El 2 de septiembre de 1996 se editaba Coming Up, tercer elepé de Suede. En torno a su salida se cernían muchas preguntas; un halo de dudas y esperanzas que rodeaban la aparición de un disco cuyas expectativas se adivinaban claves a la hora de marcar el paso del pop británico del momento. Una suerte de barómetro del estado del brit-pop que, definitivamente, vio como salía el sol en las islas.
La aclamada salida de Dog Man Star (1994), inspirada reválida de una banda que empezaba a gozar de una posición envidiable en el nuevo pop británico de los años noventa, desembocó en un clima erosionado, ocasionado por la lucha de egos entre las dos cabezas pensantes de Suede, Brett Anderson y Bernard Butler. Cuando éste último decidió abandonar el barco, y a pesar de un inevitable clima pesimista, Anderson, tirando de orgullo, supo refundar la banda, apostando por un nuevo sonido a la postre exitoso, bandera de otros Suede, los de la era post-Butler, los de la segunda mitad de los noventa, la década que les catapultó al estatus de leyendas del brit-pop.
La respuesta de Brett Anderson respecto a toda aquella agitación debía ser ingeniosa, diferente. Suede (1993) y Dog Man Star (1994) se habían caracterizado por un sonido y letras apasionados, densos, esculpidos en terciopelo rojo, inspirados en decadentes, sórdidos relatos, reflejos de las más bajas pasiones humanas. Pero aquella línea creativa, resultante de la fricción positiva del encuentro entre los riffs de Butler y el melodrama vital que rodeaba todo lo que cantaba/escribía Anderson, ya no tenía sentido. Había pues que reinventarse, dejando entrar algo de luz, rebajando el nivel de intensidad.
Nuevas estrategias, nuevos aliados
Contra todo pronóstico, la búsqueda de un reemplazo para Butler resultó bastante menos traumática de lo que cabía esperar. Richard Oakes, un chaval de 17 años sobradamente dotado con las seis cuerdas, envió una cinta que rápidamente destacó por encima de las decenas, cientos de candidaturas que hacían cola, soñando convertirse en el nuevo guitarrista de la banda anteriormente conocida como The London Suede. La llegada de Oakes brindó frescura adolescente, además de una capacidad creativa y unas prestaciones que poco tenían que envidiar a las de su antecesor.
Las nuevas canciones pedían un mayor protagonismo a nivel de texturas, factor que también exigió el fichaje de un teclista. En este caso no hubo criba; Neil Codlin, primo del batería Simon Gilbert fue fichado a dedo, siendo parte esencial del nuevo sonido de los británicos. Así pues la remozada alineación de Suede ya era una realidad: Anderson, Gilbert, Osman, Oakes y Codlin serían los encargados de regenerar el sonido de la banda. Una tarea nada fácil si atendemos a los logros alcanzados por la anterior formación.
Hágase la luz: el pop nos hará libres
Brett lo tenía claro, ya no había lugar para la densa oscuridad de antaño. Era momento de dejar entrar algo de luz, centrando la composición en los estribillos, acentuando el factor pop. Sin perder de vista a Bowie y T-Rex, Suede apostaron por un sonido más optimista que encajaría perfectamente en ese brit-pop que tanto habían repudiado. Con un Anderson más relajado y dispuesto a saborear las mieles del mainstream, llegaron pelotazos como Trash y Beautiful Ones, sus dos mayores hitos comerciales, construidos en torno a un estribillo-chicle-generacional y unas letras más facilonas, altamente tarareables, que no rehusaban la rima fácil. La ecuación se hacía palpable, menos drama parecía ser sinónimo de mayor éxito comercial.
Así pues, apoyado en el fresco aporte de sus dos nuevos pupilos, el lado más pop de Anderson salió a relucir, conquistando los charts de medio mundo, alcanzado cifras de venta millonarias y postulándose al Mercury Prize, prestigioso galardón de la industria musical británica. Las dudas habían derivado en un viento favorable: la crítica era casi unánime, la apuesta gráfica por el ilustre Peter Saville –autor de las portadas de Joy Division y New Order, entre otros– resultó más que acertada a la hora de empaquetar el nuevo sonido, y había expectación en torno a la banda. Era el momento álgido –por lo menos en términos de respuesta comercial– de la carrera de Suede.
Un sonido brillante
Aunque el productor, Ed Buller, era el mismo que tomó los mandos en la grabación de los dos primeros álbumes de los de Londres, también hubo novedades en el acabado de las canciones a nivel de sonido. Del mismo modo que las composiciones habían rebajado el nivel de densidad melodramática, Buller quiso dotar a estas de un acabado más pulido, vistiendo las canciones con una producción más azucarada. Buller dio a Coming Up un barnizado final en el que sobresalían las frecuencias agudas, buscando un contrapunto respecto a las anteriores obras, marcadas por un sonido más opaco.
