A finales del siglo XX, Pantera Negra era un superhéroe con pedigrí y con alguna etapa de culto, pero al que nadie se había tomado en serio desde los años setenta. Al icono del afrofuturismo se le estaba escapando el futuro. Justo entonces, todo cambió.
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Puedes leer la primera parte de este artículo, sobre los orígenes de Pantera Negra, AQUÍ.
El siguiente gran capítulo en la historia de Pantera Negra no llegaría hasta finales del siglo XX, con el tercer volumen de Black Panther (1998), la primera serie abierta del personaje en más de veinte años. Marvel venía de una bancarrota y tal vez eso propiciara un ambiente donde, al igual que a inicios de los setenta, se tolerase la experimentación.
Para probar cosas nuevas, apareció un sello dentro de la editorial que, bajo el título Marvel Knights, lanzaría colecciones protagonizadas por personajes de segunda fila, a los que se podía aplicar un tratamiento renovador que les diera un carácter más adulto y moderno. Uno de los personajes seleccionados fue Pantera Negra que a esas alturas se había diluido completamente.
El encargado de relanzarlo sería el guionista Christopher Priest. Con su nombre original de James Owsley, Priest había sido uno de los primeros editores y guionistas afroamericanos de Marvel, llegando a ser responsable de la producción de los títulos de Spiderman cuando estos suponían el grueso de las ventas de la editorial. En 1993 había sido uno de los artífices del sello Milestone, dedicado precisamente a autores y personajes negros. Pero lo que de verdad había llamado la atención de los rectores de Marvel era su trabajo en Quantum and Woody (1997), una serie de superhéroes con tono cómico y una narración no lineal al estilo de Pulp Fiction.
A Priest no le entusiasmó precisamente el encargo de Black Panther. Por un lado, percibía al personaje como un valor a la baja, anodino y sin atractivo para el público. Por otro, para un guionista que había iniciado su carrera con una miniserie del Halcón y que luego había escrito Power Man y Puño de Hierro, donde había tenido que soportar que un redactor de Marvel le dijera que escribía “los peores diálogos de negros que he leído jamás” porque evitaba reproducir la jerga callejera estereotipada con la que hasta ese momento se había caracterizado a Luke Cage, el riesgo de quedar encasillado como guionista de personajes negros era obvio. Y personajes negros en el sector de los superhéroes es otra forma de decir personajes secundarios o incluso irrelevantes.
All eyez on me
No obstante, Priest superó sus reservas y aceptó el encargo, iniciando la que, sin lugar a dudas, se debe considerar hoy en día la serie clásica de Pantera Negra, en la que no solo introduciría numerosos conceptos clave para el desarrollo del personaje durante el siglo XXI, sino que dio las claves de cómo tratarlo a partir de ese momento hasta hoy.
Iría incluso más allá: el Black Panther de Priest -especialmente sus primeros episodios, dibujados por Joe Quesada y Mark Texeira en un estilo pictórico seudofotográfico- anticipa exactamente el tipo de tratamiento que haría funcionar las películas de Marvel Studios diez años más tarde: en un entorno realista y plausible aparecen personajes extraordinarios que tienen reacciones humanas a aventuras y sucesos extremadamente dramáticos, todo ello salpicado con un humor moderno, actual, al cabo de la calle.
Priest fue respetuoso con la herencia recibida, principalmente de Jack Kirby y de Don McGregor, pero añadió algunos elementos que redondeaban el mundo de Wakanda. Suyo es el traje de vibranium, cargado de gadgets y tecnología ofensiva y defensiva. Hasta ese momento, aunque parezca mentira, Pantera Negra había vestido básicamente un trapo negro que se desgarraba en cada batalla. Suya es la invención de las Dora Milaje, las “adoradas” esposas ceremoniales de T’Challa, que ejercen de esculturales guardaespaldas. Suyos son los Hatut Zeraze, la policía secreta de Wakanda comandada por el propio hermanastro blanco de T’Challa, Hunter, con quien mantiene una conflictiva relación. Suyo es Everett K. Ross, el “Emperador de los Chicos Blancos Inútiles”, un enlace diplomático que recibe el encargo de recoger a T’Challa y su séquito en el aeropuerto para hacerles de anfitrión durante su (supuestamente breve) estancia en Nueva York y que será el narrador de la historia.
Ross es la primera invención genial de Priest. Sabedor de que Pantera Negra es un personaje que simboliza la negritud más exuberante, pero que hay que vendérselo a un público blanco, Priest nos permite ver a Pantera desde sus blanquísimos y urbanos ojos. Esto no solo permite un punto de entrada al lector blanco, sino que, por contraste, inmediatamente magnifica a T’Challa.
El personaje familiar e inofensivo al que estábamos acostumbrados de pronto se convierte, desde la perspectiva del alelado diplomático norteamericano, en un dios de ébano mitad supermacho africano y mitad gangsta rapper. La primera doble página del número 1 (uno de los clásicos más indiscutibles de la Marvel de los 25 últimos años), donde un T’Challa rapado, con gafas de sol y traje negro posa delante de un cochazo, escoltado por sus totémicas Dora Milaje, soluciona de un plumazo la transición entre la selva africana y la selva urbana, entre la Pantera Negra y Notorious B.I.G. Ya no es solo Pantera Negra, ahora también es “el Cliente”.
Priest tenía que remitificar a Pantera Negra, y aborda esa cuestión de frente cuanto antes. Así, un pandillero latino expresa los prejuicios del lector al decir que Pantera es “el que lleva las maletas a los Vengadores”, justo antes de que T’Challa proceda a demostrar quién es realmente ahora. Es un proceso que culmina en la respuesta a la gran pregunta: ¿por qué el rey de Wakanda había abandonado su país para vivir aventuras con una banda de superhéroes americanos? Priest encuentra la solución que no solo sirve de justificación razonable, sino que proyecta a T’Challa a otra dimensión: se unió a ellos para espiarlos.
