Hay pocos entornos del entretenimiento actual que abracen con mayor entusiasmo el cinismo posmoderno que la comedia. Pero hay otro camino abierto. Donde algunos se quejan de que es imposible seguir haciendo humor porque ya no se puede reír uno de nada, propuestas como la del veinteañero Bo Burnham se burlan de todo mediante la empatía.
A lo largo de aproximadamente los últimos treinta años, el cinismo se ha acabado apoderando -culturalmente hablando- de todo lo que nos rodea, de una forma o de otra. El cinismo es parte de todo lo que consumimos, parte de cómo interaccionamos con los demás a través de las redes sociales y de cómo somos en nuestro día a día. Lo queramos o no. Se podría establecer un origen de este fenómeno en las guerras culturales de la sociedad estadounidense que tienen lugar principalmente con la popularización de Internet desde principios y mediados de los años noventa. Atienden de forma más o menos directa a la demanda de nuevos productos para nuevas sensibilidades y a la aparición de frescas voces disidentes dentro del propio mainstream, como las de Kevin Smith o el dúo formado por Trey Parker y Matt Stone, creadores de South Park (1997-). Voces caracterizadas por un humor algo chabacano, muy referencial, cáustico y que no teme a las represalias. Un humor, en definitiva, para una generación desencantada con su realidad y en busca de nuevos referentes.
Con la aparición en septiembre de 2001 del bloque de programación Adult Swim dentro del canal de televisión de pago Cartoon Network, el viaje dentro de Estados Unidos hacia un nuevo entendimiento de la comedia televisiva más allá de Saturday Night Live (1975-) estaba completo. En esta nueva etapa, la televisión y todos sus tropos forman parte del imaginario colectivo de tal forma que se convierten en motivo de burla autoconsciente desde la propia base. Así, ofertas como The Eric Andre show (2012-) presentan una deconstrucción total del late night tradicional a través del absurdo, mientras que otras como Rick y Morty (2013-) hacen lo propio con la sitcom y la ciencia-ficción a la vez que se abren a todo un seguimiento fan que juguetea con el abrazo sin paliativos al nihilismo exacerbado.
Pero en 2019, el paisaje cultural en el que nos encontramos es muy diferente al que era a principios de los noventa. La visión misántropa como eje del ridículo de la existencia que entonces era novedosa y rompedora ahora pasa por ser conservadora y realmente poco arriesgada en sus afirmaciones. Ya algunos cómicos llevan tiempo planteándose si no es hora de hablar de una nueva sinceridad con la que volver a tratar de verdad los temas que nos preocupan sin tener que alejarnos de ellos mediante el propio discurso. Cómicos reflexionando acerca de si no estamos en un punto en el que las múltiples capas de ironía y sarcasmo que parecen envolverlo todo no nos dejan ver el bosque.
Hace aproximadamente un año, el gran referente de esta nueva ola era Hannah Gadsby que, con su Nanette, ponía en solfa algunos estándares de la comedia tan básicos como el autodesprecio del propio comediante dentro del escenario. Es en este contexto de reconversión del propio humor donde entra en juego una figura como la de Bo Burnham, una voz joven que se va modelando a sí misma según va entrando en este nuevo paisaje.
Palabras, palabras, palabras
Acompañado inicialmente siempre de su guitarra y su piano electrónico, entre 2006 y 2008 comienza a sonar entre los ambientes alternativos de medio pelo de la comedia estadounidense el nombre de Bo Burnham; ese chaval menor de edad y originario de Massachusetts que hacía humor musical sin filtros con prácticamente cualquier tema, buscando la provocación y la destrucción de cualquier tabú posible. Interesado originalmente en el estudio del teatro experimental, acabará dedicándose a construir lo que él mismo llamará durante un tiempo »pubescente comedia musical». Eventualmente al final de esta primera etapa de reconocimiento, acabará grabando un especial para Comedy Central y firmando un contrato para realizar unos cuantos más bajo su tutela. No es ajeno durante estos años a la polémica y a la controversia generada por su falta de barreras en algunas de sus actuaciones, y serán estos titubeantes pasos primerizos los que le irán llevando hacia un verdadero refinamiento de estilo. En definitiva, un entendimiento de cuáles pueden ser realmente las inquietudes a las que apelar a través de un nuevo tipo de comedia.
