Confiesa tus crímenes ante este esqueleto interrogador

El arte de los interrogatorios es difícil de dominar, de ahí que una mujer estadounidense ideara en 1927 el método definitivo para arrancar confesiones: que los sospechosos de crímenes crean estar siendo interrogados por la muerte misma.

Desde el principio de los tiempos se han buscado métodos para que la gente confiese sus crímenes. Desde la tortura hasta el confesionario, pasando por el interrogatorio y la máquina de la verdad, hay tantos protocolos, inventos y técnicas como necesidad de, en ocasiones, extraer la verdad de quien tiene un evidente interés en mantenerla oculta. Pero algunos de estos métodos, por desgracia, nunca llegaron a ver la luz.

Uno de estos métodos fue el concebido por Helene Adelaide Shelby, cuya patente fue registrada el 16 de agosto de 1927 bajo la premisa de ser un «Aparato para obtener confesiones criminales y grabarlas fotográficamente». ¿Y qué era tal aparato? Literalmente, un esqueleto que interrogaba a los criminales.

Ahondando en la patente, la cosa no se vuelve mucho más normal. Se encerraba al sospechoso en una habitación oscura, pequeña, donde no podía hacer nada salvo esperar a ser cuestionado. El interrogador permanecía en otra sala, observándolo todo sin ser visto. Entonces, al apretar un botón, un cortina se descorrería para terror del sospechoso: al otro lado, un esqueleto anatómicamente correcto e iluminado a contraluz comenzaría el interrogatorio, con la voz del interrogador saliendo de un megáfono de tal modo que pareciera que es el esqueleto quien está realizando el funesto interrogatorio.

Siendo todo grabado con una cámara en el cráneo del interrogador no-vivo, la idea de Shelby era romper la voluntad de los interrogados al enfrentarlos ante una imagen tan ominosa que fueran incapaces de mentir. Algo que nunca sabremos si hubiera funcionado, ya que la patente nunca llegó a llevarse a la práctica. Y aunque lo hubiera hecho, las leyes contra la coerción en los interrogatorios hubiera impedido su uso.

Porque eso es lo difícil de los interrogatorios: una confesión sincera, de la cual luego no se retracte el interrogado, es algo prácticamente imposible. Especialmente si se le pone delante la imagen misma de la muerte para hacerle sentir tan aterrorizado que confiese lo que sea que la policía quiera sacarle.

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