Coincidiendo con el estreno de la cuarta (y última) temporada de la serie de piratas Black Sails hacemos un breve recorrido por la historia de la piratería en el mar del Caribe y cómo esta se integra en la serie producida por Michael Bay, en la que explotan tanto los barcos como los corazones.
N.d.A: Aunque en el texto emplearemos el término «piratas» de forma general, al final del artículo incluimos un breve glosario para distinguir entre los diversos malechores marítimos.
No descubrimos nada nuevo al afirmar que el fan fiction se ha ido introduciendo paulatinamente en la ficción televisiva, otorgando frescura a un material en ocasiones bastante manido. Con una calidad dispar y a veces enorme éxito comercial cabría destacar ejemplos como Bates Motel, Sherlock, Once Upon a Time o Hannibal. Black Sails (cuya cuarta temporada podremos ver en España a través de Netflix a partir del próximo 29 de enero) constituye un caso especial, ya que aúna dos tipos de fan fiction: el literario, a través de algunos de los personajes de La isla del tesoro, y el histórico, al relatar muy a su manera (incluyendo, eso sí, una amplia gama de figuras históricas reales) la historia de la breve república gobernada por piratas instaurada en la isla de Nueva Providencia, en Bahamas. La brillantez de la trama consigue que apenas chirríe una constante que se va acentuando a lo largo de las tres temporadas ya estrenadas, y es que en Black Sails la larga cadena de factores y eventos que desembocan en un hecho histórico de tal calibre se reducen en la narrativa a uno solo: Nobody fucks with Captain Flint.
Sin embargo, la realidad es por supuesto algo más compleja. La historia del desarrollo de la piratería en el mar del Caribe se inicia casi dos décadas después del primer viaje de Colón, cuando la Corona española inicia la conquista de Cuba como parte del proceso de ocupación de las diversas tierras caribeñas, resultando la labor de sometimiento mucho más ardua y prolongada de lo que se había supuesto en un primer momento. Los recién llegados españoles comenzaron a fundar villas a lo largo de todo el territorio, con el objetivo de controlar la explotación de los recursos de la isla. Aunque, claro, no iban a ser ellos los que doblaran el lomo: la creciente actividad económica se sustentó en el trabajo de los indígenas, entregados a los colonos por la Corona mediante el sistema de encomiendas, algo que hoy podríamos definir como «una concesión de personas«. El colono se comprometía a vestir, alimentar y cristianizar al indígena a cambio del derecho de explotación. Esta situación, que sin duda los pobladores originales de la isla valorarían como mínimo con tibieza, resultó en una explosión de la economía de la colonia, sobre todo la minería y, específicamente, la extracción de oro, actividad en la cual se emplearon indios encomendados así como esclavos africanos que se integraron al conglomerado étnico que siglos después constituiría el pueblo cubano.
Como consecuencia de todo esto, mientras la mayoría indígena seguía practicando una economía de autoconsumo, el que era ya el Imperio español experimentó un gran crecimiento económico. Entre 1500 y 1650 el flujo de metales provenientes del continente americano alcanzó cifras mareantes, llegando oficialmente a España 181 toneladas de oro y 16886 toneladas de plata. Todo, por supuesto, estrictamente controlado y monopolizado por la Casa de Contratación de Sevilla. Semejante cantidad de panoja no tardó en despertar el interés de otras naciones europeas, y aquí es cuando entran en acción los corsarios y filibusteros franceses, holandeses e ingleses que asolaron el Caribe, dedicándose sobre todo a capturar navíos y arrasar ciudades y poblados. Eran todos una joya, vamos.
