Una actriz, Tatiana Maslany. Dieciséis papeles hasta la fecha en tres temporadas. Todos ellos, clones. Y una serie, Orphan Black, capaz de recordarnos que la ciencia ficción es, ante todo, un reflejo privilegiado de los temas que definen nuestro presente; en su caso, la performatividad de género.
I.
La ciencia ficción es ese espacio donde toda representación imaginada puede subvertir nuestra realidad, siempre y cuando quienes la hacen posible sean conscientes del potencial del género para concretar mundos imposibles, pero, sobre todo, para hablar del presente en clave crítica, metafórica, especular. En lo que respecta a las posibilidades del mainstream para traer a primera línea de debate temas capitales de nuestro presente, como la construcción de identidades o el reparto del poder, éste abre nuevos canales para la producción de sentidos en un ámbito como el del feminismo, hoy por hoy en auge, pero sometido por ello mismo a tensiones que problematizan la naturaleza presente de las relaciones entre las mujeres y una sociedad que supuestamente ha propiciado el desarrollo de sus plenos derechos como ciudadanas.
Fieles a esta idea, nos centramos en este artículo en el análisis de lo que podríamos denominar las “contingencias de género” que atraviesan a las protagonistas de Orphan Black, serie creada por el guionista Graeme Manson y el director John Fawcett para la cadena televisiva BBC America. A la hora de escribir estas líneas, Orphan Black ha cumplido ya tres temporadas en antena, y BBC America ha dado luz verde a la producción de una cuarta, que se emitirá en 2016.
La peculiaridad de las figuras principales de la serie, todas ellas interpretadas por la actriz Tatiana Maslany, es que son clones, diseminados en su infancia por Europa y América del Norte como parte de un experimento secreto llevado a cabo a principios de la década de los ochenta del pasado siglo por un colectivo científico eugenista y una corporación biotecnológica. Las clones encarnadas por Maslany han sido controladas desde la infancia por observadores. Estos no solo espían el desarrollo biológico de las mutaciones que han dado lugar a estas criaturas, sus productos; además, interactúan con ellas a través de agentes que simulan en sus vidas diversos papeles: desde la vecindad, hasta la relación de pareja. De esta manera, adquiere importancia esencial el rol cotidiano que, en tanto programadas “mujeres”, han ido desarrollando las clones hasta llegar a los treinta años; momento en que una serie de circunstancias inesperadas provocan que sepan las unas de la existencia de las otras.
El contraste de las personalidades y los ambientes que han configurado a cada una de las jóvenes a partir de una raíz común, plantea toda una serie de cuestiones en torno a la performatividad de género y su validez cuando los escenarios empiezan a delatar su condición de construcciones y los personajes a confundir sus identidades. El espectador reconoce en las clones toda una tipología de estereotipos asumida como natural que, episodio a episodio, se va cuestionando y reformulando. Mujeres de procedencias, culturas, clases y personalidades programadas, trascienden y fusionan sus rasgos a un nivel primordial, de tribu articulada en torno a un mismo código. Un código en origen determinista (genético) que, a través de vivencias extremas compartidas, se irá desvelando permeable a una reescritura guiada por la desobediencia, el empoderamiento y la hermandad.
En este aspecto, el registro de ciencia ficción en el que se enmarca Orphan Black se revela idóneo para explorar un modelo de lo real y sus posibilidades; lo que se asume como establecido y lo que, a partir de un supuesto imaginario pero verosímil, abre la posibilidad de nuevos sentidos feministas. Sentidos articulados y, en parte, heredados de la previa implicación del realizador John Fawcett en producciones centradas en argumentos similares: el largometraje de terror Ginger Snaps (íd., 2000), sobre dos hermanas marginadas en su barrio que han de lidiar con la conversión de una de ellas en mujer lobo; la fantasía heroica Xena, la princesa guerrera (Xena: Warrior Princess, 1999-2001), que, como indica su título, hace de una princesa el equivalente a aventureros como Hércules o Conan; o La reina de las sombras (Lost girl, 2010-2012), que cuenta las aventuras de un súcubo.