En 2010 con Words, words, words consigue su primera rutina de stand-up propiamente dicha, con la que poder dar a conocerse de forma completa. Mezclando momentos de un tipo de monólogo más clásico con experimentación y momentos musicales que absorban toda la energía posible de la sala con momentos intimistas frente al público, Burnham consigue poco a poco diferenciarse lo suficiente dentro de un mundillo que tiende cada vez más hacia el conformismo y la autocomplacencia. A este primer programa le seguirán en 2013 el especial what. (que es lanzado a la vez por Netflix y YouTube) y en 2016, Make happy (producido y estrenado también por Netflix). Burnham quiere potenciar cada vez más el espectáculo, convirtiéndose de esta manera en una suerte de showman capaz de alternar continuamente entre registros e intenciones en el escenario. Si los vemos uno detrás del otro en riguroso orden cronológico, apreciaremos sin demasiada dificultad un avance claramente intencionado en su contenido desde una posición inicialmente cínica a una cada vez más y más empática.

A través de un juego de luces, sonidos, voces en over, voces en off y prácticamente cualquier recurso que pueda estar a su alcance, Burnham busca constantemente nuevas formas de entusiasmar al espectador a la vez que intenta cumplir con sus expectativas. La mente de Bo es caótica, desenfrenada y cree en la ausencia de correlación como fuente inagotable de comedia. En un momento dado se levanta de una posición inicial céntrica y pone rumbo al piano electrónico con firmeza y seguridad, para acto seguido marcharse tal y como ha venido sin tocarlo. Un juego constante con el patio de butacas de expectativas y subversión de ellas elevada a la mínima potencia posible.
Y, sin embargo, consigue que todos estos artificios signifiquen algo al final. Lo que durante todo el show ha sido una forma de tapar su verdadera cara al público, cae por su propio peso, por ejemplo, en los últimos minutos de what. En ellos, se muestra un Burnham realmente preocupado por la imagen del cómico en general y por la suya en particular, un Burnham realmente comprometido con una forma de entender la comedia que pase por la comprensión del otro y la aceptación de la vulnerabilidad de uno mismo. Bo Burnham afirmaba no haber sufrido ningún ataque de pánico al subir a un escenario hasta comenzar su gira con what. A lo largo de la misma, llegó a experimentar doce de ellos.
Toda búsqueda de la empatía acaba pasando por la adolescencia
¿Hay algo a lo que como sociedad le arrojemos menos empatía que a las adolescentes? Sus gustos son públicamente vilipendiados y parodiados, sus emociones estigmatizadas y sus problemas ridiculizados. Por eso no es de extrañar que cuando Bo Burnham se encuentra con la posibilidad de escribir y dirigir una película para la gran pantalla por primera vez, lo haga convirtiéndolo en un relato intimista a caballo constante entre la comedia y el drama sobre lo que es ser una chica, tener 14 años y estar en un instituto en el que lo único que quieres es pasar un día más sin llamar la atención para mal. En 2018, en el Festival de Cine de Sundance, se estrenaba Eight grade. La película se acabó convirtiendo en uno de los fenómenos del cine indie estadounidense de la pasada temporada, siendo un absoluto y unánime éxito de crítica, aunque sorprendentemente fuera ignorada tanto en los Globos de Oro como en los Oscar. O, mejor dicho, solamente consiguiendo rascar, en los primeros, una nominación a mejor actriz de película de comedia o musical para Elsie Fisher. Por una cuestión o por otra, el caso es que la cinta sigue sin tener fecha de estreno en nuestro país.
Pero lo cierto es que Eight grade nos interesa aquí en el sentido de todo lo que supone como afirmación de una necesidad de entender a la adolescencia. Una etapa de cambios físicos y psicológicos, una etapa de hormonas rebotando entre ellas y una etapa a la que fácilmente se puede mirar por encima del hombro una vez se ha salido de ella. Burnham no busca eso ni por asomo. No busca alejarse del sujeto de su análisis, sino zambullirse en sus preocupaciones e inquietudes con ella. Sin miedo.

