Bruno Nicolai – Todos los sonidos del género

La publicación por el madrileño sello Quartet de un triple álbum con sus bandas sonoras nos sirve de excusa para hablar de Bruno Nicolai, uno de los grandes compositores de los sesenta y setenta que tocó todos los géneros del cine popular. Os guiamos en un viaje introductorio por sus elegantes armonías, que os transportarán a lugares de los que no querréis regresar.

Durante muchos años, Bruno Nicolai (1926-1991), uno de los titanes de la cinematografía italiana, ha permanecido eclipsado por la figura de aquel de quien fuera amigo íntimo y mano derecha, el incontestable maestro Ennio Morricone. A ello también ha ayudado que su legado discográfico se fragmentara como gatos rojos en un laberinto de cristal. Pero parece que se va haciendo justicia. Hace unos pocos meses, el siempre activo y estimulante sello madrileño Quartet editó un triple álbum con tres de las bandas sonoras compuestas por Nicolai. Ojalá esta iniciativa ayude a que el compositor romano, adorado hasta ahora solo en círculos de conocedores y degustadores de lo sublime, alcance el reconocimiento que le eludió en vida. El presente artículo quiere contribuir a esa reivindicación de su figura.




Explorar la obra de Bruno Nicolai nos llevará a visitar todos los géneros del cine popular de mediados de siglo –western, espionaje, terror- aunque siempre bajo tempos europeos –spaghetti western, eurospy, giallo-. Mientras que Morricone daba el salto transatlántico y trabajaba con John Carpenter, Brian De Palma o Roman Polanski, Nicolai lo hacía con Alberto y Sergio di Martino, John Wood (alias de Juan Bosch) y Jes(ú)s Franco. Los mimbres que le ofrecían estos directores meritorios pero, admitámoslo, limitados, le bastaban para crear partituras que eran autenticas piezas de orfebrería; prodigios técnicos de instrumentación y melodía que elevaban a las películas que ilustraban más allá de un puñado de afortunados hallazgos. Nicolai utilizaba todo tipo de instrumentación -sitares, teclados analógicos, clavicordios- para crear atmósferas únicas, de una elegancia que, a poca sensibilidad que tengas, te colocan al borde del Síndrome de Stendhal.

Sin ningún ánimo exhaustivo – su prolífica obra lo imposibilita- sino el de abriros una puerta a una realidad aparte, tomaremos puerto en cuatro facetas de la carrera cinematográfica de Bruno Nicolai, desde sus primeras partituras de mediados de los sesenta hasta que decidiera abandonar el cine a finales de los setenta para dedicarse a la academia.

El Eurospy

El eurospy fue la corriente más prolífica del cine popular entre 1965 y 1968. Con un epicentro mediterráneo, el eurospy trataba de explotar el éxito global de la saga Bond. Películas repletas de chicas bonitas, megalómanos de opereta y acción a raudales que, ya fuera desde la imitación o desde la parodia, buscaban hacer caja gracias a la fama mundial del agente 007. La explosión encontró a Bruno Nicolai haciendo sus primeros pinitos en la televisión y en el teatro. Su debut en el cine, la banda sonora de Sangre sobre Texas (1965), dejó muy contento a su director Alberto de Martino, por entonces en la cresta de la ola de la industria popular italiana, y que ambicionaba entrar en el cine de espías. Upperseven, hombre a matar (1966) fue la primera de las tres películas que De Martino estrenaría ese año y la primera de ellas con una partitura de Nicolai, quien demuestra sus dotes para el pop-jazz reforzado por una potente sección de metal. Y es que Nicolai no eludía rivalizar con John Barry si se lo proponían. Si había que jugar a ser como Bond, se jugaba. El tema principal de la película, cantado por Paola Orlandi, hermana de la también estupenda compositora Nora Orlandi, nos presenta las credenciales de Nicolai: elegancia y riqueza melódicas.

Si bien Upperseven, hombre a matar era más bien un rollete que probaba a mezclar a 007 con Fantomas -por entonces de moda gracias a la trilogía de films con Jean Marais y Louis de Funes– la segunda película estrenada por Alberto de Martino aquel 1966 con partitura de Nicolai fue Operación Lady Chaplin, una de las cumbres del género, como os contábamos en la Guía Canina al eurospy. La banda sonora, editada recientemente por el sello italiano Digitmovies, contribuye a ello; un disfrute de swing y jazz orquestales de la que seleccionamos el tema principal cantado por Bobby Solo y que bien podría haber sido compuesto por John Barry para una de las misiones de Sean Connery.

