Una guerra generacional y temporal que podría acabar con la realidad tal y como la conocemos. Colores brillantes que nos trasladan a distintas épocas. Emociones a flor de piel. Y un final inolvidable. Todo eso encontramos en este clásico instantáneo, que en CANINO despedimos como se merece.

El ficticio barrio de Stony Stream, en Cleveland, ha amanecido tranquilo. La mañana del 1 de noviembre de 1988 Erin Tieng comienza su trabajo como repartidora de periódicos junto al grupito formado por MacKenzie «Mac» Coyle, Karina «KJ» J. y Tiffany Quilkin, otras tres doceañeras que se han unido para esquivar a los matones que se meten con ellas durante su ruta. Pero algo está a punto de suceder, un acontecimiento que cambiará sus vidas para siempre. Un evento que podría destruir el mundo.

Este es el punto de partida de Paper Girls (2015-2019), la historia publicada por Image Comics, escrita por Brian K. Vaughan e ilustrada por Cliff Chiang, que cuenta con Matt Wilson como colorista principal, con Dee Cunniffe también al color y con Jared K. Fletcher de rotulador. Con la serie recién terminada y tres premios Eisner a sus espaldas, repasamos las claves que la han catapultado a la fama y convertido en un icono perfecto para todos los públicos.

Carismáticos narradores y amistades adolescentes

De izquierda a derecha: Mac, KJ, Erin y Tiffany

Para hablar del éxito de Paper Girls es imprescindible destacar sus atractivos personajes, empezando por sus jóvenes protagonistas. A simple vista, las cuatro parecen algo estereotipadas. Erin, asiática, es la católica modosita. Mac, irlandesa, la rebelde sin causa. KJ, judía, la inteligente del grupo. Y Tifanny, afroamericana y adoptada, la geek amante de los videojuegos. Pero rápidamente comprendemos que no es así, que en realidad son personas complejas, llenas de matices, que son tratadas con cariño por sus creadores y que van creciendo y evolucionando ante nuestros ojos. Así, Erin aprende a plantar cara a sus miedos, Mac acepta sus propios sentimientos e inevitable destino, KJ se vuelve más decidida y Tiffany descubre que está a tiempo de dedicarse a su verdadera pasión. Tanto el diseño de personajes como los intereses y la forma de hablar de cada una las vuelven fácilmente reconocibles e inolvidables. De esta forma, el lector crea un vínculo con ellas que se fortalecerá a lo largo de su aventura. 

Vaughan afirma que quería reflejar los sentimientos de alguien de esa edad, de los preadolescentes que saben lo que sucede a su alrededor, pero sin un conocimiento profundo sobre el tema, de manera similar a lo que le sucedía a él de joven: sentía el peligro de la Guerra Fría sin alcanzar a comprenderla. El escritor también deja claro que redujo el número de personajes masculinos para que las protagonistas no quedaran supeditadas o definidas por ellos. Dos declaraciones de intenciones que, sin duda, empapan todo el relato. Las chicas muestran una actitud eminentemente adolescente: tienen 12 años y se nota, ya que sus actitudes están estrechamente relacionadas con su contexto sociopolítico y personal. Esto nos regala intercambios tan maravillosos como las opuestas reacciones de KJ y Mac al hablar de la primera menstruación o de la homosexualidad. Y, por eso, el amor, la amistad y las dudas respecto a la propia identidad flotan en el aire en cada momento.

Más allá del cuarteto principal encontramos un rico abanico de secundarios. Desde el enigmático y retorcido Gran Padre hasta los adolescentes rebeldes que recolectan objetos del pasado o la valiente Wari, pasando por las versiones futuras de las chicas. Cada uno de ellos es memorable. Sus facciones, su forma de vestir y de hablar, su manera de actuar… La suma de estos detalles los hacen únicos, ya que cada elemento ha sido pensado y trabajado a fondo. Aunque lo más interesante es la manera que tienen de interactuar, las conexiones que se forman, los vínculos que se transforman y la línea que los une a todos.

