Tras el gran éxito alcanzado por el manga homónimo de Paru Itagaki a nivel internacional, esta historia en clave de animales antropomórficos ha tenido su propia adaptación televisiva de la mano Netflix. Una repercusión que demuestra el asentamiento de los contenidos furros entre la sociedad y que nos presenta una trama llena de metáforas sociales sobre el comportamiento humano.
Son muchas las obras literarias y audiovisuales que, a lo largo de la historia, han puesto su mirada en la sociedad a través de las acciones de personajes con forma animal. Desde el famoso insecto de La metamorfosis (1915) a los conejos de La colina de Watership (1972), pasando por Memorias de una vaca (1991) o las famosas fábulas de Samaniego como algunos de los referentes más famosos. Los clásicos Disney son otro claro ejemplo donde encontramos animales protagonistas de sus propias historias, como Bambi (1942) o El rey León (1994). De hecho, es en la animación –en todas sus variantes y estilos- donde este género ha ido evolucionando y consolidándose, gracias también a la creación de series para adultos que han optado por este formato, como Aggretsuko (2018-) o la aclamada BoJack Horseman (2014-2020), ambas con ácidas críticas sociales en sus planteamientos. Por lo que no se puede negar que lo furro está de moda -por supuesto, sin olvidarnos de la problemática y reciente adaptación de Cats (2019)– y cuenta con un fandom asentado y en constante crecimiento.
La última en sumarse a la ola antropomórfica es Beastars (2019-), la nueva propuesta de Netflix que llegaba este pasado mes de marzo a la plataforma, y que nos planeta un mundo en el que todo tipo de razas animales viven en aparente armonía unos con otros, intentando pulir las complicadas diferencias que existen entre los herbívoros y los carnívoros. Una historia basada en el manga homónimo de Paru Itagaki que empezó a publicarse en la Shukan Shōnen Champion en 2016 y que todavía continúa en edición. Shinichi Matsumi y el estudio Orange han sido los encargadas de trasladar la historia al formato animado, a través de una propuesta arriesgada con uso de CGI pero que, en este caso, ofrece un resultado visual realmente interesante.
El equilibrio del sistema de clases
La historia de Beastars tiene lugar en la Academia Cherryton, una especie de instituto donde jóvenes de distintas razas se forman para el futuro en una tensa convivencia que empieza a resquebrajarse tras el asesinato de Tem, un alumno herbívoro del club de teatro. El consumo de carne está prohibido en esa sociedad y todos ellos siguen una dieta vegetariana donde los carnívoros tienen que conformarse con hamburguesas de tofu o sándwiches de huevo que, por cierto, pone una gallina también alumna de la academia. Por lo que todos los habitantes de este reino animal –excepto los peces, que no aparecen por ningún lado, y los insectos ,que no han evolucionado– siguen este pacto social para garantizar la paz.

Como el dinero y las posesiones no parecen tener importancia en esta forma de vida, la posición de poder se establece mediante el lugar que se ocupa en la cadena alimenticia. Se crea una división en clases en la que los carnívoros, más grandes, fuertes y violentos, ejercen una cierta autoridad frente a los herbívoros, más dóciles y débiles. Una sociedad clasista en la que ambos bandos cuentan con tópicos muy marcados y los prejuicios están muy enraizados. Los herbívoros viven con el miedo constante a ser comidos por sus compañeros y no pueden evitar mirar a todos y cada uno de ellos con recelo, mientras que los carnívoros tienen que luchar contra sus propios instintos primarios y convivir con el prejuicio y rechazo constante de la otra mitad de la población. Un planteamiento que se parece muchísimo al de película de Disney Zootrópolis (2016) –el manga y la película se estrenaron el mismo año- y que en la que encontramos dinámicas muy similares.
Pero hay excepciones a estas reglas sociales establecidas, como ejemplifican algunos de los protagonistas de la historia. Por un lado, tenemos a un lobo gris llamado Legoshi con tendencia a la depresión y que intenta evitar a toda costa ejercer su rol asignado de carnívoro manteniendo sus instintos y su carácter ocultos. En contraposición a él está Louis, un ciervo rojo que ha aprendido a comportarse como un alfa y que lucha encarecidamente contra sus propias limitaciones biológicas. Legoshi y Louis han intercambiado los roles, no siendo casualidad que ambos formen parte del club de teatro de la academia, como metáfora de que sobre el escenario cualquiera puede falsear ante los demás quién quiere ser.