Al año siguiente, Nicolai compondría mano a mano con Morricone la banda sonora de Todos los hermanos eran agentes, una explotación descarnada de 007 con “el hermanísimo” Neil Connery como protagonista y que entró por derecho propio en nuestra lista de clones e imitadores de la cultura pop. Nicolai tampoco rehuiría las convenciones del género en su trabajo para El tigre sort sans sa mere (1967), continuación apócrifa de las aventuras de El Tigre, uno de los agentes secretos franceses anteriores a Bond que ya había contado con un par de entregas dirigidas ni más ni menos que por Claude Chabrol, mucho más cerebrales e irónicas que este puro divertimento de sábado por la tarde.

Cerramos esta etapa con la banda sonora de Lucky, el intrépido (1967), delirante juego pulp y metatextual de Jess Franco que también os recomendamos en su día y para el que Nicolai compuso una partitura disparatada y libre que oscilaba entre lo carnavalesco y el lounge, entre la chançon y la música balcánica. Una delicia muy apropiada para una parodia de Bond que clausura por méritos propios la edad de oro de la ficción de espías. Esta sería también la primera de las muchas colaboraciones entre Nicolai y el director malagueño. A ellas regresaremos en unos párrafos.

El spaghetti western

Bruno Nicolai llegó al spaghetti western de mano de Morricone. Por ejemplo, fue arreglista y director de orquesta en La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966). Pero mientras que la reputación de Morricone se forjó en el extranjero gracias al éxito planetario de los films de Sergio Leone, la de Nicolai languideció. Se le colgó el sambenito de segundo plato. Era el chico al que acudir cuando Morricone estaba demasiado ocupado o se negaba a ayudarte. Así sucedió por ejemplo con ¡Corre, Cuchillo… corre! (1968) el segundo film de Sergio Sollima sobre las aventuras de Cuchillo Sánchez en el México revolucionario, un ejemplo de los llamados “tortilla westerns.” Si bien ambas partes son excelentes, esta segunda entrega bien podría pertenecer a esa reducida familia de secuelas tan buenas o mejores que las originales. Nicolai se marcó aquí una de sus opus magna indiscutibles que combina a la perfección la grandiosidad de la gran orquesta con las melodías más íntimas de reverberaciones mexicanas. Nos quedamos con el tema principal cantado por el actor protagonista, Tomás Milián.

El patrón se repitió con la entretenida Adiós, Sabata (1970), la segunda entrega de la trilogía del personaje ambientada en el México del Emperador Maximiliano. Yul Brynner tomaba el relevo a Lee Van Cleef como el hierático mercenario norteamericano vestido de negro y de puntería sobrenatural y con el que prefiguró su papel en Almas de metal (1972). Para la ocasión, Nicolai desplegó todos los tics que asociamos con las partituras de Morricone: las voces, las flautas y los icónicos silbidos de Alessandro Alessandroni. Pero hay que recordar que ese estilo fue la obra compartida de estos dos colosos. Fueron ellos dos quienes crearon ese conjunto de convenciones musicales que ahora nos resultan indisolubles del spaghetti western. Por tanto, Nicolai tenía pleno derecho a utilizarlas cuando quisiera.

El giallo

Llegamos a la cumbre de la carrera de Bruno Nicolai. Es en el giallo, género capital del que también os ofrecimos una Guía Canina, donde Nicolai trasciende y alcanza un control completo de su talento. Entre 1971 y 1972 entregaría cuatro bandas sonoras que solo pueden calificarse como obras maestras. Comenzamos por La cola del escorpión (1971), su primer encuentro con Sergio Martino, uno de los pesos pesados del género que en esta ocasión se inspiró en Psicosis (1960) y Blow up (1966) para crear un perverso y violento whodunit con pirueta final. Desasosegadora y dura, su partitura rezuma una energía primordial muy acorde con la mezcla de pulsión de sexo y pulsión de muerte que conforma los mimbres del giallo. Seleccionamos el rotundo tema principal de la película, que sería recuperado por Helene Cattet y Bruno Forzani para ese estupendo neogiallo que fue Amer (2009).

No menos notable fue otra de sus colaboraciones con Sergio Martino, la fabulosa Todos los colores de la oscuridad (1972). Explotación evidente de La semilla del diablo (1968), que reemplaza el neoyorquino Edificio Dakota por el no menos inquietante Kenilworth Court londinense, Nicolai nos ofrece aquí una de sus partituras más excelsas e inquietantes, un perfecto acompañamiento para esta historia de deseo femenino reprimido, desasosiego y satanismo en el que destaca la fulgurante Edwige Fenech, sacerdotisa del giallo. Un estupendo ejemplo es Sabba, un corte mesmérico y exótico sostenido sobre el sonido del címbalo y los coros de I Cantori Moderni, que también seria rescatado por Cattet y Forzani para El extraño color de las lágrimas de tu cuerpo (2013), su segundo pastiche neogiallo.

