Con todo preparado para afrontar su sexta y última temporada, el spin-off de Breaking Bad (2008-2013) ha conseguido algo más que irradiar luz propia a la sombra de una de las series más queridas y respetadas de la historia del medio. Ya hay quien la considera superior a su predecesora. Estudiamos algunas de las claves de su éxito y como de común resulta en el panorama televisivo.
Cuando se anuncia un producto derivado de otro de gran éxito que, además, ha sido abrazado por la crítica, suele verse como un desesperado intento de sacar el máximo crédito a una bancarrota creativa. Un intento que, encima, no suele salir bien. Una de las sitcoms más míticas de todos los tiempos, Friends (1994-2004), puso toda la carne en el asador para promocionar su esperado spin-off… que duró dos temporadas antes de caer en el absoluto olvido, Joey (2004-2006). A pesar de que hay honorables menciones excepcionales que confirman la regla –Frasier (1993-2004), la española Aída (2005-2014)… e incluso la serie de prime-time más larga de la historia de la televisión estadounidense, Los Simpson (1989-), técnicamente un spin-off del programa de sketches El show de Tracey Ullman (1987-1990)–, lo cierto es que este es un sambenito con el que siempre tienen que cargar este tipo de producciones en sus inicios.
Better call Saul (2015-) es, además de un spin-off de uno de sus personajes secundarios, Saul Goodman, una secuela de los acontecimientos narrados en Breaking Bad. Durante los dos años que el proyecto estuvo en desarrollo antes de su estreno, se pasó por una primera fase en la que sus creadores Vince Gilligan y Peter Gould querían alejarse lo máximo posible de la serie madre, para hacer algo que derivase en un espectáculo completamente diferente al anterior. Enfocado como un spin-off procedimental, Saul recibiría en cada capítulo a un cliente episódico diferente que le presentaría un conflicto que resolver en juicio mediante chanchullos. Lo atractivo de situarse en las antípodas de lo esperado resulta obvio a poco que lo pensemos, pero pronto Gilligan y Gould se encontraron con el conflicto de que quizás no era el tipo de serie que sabían escribir de verdad y, desde luego, no lo que nadie esperaría de un nuevo producto en el universo de Breaking bad.

5-10 minutos en blanco y negro situada tras los acontecimientos de Breaking Bad. Tras ella,
nos vamos directos al pasado para conocer los orígenes de Jimmy/Saul.
De este modo, Better Call Saul se acabaría convirtiendo en una precuela directa con –más o menos– el mismo tono de la serie original, una precuela que nos llevaría casi una década atrás en la cronología antes del inicio de los acontecimientos de Breaking Bad. Antes incluso de que el abogado y trilero de Saul Goodman que todos conocemos existiera, ya que por aquella época era un hombre muy diferente que respondía al nombre de Jimmy McGill. Pero ahí no quedó la cosa, claro. Una vez Gilligan y Gould se habían aclarado exactamente con el tipo de serie que iban a hacer, lo cierto es que el producto no dejó de estar vivo en todo momento y de seguir evolucionando durante su producción. Y es que se podría decir que hasta el final de la primera temporada, realmente no tenían del todo claro. La primera temporada es quizás la más sólida y la que más funciona con entidad propia de toda la serie, pero no por ello la mejor. Esto en realidad obedece más a que, en el conjunto de lo que finalmente es de verdad Better Call Saul, la primera temporada en sí es en cierto sentido un piloto.
El descubrimiento de la propia historia a través de su creación: de cómo Jimmy McGill se comió a Saul Goodman
La primera temporada de Breaking Bad es, con diferencia, la más corta de las cinco que la conforman. Con solamente siete capítulos, se podría decir que Walter White (Bryan Cranston) comienza su descenso a la locura a través de una serie de acciones cada vez más y más recriminables relativamente pronto y, dependiendo de nuestro estómago, en un punto intermedio entre el segundo y el sexto capítulo. Breaking Bad, a fin de cuentas, era una serie que empezaba de cero y que tenía que presentar sus personajes y su tesis con la esperanza de enganchar a la audiencia lo antes posible. En Better Call Saul en un principio se decide optar por una estructura casi idéntica: caída y decadencia de un personaje masculino principal por sus propios vicios, en este caso pasar del timador pero en última instancia noble Jimmy McGill al abogado de criminales y narcotraficantes sin escrúpulos que es Saul Goodman.

