Siempre el Más Grande: por qué Muhammad Ali fue un superhéroe negro

Hoy, el mundo ha perdido a una de las más grandes figuras culturales de su historia reciente. Muhammad Ali, el boxeador que flotaba como una mariposa y picaba como una abeja, ha fallecido a los 74 años, dejando tras de sí el recuerdo de un titán en el ring... y del único y genuino superhéroe negro.

Sabíamos que sus últimas décadas estuvieron lastradas por la enfermedad de Parkinson. Sabíamos que la vida de todo ser humano tiene su final. Pero, aun así, duele y sorprende: Muhammad Ali, el boxeador nacido con el nombre de Cassius Clay en Louisville (Kentucky), ha muerto hoy en Scotsdale (Arizona) a la edad de 74 años. Claro que decir «el boxeador» supone un trágico reduccionismo si hablamos de un personaje así: la razón por la que CANINO le dedica un obituario a este titán no es sólo por su destreza entre las doce cuerdas, aunque también, sino porque se trata de una de las figuras cruciales para la cultura pop de los últimos dos siglos. Con su mastodóntico talento deportivo, su oratoria desbocada y, sobre todo, su insistencia en no dejarse pisotear, Ali marcó para siempre la conciencia colectiva de EE UU en plena batalla por los derechos civiles. Y, por ende, supuso un giro definitivo en la imagen de los afroamericanos ante el mundo. Aquí explicamos por qué, en justicia, se ganó de sobras su título de «El Más Grande».

El boxeo

Aun sin ser expertos en el arte pugilístico, los combates de Muhammad Ali tienen «algo» que nos sorprende cuando los vemos por primera vez (y la siguiente, y la siguiente, y…). ¿Que ese algo? Pues, a grandes rasgos, el movimiento, porque aquello de «vuela como una mariposa, pica como una abeja» no era sólo un eslogan pegadizo: frente a rivales como Sonny Liston, al que gustaba de apodar ‘El Oso’, y en oposición al estilo habitual en los boxeadores de peso pesado, el de Louisville presentaba un juego de piernas virtuoso y una cintura flexible que le mantenían tentadoramente cerca de su rival… pero nunca a su alcance. Todo un contraste con el estilo de otros boxeadores anteriores (y posteriores, véase a Mike Tyson) cuyos poderes en el ring dependían de su resistencia y de su capacidad para conectar golpes de martillo pilón. La estrategia de aguante desplegada por Ali en el mítico combate contra George Foreman en Kinshasa  (1974) sorprendió, precisamente, por ver al rey de la velocidad prestándose a recibir un directo tras otro sin ceder… para, finalmente, destrozar a su ya agotado rival. En suma, podemos decir que Ali se entregó a su deporte como lo que éste podía ser, no como lo ve la mayor parte del público.

La música

Ali era una máquina de pelear, y no sólo con los puños: también era una ametralladora verbal, siempre con una frase ingeniosa en reserva, capaz de desarmar a cualquier rival cuando le ponían un micro por delante… y, muchas veces, usando la rima. Así pues, no debería sorprendernos que muchos MCs de hip hop lo hayan tomado como maestro y guía. Con versos tales que «He’s going around saying that he’s a championship-fighter / but when he meets me he fall 20 pound lighter» y «When I got to Africa i had one Hell of a rumble / I had to beat Tarzan’s behind first for claiming to be the king of the jungle», que sólo pedían un loop de James Brown para convertirse en temazos, con ese ego del tamaño de un gigante gaseoso (algo necesario, no lo olvidemos, para sobrevivir en un sistema que le consideraba un ciudadano de tercera clase) y con ese gusto por ostentar su poderío frente a la cámara, es natural que Ali fuese sampleado y citado por posses como A Tribe Called Quest, así como que el mundo de la música rimada se haya volcado en condolencias al enterarse de su fallecimiento.

