Ayer, cual peregrinos en el Camino de Santiago, unos cuantos miles de acólitos a la religión de Beyoncé subimos a un Estadio Olímpico de Montjuïc blindado a paso de procesión –los accesos estaban colapsados- para recibir la cuarta misa pagana que la cantante tejana ofrecía en Barcelona. Un poco de caos y nervios en la entrada, parada en las taquillas para recoger la entrada de prensa, y luego a coger sitio en los pupitres del estadio donde los periodistas cantaron la medalla de oro de Fermín Cacho en los 1.500.
Primer shock de la noche. Un estadio casi lleno, más de 46.000 personas y reto superado de Beyoncé, que hasta ahora solo había llenado por completo una de sus tres visitas al Palau Sant Jordi. Tenía dudas sobre si lo conseguiría –mojándome sobre esa cuestión en diferentes medios-, así que me siento obligado a reconocer que estaba equivocado en mis predicciones y saco tres hojas y un boli para tomar apuntes (una de las hojas que reutilizo es el setlist del último concierto de Rihanna en Barcelona; me gusta provocar). Segundo shock: la birra a 9’5 euros. Una compañera periodista baja a comprarse una y vuelve con la cara blanca ante el precio prohibitivo. A pesar del impuesto revolucionario, se pilla una que la noche es muy larga. Y poco tiempo después del affaire cervecero, y unos minutos musicales donde sonaron hit de Oasis (algo que me recordó lo mucho que odio Wonderwall), Spice Girls, Eurythmics, Robbie Williams y hasta el We Will Rock You de Queen, empieza la película.

Foto: 13th Witness/Parkwood Entertainment
Sí, el concierto de ayer de Beyoncé fue como ir al cine, a uno de esos IMAX pero elevado al cubo, una mezcla entre la odisea espacial de Stanley Kubrick, el Xanadu (1980) de Gene Kelly y Oliva Newton John y los Transformers (2007) de Michael Bay. Una mezcolanza entre alta tecnología y artes tradicionales que en casi todos los tramos del show funcionó a las mil maravillas. De hecho, el inicio y la salida de Beyoncé estuvieron precedidos del video promocional de THX, el sistema de video y sonido creado por Lucasfilm que utiliza para esta gira. Eso sí, justo en ese momento me tuve que pelear con unas fans que se levantaron de sus asientos para seguir el concierto. Al avisarlas de que me tapaban la visión, una de ellas se giró, me miró con mala cara y observó con desdén mi kit: las hojas y el boli (quizás vio el setlist de Rihanna).
Tras solucionar el problema de la visión (al final las chicas se cambiaron de sitio), permanecí con la boca abierta y las manos en la cabeza unos veinte minutos, más o menos lo que duró el primer segmento de la actuación. ¿La razón? El derroche de sentido de la maravilla aplicado a un concierto. En este caso fundamentado en un monolito gigante de forma rectangular (el más grande que he visto en un evento de estas características, y en general en mi vida) con tres generosas pantallas en las que se podía ver casi siempre a Beyoncé al más puro estilo El ataque de la mujer de 50 pies (1958), y que se parecía más a una nave espacial de los Borgs o los Decepticons que al artefacto de 2001; y en unos decibelios que, parece ser, no dejaron descansar a decenas de barrios barceloneses (si tienen tiempo, vale la pena pasearse por las crónicas de la prensa generalista y mirar en el apartado de comentarios: vecinos indignados sin dormir ante del sonido brutal de la Knowles).

Foto: 13th Witness/Parkwood Entertainment
Ese primer tramo definió el canon de todo el show. Una noche con algunos altos y bajos (cayeron demasiadas baladas y algunos números de equilibrismo bastante horteras, muy rollo ceremonia de los Oscar rancia), donde también hubo fuegos artificiales, llamaradas a lo Kiss, y un gimmick final con Beyoncé y sus bailarinas caminando sobre el agua como deidades al ritmo del Survivor de Destiny’s Child. Sobre la carga feminista (la banda y el equipo de bailarinas estaba formado solo por mujeres) y reivindicativa del concierto tampoco conviene exagerar: cierto es que se oyeron bastantes mensajes y proclamas sobre la desigualdad de género, la liberación personal y el racismo imperante en los Estados Unidos, pero lo que realmente brilló ayer en Barcelona fueron las dotes de entertainer de la cantante norteamericana. Coreografías casi de concepción abstracta y geométrica (apoyadas en una realización de video brillante y vanguardista) como la ya clásica de Ring the alarm, guiños a Madonna (el look de monja pagana y de reina sexy con trono de bambú a lo Emanuelle negra (1975) de Laura Gemser, o el número birlado del videoclip de Human nature), homenaje sentido a Prince con versión power ballad de The beautiful ones seguida del monolito iluminado de color morado mientras sonaba Purple rain, el do de pecho en cuestiones vocales (apenas recurrió al playback), y una entrega sobrehumana (la exigencia física del bolo es tremenda).

Foto: 13th Witness/Parkwood Entertainment
Pocos minutos después del concierto, tras conseguir subirme a un Nitbus abarrotado de gente que revisaba los videos que habían grabado del bolo con una sonrisa en los labios y de varias chicas clones de la autora de Crazy in love –canción que fue despachada en directo de forma breve dentro de un medley-, llego a casa con los oídos taponados y con la sensación de haber visto el mejor concierto de Beyoncé en nuestro país y uno de los espectáculos musicales de gran formato más alucinantes y felizmente epatantes de los últimos años. Ahora bien, en mi cabeza se repite una cosa: a pesar de los motivos comprometidos y políticos, es solo entretenimiento. Pero ojo, de muchos quilates.
"apenas recurrió al playback"
JajajJAJaJaJJajAJa, lo que me he reído.
Esta es la diferencia entre ir a ver a un grupo de MUSICA, e ir a ver OTRA COSA.
Imagino a Jagger diciéndole a su público: "Chicos…sólo he hecho playback 4 veces!!!!"
Otro hombre juzgando el feminismo de una mujer y concluyendo que "tampoco hay que exagerar" porque "es verdad que se oyeron bastantes proclamas", pero a él le dan igual. Bravo.
Natalia, no era mi intención juzgar o minusvalorar el discurso femeninista, que lo tiene claro está y bastante marcado, de Beyoncé. Lo que pasa es que en el concierto de Barcelona, a mi entender, el espectáculo y el entretenimiento estuvieron por encima de ese feminismo o de su apoyo por ejemplo al Black Lives Matter. Es una opinión personal y puedo estar equivocado, que conste. Un abrazo!
Miguel, te puedo asegurar que he podido asistir a un buen número de conciertos de este tipo (Madonna, Lady Gaga, Rihanna, Katy Perry, Kylie Minogue, Miley Cyrus, y demás) y Beyoncé es, de largo, la que canta más en directo y la que menos utliza el playback. Por otro lado propuestas como las de Beyoncé y otras divas en directo es tan válida como cualquier grupo de rock. Se trata de un espectáculo donde la música comparte protagonismo con otros elementos. Puede gustar más o menos, pero es completamente respetable y, claro está, también criticable.
Es perfectamente normal que te parezca que el entretenimiento estaba por encima del mensaje reivindicativo en el concierto, pero la frase "tampoco hay que exagerar" aplicada a las proclamas feministas y antiracistas de una mujer negra es bastante desafortunada.
Es perfectamente normal que te parezca que el espectáculo estuvo por encima del mensaje reivindicativo en el concierto, pero la frase "tampoco hay que exagerar" aplicada a las reivindicaciones feministas y antiracistas de una mujer negra es bastante desafortunada.