¿Harta de ver cómo las redes sociales se convierten en manadas de ciervos en berrea? ¿Dispuesto a prenderle fuego al móvil cuando lea el próximo insulto o la próxima sentencia chusca? ¿Hambrientos de un poco de debate o de algún argumento razonado de vez en cuando? Tranquilos, a nosotros nos pasa lo mismo... y esto no tiene visos de acabarse.
Cuando se nos ocurrió el tema de este artículo, pensamos iniciarlo con algo así como «un fantasma recorre internet». Pero después nos dimos cuenta de que eso ya se había usado antes y, además, era inexacto. Porque la frase más ajustada a la realidad sería «un sonido recorre internet». Y, a poco que afinemos la oreja, ese sonido se transcribe así: «¡Zasca!». ¿Un todólogo de derechas arremete groseramente contra una institución pública? Pues el individuo afín sentenciará que Carlos Herrera le ha hecho «un ‘zasca’ » al Instituto Vasco de la Mujer. ¿Una actriz diplomada en Harvard suelta una oportuna agudeza en una entrega de premios? Pues las webs de cine y de cotilleos nos informarán sobre «El ‘zasca’ de Natalie Portman en los Globos de Oro». Y como esos ejemplos, miles: de Twitter a YouTube, de Facebook a los titulares de los diarios online, todo lo ocupa esa onomatopeya que suena a colleja. Y que se está cargando lo poco que quedaba del arte de la conversación en internet, también.
Ahora bien, ¿qué es eso de «un ‘zasca»? La RAE, que espera muerta pero soñando, no nos da la respuesta, pero otra institución similar se ha decidido a dar el paso. Hablamos de la siempre socorrida (en las redacciones, y en noches de cierre) Fundeu, quien define el neologismo como «réplica cortante, rápida y a menudo ofensiva en un debate o una conversación«. Lo que en algunos círculos castellanoparlantes se llamaba hasta ahora «un tapabocas» o «un corte», vamos. Aunque la entidad lexicográfica patrocinada por el BBVA nos permite generosamente usar el término, no profundiza en las implicaciones de su uso.
Pero tranquilos, porque aquí estamos nosotros para señalar que un ‘zasca’ no es sólo breve, vitriólico y más o menos ingenioso. También es una manifestación, o una ostentación, de superioridad. Es la toba con la que el matón del patio remata la humillación de su víctima tras robarle el almuerzo, y el hostión que esa misma víctima sueña con propinar a quienes abusan de ella. Con la autoridad que nos sale del orto, en CANINO aseguramos que el ‘zasca’ es esa afirmación categórica que, generalmente, pretende poner el punto final a una conversación o reducirla a un estado en el que no pueda prolongarse sin recurrir al insulto o al aspaviento. El ‘zasca’ es la muerte del debate.
Diálogos para besugos
¿Significa esto, acaso, que emitir un ‘zasca’ sea inaceptable? Ni por asomo: si algo no falta en la Red de redes son sujetos a los que uno se resiste a tildar de asnos, por respeto a los asnos. Gente que pide a gritos que le cierren la tráquea con cemento Portland, vaya, sobre todo cuando arremete contra individuos cuyo horizonte vital es distinto del de Ortega y Pacheco o Albert Rivera. Ponerle el punto en la boca a semejantes amenazas es siempre perentorio, y, si ha sido capaz de hacerlo, uno puede irse a revisar temporadas de Veep, ponerse un temita de las Akelarre a todo volumen o tomarse un colacao, sabiendo que ha contribuido a hacer del mundo un lugar menos horrible. El problema es lo otro.
Describir ese «lo otro» nos va a dar problemas. Así pues, recurramos a ejemplos prácticos. Pongamos, sin ir más lejos, que una tuitera perteneciente a una minoría étnica expresa sus reparos (razonados) a una cantante cuya música aclaman algunos como el no va más del flamenco, pero que a nosotros nos suena más a la copla de toda la vida. Una web musical decide, a su vez, replicar a los argumentos de la tuitera con un artículo extremadamente opinable. Y, entonces, el marasmo.


«Culo y cuatro témporas», ejemplo 1. Nótese el puntín de homofobia.