De un plumazo, Pantera Negra se resitúa no como ese acróbata insignificante que cubría la cuota de la diversidad (o del exotismo) entre los Héroes Más Poderosos del Mundo, sino como un genio estratégico y maquinador que juega a un juego que los demás ni siquiera conocen. Como dice Priest, ya desde su primera historia en Los Cuatro Fantásticos nº 52, “el superpoder de la Pantera de Stan y Jack no eran sus puños ni su agilidad, sino su intelecto”. Añadamos a eso una fortuna inmensa -por primera vez se nota que T’Challa es el superhéroe más rico del Universo Marvel-, y de pronto nos encontramos con un personaje que ya no es un superhéroe, sino algo más. Un superser. Un rey en un sentido arquetípico, pluscuampolítico.
T’Challa siempre va dos pasos por delante de todo el mundo y tiene todas las contingencias previstas. Una de las bromas recurrentes de la serie será el expediente donde guarda los planes para contrarrestar la posible amenaza de Galactus, una criatura cósmica que en Marvel representa simbólicamente el poder más destructivo del universo.
La apoteosis de este Pantera Negra superior se da en la saga Enemy of State II (nos. 41-45, 2002, con el equipo artístico de Sal Velluto y Bob Almond, que son quienes se hacen cargo del grueso de esta colección). En ella, Pantera Negra se enzarza en una guerra estratégica, económica, política y superheroica contra Iron Man, que funciona como la versión blanca y privilegiada de T’Challa, en su doble dimensión de superhéroe pero, a la vez, de genio inventor y multimillonario.
Priest lleva al delirio la batalla geopolítica, incluyendo la anexión de Canadá por parte de Wakanda, pero lo significativo es que Tony Stark nunca acaba de entender el comportamiento de su ex-compañero de los Vengadores. “Somos amigos”, le dice. Pero T’Challa le responde que nunca fueron amigos, y que Stark siempre le trató con condescendencia.
Por su boca está hablando el Priest guionista, cuyo talento se ve relegado a colecciones de personajes negros mientras autores muy inferiores acaparan los títulos más famosos. Por su boca hablan miles de voces negras hartas de tener que conformarse con un progreso que se acaban cuando dejan de parecer inofensivas, miles de voces hartas de ser tuteladas.
En uno de los giros más sorprendentes de una serie que nunca deja de sorprender, Priest recupera incluso al Pantera Negra de Kirby. Un Pantera Negra que irrumpe cargado de alegría y bufonadas en medio de la gravedad sofisticada del Pantera Negra contemporáneo. Sal Velluto, un dibujante de la escuela romántica a lo Neal Adams, dibuja a este Pantera (y los otros personajes de esa etapa que se recuperan) con el estilo grueso y centelleante del Kirby de los setenta.
Se trata de algo más que una curiosidad: a través de este extemporáneo alter ego, Priest introduce la crisis final de su T’Challa, que finalmente lo doblega y humaniza, tendiendo la mano al T’Challa de La furia de la Pantera de McGregor. De nuevo la furia y su necesario control es el gran tema del personaje. El propio Ross lo describe ya en el número 2, hablando de T’Challa: “Desde la infancia, le han enseñado a mantener sometidas sus emociones, y las ha llegado a dominar tanto que podrías confundir su moderación con indiferencia. La disciplina sirve para estar siempre un paso por delante de los demás. Que le pillaran por sorpresa era una indignidad que el cliente no se podía permitir”. Ese difícil equilibrio entre el hombre y el rey volverá al primer plano en la más reciente encarnación del personaje, como veremos.
A pesar de los esfuerzos de Priest, Black Panther volumen 3 siempre arrastró unas ventas limitadas. En un último intento por salvar la cabecera, la colección dio un giro radical en su número 50, sustituyendo a T’Challa por Kevin “Kasper” Cole, un agente de narcóticos de Harlem que se encuentra el traje del rey de Wakanda y lo utiliza para luchar contra la corrupción en su departamento. Serpico con enmascarados.
Priest siempre había mostrado el gusto por el cine de blaxploitation y los ambientes setenteros, y utiliza estos episodios para plantear algunas cuestiones identitarias incómodas. Cole es un negro con la tez blanca, hijo de un poli legendario al que llamaban “Black” Jack por lo oscuro de su piel, y tiene un hijo con una mujer coreana. La serie desemboca en la transformación de Cole en el nuevo Tigre Blanco (un personaje recuperado de las revistas de artes marciales de Marvel de los setenta), y en la cancelación del título. Priest intentó estirar el hilo de la diversidad con una serie, The Crew (7 números, 2003) donde reunía un supergrupo de personajes afroamericanos y latinos, pero tampoco prosperó.
Convencido de que no tenía futuro en los cómics más allá del nicho de la diversidad, Priest abandonaría los cómics para dedicarse a su vocación como pastor (por algo había adoptado ese nombre) y a la música, hasta que muy recientemente, impulsado por el redescubrimiento de su Pantera Negra, ha vuelto a escribir. Y esta vez a lo grande: en estos momentos se ocupa de La Liga de la Justicia.
Black steel in the hour of chaos
Aunque las ventas del Black Panther de Priest y compañía nunca fueran rutilantes, Marvel era consciente de que había recuperado a un personaje de gran potencial estratégico, que no podía dejar que languideciera otra vez. Poco después de finalizar el volumen 3, arrancaba el volumen 4 de Black Panther (2005), esta vez con grandes expectativas.