El problema es que este frágil y aparente equilibrio social se sostiene en una mentira y las cosas son más turbias de lo que podría parecer en un primer momento. Existe un mercado negro en la ciudad en el que los carnívoros pueden acudir a saciar sus instintos cárnicos y que, aunque se diga que los productos provienen de hospitales y morgues, los secuestros y criaderos de herbívoros parecen ser algo común. Un hecho que todos conocen y que deciden obviar, ya que es la única forma de poder mantener el equilibrio y calmar los instintos naturales de los carnívoros para que puedan relacionarse sin problema con los herbívoros. Los habitantes viven en una mentira constante en el que el propio alcalde de la ciudad –cómo no, un león-, ha tenido que operarse la cara y suavizar sus rasgos para verse más amigable a ojos de los herbívoros y ser elegido.
“Y así el león se enamoró de la oveja”

En una historia de clases sociales enfrentadas no podía faltar la típica trama de amor prohibido. Sus artífices son Legoshi –el lobo gris emo- y Haru, una coneja enana blanca que ha aprendido a ser fuerte a su manera. Durante toda su vida ha vivido con el miedo constante a ser devorada y siendo plenamente consciente de su propia debilidad, donde su relación con los demás siempre se ha basado en que la traten con compasión y cierto paternalismo. Pero al crecer descubre que puede usar su cuerpo y su sexualidad como forma de empoderamiento, ya que parece ser la única forma de que alguien se relacione con ella sin fijarse en sus debilidades y tratándola como una hembra normal. Por lo que se ha ganado cierta reputación en la academia y sufre bullying por parte de otras herbívoras, convirtiéndose en una marginada y estando casi siempre sola.

El problema en esta relación es que ambos, tanto Legoshi como Haru, se sienten atraídos y rechazados al mismo tiempo el uno por el otrom debido a sus instintos más primarios. El lobo sufre el clásico dilema vampírico de no saber si está enamorado o es que se la quiere zampar y tiene que controlarse para no dejarse llevar. Es imposible que no nos recuerde a Crepúsculo y a la dinámica entre los dos personajes protagonistas. Por el otro lado, Haru se encuentra con el dilema de estar delante de una persona que parece quererla tal y como es, pero no puede evitar tener el impulso de intentar huir cada vez que está cerca de él.
Aunque la historia da entender que este tipo de relaciones entre ambas clases no están prohibidas, sí que deben de ser bastante inusuales y todos los personajes lo juzgan con desprecio en varios momentos. Pero si ellos, a pesar de todas las dificultades por las que pasan – tanto sociales como biológicas-, empiezan a entenderse y a cambiar sus instintos y prejuicios más arraigados, ¿podría esto simbolizar que la sociedad puede realmente cambiar? Una idea de amor redentor clásico que podría poner el punto final a la mentira y al odio antagónico entre las razas, al más puro estilo Montescos y Capuletos, para poder vivir en una armonía y equilibrio social verdaderos.
Algunas de sus problemáticas

Ahora bien, la serie plantea también una serie de problemáticas bastante importantes y que no viene mal tener en cuenta. Por ejemplo, por enésima vez vemos en la ficción a una hembra representada como la presa y a un macho como el cazador, con todos los conflictos de posesión que eso lleva aparejados. De hecho, esta historia también podría tener una lectura de género muy interesante si vemos los paralelismos entre la representación de hombres como carnívoros y mujeres como herbívoros. Se establecería una dinámica de poder patriarcal en la que ellos no podrían contener sus propios instintos, sexuales en este caso, y ellas estarían condenadas a ser las eternas presas y a vivir con miedo constante a ser atacadas. Con un mercado negro de carne que simbolizaría la prostitución y que garantizaría la convivencia de ambos géneros al poder los instintos cárnicos ser saciados. Una metáfora bastante turbia pero quizás no demasiado desencaminada.

Otra sus problemáticas principales es que los personajes siguen estereotipos bastante básicos y pronunciados. Las hembras de la serie, en general, tienen conductas bastante negativas entre ellas y cuando se relacionan –porque hay muchos personajes femeninos que no tienen ni voz-, no suele ser para nada bueno. Esto se puede apreciar en la competitividad entre mujeres por ganarse el favor de un hombre y que vemos en varios casos distintos con Juno –una loba gris– y Haru, además de con las dinámicas de acoso contra Haru del trío de conejas. No vemos entre estos personajes femeninos ninguna relación importante de amistad o camaradería, como sí podemos ver en los masculinos. Además, existen otros tópicos tan básicos en la serie relacionados con otros colectivos, como que el personaje que por su forma su forma de hablar y expresión corporal se de a entender que es homosexual, casualmente esté representado como un pavo real.
Con todos sus problemas intrínsecos, Beastars es una propuesta bastante interesante a nivel visual y social a la que seguirle la pista. El estreno de su segunda temporada en Netflix está previsto para algún momento del 2021 y mientras, podemos seguir leyendo el manga si queremos acudir directamente a la fuente original. Nunca es tarde para engancharse al furrismo y disfrutar de contenidos tan originales en sus planteamientos.