No podemos apartar la mirada cada vez que las chicas se cruzan -¡cuidado, spoiler!- con alguna de sus yoes del futuro, ya sean ellas mismas de adultas o clones provenientes de otro siglo. Es fascinante el impacto que tienen estos encuentros en sí mismas. Las jóvenes se preguntan cómo han podido convertirse en esas adultas frustradas, aburridas o solitarias, mientras que las versiones adultas observan con cierta nostalgia a esas niñas llenas de sueños y dispuestas a luchar por aquello en lo que creen. Y unas y otras ven en estas versiones una oportunidad de cambiar, una advertencia acerca de aquello en lo que pueden convertirse. Esas convergencias las transforma a dos tiempos, incluso aunque luego no puedan recordarlo. 

¿Quién dijo que encontrarte contigo misma sería fácil?

De esta forma, el cliché de Kids-on-Bikes con el que juega Paper Girls de forma constante se subvierte. En lugar de temer envejecer, las chicas se enfrentan a su inevitable destino como a una aventura más de la vida. Su mayor temor, el clímax de la historia, es el miedo a dejar atrás a las amigas de la infancia, esas personas que son como hermanas y a quienes prometiste lealtad eterna. Un suceso que, al final, a todos nos acaba pasando. Una dolorosa pérdida que, en realidad, es el corazón de esta serie. 

La inevitabilidad de la lucha generacional

A lo largo de sus 30 números, el cómic nos lleva a distintos momentos de Cleveland, desde la prehistoria hasta el impresionante siglo XXII. Las referencias pop de cada época se cruzan con la crítica social y el contexto histórico. Así se construye un universo en el que cada generación es mostrada con sus luces y sus sombras. Así nace este relato sobre el enfrentamiento entre jóvenes y viejos, entre el progreso y la permanencia, el pasado y el futuro. En definitiva, una historia sobre nuestra naturaleza y el peso del tiempo. 

El futuro puede ser… curioso. Pero ¿y cambiado?

En un momento en el que las ficciones temporales parecen haberse estancado, es interesantísimo que aquí no conviertan este elemento en un macguffin usado para centrarse en otros conflictos, enmendar sucesos pasados o salvar el mundo, sino que el tiempo es la clave, el eje sobre el cual gira todo. Paper Girls muestra los efectos que tiene su paso en las distintas generaciones. Por supuesto, esto genera paradojas temporales, pero no son circunstanciales. La trama juega con las localizaciones para hablarnos de cómo las cosas que nos resultaban esenciales de niño dejan de tener importancia y se difuminan cuando creces. Porque de adulto no recuerdas a tu grupo favorito de la juventud. Y es posible que tampoco a quienes un día fueron tus mejores amigos. 

Cómo se relaciona el tiempo con nosotros como individuos y como grupo y los efectos de su erosión es el tema principal de Paper Girls, que también nos muestra las consecuencias de nuestros actos y el efecto en cadena que tiene cada pequeña decisión. A través de los distintos bandos enfrentados -el liderado por el Gran Padre y la agrupación de adolescentes rebeldes a quienes se enfrenta, pero también la unión de clones que buscan el fin de la guerra- descubrimos las diferentes maneras que tienen jóvenes y adultos de enfrentarse al mundo y cómo esta visión cambia con la edad, pero también con la época. Para profundizar en su tesis, el cómic se sirve de simbología católica a través de los sueños de Erin y de un juego constante con el uso y evolución de la tecnología, de manera que la manzana (de Apple y, a la vez, como fruto prohibido) entrelaza ambos conceptos y se convierte en un vínculo narrativo entre distintos periodos. El tiempo no es lineal, es cíclico. Y nada termina para siempre, pues todo vuelve a comenzar.

El tiempo también puede ser una locura, como demuestra el número final de la saga, que, ahora sí con spoilers, repasamos brevemente. La trigésima grapa abre con un bat mitzvah, guiños a Terminator y un claro mensaje: además de repartidoras de periódico, nuestras protagonistas son amigas. Un mensaje que recorre cada una de sus páginas, en las que las chicas han madurado en base a las experiencias vividas, incluso aunque no sean capaces de recordarlas. Al final, sus caminos se separan y su lucha contra un destino que parecía escrito se acaba. Parte de su inocencia se ha quedado por el camino, en el hombre asesinado por KJ, en las armas futuristas que han empuñado, en las decisiones tomadas. Y, sin embargo… siempre queda un hueco para la esperanza.