Los encargados de llevarlo a cabo eran uno de los dibujantes más respetados de la editorial, John Romita Jr., y un guionista estelar que no procedía del cómic: Reginald Hudlin, presidente del canal BET (Black Enterteinment Television) y director de cine que contaba en su haber con un exitazo como House Party (1990). Los espectadores más recientes conocerán mejor por Marshall (2017), protagonizado precisamente por Chadwick Boseman.
En su declaración de intenciones originales, Hudlin demuestra tener las ideas muy claras: “Pantera Negra es el Capitán América negro”. Esto quiere decir que “es la personificación de los ideales de un pueblo. Como americanos, nos sentimos bien cuando leemos al Capitán América porque nos recuerda el potencial para el bien de América si, por supuesto, tenemos las convicciones para seguir los principios sobre los que el país se fundó. Como persona negra, Pantera Negra debería representar la culminación del potencial de la Madre Patria”.
Más allá de eso, Hudlin tiene claro a qué público se dirige, interpretando el legado de T’Challa a través de su propio bagaje cultural: “De lo que trata el hip-hop es de ser un tío duro. Todo el mundo quiere ser un tío duro. Por eso los chicos blancos siempre han adorado la música negra, fuera jazz, rock and roll o hip hop. La música negra es la música de los tíos duros, y conectar con esa cultura hace que un chico blanco de los suburbios se sienta como un tío duro. Y me sorprende incluso a mí el aprecio que una generación de chicos blancos que se han criado sin un Elvis, sin un intérprete de la cultura negra, siente por la cultura callejera más radical. Digo todo esto porque, cuanto más duro sea la Pantera, más atractivo será tanto para públicos negros COMO para blancos” 1.
A partir de estos principios tan simples, Hudlin se aplica a convertir a T’Challa en el badass definitivo, una especie de Batman del Universo Marvel. La primera saga (nos. 1-6, abril-septiembre de 2005), junto a Romita Jr., está planteada como un relanzamiento integral del personaje, reordenando y reformulando su origen y su mito a través del relato de un intento de invasión de Wakanda que reafirma la condición de invicta de la nación como rasgo distintivo principal. Los wakandianos son especiales porque nadie, nunca (y la primera escena está ambientada en el siglo V) ha conseguido vencerles. Y al frente de estos cabrones está el cabrón en jefe, que es el líder del clan de los Panteras Negras.
En cierto sentido, Hudlin sigue la estela de Priest en cuanto que su T’Challa es también un genio estratégico y manipulador, pero en otros aspectos buena parte de su herencia queda apartada o trastocada. Se omiten los Hatut Zeraze, y las Dora Milaje se convierten en una especie de secta de guerreras fanáticas seudo-ninjas. Sin duda, el añadido de Hudlin más importante al mito es la incorporación de Shuri, la hermana pequeña de T’Challa, que aspiraba al título de Pantera Negra el día que su hermano lo ganó en combate ritual porque éste se le adelantó. Rebelde e impulsiva, Shuri irá adquiriendo protagonismo durante los años siguientes.
El gran acontecimiento de esta etapa es la boda de T’Challa y Tormenta, una superheroína de ascendencia mixta, norteamericana y africana, procedente de La Patrulla-X, y el personaje femenino negro más destacado del Universo Marvel. Con esto, por un lado, Hudlin cierra definitivamente el larguísimo, intermitente y finalmente frustrado romance de T’Challa y Monica Lynne, y por otro, seamos claros, consagra la dimensión de badass de Pantera Negra por la vía machista de hacer que adquiera una mujer florero.
A pesar de que se habían plantado algunas semillas de un romance juvenil entre T’Challa y Ororo (el nombre real de Tormenta) en tiempos pretéritos (Marvel Team-Up nº 100, 1980, de Chris Claremont y John Byrne), y Priest había regado esas semillas en su etapa, lo cierto es que lo único que liga a los dos personajes es el deseo de reafirmar el estatus del primero haciéndole conquistar a una mujer espectacular, que en más de una ocasión ha sido definida como diosa. Es más, Hudlin no se reprime de introducir numerosos comentarios sobre Ororo entre T’Challa y sus superamigos -véase Luke Cage-, que parecen más propios de la barra de un bar que de un monarca mayestático. Ororo es la pieza más deseada por los machos, y T’Challa es el machote que la ha cazado. El matrimonio, como no podía ser de otra manera, acabaría deshaciéndose unos pocos años después, cuando Hudlin abandonó al personaje. En la actualidad Ta-Nehisi Coates parece haber recuperado la relación en fase de pruebas y, suponemos, con la intención de reconstruirla de una manera algo más sólida.
Comparada con la etapa de Priest, la de Hudlin es mucho más gruesa, pero justo es decir también que es una etapa lastrada por los males endémicos que empiezan a afligir de forma cada vez más acusada al Universo Marvel en la segunda mitad de los 2000. La serie se ve continuamente interrumpida por grandes eventos y cruces con otras colecciones, hasta el punto de que no hay forma de enganchar un puñado de episodios que se puedan leer de forma autónoma.
Cuando no se está cruzando con La Patrulla-X, está implicada en la gran saga Civil War, y cuando no, repentinamente Pantera Negra y Tormenta forman los nuevos Cuatro Fantásticos junto a la Antorcha Humana y la Cosa y están viajando por el espacio y tropezando con historias y personajes salidos de otros rincones de la cosmogonía marvelita, comos los Marvel Zombies.
Para cualquier lector que simplemente estuviera interesado seguir la vida y aventuras del monarca de Wakanda, la tarea de llegar hasta el final es ardua, porque continuamente se va a encontrar con situaciones y elementos que no se le han presentado, con tramas que no se sabe de dónde vienen ni a dónde van, y que finalmente se tornan irrelevantes y vuelven irreconocibles a los personajes. La sensación es la de estar siempre in media res. Así, no es de extrañar que la serie concluya también con unos episodios sumergidos de lleno en otro gran evento global, Invasión Secreta (nos. 39-41, 2008, Jason Aaron y Jefte Palo).
