Yang Chao ha presentado en Berlín su última cinta, una visión de la historia de China llena de lirismo pero que por tópico que suene, ha divido a los asistentes al festival: o gusta, o provoca el rechazo más absoluto.
No es nuevo: todo festival de cine que se precie tiene en su haber una película china, todos esperan con dar con el próximo Zhang Yimou. En los últimos años, Yang Chao parece haberse convertido en uno de los favoritos de las alfombras rojas europeas. El cineasta se hizo con un premio en Cannes en 2001 gracias al corto Dai Bi (2001) que rodó para su graduación. El festival francés también fue el lugar elegido para estrenar su debut en largo (Lu Cheng, 2004) y Crosscurrent ha sido posible gracias al apoyo del festival galo, que ha financiado parte de la película.
Siete años han pasado entre Yulai Little Hero y Crosscurrent, y es fácil adivinar que esta última es una película muy personal. Durante la rueda de prensa Yang Chao explicó que la idea le vino en 2005, por su obsesión con los ríos, y le llevó tres años escribir un guión en el que también quiso plasmar sus experiencias sentimentales. Y a priori, Crosscurrent parece una sencilla historia de amor en la que vemos al capitán de un carguero buscando impaciente al amor de su vida en cada puerto. Esa es la lectura más obvia, pero la película funciona a más niveles: el protagonista encuentra en el barco un diario de viaje en forma de poemario en el que cada poesía se corresponde con un puerto. En el viaje le acompaña también un pez negro que representa el espíritu de su padre recién fallecido: hasta que el pez no muera por causas naturales, la tradición dice que quien llora una muerte no podrá abandonar el duelo.
Ése es el punto de partida para una cinta cuyo principal valor es el estético: durante dos horas, el espectador sigue el curso del río atravesando megalópolis distópicas, pueblos engullidos por cauce del Yangtsé, remotos templos budistas y canales que sirven también para realzar el contraste entre esa China rural y milenaria anclada en el pasado y esa otra que daría mil vueltas a Blade Runner.
Pero Yang Chao no quiere decir al espectador qué lectura debe hacer o qué interpretar, sino que se limita a mostrar imágenes y situaciones, y sólo al final, y de forma un peculiar, opta por explicar las claves de la historia. Para entonces, el problema es que ya hay quien ha tirado la toalla y ha abandonado la butaca (pese a que las entradas para ver las películas en competición no son baratas: 15 euros), pero el error tal vez es entrar a la sala queriendo encontrar una línea argumental explicada al detalle, con diálogos trepidantes y acción a espuertas. Yang Chao exige al espectador un esfuerzo, el mismo que pidió a los actores durante el rodaje: olvidarse de iPads, teléfonos e internet y dejarse arrastrar por la corriente del río hacia lo desconocido, sumergirse en un ejercicio estético y contemplativo, ver la vida pasar. Si uno participa en el juego, la cinta no decepciona, y al final se encontrará con una sutil reflexión sobre la historia de China.
Crosscurrents tiene todos los elementos que necesita una cinta para ganar un festival europeo: opiniones encontradas, “exotismo”, ruptura y una concepción del cine como ejercicio de estilo muy del gusto de los jurados de estos eventos. Pero con la crisis de los refugiados y el fascismo llamando a las puertas de Europa, este año todo apunta a un palmarés comprometido.