Kayla Day es una adolescente introvertida, callada, aficionada a Instagram y, especialmente, una youtuber con un canal que no sigue nadie en realidad. No hay aquí ninguna novedad de planteamiento, aunque sí se intenta que la haya de enfoque. Ninguno de estos elementos son tratados con cinismo, sino con lo que quiere ser una profunda sinceridad. Así, una de las escenas más memorables de la película es una auténtica secuencia de puro terror. En ella, dentro del contexto de una piscina en casa de unos compañeros del instituto, nuestra protagonista tiene que socializar con gente que la odia y desprecia mientras muestra en bañador verde fosforito un cuerpo que ella misma odia y desprecia.
A través del personaje de Kayla, en realidad su propio avatar dentro de esta representación de la Generación Z, Burnham acaba abarcando todos los problemas recurrentes en sus rutinas cómicas anteriores: la dificultad de expresarse a los demás efectiva y asertivamente, la salud mental en el día a día, las implicaciones del consentimiento sexual, los efectos de las redes sociales en nuestras relaciones con los demás… Y lo hace intentando no caer en los estereotipos o prejuicios que son tan fáciles de abrazar cuando se intenta sentar cátedra sobre algunas de estas cuestiones. Bo no parece tener realmente la solución a nada, pero cree que el entendimiento sincero de una juventud posmoderna es lo único que le puede dar realmente sentido a ese concepto. No es casual que Kayla encuentre una primera y sincera amistad en esta jungla ideológica recitando entre risas, junto al primo pequeño de una de sus compañeras de clase, estridentes diálogos de la serie Rick y Morty. Tampoco lo es que la película considere que esto es su clímax emocional de una forma totalmente canónica.
Bo Burnham, ¿eres feliz?

You’re everything you hated, are you happy?
Bo Burnham tiene, a día de hoy, muchos motivos para ser feliz. Todavía no ha entrado en la treintena y ya es uno de los cómicos estadounidenses más influyentes en todo el globo, ha estrenado tres especiales de comedia y escrito y dirigido una película con una recepción excelente. En los próximos años protagonizará la primera película de Emerald Fennell –showrunner de la nueva temporada de Killing Eve (2018-)– y recientemente se confirmó que sería el compositor de la próxima película para cines de Barrio Sésamo, supuestamente protagonizada por Anne Hathaway. Nada mal para un chaval que hace algo más de una década no era más que el adolescente rarito que hacía chistes de humor negro por algunas salas de la comedia estadounidense.
Si Burnham ha conseguido hablar de esa forma a toda una generación que está encontrando nuevos referentes en el humor, es porque no es feliz a pesar de todo esto. Porque, al final, no puede evitar sentir que no merece o no es digno de la suerte que tiene. La culpabilidad le atenaza en el escenario, por mucho que construya todo su show a partir de moldear ese sentimiento hacia algo constructivo. Nadie sabe lo que es realmente la felicidad, y nadie sabe ni siquiera, cuando cree ser feliz, si realmente lo es de alguna forma comprobable. El propio concepto de una búsqueda de la felicidad es ridículo. Y, a pesar de todo, como sociedad, seguimos buscándolo cada día. Porque tenemos esperanza.
De una forma similar, se podría rebatir que es absurdo buscar en la comedia un equilibrio entre poder reírse de todo y saber sobre qué es realmente correcto reírse en cada momento a través de la empatía con los demás. Bo Burnham es solo un ejemplo, y realmente un ejemplo de todo y de nada. Esta es una tarea que a fin de cuentas pasa por el enfrentamiento con uno mismo y con sus propios temores e inseguridades. Pero es una tarea que cada vez parece ser más necesaria. No hay peor ayuda que podamos ofrecer a la comedia que decir que algo es »solamente un chiste». Porque hay veces en las que nada es más importante que un chiste. Si el humor es el arma que todos podemos usar, no finjamos que carece de cualquier significado. Hagamos algo con ella. Construyamos algo riéndonos de todo. Sigamos aprendiendo a hacerlo, por complicado que parezca. Parece que puede merecer la pena. Porque tenemos esperanza.