El cine

Hablar de Muhammad Ali en el cine es, de primeras, hablar de la saga Rocky: Apollo Creed (Carl Weathers), el boxeador al que Sylvester Stallone se enfrentaba en los dos primeros filmes del serial (1976 y 1979), era una contrafigura del Más Grande tanto como rey indiscutible del boxeo afroamericano como en su perfil de inquietante amenaza racial: un tipo adicto a la publicidad, y dispuesto a dejar claro que ningún whitey iba a disputarle su corona. En cambio, Rocky III (1982) mostraba al icono bajo una luz muy diferente: en oposición a Clubber Lang (Mr. T), un púgil de perfil tysoniano tanto en su poca sutileza verbal como en su forma de combatir, el stablishment se permitía echar de menos a un Ali ya retirado, que mostraba los síntomas del mal de Parkinson y cuyas virtudes (agudeza, fidelidad inconmovible a sus principios y elegancia en el ring) resultaban fáciles de añorar ante el perfil de esas nuevas figuras criadas en un gueto al que las reaganomics iban volviendo aún más infernal. Stallone, señalemos, había asistido al último combate del gigante, librado contra Larry Holmes en Las Vegas en 1980, y saldado con una derrota penosa. «Era como presenciar la autopsia de un hombre todavía con vida», señaló el actor y director. Cabe reconocer, de esta manera, su humildad cuando hizo que una figura inspirada en Ali le enseñase a su personaje «la mirada del tigre».

Los cómics

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Por supuesto, aquí es imprescindible citar Superman vs. Muhammad Ali (1978), el delirante crossover en el que Denny O’Neil Neal Adams llevaron al último kryptoniano a cruzar guantes con el Más Grande. Pocas críticas podemos hacerle a ese tebeo: O’Neil captó con finura el talento de Ali para la oratoria (impagable, la escena en la que el púgil explica los distintos golpes comparándolos con argumentos en una discusión) mientras que el dibujo de Adams retrata al boxeador como una figura titánica, tan plena de terribilitá en sus músculos como de carisma en sus expresiones. Citamos a nuestro compañero Daniel Ausente,  de su imprescindible libro Black Super Power:«El Ali de tebeo es tan real como el Ali mediático, bocazas, rabioso y, al mismo tiempo, encantador, capaz de las más enormes gestas en la frontera de lo sobrehumano. El único superhéroe negro genuino de verdad». Pero aún hay más: sin Ali, y sin el período de lucha étnica al que éste sirvió como uno de sus más excelsos portavoces, héroes negros como Luke Cage, el Halcón de Steve Englehart o John Stewart, el Green Lantern afroamericano, jamás hubieran visto la luz.

La política

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Nunca, nunca lo olvidemos: durante la década de 1960, Muhammad Ali no era sólo un icono o un deportista de éxito: era un alienígena. Nunca dispuesto a callarse, siempre dispuesto a soltar verdades como puños (enguantados) y llevando sobre sí todas las contradicciones de la lucha por los derechos civiles, todo en él suponía una victoria de la autoestima y de la conciencia individual sobre un sistema empeñado en verle como un paria (primero), un bufón (después) y, finalmente, como un saco de músculos sólo apto para cosechar knockouts. Su alianza con la Nación del Islam, sus momentos de fanatismo (corregidos, con estudio y firmeza, a lo largo de los años), su machismo o la ruptura de su amistad con Malcolm X no han de ser vistos sino como esas contradicciones que tan fácilmente le perdonamos a otros grandes personajes, contando además con que un país entero trataba de reducirlo a la nada. Y, claro, luego están esos otros momentos: «El reclutamiento [para la guerra de Vietnam] es una cosa de hombres blancos mandando a hombres negros a matar hombres amarillos para defender la tierra que le robaron a los hombres rojos», «¿Por qué deberían pedirme que me pusiera un uniforme para ir a 10.000 millas de casa, cuando a los negros de Louisville los siguen tratando como a perros?» y el definitivo «ningún vietnamita me ha llamado nunca ‘negrata». Tampoco se hubieran atrevido, cabe añadir.

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