Sin embargo, y aquí surge el problema, Jimmy McGill y todo su entorno se fueron revelando como mucho más ricos e interesantes que todo lo que pudiese servir para preparar el terreno para el Breaking Bad que ya conocemos. Aunque la primera temporada de Better Call Saul ya parecía indicar una deriva inmediata hacia el mundo criminal por parte de Jimmy, en la segunda temporada vemos cómo la serie da marcha atrás al darse cuenta de que no quiere dejar pasar por alto el drama de abogados que había ido plantando durante lo que iba a ser no más que un preámbulo. Por así decirlo, la primera temporada podría servir de forma autoconclusiva como precuela de Breaking Bad, pues nos dejaba al personaje en una posición bastante similar a cómo nos lo encontrábamos la primera vez en la serie primigenia. Sin embargo, se toma la arriesgada decisión de dilatar mucho más este proceso.
Es una decisión compleja ya que puede alienar a los seguidores, no solamente por la sensación de impotencia de ver cómo el desarrollo da un vuelco hacia atrás, sino porque aleja a nuestro personaje protagonista del entorno mafioso y narcotraficante con el que se relaciona popularmente a la serie de Heisenberg. La solución por la que optan es interesante y, desde luego, funcional, incluso teniendo en cuenta que a veces puede llegar a arrastra un poco el producto final. A partir de la segunda temporada y más o menos hasta mediados de la quinta, Better Call Saul se divide en dos series completamente distintas, separadas en personajes y escenarios, que no suelen coincidir entre ellas salvo casos excepcionales que se dan más o menos una vez por año. La primera serie es la serie que Gilligan y Gould descubrieron que querían hacer –la protagonizada por Bob Odenkirk, el drama de un abogado venido a menos que intenta con uñas y dientes ser reconocido y elegir el camino honrado a pesar de todos sus instintos– y la segunda es la serie que Gilligan y Gould pensaban que tenían que hacer y la que saben que el fan quiere – la precuela pura de Breaking Bad, la protagonizada por el personaje Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks) y estrechamente relacionada con el mundo de tráfico de drogas, el clan de los Salamanca y los trapicheos en Los Pollos Hermanos-.

asimilar todo el fanservice propio de un spin-off: aquí lo vemos de cháchara con Héctor
Salamanca, unos años antes de que le diera a la campanita.
Dos series paralelas con un mismo destino
Improvisar cosas sobre la marcha es, a pesar de la mala fama que pueda tener por algún motivo, uno de los recursos más antiguos y mejor integrados en la historia de los seriales televisivos. No sirve de nada obsesionarse por una idea inicial si todo el proceso creativo acaba empujándote en otra dirección diferente, y no hacer caso a estas señales acaba mostrando más cabezonería que una idea firme y cerrada de lo que debe ser el producto. Lo cierto es que cualquier serie acaba siendo aquella en la que acaba evolucionando, y esta deriva hacia la dilatación temporal de Better Call Saul la llevó a un cambio de tono respecto a Breaking Bad muy diferente en realidad al originalmente planeado. Aunque manteniendo una mayor dosis de humor, lo cierto es que la historia de Jimmy McGill casi se podría considerar un intimista estudio de personaje cociéndose a fuego lento frente al blockbuster frenético e incesante que presentaba el relato de Walter White.
Pero, en realidad, es algo más complejo que eso. Como ya hemos dicho antes, Better Call Saul durante sus temporadas centrales se bifurcó en dos series paralelas, cada una con su propia cabeza y entidad. Un poco de cada elemento para cada tipo de espectador. El resultado es la oscilación continua entre el fanservice más descarado y barato posible y algunas de las secuencias más de nicho que podamos haber visto en años en una televisión en abierto… quizás desde Twin Peaks: El regreso (2017). Better Call Saul, de alguna forma, ha sabido aprovechar su condición de producto derivado de una serie de culto para permitirse más de un ejercicio formal y más de un ritmo pausado continuado que jamás podríamos haber visto en Breaking Bad. Son las eternas ventajas del hermano menor.