1000 deaths
Ese aparente final es solo un lavado de cara, ya que el relanzamiento continuo es el otro argumento con el que Marvel viene sujetando sus colecciones desde hace diez años. Black Panther volumen 5 (2009) está diseñado para escenificar el relevo de T’Challa por Shuri, que se calza la máscara de Pantera Negra al quedar incapacitado su hermano, en una tendencia de sustitución del personaje principal también reiterada recientemente.
Con Shuri se exacerba la utilización de la tecnología, hasta el punto de que esta nueva Pantera Negra parece casi un Iron Man de segunda, más máquina que felina. Los acontecimientos cada vez son más dramáticos y excesivos, siguiendo la lógica del “gran evento apocalíptico” que cada vez es más dominante. Esa grandiosidad declina en una gravedad ampulosa bajo la que falta sustrato humano. En esta serie mueren dos queridos y venerables personajes secundarios -W’Kabi y Zuri- de forma inconsecuente, solo por causar impacto.
Durante esta serie, que dura 12 números, se produce la sustitución de Hudlin por el novelista blanco Jonathan Maberry como guionista. Acompañado del dibujante Scot Eaton, será el encargado de rematar todas las tramas abiertas en otra miniserie titulada Doomwar (6 números, abril-octubre de 2010), centrada en Wakanda, Shuri y T’Challa, pero alrededor de la cual también orbitan la Patrulla-X, los Cuatro Fantásticos, Masacre y Máquina de Guerra. O sea: todo un jolgorio.
El argumento, gastado por el abuso al que se le ha sometido en los últimos años, es una vez más la invasión de Wakanda. Uno podría preguntarse qué clase de incompetente es T’Challa como jefe de estado, que no consigue mantener su país en paz ni diez minutos seguidos. En este caso, detrás de la agresión está el Doctor Muerte, el supervillano por excelencia del Universo Marvel, y rey a su vez de su propio país imaginario, Latveria, que quiere hacerse con el control de las dichosas reservas de vibranium.
El planteamiento tiene ideas interesantes, porque Muerte apoya en secreto una rebelión interna promovida por los Desturi, un grupo nacionalista, tradicionalista, autoritario y xenófobo que tiene demasiados puntos de contacto con el discurso de la actual administración Trump como para ignorarlo (incluidos los lazos ocultos con una potencia extranjera). Ellos también quieren “hacer grande a Wakanda otra vez”. Lamentablemente, los fuegos artificiales superheroicos se comen cualquier posibilidad de desarrollo articulado de una propuesta que daba para más.
Después de Doomwar, Marvel intentaría integrar en su Universo a Shuri como nueva Pantera Negra a través de una miniserie (Klaws of the Panther, 4 números, 2010-2011, Jonathan Maberry y Gianluca Gugliotta) que funciona como una suerte de Black Panther Team-Up en el que la nueva regente de Wakanda se encuentra con personajes clásicos como Shanna la Diablesa, Lobezno, Spiderman y la Viuda Negra, además de la némesis particular de su hermano, Klaw.
El tema aparente también es la rabia de Shuri y su necesidad de controlarla, pero en este caso el debate tiene poco que ver con cuestiones políticas y más bien se desplaza al terreno de la autoayuda. Shuri, a pesar de haberse criado en la misma corte que T’Challa, nunca aprendió a controlarse.
Compared to what
Mientras tanto, ¿qué es de T’Challa, ahora que el manto de la Pantera Negra recae sobre su hermana? Marvel aprovecha este intervalo para ofrecernos un bocado delicioso, un respiro para el héroe que lleva tantos años atribulado por el peso de la corona y las amenazas globales. Así, despojado de cualquier título real, e incluso de su nombre, condición y atributos de Pantera Negra, T’Challa vuelve a Nueva York con la intención de “encontrarse a sí mismo”. Lo hace sustituyendo a Daredevil como “guardián” de la Cocina del Infierno, ya que el héroe ciego está pasando por su propia crisis y necesita alejarse un tiempo de su vecindario. Aunque suene un tanto descabellado, la relación entre Pantera Negra y Daredevil viene de antiguo.
Su primer encuentro se había producido en Daredevil nº 52 (mayo de 1969, de Roy Thomas con Barry Smith y Johnny Craig), donde Pantera Negra es confundido con el Hombre Sin Miedo. Ambos comparten la silueta y ciertos andares. Ese primer encuentro es memorable por el rutilante tratamiento que recibe la Pantera Negra a manos de Barry Smith, un joven lleno de talento y cargado de influencias de Jack Kirby y Jim Steranko, que deja dos páginas mudas donde se reivindica el cómic de superhéroes como pura odisea visual.
A finales de los sesenta y principios de los setenta, Pantera Negra y Daredevil volverían a hacer equipo en algunas ocasiones, tanto en la serie del Diablo de Manhattan como en Los Vengadores. No solo quedaría consolidada la camaradería entre ambos, sino que estas historias contribuirían mucho a imaginar un posible Pantera Negra trasladado de la jungla africana a la jungla urbana de Nueva York. Su silueta misteriosa recortada sobre las azoteas prometía mil sórdidas aventuras de justiciero callejero que nunca se cumplieron. Hasta este momento.
Pantera Negra, pues ocupa la serie propia de Daredevil, desalojada por Matt Murdock, y se hace con la cabecera en Black Panther, The Man Without Fear (nos. 513-523, 2011), continuado inmediatamente con cambio de título, pero no de tono, en Black Panther, The Most Dangerous Man Alive (nos. 524-529, 2011-2012).