Con Anderson, Oakes y Codlin en primer plano, y una producción en la que se abusaba del efecto modulación, Buller buscó para Coming Up el brillo, la luz, para –quizás con obstinado ahínco– conseguir que los nuevos Suede sonaran optimistas e iluminados. Buller tampoco dudó a la hora bañar el nuevo sonido en una húmeda capa de reverberación, probablemente buscando un sonido más épico y grandilocuente. Estos aspectos de la producción quizás atan el sonido del disco en demasía a un tiempo y espacio concretos -el de la mitad de los noventa- pero el conjunto, individual y colectivamente, funciona tan bien que este detalle se antoja, en el peor de los casos, menor.
Depresión, deserción y resurrección
Como en la mayoría de casos, cuando un artista alcanza su cima, lo que viene después suele ser un reflejo desdibujado de lo que éste fue. Head Music (1999) no era un mal disco, pero pecaba de irregular, alternando hits destacados con tibios experimentos, en un tiempo en el que los excesos narcóticos de Anderson hicieron mella en su vida y en su obra. Coqueteando con la electrónica y pecando de sobreproducido –lo que en Coming Up estaba en su punto justo, parecía ahora pasado de vueltas–, el cuarto álbum del quinteto anunció el principio de un descenso que llevó a la banda a decir adiós tras la edición de A New Morning (2002), disco del que el mismo Brett ha dicho repetidamente que jamás debió ver la luz. Ahí es nada.
Tras su disolución en 2003, volverían a la actividad en 2010, dando buenos conciertos e incluso editando un par de discos, Bloodsports (2013) y Night Thoughts (2016), ambos bastante correctos. De este modo, Suede recuperaban –nuevamente– parte del orgullo de una banda que, aceptémoslo, nunca volverá a alcanzar las cotas de inspiración, frescura y éxito que lograron hace ya cuatro lustros.
Trash
Pocos discos coetáneos pueden presumir de un arranque tan majestuoso. Trash irradia optimismo, algo hasta la fecha inaudito en el cancionero del hasta entonces cuarteto. La letra puede ser menos poética, más vulgar de lo que Anderson acostumbraba a escribir, pero encaja como un guante en una canción pop que se gusta. Un hit inapelable que se asentó en los charts durante semanas –llegó al número 3 de las listas británicas y se encaramó en el top finés–. La demostración de que Brett Anderson, más allá de las pataletas y delirios propios de una estrella del pop, era algo más que el cantante que acompañaba a Bernard Butler. Una excelente canción de pop épico.
Filmstar
La delgada línea que separa la decadencia del glamour siempre ha sido una de las constantes más recurrentes en las letras de Brett, y Filmstar es un buen ejemplo de ello. Con un patrón rítmico que evoca un número glam a baja velocidad, y un trabajo excelso de Matt Osman al bajo, la canción camina con clase, revestida por palmas, panderetas y todo tipo de ornamentos que no hacen sino acentuar la cuidada sección rítmica de los londinenses. El falsete aullado de Anderson pone la guinda al que fuera el quinto sencillo –efectivamente, ¡cinco de diez!– extraído de Coming Up.
Lazy
Aunque Lazy fuera repescada de la etapa en la que aún estaba Butler, lo cierto es que esta composición, escrita íntegramente por Anderson, destila un positivismo que se ajusta perfectamente al tono más iluminado que buscaba la banda. Si bien es cierto que el puente central acoge un riff que es puro Butler, Lazy transmite energía positiva. Recordando vagamente a Bowie, uno de los referentes claros del sonido Suede, esta gema pop de alma glam tiene todos los ingredientes que cualquier buen single pop de tres minutos necesita.
By the Sea
Otra vieja canción de Anderson repescada para la ocasión, un baladón a lomos de un piano grandilocuente. En la tradición de los grandes clásicos, parece un trasunto de las baladas de Lennon y el Bowie de Moonage Daydream. Aunque inicialmente puede sospecharse empalagosa y pesada, nada más lejos de la realidad. Con un crescendo perfectamente temporizado, la canción crece a medida que la teatralidad de Brett Anderson se desata, alcanzado su clímax en el estribillo final. Una fantasía romántica, oceánica, a la que el espigado cantante saca brillo.
