‘¡Ave, César!’: Así desmontan los Coen el Hollywood clásico

¿Películas de natación sincronizada? ¿Westerns musicales con caballos sabios? ¿Curas y rabinos asesorando a los estudios? En ¡Ave, César!, la nueva película de los Coen, aparecen muchas cosas que parecen absurdas, pero que son historia de del cine.

Nos ha gustado. Nos ha gustado muchísimo, de hecho: con ¡Ave, César!, su nueva película, Joel y Ethan Coen (hermanos, judíos y de Minnesota) ofrecen un nuevo trabajo realizado desde la más contumaz cinefilia, que en esta ocasión no sólo abarca su técnica o su modo de contarnos una historia. Para este relato sobre el Hollywood de 1951, con secuestros, complots y muchos números musicales, los autores de Sangre fácil, Fargo El gran Lebowski han decidido plasmar un muestrario de todo aquello que el celuloide de aquella época podía ofrecerle al espectador. Algo que da pie a numerosos ejercicios de estilo (Ethan y Joel siempre han sido unos maestros del pastiche, entendiendo la palabra en su acepción más noble) y también para un quintal de referencias a cosas muy ridículas y muy increíbles… que no responden sólo a la habitual obsesión coeniana por la estupidez, sino a anécdotas, personajes y géneros cinematográficos rigurosamente reales. Aquí te ofrecemos un muestrario de todo ello.

El ejecutivo ‘arreglalotodo’

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El estresado capataz de estudio al que interpreta Josh Brolin en esta película no se llama «Eddie Mannix» por casualidad. Aunque el personaje de carne y hueso tiene poco que ver con el de celuloide en cuanto a apariencia y temperamento, un auténtico Eddie Mannix existió en la realidad, y su oficio fue el de ‘fixer’ («arreglador») para la Metro-Goldwyn-Mayer. ¿En qué consistían sus tareas? Pues en ocultar los deslices y las tropelías de las estrellas para que así el estudio mantuviese una imagen saneada. Las competencias de Mannix iban desde sacar a un actor de la comisaría tras un arresto por embriaguez pública hasta arreglar un discreto aborto para una intérprete femenina, pasando por sobornar periodistas o contratar matones a sueldo que tapaban bocas indiscretas mediante la coacción u otras medidas más físicas. Como era de esperar, su carrera estuvo jalonada por asuntos muy turbios (como el de la starlet Patricia Douglas, violada durante una fiesta de la productora en 1937, o la misteriosa muerte de George Reeves, el intérprete televisivo de Superman), pero aun ahora se le considera uno de los hombres más importantes de la historia de Hollywood, para bien o para mal.

El péplum bíblico

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En buena medida, el argumento de ¡Ave, César! gira en torno al rodaje de una película ficticia titulada… pues, precisamente, ¡Ave, César! Se trata de un filme ‘de romanos’ sobre la conversión de un tribuno, cuya fuente de inspiración directa parece haber sido Ben-Hur (William Wyler, 1959), pero para cuya puesta en escena los Coen podrían haberse fijado más en los Monty Python La vida de Brian. Aun pese al tono paródico que preside la cinta, no nos confundamos: si bien este subgénero épico-religioso, tremendamente en boga durante los 50, produjo trabajos bastante dignos, como la propia Ben-Hur Quo Vadis (1951), buena parte de sus títulos fueron pestiños tan gigantescos como La túnica sagrada (1953), Sansón y Dalila (rodada por un Cecil B. DeMille ya muy anciano en 1948) y El cáliz de plata (1954), una película cuyo protagonista Paul Newman la odiaba tanto que llegó a pagar anuncios en la prensa en los que suplicaba al público que no viese sus pases televisivos. Échen un vistazo a esas cintas, y comprobarán cómo su ampulosidad y su tono kitsch dejan a los de ¡Ave, César! en mantillas, por mucho que en ellas no aparezca George Clooney desorbitando los ojos.

