Alguien escribe todo lo que lees. Se escribe lo que se dice que ha sido escrito, pero también lo que ni siquiera se menciona que ha pasado por un procesador de texto. Esto no trata de una sesuda teoría estética sobre la muerte del autor y los caminos del texto; trata de algo tan grosero y vulgar como que todo lo que se consume ha tenido que ser producido por alguien, y detrás de cada artículo firmado por «la redacción», cada nota de prensa firmada por «el gabinete», o de cada pieza de cuatrocientas palabras pagada a euro en cualquier página de internet hay alguien que, por lo general, escribe para comer. Escribir es un trabajo, como cualquier otro, pero, la mayoría de las veces, poco tiene que ver con la versión romántica del novelista y más con la del currante 9 to 5.