Como dicha controversia coincide con una crisis de órdago en la izquierda española, todo cristo se siente autorizado para intervenir en ella, bien mediante artículos de prensa (porque muchos de los implicados tienen púlpito en la misma) o bien, y sobre todo, en redes sociales. Unas redes sociales que mutan en campo de batalla donde neoestalinistas, posmodernos, comunitaristas y demás fauna se lanzan por igual en pos de la sentencia definitiva, esa que desautorice de un solo golpe a todos sus rivales y les haga quedar como Dios. Leyendo según qué timelines, descubrimos que el virtuoso del agitprop o la opinadora engagée no son tan distintos de Arturo Pérez-Reverte o esas tweetstars de extrema derecha que chillan y patalean si se las llama de tú.
¿Otro supuesto? Vamos allá: imaginemos a otra tuitera que se ha convertido en columnista afamada gracias, en buena medida, a su afición por repartir carnés, señalar con el dedo y recurrir por sistema a las salidas de tono. Añadamos que esa tuitera decide participar en un evento público conservando su anonimato, cosa de la que está en el perfecto derecho. ¿Con qué nos encontramos? Pues con una larga lista de personas de variada ideología y género que le tienen ganas a la tuitera de marras y se desfogan contra ella… también repartiendo carnés, señalándola con el dedo y recurriendo por sistema a las salidas de tono.


«Su mapamundi, gracias».
Una última hipótesis, va. Digamos que un cantante ya entrado en años, con reputación de huraño y bocachancla, postea una greguería sin mucho fuste acerca de un reality musical al que todos creían cadáver, pero que ha resucitado esta temporada llevando la inclusividad y el buen rollito por banderas. El resultado no es sólo la esperable lluvia de insultos por parte de fans ultrajados, sino también… ¡de una celebridad que participa en el mismo programa! Celebridad que, además, expresa su disenso con un lenguaje que chocaría incluso en ese patio de colegio del que hablábamos antes. Cualquiera diría que el susodicho es dramaturgo.
Ninguno de estos ejemplos es imaginario: ojalá lo fuera al menos sólo uno de ellos, porque así nos deprimiríamos menos. Pero, como podemos ver, el panorama deja a aquellos Diálogos para besugos que Armando Matías Guiu escribía en Mortadelo (esos que empezaban con «Buenos días – Buenas tardes») a la altura de los diálogos de Platón. Y eso si la cosa se da bien.
«¿A dónde vas?» «¡Patatas traigo!»
Los casos del apartado anterior sólo implican a gente que tiene, a priori, puntos en común, bien sea un ideario progresista, la causa del feminismo o el amor por la música. Esto se debe, básicamente, a dos cosas. La primera, que al izquierdismo y a los ambientes artísticos se les aplica en España aquello que Terry Pratchett escribió sobre los escoceses: que pasaron siglos sumidos en una guerra sin cuartel contra sus mortales enemigos, los escoceses. Basta con encerrar en el mismo cuarto a dos individuos de signo rojeras o que aspiren a un huequecito en nuestra raquítica industria cultural para que ambos se lancen a sacarse los ojos en cuestión de segundos, algo que convierte a dichos círculos en una mina de anécdotas chungas, sobre todo (y para variar) en redes sociales.
El segundo motivo, más serio, se debe a que visitar lugares donde se da una auténtica oposición de ideas conlleva unas ganas automáticas de dinamitar el planeta. Si quieren darse un verdadero chute de cainismo y bilis, échenle un vistazo a las cuentas de Twitter o Facebook de según qué agrupaciones políticas, según qué ayuntamientos o según qué asociaciones dedicadas, por ejemplo, a la defensa de los derechos los derechos LGBT, y hagan clic donde pone «tweets y respuestas». Aunque la mala educación y el deseo de humillar al adversario no conocen fronteras, para atraer las formas más bajunas del comportamiento parece bastar con una cosa: alejarse de los parámetros de aquello que el varón cisgénero, hetero y español (sobre todo eso, muy español) considera aceptables.
Por suerte, algunos community managers se las apañan para resolver la papeleta con elegancia. Pero son casos poco frecuentes, y suponemos que los pobres tampoco dan abasto con tanta andanada de estiércol.
Este último ejemplo, como verán, es de los más positivos: en él, el CM de la coalición que rige el ayuntamiento de Madrid emplea el sentido del humor, la corrección y la naturalidad desarmante como armas para dejar sin palabras a un maleducado. Así pues, y para dejarlo todo más claro, recurramos a otro caso práctico, procedente de un feroz opositor a esa misma coalición: a la respuesta de este golden boy del Partido Popular madrileño a la secretaria general de Podemos Andalucía sólo le falta un «y da gracias que no te saco Venezuela, rica» para ahondar aún más en su tono chulesco.

