Clima-ficción: esperando al hopepunk

El clima-ficción es nuestro nuevo apocalipsis y también el notario de una realidad que no podemos negar. Hablamos con autores y expertos españoles sobre este género cada vez más ‘actual’ y por qué no acaba de cuajar su reverso utópico, el llamado hopepunk, capaz de imaginar futuros mejores para la Humanidad

La ficción climática o cli-fi ya estaría tan consolidada como subgénero de la ciencia-ficción que hasta Fundeu ofrece consejo para escribir el nombre en correcto castellano, aunque a veces ni entre los propios autores se pongan de acuerdo sobre la definición más adecuada. Casi todos los entrevistados para este artículo han coincidido en señalar El mundo sumergido (1962) de J.G.Ballard como referente y fundador del subgénero y la algo más reciente Nueva York 2140 (2017) de Kim Stanley Robinson. Pero en el mismo se puede incluir Solar (2010), de Ian McEwan; películas como Waterworld (1995), de Kevin Reynolds o Mad Max: Fury Road (2015), de George Stevens e incluso el cada vez más inminente futuro de Apocalipsis suave (2013) de Will McIntosh, Wall.E (2008), de Andrew Stanton, o El atlas de las nubes (2004), de David Mitchell y su adaptación de 2012 por las hermanas Wachowski y Tom Tykwer. La inmensa mayoría con finales más o menos felices pero una pauta: el futuro del planeta es una inmensa mierda.

¿Dónde está el hopepunk, supuesto último giro de los derivados del cyberpunk -el de subcultura más exitosa el steampunk, pero están el dieselpunk, el clockpunk, y, si nos apuráis, Danza de tinieblas (2005) de Eduardo Cabrerizo o El Ministerio del Tiempo (2015-) han inventado el Austriaspunk-? El hopepunk es a la ciencia-ficción, y a la climática en particular, lo que La Nueva Sinceridad es a la vida. Es el reverso luminoso del grimdark. Pero se pasea poco por la ficción mainstream. Como si mirar al futuro con optimismo, a la manera de nuestros abuelos, estuviese mal visto. Como si fuese Tomorrowland (2015) de Brad Bird, coescrita por un tal Damon Lindelof.

En nuestro país los activistas y divulgadores del colectivo Contra el diluvio convocaron hace un par de años un concurso de microrrelatos vía Twitter, #Navidad2050, en el que tuvieron que hacer segunda convocatoria porque el tono de lo recibido se pasaba de oscuro. Antonio Castaño, uno de los miembros del colectivo, lo analiza así: “No necesitamos más distopías. No es que sea contraproducente, es que es políticamente poco interesante y literariamente aburrido. La distopía ha tenido su momento, pero ya está bien. Darle vueltas y más vueltas a cómo nuestro mundo podría ir a peor mientras lo vivimos en riguroso directo no parece el mejor uso de nuestro tiempo”. Eso, claro, no quiere decir que no tenga sentido especular sobre un mundo en ruinas, solo que “desde el punto de vista de la acción política, nos parece más útil centrarnos en cómo salir de ésta. Si la distopía alcanza hasta los informes científicos, la utopía debe volver a estar en la política”.

En España la editorial Episkaia publicó en 2018 el libro de relatos colectivo Estío, con obras de autoras como Aixa de la Cruz, Eva Cid o María Bonete, en el que el balance tampoco era especialmente esperanzador. La editora Clara Morales nos comenta que “el futuro que se imagina en la antología tiene un claro sistema hegemónico, el capitalismo —en algunos relatos, un capitalismo aún más salvaje del que vivimos ahora, combinado con algún tipo de autoritarismo—, pero los cuentos no se limitan a registrar una victoria política, sino que recuerdan que de hecho no existe victoria completa, sino conflicto permanente”.

El balance es parecido al de obras como Black Mirror (2011-), de Charlie Brooker, o Years and years (2019-), de Russell T Davies. Un panorama deprimente parecido al que puede imaginar cualquier ciudadano meridianamente bien informado. Morales recuerda que en este tipo de relatos está presente “la preocupación por la desigualdad y la justicia climática: a quién afecta más la crisis climática y de qué manera es un aspecto central de estas narrativas, con especial énfasis en el género y la clase”.

Pero esto, ¿para qué sirve?

