La última edición de Punto de Vista, el Festival Internacional de Cine Documental de Navarra, dedicó una de sus retrospectivas a la obra de Anne-Charlotte Robertson, que documentó en Super 8 y desde una primera persona en absoluto complaciente su propia circunstancia vital, dando lugar a uno de los diarios filmados más hermosos del cine de vanguardia estadounidense.
Un mes después de ingresar en el Massachussetts College of Art and Design, en el otoño de 1981, Anne-Charlotte Robertson empezó a registrar su vida cotidiana para dejar constancia de la evolución de su forma física. Inicialmente, pretendía seguir una dieta: sus obsesiones con la comida y la conciencia a menudo dolorosa del propio cuerpo serán temas recurrentes en su diario, que mantuvo el título de Five-year diary pese a prolongarse durante dieciocho años y abarcar 83 bobinas de Super 8, unas treinta y ocho horas. Diagnosticada de trastorno maníaco-depresivo, lo que le ocasionó frecuentes hospitalizaciones, Robertson se aferró a la cámara casi como a una extensión de sí misma, una articulación que le permitía a un tiempo dialogar con su interior y abrirse a los demás.
Sus primeros cortos datan de 1976. En ellos experimentó con las texturas y las posibilidades técnicas del Super 8, y posteriormente hizo algunas películas animadas como la divertida Magazine mouth (1983), en la que daba cuenta de algunas de sus adicciones mediante el collage. El claustrofóbico plano medio que aprisiona a Robertson en la esquina de una pared en Locomotion (1981), donde la cineasta recreó una crisis nerviosa para sacudirse su inquina contra las instituciones psiquiátricas, presagia de algún modo la larga relación íntima y frontal que establecerá con la cámara una vez arranque, muy poco después, la filmación de su diario. Solo que el escenario de esa intensa interpelación ya no será una pared sino el mundo: su hogar, el jardín en el que cultivará vegetales, su familia y amigos, sus amantes, sus compañeros animales, sus viajes…
Inspirada por cineastas que también practicaban la forma diarística como Jonas Mekas y Ed Pincus, por los poemas visuales pioneros de Maya Deren o el trabajo sobre la representación del propio cuerpo de Carolee Schnemann, Anne-Charlotte Robertson fue dando forma a un emocionante tratado sobre el día a día que combinaba técnicas como el montaje en cámara, los time-lapses o un sentido siempre audaz y lírico del corte. Así, conformaba fragmentos de una belleza arrebatadora que, aun con todo el peso de un sentido del humor cáustico y autodespreciativo, celebraban el extraño milagro de estar viva.

Uno de los aspectos más singulares de Five-year diary es su complejo entramado sonoro: al sonido de la propia filmación, cuando esta no era silente, se superponían grabaciones de voz que la artista hacía a posteriori comentando lo que ocurría en ese rollo de película e incluso, cuando Robertson presentaba partes del proyecto en un auditorio, a esas dos narraciones se superponían sus propios comentarios durante la proyección. Ella misma afirmaba que lo que estaba haciendo era presentar al espectador su vida en soporte multimedia, y que esta era en sí misma un constante work-in-progress antes que un producto audiovisual cerrado sobre sí mismo.
Robertson cita como influencias a poetas cuyo campo de batalla fue también lo íntimo, como Emily Dickinson o Sylvia Plath, pero también se la puede emparentar con las viñetas de la canadiense Julie Doucet, que abrió una senda en el cómic autobiográfico echando mano del humor lacerante para decirse a sí misma y hablar de los problemas de ser mujer a finales del siglo XX, o con el recientemente desaparecido Daniel Johnston, cuya carrera musical fue un bálsamo contra la soledad y el trastorno mental. El anhelo de un amor que algún día llegaría impregna también las bobinas de Five-year diary; un detalle simpático son las frecuentes alusiones a su crush platónico televisivo, el actor Tom Baker, que cuando empezó a filmarse el diario interpretaba al cuarto Doctor Who en la célebre serie británica.

Y es que, además de constituir un testimonio radicalmente honesto de las complejidades de la existencia, la atención que Robertson prestaba a todo lo que la rodeaba, ya fueran personas, animales, plantas, cielos, calles o alimentos, convierte su diario en una hermosa cápsula del tiempo. En My cat, my garden and 9/11 (2001), uno de sus últimos cortometrajes, la televisión ya no muestra a Tom Baker sino a Osama Bin Laden. Paralelamente al diario, la cineasta siguió rodando algunos cortos, que a veces funcionaban a modo de comentarios sarcásticos sobre su propio trabajo, caso de Talking to myself (1985) o del impagable Apologies (1990).
La artista trabajó siempre con muy poco apoyo económico o institucional. A menudo se la oye, en algunos rollos del diario, hablar sobre cámaras prestadas que no logra devolver a tiempo. Ella misma se preguntaba en sus notas quién procesaría todo su material cuando muriera, lo que a la postre le llevó a legarlo todo al Harvard Film Archive poco antes de fallecer en 2012, incluyendo horas de grabaciones de audio, escritos, esbozos y fotografías. El director de esta institución, Haden Guest, que visitó Pamplona como jurado de la sección oficial de Punto de Vista, presentó las sesiones de la retrospectiva, que incluía varios cortos y algunas de las bobinas del diario.

Las últimas voluntades de Robertson estipulan que parte del material no podrá mostrarse hasta 2022. Ello significa que todavía nos quedan por descubrir muchas horas de la obra de una cineasta excepcional, que halló el aliento vital en el registro cinematográfico, y en una modalidad del mismo extraordinariamente rica en texturas, colores y formas.
Al término de la bobina 23, A breakdown (and) After the mental hospital (1982), la vemos caminar por una calle nevada mientras, mirando de soslayo a la cámara, se pregunta si su amor verdadero querrá verla alguna vez. A continuación, tras un instante de blanco, la pantalla se vuelve azul, el azul de los televisores sintonizados en canales muertos, y su voz añade, refiriéndose a ese amor al que espera: “Esto es para él”. Afortunadamente, el regalo de su cine ha llegado también hasta nosotros.