«Culo y cuatro témporas», ejemplo 2.
¿A dónde queremos llegar con todo este sindiós? ¿A que el lector o lectora se saque los ojos, muerto de asco? Más bien no, aunque más de una tendrá ya ganas. Queremos señalar que internet, con su potencial para convertirse en un ágora abierta a todos (los que se la puedan permitir), está convirtiéndose en un corral de gallitos o en un vestuario de gimnasio de instituto. Sólo que esos concursos para ver quién tiene la chorra más grande tienen aquí participantes que pueden ser muy talluditos, y no sólo del género masculino.
¿Quién gana con todo esto?
Consultándole el tema de este artículo a una colega, muy millennial y muy sabia ella, servidor obtuvo la siguiente respuesta: «El problema es que la gente no usa las redes sociales para discutir, sino para demostrar que tiene razón». Y donde ella dice «redes sociales» pueden poner ustedes «los artículos de prensa» o, si quieren tirarse ya a lo más bajo y lo más vil, «los comentarios de las webs» (ese inframundo). Si bien hablamos de un fenómeno global, la secular tendencia ibérica a ejercer de maestro Ciruela convierte la Red en castellano (o en español, en general) en un desierto que huele a desaires, a sobradas y a pies sin lavar.
Lo más triste, de todos modos, es reflexionar sobre quiénes se benefician con esta debacle. Porque la respuesta es «los medios». O, mejor dicho, a los propietarios de los medios, porque a los curritos del periodismo maldita la gracia que les hace esta fiebre por la sobrada intempestiva. Dado que el formato digital da prioridad (comercial) al contenido breve, llamativo y orientado al mínimo común denominador, pues ahí que van las cabeceras, grandes y pequeñas, en busca de piezas rápidas de producir y capaces de obtener la mayor cantidad de reacciones en la menor cantidad de tiempo. De este modo se camelan con cifras a los anunciantes y esquivan (o eso esperan) el chantaje de según qué empresas tecnológicas y sus algoritmos mafiosos. Hablamos de eso que ha dado en llamarse «clickbait», y que tantas alegrías nos da a los que trabajamos en esto.
Los articulistas menos escrupulosos y los todólogos de todo a cien también pueden manejarse con soltura en el actual estado de cosas: qué les importa a ellos sacrificar su integridad en el altar de santa Página Vista, si nunca han andado sobrados de ella y la notoriedad les da gustirrín. Pero lo que realmente preocupa es lo rápido que estas pestes han contagiado a los usuarios de a pie, los que podríamos pasar menos tiempo peleándonos o soltando barbaridades y más dialogando, compartiendo información interesante o útil y trabajando para encontrar puntos en común.
A lo mejor un rayo súbito de cordura nos saca de esta podre en un futuro, pero por aquí no creemos mucho en estas cosas. Así pues, preferimos recordar una máxima muy de abuelo, pero que también viene de perlas para los años del big data: «Dos no discuten si uno no quiere».
Muy buen artículo… y doy gracias por no tener Facebook ni Twitter ni nada semejante, espero que no sea la norma, pero a veces me da miedo, si, miedo, en cómo se está transformando la sociedad, cada vez más egoista, retrógrada y sobre todo insensible, antes pensaba que internet y las redes sservirían para unir a la gente, para aumentar la empatía, aunque claro, somos humanos, capaz de lo mejor y lo peor.
Un saludo.
Si algo ha demostrado internete es que las opiniones son mas variables que nada y que a cambio de un bonico cheque la gente «hace esas listas de mierda que antes criticaba en los foros». Quiero decir, que sí, que el zasca nos parece AHORA muy MEH. Pero que igual Buzzed nos paga el doble para hacer un artículo que diga lo contrario y también nos lo cascamos porqué las opiniones molan, pero mola mas comer en caliente.
Y eso es internete.
O algo.
Estupendo artículo. Espero que en algún momento recordemos que las «discusiones» y las opiniones encontradas sirven para abrirse, crecer y conocer más al otro y a nosotros mismos. Yo por mi parte intentaré tener el ojo abierto para poner en práctica una manera más sana y respetuosa de relacionarme con los demás.
saludos,