Protegido por un chaleco antibalas, armado con accesorios comprados en la tienda de la esquina y fiado a su propia capacidad atlética y su inteligencia, este T’Challa salido de una canción de Kiko Veneno merodea por los tejados del barrio. El hombre que viene de plantear estereoscópicas batallas estratégicas con el Doctor Muerte por el destino del mundo se encuentra ahora intentando desarticular bandas criminales dedicadas a la delincuencia común.
T’Challa adopta una nueva identidad secreta -el señor Okonkwo, oriundo de la República Democrática del Congo- y compra una cafetería. De los dos empleados que contrata, uno de ellos -la inmigrante serbia Sofija- resultará ser una gran ayuda en sus andanzas gracias a su violento pasado, que imaginamos relacionado con la guerra de los Balcanes.
La serie está escrita por David Liss, novelista blanco de género negro, y aunque se alternan varios dibujantes, el que marca el tono es Francesco Francavilla, un autor de manchas profundas que vuelve a convertir a T’Challa en un borrón negro como no se veía desde los primeros tiempos de Kirby. Es obvio que la intención es hacer un noir superheroico moderno, pero a Francavilla le puede demasiado su querencia por el pulp, y escora gozosamente la serie hacia ese lado. Liss, por su parte, aunque a veces denota cierta falta de dominio de la técnica del cómic y pretende escribir demasiado para lo que sus 20 páginas por episodio le permiten, consigue plantear personajes secundarios convincentes.
Es especialmente destacable el protagonista de la primera historia, “Vlad el Empalador”, un gángster rumano que pretende ocupar el hueco que ha dejado libre el depuesto señor del crimen de la ciudad pero que, al mismo tiempo, es también un padre de familia fracasado. La serie iría desnaturalizándose con el paso de los episodios, en parte, una vez más, debido a la interferencia de los grandes eventos editoriales, que interrumpen constantemente su normal desarrollo, y tomaría una deriva que acabaría reproduciendo a pequeña escala los inmensos conflictos de los que venía escapando T’Challa.
En la última aventura, el héroe se enfrenta a Kingpin en una guerra empresarial por el control de los activos de Wakanda. Llegados a ese punto, da la impresión de que el experimento ha cerrado el ciclo y ha dicho todo lo que tenía que decir. Daredevil vuelve a la silla que T’Challa le ha mantenido caliente y éste emprende el regreso a Wakanda y el mundo que había dejado atrás.
Dance Apocalyptic
A principios de la década de los diez, Pantera Negra no tiene serie propia por vez primera en todo este siglo, pero eso no quiere decir que quede relegado, ya que tendrá un papel principal en las grandes sagas que dominan los proyectos editoriales de Marvel.
Doomwar había acabado con la pérdida de casi todas las reservas de vibranium de Wakanda, haciendo así que la nación cediera su ventaja estratégica exclusiva. Pero eso solo será el anuncio de una sucesión de calamidades cada vez mayores que irá sufriendo el otrora orgulloso país africano.
En primer lugar, en otro gran evento, Los Vengadores contra la Patrulla-X, Namor, el rey de Atlantis, arrasa la capital del país, inundándola y provocando una masacre (Avengers vs. X-Men nº 8, 2012, Brian Michael Bendis y Adam Kubert). Este desastre servirá, además, como excusa para precipitar el ansiado divorcio entre Tormenta y T’Challa, ya que Namor se alinea con la Patrulla-X de Ororo, mientras que su marido está con los Vengadores.
Posteriormente, Pantera Negra será uno de los personajes principales de Los Nuevos Vengadores (volumen 3, 2013), una serie comandada por el guionista Jonathan Hickman y por la que pasarán numerosos dibujantes. Durante su anterior etapa en Los Cuatro Fantásticos, Hickman ya había añadido un nuevo elemento de importancia al mito de la Pantera. Entregado el trono y el manto de la Pantera a Shuri, T’Challa se convertía en el “rey de los muertos” y ocupaba una mística Necrópolis cercana a la Ciudad Dorada, la capital de Wakanda, donde podía comulgar con los espíritus de los grandes guerreros pretéritos del país (Fantastic Four nos. 607-608, 2012, de Jonathan Hickman y Giuseppe Camuncoli).
Esta Necrópolis servirá precisamente de base al grupo de Illuminati que conformará estos “Nuevos Vengadores” y que son ni más ni menos que las mentes más avanzadas y las personalidades más brillantes del Universo Marvel, reunidas en una conspiración secreta para salvarnos de amenazas demasiado grandes para que las conozca el público. Junto a T’Challa, estarán Reed Richards, Tony Stark, el Dr. Extraño, Rayo Negro, el Capitán América, la Bestia e, irónicamente, Namor, que es precisamente otro de los personajes más utilizados por Hickman. La conflictiva relación entre T’Challa y Namor será, de hecho, uno de los ejes de la serie.
La pertenencia a este grupo tan exclusivo confirma la reconversión definitiva de Pantera Negra en una de las figuras clave del Universo Marvel. Cuando lo tomó Priest en 1998 era una calcomanía, ahora estaba en primera línea. Ésta es la versión superlativa de T’Challa. Ya no se trata de un manipulador de la geopolítica mundial que defiende los intereses de su país -eso queda en manos de Shuri-, sino que su misión es cósmica. Poco importa ya su capacidad física, eso que tradicionalmente distinguía a los superhéroes. Este T’Challa es puro intelecto, y su campo de operaciones es el plano metafísico.
La sombría serie de Hickman parte de premisas ambiciosas, que se va agigantando aún más a medida que avanza. Es aquí donde -en otro de los inevitables cruces con grandes eventos editoriales- Shuri encuentra la muerte como Pantera Negra a manos de Medianoche Próxima, perteneciente a la Orden Negra de Thanos, y a quien veremos próximamente en el cine en Avengers: Infinity War. Wakanda es, una vez más, arrasada y humillada, y el mito del país invencible e inconquistable acaba de desmoronarse por completo.