Fenech y Nicolai coincidirían de nuevo en varias ocasiones. La siguiente sería Las lágrimas de Jennifer (pobre remedo del titulo original Perché quelle strane gocce di sangue sul corpo di Jennifer?). Esta historia de un asesino en serie que se ceba en las jóvenes muchachas que habitan en un bloque de apartamentos ofreció a Nicolai la posibilidad de superarse, si es que eso era posible. Esta banda sonora, “más Morricone que Morricone” como dicen algunos, es un prodigio de atmósferas y armonías que, puesta al servicio de Fenech y gracias a los ocasionales aciertos del director Giuliano Carnimeo, factura uno de los ejemplos más rotundos del género, que por cierto terminaría influyendo a ese otro amante del exceso, el Brian de Palma de Vestida para matar (1980).

A riesgo de que se me agoten los adjetivos, no puedo cerrar esta sección sin hablaros de la última reunión de Edwige Fenech, Sergio Martino y Bruno Nicolai: la injustamente olvidada Vicios prohibidos (1972) (otro estropicio de los tituladores españoles porque el original Tu vicio es una habitación cerrada y solo tu tienes la llave es incomparablemente más bello). Para esta historia de claustrofobia, sexo turbio y mezquindades matrimoniales, muy (pero que muy) libremente inspirada en El gato negro de Poe, Nicolai despliega todo su poder instrumental y melódico para coronar la serie de bandas sonoras de Nicolai con las que terminó por definir la música cinematográfica de los setenta.

Con Jesús Franco

Pese a que este humilde comentarista no es muy fan de la obra del director malagueño, sería injusto soslayar en este articulo la estrecha colaboración entre Jesus Franco y Bruno Nicolai. En la más de media docena de films en las que trabajaron juntos entre 1969 y1974, el compositor italiano tuvo vía libre explorar cuantas exuberantes orquestaciones le apetecían, encontrando una afortunada síntesis con el erotismo sórdido que Franco producía en cantidades industriales por aquellos años.

Destacamos primero Marqués de Sade: Justine (1969) rodada en Barcelona y en la que Romina Power pone su carne núbil al servicio de una historia de erotismo y dolor creada por Sade, interpretado por un Klaus Kinski que se pasa toda la película con peluca y escribiendo con pluma, sudoroso y enjaulado como el proverbial tigre. Para expresar la inocencia de Justine, Nicolai abandona toda innovación y abraza su sólida formación clásica, fruto de sus estudios en el Conservatorio de Santa Cecilia de Roma, para producir una partitura cristalina y sietecentista que nos remite a Mozart.

En una de sus múltiples colaboraciones, Christopher Lee se aliaria con Franco en El juez sangriento (1970), una explotación desvergonzada de Witchfinder general (1968) con pretensiones de épica historia en la que el titán ingles mutila y tortura a placer gustándose en el proceso. Nicolai condiciona su instrumentación al periodo en el que se desarrolla el argumento, la paranoica y supersticiosa Inglaterra del siglo XVII, y construye temas como este inaudito Un órgano nella notte en el que su profundo conocimiento del órgano se hace evidente.

Pero quizá la mejor obra que saliera de la unión de Nicolai y Franco fuera la banda sonora de Eugénie, en la que la presencia única de Soledad Miranda y los hallazgos visuales del Curro Romero del cine patrio colocan esta historia de incesto y asesinato en serie muy por encima de su tosquedad técnica y sus propósitos puramente crematísticos. Nicolai combina la orquesta clásica con los sitares y la guitarra eléctrica para deleitarnos con un prodigio de lounge y psicodelia. Un ejemplo es esta maravillosa Drug party.

Fin de viaje

Después de una década y media aportando hito tras hito a la música cinematográfica, ya fuera como compositor, arreglista o director de orquesta, Bruno Nicolai decidió dejar el cine. Se refugió en la academia después de obtener una cátedra de composición en Siena. A partir de ahí se sumiría en un silencio casi absoluto hasta su muerte en 1991. Se cuenta que Morricone ni siquiera acudió al funeral de su antiguo amigo, con el que se dice que discutió por dinero y créditos.

Si te ha gustado lo que has escuchado, Nicolai tiene aún más tesoros que ofrecerte. Encontrarás completas en Youtube muchas de las bandas sonoras de las películas mencionadas aquí. En Filmin hay una estupenda colección de giallo que incluye los films comentados más alguno más a los que Nicolai contribuyo con su música. Y te dejamos también con esta lista de Spotify por si no quieres ir demasiado lejos a buscar.

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