Por otra parte, el hecho de que la tercera temporada de Orphan Black gire en torno al descubrimiento de un nuevo grupo de clones, pero masculinos -encarnados todos ellos por Ari Millen-, redunda en las ideas sobre la programación que caracterizasen los arcos argumentales previos y, asimismo, estimula la reflexión en torno a los contrastes socioculturales que establecen las performatividades y servidumbres asociadas a uno y otro género.
No es casual que el guionista Graeme Manson haya dispuesto que las clones sean parte de un proyecto llamado Leda, mientras que los clones integran el proyecto Cástor; ambos nombres remiten a la mitología griega y, por tanto, a todo un aparato simbólico que, para ser eficaz, precisa del reconocimiento de los roles que se desempeñan en la fábula, de tal manera que las acciones narradas en esta desemboquen en una determinada comprensión del mundo.
El desafío que afrontan las clones y los clones de Orphan Black, unidos al fin y al cabo en la búsqueda de explicaciones a su naturaleza y en su rebeldía progresiva contra el utilitarismo que ha presidido su creación, es el de reescribir sus roles de manera que den otro sentido al mito y, con ello, prueben que todavía está vigente su poder.
II
Cuando arranca Orphan Black, solo dos de las clones son retratadas como inadaptadas. Una de ellas, Helena, debido a las duras circunstancias en que se han desarrollado su infancia y juventud bajo la férula, primero de una orden religiosa ucraniana, y después de una secta, los proletianos, cuyo líder ha abusado de ella física y emocionalmente y la ha manipulado para que asesine a las demás clones. La otra, Sarah; una delincuente de poca monta, criada en orfanatos, cuya única preocupación en principio es procurarse una vida desahogada junto a Kira, su hija. A lo largo de la serie, se revelará que solo Sarah y Helena pueden concebir.
A las demás clones -o, al menos, a las que la serie presta atención preferente: Alison Hendrix, Cosima Niehaus, Rachel Duncan- les ha compensado habitar un estatus adquirido, inconscientes o cómplices de lo que suponen sus servidumbres y limitaciones. Sin embargo, a lo largo de las dos primeras temporadas, en su condición de desclasadas, Sarah -con su ingenio y perspicacia- y Helena -con su agresividad y capacidad de supervivencia-, se revelan horizontes liberadores de pulsiones reprimidas en un ámbito sociopolítico y económico aparentemente igualitario, tolerante, pero que, en esencia, es simulacro diseñado a imagen y semejanza de un sistema heteropatriarcal que ha aprendido a sofisticar sus estrategias de programación de clase y género. No obstante, la tercera temporada, en gran medida por la deriva folletinesca adoptada por la serie, ha tendido a homogeneizar a los distintos clones, salvo por la aparición sorpresiva de un estereotipo desconocido previamente, Krystal, quien, en unas pocas escenas -hasta el momento- se revelará tan sagaz bajo las apariencias como sus hermanas/clones.
La entrada en escena de Krystal, a la que Sarah en principio no tiene ningún interés en contar entre sus hermanas, estatus que sí han alcanzado para ella Helena, Cosima y Alison, deja en evidencia que los nuevos modelos de relación y familia por los que apuesta Orphan Black, también son presa de ciertos convencionalismos. A lo largo de sus tres temporadas, la serie describe la importancia de “lo madre” en la educación de las clones/hijas adoptivas, y cómo estas funcionan como correa de transmisión de valores de cara al relevo generacional; en tanto programadoras de género, y en tanto artífices de unos determinados modelos relacionales guiados por la arbitrariedad y la exclusividad en la expresión de la empatía y los afectos.