Pasado y futuro sin rastro de nostalgia o temor

Nada de esto sería posible sin la apabullante estética que acompaña a la historia, que le otorga una nueva dimensionalidad gracias a la expresividad de sus personajes, la cuidada ambientación, sus diseños futuristas y una bellísima paleta de colores que se ha convertido en su seña de identidad. Seres de la cuarta dimensión, gusanos temporales, batallas de tinte mecha entre robots gigantes, jinetes de pterodáctilos, sueños cargados de simbolismo católico-tecnológico… Paper Girls lo tiene todo. 

El maravilloso resultado se debe a los grandes talentos que colisionan en este trabajo. Para empezar, la unión de Cliff Chiang y Matt Wilson a la hora de crear un universo propio, uno de los más bellos del cómic reciente. Ambos demostraron lo bien que se desenvuelven juntos durante su paso por Wonder Woman (2012-2015). Su dibujo y uso del color nos guía por la historia, llevando nuestra mirada hacia los detalles fundamentales, con trazos sencillos y fondos habitualmente planos. Además, los rótulos de Fletcher se adaptan a la época y dotan de ligereza a los bocadillos de conversaciones, incluso cuando cambian el lenguaje a uno completamente incomprensible. 

Por su parte, con este trabajo Brian K. Vaughan vuelve a coronarse como uno de los autores más interesantes del medio en la actualidad. Aquí encontramos algunas de sus grandes señas de identidad: el uso de lenguajes codificados como ya hizo en Saga (2012-), la naturalidad de sus diálogos, las historias-río que abarcan amplios periodos de tiempo, el carisma de todos los personajes que pueblan la historia y la crítica social a través del uso de elementos de género -en este caso, de la ciencia-ficción-. Si en Y, el último hombre (2002-2008) hablaba de identidad de género, en The Private Eye (2013-2015) reflexionaba acerca de nuestra relación con la nube digital y en Runaways (2003-2007) ya se interesaba por la voz de la adolescencia y sus conflictos, en Paper Girls su obra gira entorno a cómo nos afecta el paso del tiempo. Y Vaughan se vuelca de manera personal en la historia, pues escribe recordando su propia juventud. Tanto Chiang como él crecieron en los ochenta, y eso se nota en el cariño puesto en su recreación. Recordando sin idealizar. Hablando del futuro sin romantizarlo o temerlo. El autor es consciente de que los enfrentamientos son inevitables, pero también de que todo tiene solución. Por eso nos dice que el futuro puede ser esperanzador a pesar de la pérdida y el dolor. Es esta ausencia de una marcada nostalgia o miedo al porvenir lo que diferencia a Paper Girls de otros trabajos similares.

La mezcla de estos factores ha hecho de Paper Girls un merecido éxito. No es de extrañar que vaya a convertirse en una serie de televisión de la mano de Stephany Folsom (co-guionista de Toy Story 4). Aunque se desconoce si será una versión de dibujitos o personitas, todo apuesta a que optarán por la acción real para seguir la tradición de adaptaciones de cómics y, de paso, intentar replicar el éxito de Stranger Things (2016-2019). Si bien es cierto que comparten elementos en común -chavalines majos que se ven envueltos en algo que los supera, ambiente ochentero y multitud de referencias pop-, son más los puntos que las diferencian. Por tanto, habrá que esperar para descubrir cómo trasladan sus colores brillantes y su atmósfera única a la pantalla, y si su esencia se verá resentida en el proceso.

Mientras tanto, quedémonos con la sensación de calidez que nos embarga tras finalizar esta aventura de narrativa tan caótica como cautivadora, que nos habla del paso del tiempo, de la naturaleza humana, del peso de las acciones y de nuestro inevitable destino: dejar de ser jóvenes lozanos para convertirnos, antes o después, en viejos aferrados al pasado.

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