Better Call Saul ha resultado ser en ocasiones mucho más arriesgada, atrevida y experimental que Breaking Bad, precisamente porque también de vez en cuando ha rozado su condición de tomadura de pelo. La cuarta temporada centra toda la trama de Mike en la construcción meticulosa del famoso laboratorio que luego usará Walter… para finalmente decidir que no van a terminar de construirlo todavía. Todo esto resultaría tremendamente frustrante si no fuera porque, además, consigue ser una de las mejores tramas de la serie. Cuando el año pasado Netflix estrenó la película El Camino (2019) sobre el desenlace de otro gran personaje del universo, Jesse Pinkman (Aaron Paul), sí nos encontrábamos con una sucesión de escenas –algunas más logradas de otras– que nos querían hacer recordar los buenos momentos vividos con Breaking Bad. Esta no siempre ha sido la única intención en Better Call Saul.
Cualquier atisbo de duda que pudieran darnos los bandazos anteriores –que nos han obsequiado a cambio con algunos capítulos y tramas excelentes-, han quedado reducidos al llegar a su quinta temporada, la última emitida hasta el momento y quizás la más sólida y la menos deconstruida desde la primera. Tras tres años en los que Jimmy y Mike habitaban en universos separados, la última temporada por fin los ha llevado a una colisión absoluta y definitiva que por fin revela la narrativa completa a lo largo del serial. El hecho de que haya sido prácticamente improvisada sobre la marcha y que no coincida exactamente con lo que sus creadores pensaban de ella en un principio es lo de menos, porque lo cierto es que Better Call Saul, para lo bueno y para lo malo, nunca se ha conformado por completo con ser el producto que todos esperaban de ella.
Kim Wexler, la bomba atómica secreta de Better call Saul

a los abismos de la amoralidad estamos viendo a la vez.
No podemos terminar este repaso por los triunfos de la serie sin centrarnos en uno que se ha hecho cada vez más evidente con el paso del tiempo: el auténtico hallazgo que supone el personaje de Kim Wexler, interpretado por Rhea Seehorn e injustamente menospreciado año tras año cada vez que llega la temporada de premios. Kim es un personaje hipnótico, tridimensional, y sobre todo… opaco. Es una persona obsesionada con que no se le haga de menos, que constantemente quiere demostrar no estar equivocada, y progresivamente dispuesta a todo. Ante las misóginas quejas recibidas continuamente contra el personaje de Skyler White –una clara antagonista en el sentido de que nuestro protagonista era el villano-, Kim parece la respuesta a »¿Y si Skyler hubiese acabado apoyando por completo los tejemanejes de Walter?’‘. La respuesta es verdaderamente terrorífica y lo mejor es que en ningún momento hace romper ni en un ápice la credibilidad del personaje.
Kim Wexler es, de alguna forma, la evolución definitiva de un tipo de personaje ya deconstruido por el propio tipo de serie que encarnan Breaking Bad y Better Call Saul. Se trata de la mujer sufridora del tipo duro, aquel que tiene el verdadero desarrollo y que consigue una legión de seguidores que se pongan su cara de avatar en redes sociales. Sin embargo, la particularidad de Kim es que acaba fagocitando la serie a su alrededor, el interés principal se le escapa lentamente de las manos a todos los demás –sin desmerecerlos en ningún caso– en favor de ella. Es una evolución del tropo bastante agradable de ver, y una que seguramente haya sido intencionada teniendo en cuenta el precedente establecido por Skyler.

Si algo tenemos que agradecerle principalmente a la quinta temporada de Better Call Saul es haber sido capaz de asentar durante sus diez capítulos definitivamente todas las piezas del mosaico que conformaban la serie que quisieron ser, la serie que son y la serie que esperan conseguir ser. Era fácil suponer, llegado a un cierto punto, que la relación entre Saul y Kim acabaría en mal puerto por culpa de las poco acertadas decisiones y la falta de ética progresiva del primero, pero es la decadencia moral que estamos presenciando por parte de Kim la que nos hace temer que realmente no hayamos sabido ver en ningún momento quién era en última instancia el monstruo en la ecuación.
Habrá que ver cómo salen de bien o mal parados de este último truco de magia en los trece episodios que conformarán la sexta y última temporada –y que con suerte se estrenarán cuando… bueno, en algún momento del extraño y difuso futuro que tenemos delante se estrenarán -, y realmente de esa resolución podremos sacar la conclusión definitiva de si Better Call Saul se ha acabado convirtiendo por méritos propios en un producto que apreciar y disfrutar sin necesidad de estar a la sombra de Breaking Bad. Todo parece indicar que sí o, que al menos, han sabido encontrar una voz propia que los diferencia sin en ningún momento renegar de todo lo heredado de la anterior. En cualquier caso, el camino habrá merecido sin duda la pena.