Así pues, durante los primeros años del siglo XVI ya se ven barcos franceses navegando cerca de Cuba. Uno de los primeros casos de piratería registrados, aunque no se realizó directamente en aguas americanas, se dio en 1521 cuando Jean Fleury capturó parte del tesoro de Moctezuma que Hernán Cortés enviaba a Carlos I desde México en cómodos plazos. En lo que podríamos denominar como el «vámonos de after que aún me queda cuerda» de la piratería, en el mismo viaje Fleury asaltó otro barco proveniente de Santo Domingo, añadiendo a su botín aún más oro además de perlas, piedras preciosas, azúcar y pieles de vaca. Jean Fleury fue ahorcado en Toledo después de asaltar más de un centenar de barcos, pero la piratería era un negocio que ya no tenía marcha atrás.


Charles Vane tal y como aparece en ‘General History of the Pyrates’ (1725)
La bula Inter caetera II primero y más tarde el Tratado de Tordesillas habían establecido el límite de la zona de influencia española mediante un meridiano situado a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Así pues, solo a los comerciantes españoles se les permitía hacer negocios en las colonias españolas. Los competidores de Castilla encontraron en la piratería una forma de torpedear al Imperio, ya que al tratarse de una extensión de océano tan amplia este no podía permitirse tener la presencia militar necesaria para garantizar la seguridad de los barcos que comerciaban con el continente americano. Francia, Holanda e Inglaterra fomentaban la piratería, ya que no solo perjudicaba económicamente a la Corona española sino que además establecía una excelente distracción que resultaba muy favorable sobre todo en tiempos de guerra, ya que la fuerza naval española no podía descuidar las aguas caribeñas. Se extendió el empleo de las llamadas patentes de corso, que otorgaban a las personas a las que se les concedían (es decir, a los corsarios) autoridad para saquear barcos y ciudades de naciones enemigas; y así es como hombres como Henry Morgan, Francis Drake o Richard Hawkins obtuvieron el título de «Sir». Los piratas, al ser corsarios, se convirtieron así en aliados del gobierno, favoreciendo su causa. Eran paramilitares del mar.
No obstante, en 1604, tras 20 años de Guerra angloespañola, el Tratado de Londres estableció, entre otras cosas, la suspensión de las actividades de saqueo de los barcos españoles en el océano Atlántico a cambio de que España facilitara el comercio inglés en las colonias españolas. Además, según avanzaba el siglo XVII el Imperio español iba perdiendo fuelle y el monopolio comercial español iba desapareciendo. En resumidas cuentas, la piratería cada vez suponía un mayor problema para las naciones europeas que la habían alimentado. Sin embargo, el devenir de Europa quedaría marcado por la Guerra de los treinta años, en la que la mayoría de las grandes potencias de la época comenzaron discutiendo sobre religión y acabaron dirimiendo diferencias arrastradas durante décadas. Es decir, la cena de Nochebuena del viejo continente. La paz de Westfalia en 1648, que puso fin al conflicto, no solo redefinió el mapa político europeo, sino que estableció los principios de soberanía territorial y no injerencia en asuntos internos. Se ha llegado a afirmar que el tratado sienta las bases del concepto de nación tal y como lo entendemos hoy en día, si bien esta conclusión es tan discutida y discutible como el propio significado del término «nación».


Charles Vane en ‘Black Sails’, interpretado por Zach McGowan
Mientras todas las potencias ampliaban su poderío naval y Francia e Inglarerra rivalizaban, a España le crecían los enanos y entraba en una franca decadencia, perdiendo paulatinamente el poder en las colonias. Entre 1713 y 1715, con la firma de los Tratados de Utrecht, que ponían fin a la Guerra de Sucesión española, se concedió a Inglaterra el navío de permiso anual, el cual autorizaba a Inglaterra a enviara las colonias españolas americanas de forma anual un barco con capacidad de carga de 500 toneladas para comerciar con estas, así como el asiento de negros (sí, se llama así), que otorgaba un monopolio de treinta años sobre el tráfico de esclavos africanos con la América española. La piratería era ya definitivamente un problema para el recién estrenado Reino Unido (término fijado en 1707) porque claro, dile tú a todos esos delincuentes que se vayan a casa, que ahora todos somos amigos. Además, muchos de los marineros y corsarios empleados durante la guerra contra España se encontraron de repente con que sus servicios ya no eran requeridos por la Corona británica, por lo que el Caribe se encontró de un día para otro con un flujo de hombres con entrenamiento militar que se unían a la causa pirata.