She
Volviendo a temáticas más turbias, She refleja cuestiones más nocturnas y sórdidas. El lado más oscuro del día a día de una prostituta/mujer profesional y su clientela yuppie. Con el acentuado ritmo de batería de Simon Gilbert –inmenso a lo largo de todo el álbum– y un palmeo adictivo, Coming Up alcanza su ecuador a manos de un riff muy rock a la par que bailable, todo elegancia. El puzle de elementos que se suceden configuran una pequeña obra de orfebrería compacta y adictiva. El fantástico desarrollo orquestal en forma de outro acentúa el efecto dramático, haciendo un guiño a Sly, canción editada un par de años antes por los también británicos Massive Attack.
Beautiful Ones
Su mayor pelotazo, un hit incontestable en el que Brett coquetea con un estilo lírico de radiofórmula, eso sí, siempre desde el prisma glamuroso que impregna cuanto toca. No hace falta ser fan de Suede para disfrutar de Beautiful Ones, pues su alcance trasciende el ser adepto o no a los de Londres, siendo un clásico ineludible de todo recopilatorio de los noventa que se precie. A su también éxito ayudó el clip realizado por Pedro Romhanyi, un brillante ejercicio de pop art audiovisual. Todo, desde el riff inicial obra de Oakes hasta la entrada de batería, pasando por el la-la-la final, está perfectamente dispuesto en una de las mejores canciones que ha dado el pop británico en toda su historia y en los noventa en particular. Palabras mayores.
Starcrazy
Una de las canciones más melodramáticas y teatrales del lote y, en consecuencia, de las más cercanas a los Suede aterciopelados de antaño. Un guiño butleriano en el que Oakes se convierte en el más digno heredero del otrora socio de Brett. Aún siendo una buena canción, probablemente se trate de una de las menos destacables del lote, lo cual no es óbice para que dé la sensación de que no habría desentonado en cualquiera de los dos primeros álbumes de los ingleses, cosa que nos habla muy bien del nivel exhibido a lo largo de todo el álbum y, en el fondo, de la misma Starcrazy.
Picnic by the Motorway
Y tras el guiño al pasado llega esta balada-rock de poso agridulce que trata de ver las cosas con optimismo y que queda marcada por ese inicio tan deudor de Space Oddity. Una extraña mezcla de sensaciones enfrentadas que deriva en una canción evocadora, donde las guitarras de Richard Oakes marcan el paso, explicando casi tantas cosas como la propia letra. El falsete en el estribillo -uno más de los muchos que recorren Coming Up- nos dice eso de “Hey, such a lovely day”, para después asegurarnos que podemos ir a bailar, de compras o a tomar algo, todo ello sin acabar de convencernos. Un momento de deliciosa confrontación entre lo que se dice y lo que se transmite, del que la canción sale beneficiada.
The Chemistry between Us
Mientras uno trata de discernir si prefiere la magistral entrada de batería de Gilbert, el riff contagioso de Oakes o el incisivo la-la-la de Anderson –todo ello concentrado en la fantástica introducción–, este pequeño homenaje a Ziggy Stardust –Bowie de nuevo, sí– muestra una de las caras más optimistas de los nuevos Suede. Mientras, la letra destapa sutilmente lo artificioso de esa ilusión química entre personas, surgida mediante estupefacientes. Todo ello, claro está, con el consiguiente bajón/shock de realidad experimentado al día siguiente. Una temática pesimista –realista de hecho– que choca con la melodía y la entonación de Anderson, las cuales, coloridas y engañosamente optimistas, nos elevan sobre un colchón de cuerdas y unos teclados de fantasía, obra de Neil Codlin, por los que nos dejamos mecer gustosamente. Dura 7 minutos, pero querrías que no acabara nunca.
Saturday Night
Y como broche final esta excelsa balada. Una oda al fin de semana, a la noche del sábado como vía de escape del hastío intersemanal. Otra canción engañosamente optimista que pone en manos del fin de semana el peso de ejercer de antídoto contra el alienamiento de la oficina, del trabajo. Como si el hedonismo nocturno fuera el antídoto definitivo que necesitamos para que florezca milagrosamente todo lo que la rutina nos quita. Una balada que, según se mire, nos puede inyectar optimismo o hacer revivir una resaca anticipada. La noche, la juventud, la decadencia, el glamour, el tú y yo… todos los tópicos que alumbran las mejores canciones de Suede confluyen en esta epopeya a cámara lenta. Un cierre excepcional para un disco que roza la perfección pop.
A pesar de que los dos primeros y este tercer disco son la bomba, el disco con el que se me fue la pelota es el Sci Fi Lullabies. ¿El mejor disco de rarezas y caras b de la historia? Probablemente.