La crítica a la familia de clase acomodada se halla encarnada en Alison, estereotipo de madre de suburbio, mantenida por su marido y volcada en la crianza de sus niños adoptados, el cuidado de su hogar, y la vida social en la urbanización donde vive. Alison es una “mujer desesperada” que, conforme va progresando la ficción, ahonda en esa faceta en lugar de despertar de ella: con tal de mantener su posición social privilegiada, será capaz de asesinar, traficar con drogas y manipular a su propia madre, Connie, para que le ceda su negocio; en dicho proceso de manipulación, que tiene lugar en la tercera temporada, nos queda claro el porqué de los comportamientos de Alison, relacionados con una madre neurótica y pasivo-agresiva con imagos masculinos de manual que pretende transmitir a su hija.
Connie no es ni mucho menos la única madre de Orphan Black que, desde su posición de poder, sojuzga emocionalmente a sus hijos para moldearlos a su propia conveniencia y la del sistema que representa: Virginia Coady, la médico que trata sobre el papel de averiguar por qué los clones del proyecto Cástor están enfermando, y que en realidad pretende usarlos como armas, los trata como si fuesen sus pequeños, perpetuando su adolescencia a fin de tenerlos controlados. La madre adoptiva de Sarah, Siobhan, le hace sentir culpable en varias ocasiones por no haber sabido ejercer como madre presencial de Kira; razón que podríamos considerar decisiva, motor argumental de la serie, para explicar el cambio de actitudes de Sarah: sus intentos de concebir para ella y su hija una vida mejor, y de articular, a partir de la consideración de todos sus clones como sus hermanas, un nuevo modelo de familia en el que también tienen cabida las redes de relaciones de todas ellas, hasta alcanzar el estadio de tribu.
El problema de este hermanamiento no reside únicamente en que deriva de un complejo de culpa; de la conciencia por parte de Sarah de que no ha hecho hasta el momento las cosas bien de acuerdo con un sistema de valores tradicional. También incumbe al radicalismo inicial de Orphan Black que, temporada a temporada, se precipita hacia un mayor convencionalismo. En la primera temporada, la familia tradicional es objeto de una requisitoria poco velada, irónica; a su vez, se problematizan los conflictos de clase, que evidencian distintos niveles de privilegios entre unas y otras clones. Estos choques se irán diluyendo conforme avance la segunda temporada, ganándole terreno a la crítica de clases la resolución de las tramas narrativas y una idea de hermandad (sisterhood) clon, que justifica una rebaja de la crítica y un relativismo de la violencia; en resumidas cuentas, la proposición de una ética que rige y se justifica únicamente en el ámbito de las clones, hacia el que se dirigen todas las simpatías de quienes miramos la pantalla.
Por otra parte, el planteamiento colectivista de la hermandad choca con el de la individualidad subrayada de las clones, ligada a la interpretación de las mismas por una única actriz -lo que obliga a acentuar artificialmente diferentes maneras de ser y estar-. En el ámbito de la propia ficción, el personaje de Sarah insiste en que cada una de ellas es distinta, aunque el origen biológico, genético, de todas ellas, sea el mismo.
III
La primera escena de Orphan Black tiene lugar en la ficticia estación ferroviaria de Huxley. Allí se quita la vida Beth Childs, clon derrotada por las imposturas de su naturaleza y la vida que gira en torno a ella, y allí tiene lugar el despertar de Sarah, que vuelve a su hogar para resolver una situación personal, y se topa con otra que la obliga a reconsiderar sus prioridades, a partir de sustituir por interés a Beth. La elección de Huxley como nombre de la estación es premeditado. Si Un mundo feliz (A brave new world, 1932) concluía con el suicidio de un inadaptado, de alguien sin lugar en un mundo “perfecto”, Orphan Black recoge su testigo brindando la oportunidad de que una muerte -en su caso de Beth- no sea un final, una aceptación, sino el disparadero de una disconformidad, de la consciencia de algo diferente.