La pregunta es: ¿se puede trabajar contra la emergencia climática desde la ficción? ¿Serviría de algo tener más películas con final feliz sobre el calentamiento global? Para Clara Morales “si no, no estaríamos hablando. Pensamos que la ficción es el espacio de creación de imaginarios más fértil, y que hacen muy mal quienes la desprecian pensando que la no ficción, en forma de ensayo, discurso o informe, se basta y se sobra para transformar radicalmente los marcos mentales”. Y añade el apunte fatalista: “en cualquier caso, y aunque estuviéramos equivocados, estamos ante un escenario tan urgente y de tanto alcance que, como dice la antropóloga y militante ecologista Yayo Herrero en el epílogo de Estío, no podemos permitirnos ignorar ningún espacio de lucha posible”.

Por contra, Castaño y sus compañeras de Contra el diluvio creen que “ni la ficción ni la ciencia-ficción pueden prevenir desastres. En parte funcionan como laboratorio de ideas nuevas, en parte como plasmación de sueños colectivos. La ficción climática puede servirnos, principalmente, para explorar cómo es y cómo será vivir en un mundo marcado por el cambio climático”. No tiene siquiera que ser especialmente realista: “nadie duda de que los eloi y los morlock de H.G. Wells eran creaciones de pura ficción, y eso no hace que dejen de ser interesantes social y literariamente”.

Para Elisabet Roselló, experta en prospectiva y análisis de futuro, cualquier tipo de relato sobre la crisis climática refleja más los miedos del momento que lo produce: “los seres humanos nos movemos por narrativas, y las historias de la cultura más pop que no suelen ir excesivamente alejadas de la cosmovisión de cada momento«. Pero “sí pueden ‘adelantarse’: las personas que sepan o intuyan un mínimo de los cambios emergentes y puedan figurar diferentes impactos cruzados, acaban generando escenarios de futuros en los cuales basar el ‘universo’ de sus historias”.

– ¿Les decimos cómo acaba el libro? – No, que lo lean después de ver la peli y flipen.

Roselló recuerda la célebre frase de William Gibson, “El futuro ya está aquí, solo que no uniformemente distribuido” y apunta que en nuestra actualidad ya existen los escenarios tanto de la distopía como del hopepunk: “Si viajamos, o escuchamos historias, veremos que las migraciones climáticas son un presente en zonas de Asia o África, pero también que nuestros hábitos están en proceso de cambiar y algunas personas están experimentando en ir más allá, por necesidad, o por conciencia. Que ya se está investigando en tecnologías de terraformación para aplicarlas en el propio planeta”.

El mundo acaba antes que el capitalismo

Y entonces, ¿por qué no nos rebosa el hopepunk por las orejas? ¿Por qué no somos todos George Clooney y su amiga adolescente en Tomorrowland? Nos responde la escritora, editora de Antipersona y autora en Estío de Episkaia, Layla Martínez: “En la posmodernidad ya no creemos que el futuro vaya a ser mejor, el futuro se ha convertido en un lugar hostil, que nos da miedo y nos genera ansiedad. Seguramente somos la generación que más veces ha imaginado el fin del planeta, de la sociedad, de la humanidad”. A esto Roselló añade la célebre frase de Fredric Jameson: “nos es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

La analista nos recuerda que “no somos del todo conscientes que, como decía Tim Morton, el fin del mundo como lo conocíamos ya ha sucedido y estamos en una era sí o sí post-cambio climático. Las nuevas visiones de futuros, sobre todo las mainstream o de acceso popular, distópicas, utópicas, o costumbristas apenas están incluyendo el colapso como nueva normalidad”.

¿Cómo que no respeta la esencia de Mad Max, anormal? ¿Pero tú has visto las tres primeras?

Pero aún queda esperanza, y viene directa desde una distopia. Nos la resume así Layla Martínez: “Hay una escena en Mad Max: Fury Road que creo que cuenta muy bien este momento en el que estamos. Furiosa escapa de la dominación y la tiranía porque cree que existe un lugar utópico llamado el Paraje Verde. Pero cuando llega allí, ese paraje no está. Sube a una duna y grita. De alguna manera, es el dolor por la pérdida de la utopía. Después se hace de noche y tienen que pensar entre todos qué hacer. Y entonces Furiosa se da cuenta de que no hay sitio al que huir, que la lucha es aquí y ahora. Y deciden volver a luchar. Para mí eso es la utopía, ese horizonte que activa las cosas, que nos sirve para ponernos en marcha. Pero creo que colectivamente estamos en ese momento en el que es de noche y todo se ve negro, todo son distopías, estamos todavía de duelo y no parece haber futuro. Soy optimista porque creo que algo está cambiando, que sí hay ya un cierto hastío de tanta distopía y una cierta necesidad de otro tipo de discursos más esperanzadores”.

Por cierto. En Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno (1985), de George Stevens y George Ogilvie, los niños perdidos a los que ayuda Max quieren alcanzar la tierra de Tomorror-Morrow.

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