Justo en este punto es cuando nos interesa volver a Nasáu. La capital de la isla de Nueva Providencia había sido quemada hasta los cimientos por los españoles en 1684, reconstruida por los ingleses y luego ocupada de nuevo por españoles y franceses a principios del XVIII. Lo interesante de Nasáu ocurre entre 1703 y 1718, periodo en el que se estableció lo que se ha denominado como la República de los piratas. Se estima que más de mil piratas establecieron su base en la isla, superando con creces al número de habitantes originarios. Figuras que han pasado a la historia y que aparecen ficcionalizadas en Black Sails como Barbanegra, Anne Boony, Charles Vane, Benjamin Hornigold o Calico Jack Rackham se denominaban a sí mismos gobernadores y, a pesar de la existencia de fuertes rivalidades entre ellos, fueron capaces de luchar bajo la misma bandera para defender la independencia de la ciudad. Es probable que aquí se sentara la base de la posterior idea romantizada de la piratería como grupo de outsiders expulsados de la sociedad que luchan por mantener su modo de vida frente al orden establecido. Lo cierto es que (ojo si eres de los que consideran los hechos históricos un spoiler) la ciudad volvió a manos británicas en 1718 y se puso fin al dominio de los piratas en la isla.
Toda esta maraña de hechos históricos aparece en mayor o menor medida reflejada en Black Sails, una producción capaz de mostrar una enorme complejidad de personajes y momentos de extrema sensibilidad, y al minuto siguiente plantar una pelea a puñetazos con un tiburón. La serie de Starz se mantiene sorprendentemente fiel a la realidad histórica a pesar de que nunca abandona su vocación de precuela de la novela de Robert Louis Stevenson. En realidad no importa si el concepto de piratería que ha llegado hasta nosotros está o no edulcorado: Black Sails decide abrazar completa y despreocupadamente la idea romántica de la piratería forjada en el siglo XIX. Quizá ese sea su mayor encanto, la capacidad de mostrar realidad y la ficción de forma paralela sin ningún tipo de prejuicio. Black Sails juega con toda la intriga política y económica detrás del desarrollo de las colonias europeas en América y que aun así el espectador decida de forma voluntaria quedarse con la ficción. Quedarse con la versión del capitán Flint: el Caribe a sangre y fuego por un corazón roto.
Glosario de términos
CORSARIO: Según el Diccionario de la lengua española:
- adj. Dicho de un buque: Que andaba al corso, con patente del Gobierno de su nación.
(Corso: 1. m. Campaña marítima que se hace al comercio enemigo, siguiendo las leyes de la guerra.)
Thesaurus dictionary estima la aparición de la palabra en torno a 1640-50 y los define como piratas comisionados por un gobierno para atacar barcos de una nación enemiga, por lo que poseían una autorización especial.
BUCANERO: Según el Diccionario de la lengua española:
- m. y f. Pirata que en los siglos XVII y XVIII se entregaba al saqueo de las posesiones españolas de ultramar.
Thesaurus dictionary restringe su uso a los piratas de origen europeo que en el siglo XVII atacaban de forma exclusiva barcos colonias españolas. Curiosamente, la palabra de origen francés (boucanier), proviene de boucan, que significa «barbacoa».
FILIBUSTERO: Según el Diccionario de la lengua española:
- m. y f. Pirata, que por el siglo XVII formó parte de los grupos que infestaron el mar de las Antillas.
Aunque la RAE atribuye en su diccionario un origen francés a la palabra, ya que probablemente castellano tomase el préstamo léxico de la lengua gala (flibustier), Thesaurus dictionary determina un origen holandés: vrij (libre) + buit (botín) y fija su utilización a partir de finales del siglo XVI. Además de centrar su actuación en el mar de las Antillas, los filibusteros, a diferencia de otros piratas, no solían alejarse de la costa.