La tendencia cósmica de T’Challa tendría continuidad en dos volúmenes de Ultimates (2016-2017, 21 números en total, con guiones de Al Ewing y dibujos de varios autores), un supergrupo conformado por el propio Pantera Negra -que ha recuperado su función y atributos tras el fallecimiento de su hermana- junto a Maravilla Azul, Capitana Marvel, Spectrum y Ms. América, y cuya misión es resolver de forma proactiva los grandes problemas del Universo antes de que se presenten de forma urgente.
En esta serie podremos ver la largamente demorada resolución del chiste recurrente de la etapa de Priest sobre los “protocolos de contingencia contra Galactus”, ya que precisamente el primer problema que resuelven estos Ultimates es el del Devorador de Mundos, a quien convierten en Dador de Vida. Pero la querencia cósmica de T’Challa queda moderada en cuanto adquiere su serie nueva. A partir de ese momento, su destino quedará en manos de un nuevo autor.
All the stars
Con fecha de portada de junio de 2016 debuta el volumen 6, y último hasta el momento, de Black Panther, encomendado a Ta-Nehisi Coates y Brian Steelfreeze. El fichaje de Ta-Nehisi Coates como guionista fue anunciado como un gran acontecimiento por parte de Marvel. Coates es un periodista y ensayista que se ha hecho célebre por artículos como The Case for Reparations (The Atlantic, 2014), un detallado examen de cómo las políticas discriminatorias de todo tipo -y especialmente el redlining, la segregación urbana- han sometido a la indigencia y a la indefensión a la población afroamericana de Estados Unidos y cómo sus consecuencias no se han mitigado hasta el día de hoy. Coates ganó el National Book Award de No Ficción en 2015 con Entre el mundo y yo, y ese mismo año recibió una de las excepcionales “Becas Genio” de la Fundación MacArthur.
No se trata de resumir aquí todos los méritos de Coates, sino de subrayar que, sí, en efecto, su fichaje como guionista por Marvel fue un gran acontecimiento que salió bien. Aún más extraordinario sería que Coates acabaría 2016 firmando el libro y el cómic más vendidos del año. Con estas credenciales, no es de extrañar que Marvel decidiera entregar las llaves de Pantera Negra a Coates, y dejar al personaje en sus manos para que lo cultivase sin las habituales interferencias externas que tanto habían lastrado cada etapa de sus aventuras durante el siglo XXI.
Una vez cerrado el segundo volumen de Ultimates, Wakanda quedaba enteramente a disposición de Coates y sus dibujantes, fundamentales, por cierto, para guiar a quien, por muy acreditado que estuviera en otros campos, no dejaba de ser un novato en el proceloso arte de escribir cómics. Con estos antecedentes, uno podría temer que Coates utilizara Black Panther como altavoz del activismo más didáctico y obvio, pero la nueva serie disipa pronto esos temores. Como diría Coates en una entrevista en Vice: “Probablemente no vamos a ver a T’Challa en una concentración de Black Lives Matter”. Afortunadamente, los tiempos de enfrentar a Pantera Negra con un grupo de superhéroes blancos al servicio de un régimen de apartheid llamados Los Supremacistas ya habían pasado.
El otro temor era que un autor de este calibre decidiera reinventar Pantera Negra a su conveniencia, desdeñando todo su pasado. Pero ocurre que Coates es, en realidad, un antiguo fan de Marvel -no lo era precisamente de Pantera Negra-, y muy pronto queda claro que su intención es reinvertir todo lo que pueda del legado de Wakanda en una visión nueva y contemporánea, sí, pero también coherente con su historia. En este Black Panther estarán las Dora Milaje y los Hatut Zeraze, la Necrópolis y el vibranium, estará también Shuri y estará Klaw. Y estará todo en su sitio.
De hecho, al inicio de la serie T’Challa se encuentra exactamente en el punto al que le han llevado los sucesivos desastres de Doomwar, Los Vengadores contra la Patrulla-X y Los Nuevos Vengadores. Aunque no ha perdido sus poderes ni su inteligencia, ya no se siente el ser superior que manipulaba acontecimientos cósmicos en Ultimates. Su primera frase es “Soy el Rey Huérfano, que desafió la sangre.. que desafió a su país… y que se vio separado de ti”.
Es un punto de partida similar en gran medida a La furia de la Pantera de Don McGregor, y en realidad toda esta etapa tiene algo de puesta al día y ampliación de lo que vimos cuarenta años antes en Jungle Action. Este T’Challa vuelve a ser mucho más humano, frágil y dubitativo que sus últimas versiones. Mucho más interesante, en suma. Coates levantará los argumentos políticos sobre los hombros de la caracterización y el desarrollo dramático de los personajes.
Al igual que en “La furia de la Pantera”, en este caso T’Challa también se enfrenta a una revolución interna, justificada por los recientes cataclismos que ha encadenado un país que se creía por encima del bien y del mal, en virtud de su espléndido aislamiento. Pero no es una revolución que, como la de Killmonger, respondía ante todo al ansia de venganza de un villano. En este caso hay dos corrientes paralelas que amenazan con entrecruzarse. Por un lado, la encabezada por dos Dora Milaje que se han rebelado contra su señor al sentirse injustamente tratadas, y que ahora se identifican como Ángeles de Medianoche, y se ven como libertadoras de los sometidos y, sobre todo, de las sometidas. Por otro, un levantamiento impulsado por un grupo llamado «El Pueblo», detrás del cual hay intereses turbios, sí, pero que se asienta sobre legítimas reclamaciones.