Los censores religiosos

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Cuando Eddie Mannix (el de ficción, claro) se muestra preocupado porque su péplum cause las iras de la Legión Católica de la Decencia, uno puede pensar que se trata de una broma de los Coen, y que en la vida real jamás pudo existir una organización con ese nombre. Pero sí existió, y fue una de las instituciones más temidas de Hollywood: fundada en 1933 por John T. McNicholas, arzobispo de Cincinatti, la Legión funcionó como un organismo paralegal de calificación de películas, condenando aquellos filmes a los que consideraba como «corruptores de la juventud». Los estudios tenían buenas razones para procurar congraciarse con esta piadosa liga, ya que sus requisitos morales eran aún más estrictos que los del llamado ‘Código Hays’ (la normativa de autocensura implantada por los estudios en 1922), y uno de sus veredictos negativos podía restarle muchos dólares a la taquilla de un estreno. Entre las películas que padecieron sus iras podemos citar La reina Cristina de Suecia (1933), Los olvidados (la obra maestra dirigida en 1950 por Luis Buñuel) y, ya cuando el organismo daba sus últimas boqueadas, Viernes 13 American Gigoló (ambas de 1980).

El ‘cowboy’ cantante

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Bastante más joven (27 años) y mucho menos conocido que sus compañeros de reparto, Alden Ehrenreich supone una de las sorpresas más agradables de ¡Ave, César! con su interpretación de Hobie Doyle, un antiguo peón de rancho metido a actor y especializado en protagonizar westerns musicales. Si bien muchos concluirán que el personaje es una nueva manifestación de locura coeniana, estamos de nuevo ante un detalle tomado de la más estricta realidad. Porque Hobie Doyle es un trasunto de Gene Autry Roy Rogers, entre otras estrellas que se desenvolvieron por igual en el cine y en la música country, protagonizando éxitos de taquilla y volviendo popular el arquetipo del ‘singing cowboy’. En cuanto a Whitey, el inteligentísimo caballo que acompaña al personaje en sus películas, es un homenaje a Trigger, la estrella equina que acompañaba a Roy Rogers en sus filmes. Dado que este personaje es uno de los que aparecen retratados de forma más tierna en ¡Ave, César! (incluyendo, pásmense, un pequeño guiño a Toy Story 2), sospechamos que Ethan y Joel guardan un sincero amor por este subgénero en algún rincón de sus frios corazones de Minnesota.

El director ‘sofisticado’ (y en el armario)

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¿Se han fijado en ese personaje al que Ralph Fiennes interpreta de forma tan paródica? Hablamos de un director de modales europeos, especializado en comedias ‘de teléfono blanco’ y que hace gala de aquello que los clásicos definirían como «más pluma que una almohada antigua». Pues, una vez más, se trata de un arquetipo con muchos correlatos en la historia de Hollywood: Laurence Laurentz, que así se llama el cineasta, nos trae ecos de George Cukor (Historias de Filadelfia), de Vincente Minnelli (El padre de la novia, en la foto), de Mitchell Leisen (La Muerte de vacaciones) y de tantos otros autores obligados a llevar su vida personal más o menos en secreto mientras rodaban películas exquisitas. Por supuesto, la Meca del Cine contaba por entonces con un submundo gay muy concurrido, y, a veces, muy despendolado. Pero una cosa eran aquellas ‘pool parties’ repletas de gigolós y de jóvenes aspirantes a actor, y otra muy distinta vivir las propias apetencias de forma abierta y sin complejos.

La estrella de la natación

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Aquellos que disfruten con el cine añejo se reirán a gusto cuando vean el número musical extremadamente kitsch protagonizado por una Scarlett Johansson con cola de sirenita. Porque este guiño, uno de los más directos que se han permitido los Coen, remite a la edad dorada de los llamados ‘aquamusicals’, filmes que hicieron furor durante los 40 y los 50 ofreciendo al público espectaculares imágenes de natación sincronizada. El personaje de Johansson, de hecho, remite a Esther Williams, nadadora de nivel olímpico que se convirtió en ídolo de masas gracias a películas como Escuela de sirenas (1944), La hija de Neptuno (1949) y, atención, Mojada y peligrosa (1953). Además de ser una gran atleta, Williams ha pasado a la historia como una sagaz mujer de negocios y una periodista deportiva de mérito. Pero, aunque su vida personal no estuvo exenta de turbulencias, no consta en ninguna parte que fuese tan malhablada como Scarlett en esta película.

