Si existe una constante que una el cine de ese gran heterodoxo que es Nacho Vigalondo es la búsqueda de lo universal en la particular. Desde Cronocrímenes a Open Windows, pasando por la triste Extraterrestre, un hecho doméstico, en muchas ocasiones miserable, acaba en una conspiración internacional con tintes de ciencia ficción, ya sean tipos perdidos en los bosques cántabros, infidelidades en el Madrid reciente o nerdos aburridos delante de un ordenador.
Para Vigalondo lo fundamental es iniciar sus historias con la premisa de Philip K. Dick: el hombre o mujer común atrapado en una historia de la cual no puede salir. Colossal no es distinta a esta proposición…y empieza con una borrachera
Gloria, una brillante Anne Hathaway, acaba de romper con su novio y vuelve de Nueva York a la provincia. Es esa América de camisas de cuadros, honky tonk y cerveza Duff que tanta comedia ha debido soportar de los hipster baristas de las dos costas. Retoma amigos del pueblo, que le hacen volver a las melopeas diarias; el spleen aburrido entre Mahou -perdón, aquí habría que decía Budweiser- y partidos de la NFL. Todos le ofrecen ayuda desinteresada, claro, pero también esconden ciertos rituales no poco conservadores; especialmente un exnovio que busca su dependencia emocional.
Esta podría ser la premisa de una historia intensa indie, con el inevitable cameo de Frances McDormand, pero gracias a dos o tres giros de guion, el desarrollo vira de sorpresa en sorpresa. Así, ese choque cultural acaba resultando en una batalla kaiju entre dos monstruos gigantes que combaten en Seúl. ¿Cómo se consigue eso narrativamente? ¿Es posible? El talento del director, en ese sentido, es hacer creíble esta mezcla de géneros con ciertos enlaces narrativos de cierto calado y no poca sorna acerca de su propio argumento. Aparte de la escritura y las imágenes de Vigalondo, es también un excelente trabajo de los actores (no solo Hathaway, también Dan Stevens y Jason Sudeikis) que hacen creíble una trama difícil y alocada. Todos ellos humanizan una historia que sobre el papel, escrita en negro sobre blanco, habría sido mandada a la mierda por cualquier productor ortodoxo.
Este guion, que originalmente se llamaba Santander, es al final una peripecia autobiográfica que extrañamente ha sobrevivido a un cambio de país y también a no pocos toques de género fantástico. Aunque siempre quedará la duda de cómo habría sido realizada aquí, y si hubiera sostenido esa mezcla de melancolía y comedia de la historia (muy similar, por cierto, a la citada y bastante infravalorada Extraterrestre).
¿Es verdad que algunos cines de los 29 que la proyectaban la han llegado a quitar sin esperar a que acabara la semana?