Si ambas revueltas no llegan a unir sus esfuerzos es, sobre todo, porque las Ángeles de Medianoche saben que “la revolución ha de ser feminista, o no será”, y no aceptan compromisos pragmáticos con quienes solo aspiran a un cambio de gobierno, no a una transformación social. Que Coates utilice el término “El Pueblo” para identificar al otro movimiento no es casual. En Entre el mundo y yo escribe: “El problema de América no es que se haya traicionado el ‘gobierno del pueblo’, sino el medio por el que ‘el pueblo’ adquirió ese nombre”, ya que “el proceso de nombrar al ‘pueblo’ nunca ha sido una cuestión de genealogía, sino de jerarquía”2.
Ya se nos está anunciando que la reflexión política de Black Panther no va a ser en términos maniqueos sobre el racismo malo y las injusticias obvias, sino de calado más profundo. Porque en esta serie T’Challa se ve obligado a afrontar una serie de verdades difíciles sobre la identidad, tanto su identidad individual -¿quiere ser un héroe o un rey?- como sobre la identidad colectiva.
Todo el orgullo histórico de Wakanda se ha basado, como hemos dicho, en su excepcionalidad, derivada de que su aislamiento los había hecho invencibles. Pero una vez que han sido vencidos, esa excepcionalidad entra en crisis. A través de la boca de Changamire, un filósofo revolucionario que dota de justificación ideológica a los rebeldes del “Pueblo”, Coates denuncia el excepcionalismo de Wakanda como racismo y xenofobia: “Se supone que nosotros éramos mejores: Wakanda la invicta. Wakanda la avanzada. Wakanda la excepcional”.
En Entre el mundo y yo, Coates denunciaba el “Sueño Americano” como origen del sometimiento a través del racismo, porque no puede existir sueño sin pesadilla, porque la utopía no es más que tiranía: “El escritor, y eso era en lo que yo me estaba convirtiendo, debe mantenerse precavido ante cada Sueño y cada nación, incluso contra su propia nación. Tal vez contra su propia nación más que contra ninguna, precisamente porque es la suya”3. Por eso entiende que “ser negro y bello no era algo de lo que alardear”, y que “uno no puede afirmar que es sobrehumano y al mismo tiempo alegar que ha cometido un error mortal (…) Propongo someter a nuestro país a un estándar moral excepcional”4. A eso se refiere Shuri cuando dice “Nos creímos nuestros mitos. Ése fue nuestro primer error”. Casi oímos el eco de las palabras de Kevin Trublood en La Pantera contra el Klan denunciando el fracaso del “cuento de hadas”.
Toda la primera saga de este Black Panther, titulada Una nación bajo nuestros pies, se consagra a la crisis de valores políticos en Wakanda y cómo de la misma nace el siguiente paso hacia la reconciliación nacional. “Un hombre que representa a la nación -le dice T’Challa a su madre-, pero no uno que gobierne al pueblo. Soy un rey, madre. Eso no lo puede cambiar nada. Pero no seré un tirano. Nuestro pueblo es el más avanzado del mundo. ¿No deberían las instituciones que lo gobiernan serlo también?” A la vez que Wakanda avanza hacia la monarquía constitucional y la democracia, T’Challa se libera del peso insoportable de su responsabilidad para volver a ser un hombre.
Este Black Panther es una creación excepcional en la actualidad, no solo entre los cómics de género, sino también entre las series de televisión y el cine de masas. Es una serie que, aunque no renuncia a seguir entreteniéndonos con las emocionantes aventuras de un superhéroe, quiere ante todo contarnos algo, y no simplemente encadenar golpes de efecto y giros excitantes que, de tanto sobarlos, acaban por volverse soporíferos. A lo largo de los episodios, Coates tiene muchas oportunidades para elegir el camino más sorprendente o tomar la decisión más explosiva, pero siempre prefiere elegir el camino más difícil y más interesante. Cuando Wakanda ha sido arrasada varias veces, cuando el propio Universo Marvel se ha autodestruido y vuelto a nacer, es la única forma de ir, si no más lejos, sí al menos a otro sitio.
Eso no quiere decir que la serie no tenga sus defectos. Coates está aprendiendo el arte del cómic sobre la marcha, y el peso de la narración recae sobre las habilidades de sus dibujantes, que hasta el momento han sido los veteranos Brian Steelfreeze y Chris Sprouse. Ambos son dibujantes finos de líneas elegantes -y es justo decir que la versión de Pantera que hace Steelfreeze posee una gloria felina pocas veces igualada-, pero a la serie le falta poner los pies sobre una ambientación creíble, lo cual es más lamentable por el hecho de que Coates está intentando convertirla en un relato coral, donde Wakanda es tan protagonista como T’Challa, Shuri o las Ángeles de Medianoche. Pero este Wakanda es mucho menos identificable que el que nos mostraran en su día Rich Buckler o Billy Graham, con sus chozas tribales, sus palacios modernistas y sus lunas rojas sobre las lianas. La narración, además, abunda en muchos de los códigos adquiridos durante años por el cómic de género americano, que en ocasiones se vuelven difícilmente descifrables para un lector neófito.
Después de la revolución política de Una nación bajo nuestros pies (nos. 1-12, 2016-2017), Black Panther emprende en Vengadores del Nuevo Mundo una exploración de los mitos ancestrales de Wakanda que todavía está en curso a la hora de escribir estas líneas. Sorprende a simple vista que los dioses antiguos de Wakanda remiten a la mitología egipcia. Es obvio que Coates no está interesado en definir a Wakanda como un símbolo de la negritud, sino del panafricanismo. Como Coates ha escrito, “la raza es la hija del racismo, y no la madre”5. Wakanda no es negra, es africana, y África no es solo negra.