El musical con subtexto gay

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Hoy en día, viendo a Channing Tatum derrochando ritmo en un número musical de marineros bailarines (que bailan unos con otros, queremos decir), no nos cabe duda de que la escena evoca un homoerotismo muy evidente y muy hortera, digno de un vídeo de Village People. Los Coen lo saben, nosotros lo sabemos… pero el público de 1951, seguramente, no lo pillaría tan de primeras. Según señalan documentales como el imprescindible El celuloide oculto (1995), la homosexualidad estaba tan excluida del imaginario público durante esa época que muchas películas cargadas de referencias gays pasaban totalmente desapercibidas. Dejando aparte que (como bien sabe Neil Patrick Harris) el teatro y el cine musical hayan contado siempre con un numeroso fandom LGBT, y que estrellas del género como Gene Kelly Judy Garland tengan mucho de iconos para dicho colectivo, ver a un grupo de recios hombres de mar cantando «yo bailaré contigo / y tú bailarás conmigo / cuando estemos en alta mar» deja poco espacio para las dudas.

La periodista carroñera

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¿Qué es mejor que una Tilda Swinton? ¡Dos Tilda Swinton! Los directores de ¡Ave, César! son conscientes de ello, y por eso le han adjudicado a la actriz inglesa el doble papel de Thora y Thessaly Thacker, dos hermanas gemelas que ejercen de periodistas de cotilleos, desenterrando los secretos más morbosos de Hollywood, y que se profesan un odio de esos que sólo pueden darse entre parientes cercanos. En la vida real, Hedda Hopper Louella Parsons no tenían ningún vínculo de sangre (salvo por el hecho de que a cada una de ellas le hubiera gustado beberse la sangre de la otra), pero su falta de escrúpulos, su hipócrita conservadurismo y su talento para chantajear a estrellas, directores y productores a cambio de primicias y exclusivas las convirtieron en las reporteras de temática ‘rosa’ más temidas de Hollywood. Señalemos, eso sí, que tanto los modales imperiosos de las Thacker como su llamativo fashionismo las vinculan más con Hopper, una ex actriz aficionada a los sombreros de fantasía que llamaba a su mansión de Beverly Hills «la casa que construyó el miedo» y cuyo papel en la caza de brujas anticomunista fue muy significativo.

La montadora infalible

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Tratándose de una película de los Coen, la aparición de Frances McDormand en ¡Ave, César! se daba (casi) por supuesta. Ahora bien, que nadie se sorprenda si dicha aparición la pone en el rol de una montadora que, desde su inmundo cuchitril, empalma y funde planos con precisión milimétrica. Porque, durante muchísimos años, el montaje fue uno de los pocos sectores de la industria del cine en el cual una mujer podía hacer carrera: por una parte, se trataba de un trabajo de poco lucimiento, duro y mal pagado, y, por otra, se daba por hecho que a las chicas tendrían maña con las tijeras, aunque fuese para cortar celuloide. Así, profesionales como Dorothy Spencer (La diligencia), Barbara McLean (Eva al desnudo) o las ilustrísimas Anne V. Coates (que montó Lawrence de Arabia y cuyo último trabajo ha sido Cincuenta sombras de Grey) Telma Schoonmaker (la compañera habitual de Martin Scorsese en la sala de edición) hicieron historia del cine sin que apenas se reconocieran sus méritos. Normal que, en esta película, McDormand muestre esa cara de mala uva…

Los guionistas comunistas

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Aun sin entrar en spoilers, puede decirse que ¡Ave, César! concede un generoso espacio a la obsesión por excelencia de Joseph McCarty y otros promotores del ‘terror rojo’: que Hollywood, y en especial sus círculos literarios, era un nido de rojos que ejercían como quinta columna a sueldo de Moscú. Si bien el punto de vista de los Coen (que no desvelaremos) es mucho más liviano y humorístico de lo acostumbrado al abordar el tema, no esquiva dos hechos ciertos. El primero de ellos, que algunos de los guionistas represaliados, como Dalton Trumbo (Vacaciones en Roma) simpatizaban con la extrema izquierda y trataban de incorporar ese ideario a sus obras. El segundo, que la reacción del gobierno de EE UU y de la industria, materializada en el Comité de Actividades Antiamericanas y en las listas negras de los estudios, fue un crimen contra la libertad de expresión que mutiló muchas carreras brillantes. Habrá que esperar al estreno de Trumbo, el biopic en el cual Bryan Cranston da vida al escritor, para ver una visión más seria de esta historia.

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Un comentario

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