En esta línea, la crítica de género que existe y persiste en todos los personajes femeninos de Orphan Black contrasta con el rol que Aldous Huxley les otorgó en el diseño de su distopía: en ella, las mujeres quedaban reducidas a “neumáticas” y a la aberración llamada “madre” encontrada junto al Salvaje suicida. Si hay un hallazgo en esta serie, está en lo que atañe a lo relacionado precisamente con la caracterización de las clones; planteadas como estereotipos, según avanza la trama, trascienden esa categoría. Los prejuicios del espectador son puestos a prueba en tanto la ficción plantea situaciones en las que las instituciones hegemónicas -Estado, Ciencia, Familia, Religión- son puestas en cuestión a partir de las resistencias de las clones, y de otros personajes que las acompañan en su aventura.
A su vez, ciertos personajes de Orphan Black constituyen alternativas discursivas; personajes que ponen en escena representaciones violentadoras del marco simbólico heredado de lo que entendemos por hombre y mujer: Como Cosima, lesbiana que hace notar a quienes van a investigarla que “su sexualidad no es lo más interesante de ella” (T02xE02); el hermano adoptivo de Sarah, Félix, homosexual y provocador, recurso narrativo y dramático de la serie que subraya las tensiones e hipocresías de las estructuras de clase y género puestas en cuestión por Sarah y sus hermanas/clones; o Tony Sawicki, clon transgénero cuya presencia plantea uno de los temas recurrentes del feminismo y que atraviesa Orphan Black: la relación de la performatividad de género con el control de la biología.
Estas alternativas también se dan en lo que respecta a los escenarios: en la primera temporada, cada una de las clones descubre que su pareja es, o ha sido, en realidad, su monitor de experimento. Es decir, han ejercicio sobre ellas un rol de poder que también puede leerse desde un punto de vista metafórico. El despertar a esta realidad lleva consigo una renegociación de los términos del contrato en algunos de los casos, como le ocurre a Alison. Su matrimonio se verá reforzado por esta revelación al establecer una nueva alianza con su marido, Donnie. En el caso de Rachel Duncan, clon al servicio del proyecto científico que las creó, su posición privilegiada le confiere una libertad de movimiento que le permite establecer unas relaciones de poder asimétricas, en las que que incluso llega a someter a sus monitores.
Estas tensiones se suman al hecho de que se descubren como productos patentados, siendo Sarah y su hija Kira, así como Helena, las “minas biológicas”, tal y como son definidas, para unos poderes que las ven como medios y no como fines en sí mismas. En este contexto, comentar que una de las ideas que atraviesa la serie -“la sangre ata más de lo que pensamos”- tiene varios niveles de sentido. Orphan Black trasciende lo biológico en favor de la tribu, tal y como hemos apuntado, pero la causa, el origen de esa tribu es la biología y sus accidentes medioambientales, como delata el disparador de la serie: el suicidio de la clon Beth Childs.
IV
A pesar de las limitaciones de la serie descritas, esta aproximación a Orphan Black pretende subrayar el interés de esta producción de ciencia ficción en lo que atañe a la posibilidad de una hermandad más allá de las programaciones sociales convencionales. En este sentido, y teniendo en cuenta de que se trata de una producción mainstream, puede que nos hallemos ante una representación cuyo valor revulsivo, de recodificación, solo puede ser equiparado al de Sense8, serie creada por los hermanos Andy y Lana Wachowski, cuya primera temporada ha sido emitida en 2015. La diferencia está en que, mientras Sense8 ostenta una agenda ideológica tan obvia que acaba por malograr el poder de cambio que puede albergar una ficción, Orphan Black hace un uso del relato, del mito, de los estereotipos, capaz de transformar la mirada. Valga como ejemplo esa secuencia de la segunda temporada en la que las clones hermanadas bailan juntas, cuyo impacto emocional va de la mano de nuestro reconocimiento y aceptación como público de aquello que implica la unión, rebeldía y empoderamiento de las protagonistas.
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