El éxito del volumen 6 ha propiciado la aparición de una multitud de secuelas como nunca se hubiera imaginado uno que podría generar T’Challa. Algunas son más afortunadas, como Black Panther & The Crew (6 números, 2017, Ta-Nehisi Coates y Yona Harvey escriben, Butch Guice y otros dibujan), una revisión histórica de la resistencia civil y cultural en Harlem a través de la mirada de un supergrupo negro integrado por Misty Knight, Tormenta, el propio Pantera bajo su identidad del maestro Luke Charles, Luke Cage y Manifold.
Otros están menos logrados, como Black Panther: World of Wakanda (6 números, 2017, Roxane Gay y Ta-Nehisi Coates, con dibujos de Alitha Martinez), que pretende ser una precuela que profundice en el mundo de las Dora Milaje de la mano de la escritora estrella Roxane Gay, autora del best-seller Mala feminista, pero que no acaba de cuajar. Y también, por supuesto, hay productos más meramente explotativos, como Rise of the Black Panther (dedicada a explorar los orígenes de T’Challa, Evan Narcisse y Paul Renaud), o la decididamente oportunista Black Panther: Soul of a Machine (Fabian Nicieza y Andrea Divito). Gran parte de esta hojarasca quedará barrida por el viento de la historia, pero el caso es que el momento de Pantera Negra es ahora.
En The New York Times, Carvell Wallace resume un momento del zeitgeist, ese ahora formulado por las redes sociales: “En un vídeo colgado en Twitter en diciembre, que se ha vuelto viral, tres jóvenes admiran el cartel de ‘Black Panther’ en un cine. Uno lo abraza en broma, mientras otro pregunta, retóricamente: ‘¿Así es como la gente blanca se siente todo el tiempo?’ Se ríen antes de que alguien añada, como si estuviera rematando el chiste más doloroso jamás contado: ‘Así yo también amaría a este país’”.
Que un personaje creado para un tebeo juvenil por dos judíos blancos hace medio siglo y que ha avanzado a través de mil andanzas editoriales y decenas de manos distintas que han trabajado descoordinadamente década tras década haya sido capaz de asumir, condensar y sublimar todas esas ansiedades e ilusiones, largo tiempo acumuladas sin respuesta por una parte significativa de la población norteamericana, es un milagro que nos recuerda que los superhéroes de tebeo a veces son verdaderamente extraordinarios porque hacen cosas que nadie más puede hacer.
“De la montaña de desesperación, una piedra de esperanza”.
Claro que sí.
Adenda: Black Panther, la película
Recién vista Black Panther, añado unas líneas de urgencia para valorar, si no la película, sí al menos su tratamiento de los personajes y escenarios que hemos seguido durante tantos años. Inserto aquí la correspondiente advertencia de que hay spoilers.
A grandes rasgos, en el grupo de los perdedores, lo más doloroso para este veterano fan es el tratamiento de W’Kabi (Daniel Kaluuya). Muerto heroicamente en defensa de su patria durante Doomwar, W’Kabi siempre fue un tradicionalista y un militarista con muy malas pulgas, pero también el más fiel lugarteniente con el que podía contar T’Challa. Verle aquí convertido en traidor -y sin demasiada justificación, solo porque resulta funcional- es duro de tragar. Tampoco Raimonda (Angela Bassett) o Zuri (Forrest Withaker) pasan de ser meros objetos de atrezzo que hablan (poco).
Nakia es un invento de la película, que crea un personaje fundamental con cuatro migajas recogidas de los cómics, pero, a pesar del protagonismo que le otorga el guion y de la apabullante imagen de Lupita Nyong’o, siempre que coincide en pantalla con la poderosa Danai Gurira (Okoye) y, especialmente, la radiante Letitia Wright (Shuri), queda eclipsada. Necesitamos película de Shuri como Pantera lo antes posible. Y con las Dora Milaje escoltándola.
Los dos blancos de la peli (también conocidos como la parejita Tolkien) cumplen sobradamente. Everett K. Ross (Martin Freeman) recoge la fragilidad cómica del original de Priest y le da un perfil más activo, al tiempo que sigue funcionando como la mirada del mundo occidental que se asoma asombrado a Wakanda. Andy Serkis es un Ulysses Klaw gozosamente malvado que se despilfarra quizás con demasiada ligereza. Daba para más. M’Baku, el Hombre Mono (Winston Duke) se redime y reinventa, de villano de opereta de los cómics a antagonista socarrón, en uno de esos ajustes afortunados que el cine nos da de cuando en cuando.
En cuanto a los dos protagonistas, Chadwick Boseman está algo acartonado pero da el tipo como T’Challa. Lamentablemente para él, le toca vérselas con un Erik Killmonger interpretado por Michael B. Jordan que prácticamente lo saca de la pantalla a puro pectoral y puro carácter, convirtiéndose en uno de los villanos más memorables que nos ha ofrecido Marvel hasta el momento. El Killmonger cinematográfico recoge los elementos esenciales del Killmonger creado por McGregor y Buckler y los afina para darle más solidez. De hecho, Killmonger es el héroe de la película en un sentido dramático, pues es a él a quien le corresponde vengar al padre asesinado en su infancia en una misión de justicia y reparación para su pueblo. Es obvio que las simpatías de Ryan Coogler están con él, y que es un personaje que enlaza temáticamente con Fruitvale Station y con Creed, dos películas dedicadas a explorar cómo la pérdida del padre moldea a los hijos en una sociedad injusta.
Por último, Wakanda es el gran protagonista omnipresente de la película. Fantasía afrofuturista arrebatada, sumerge inmediatamente al público en otra dimensión. Los vítores y aplausos de una sala ocupada por un público mayoritariamente afroamericano demuestran que esta Wakanda es un sueño que ha esperado demasiado tiempo para hacerse realidad.