El guionista de Watchmen y From Hell hace un paréntesis en su (relativo) distanciamiento de los tebeos con una elección inaudita: Crossed, el salvaje apocalipsis de depravación creado por Garth Ennis para el sello Avatar en 2008. Cuando todos dábamos por agotada esta exploitation zombi de violencia brutal, irrumpe Alan Moore con una secuela, escrita con la neolengua del futuro, que rinde tributo a la ciencia-ficción a la vez que que cuestiona su sentido cuando el mundo se va a pique.
Los tebeos con la firma de Alan Moore han sido escasos tras el cierre en 2008 de sus America’s Best Comics: las diversas entregas junto a Kevin O´Neill de La Liga de los Caballeros Extraordinarios (desde 1999) y su inmersión en el horror lovecraftiano aliado a Jacen Burrows (donde destaca la aplaudida Providence -desde 2015-). Con esa dinámica, ha supuesto una auténtica sorpresa ver su nombre en los créditos de un tebeo de la saga Crossed, una peculiar visión de Lo Zombi —en su variable de infectados— marcada por la explícita violencia de sus contenidos. El guionista más celebrado de las últimas décadas rompía su distanciamiento parcial de las viñetas escribiendo una secuela de un universo de horror de serie b alejado de toda sutilidad y en apariencia agotado. ¿Simple divertimento, paréntesis alimenticio o algo más relevante?
Los cruzados de Ennis
Un momento. Llegados a este punto más de uno se preguntará qué coño es esto de Crossed. En 2008, en pleno auge de la oleada zombi contemporánea —tan longeva que aún perdura—, el guionista Garth Ennis aportó su grano de arena —o se subió al carro, todo es cuestión de perspectiva— con una original variación del infectado de toda la vida. Tratándose del guionista irlandés, era de esperar su habitual pasada de rosca —de la que soy muy partidario, por cierto—, más si le da cobijo una editorial independiente y sin remilgos como Avatar. Crossed cumplió con creces esa expectativa de extremado mal gusto, pero sus infectados eran mucho más que una horda sin más instinto que la dentellada. Antítesis de lo puritano, aquí los cruzados daban rienda a la depravación y el bajo instinto y disfrutaban con ello, entregándose con placer a toda violencia y aberración sexual imaginable —e inimaginable también—. La gracia está en que al permitirse un marco tan atroz, Ennis podía contener su impulso a salirse de tiesto y construir un angustiante relato de supervivencia ante un horror absoluto.
Tras doce números que forman un arco argumental cerrado en sí mismo, tomó el relevo David Lapham, otro guionista habituado a los márgenes del mainstream, aunque más irregular —al menos Ennis siempre garantiza una carcajada de humor bruto por tebeo—. El nuevo arco se llamó Valores familiares (2011) y no desmerecía en absoluto a su precedente, contrastando el fanatismo religioso de un grupo de supervivientes —una familia american gothic de cristianismo ultra— con la perversión innata de los cruzados, hasta dejar ver que en realidad unos y otros no están tan alejados. Lapham prosiguió con Psicópata (2012), que no estaba mal, y un infumable especial 3D (2007). Eso fue lo que aquí se pudo leer gracias a la desaparecida Glénat/EDT —supongo que deben circular saldados por ahí, así que aprovechen—. El resto quedó inédito y es bastante: además de diversos especiales, están los más de 80 números de Crossed: Badlands (desde 2013). No los he leído, pero a lo lejos tienen pinta a reiteración y agotamiento.
En cien años todos calvos
Así estaba la cosa, con la serie más muerta que viva, mantenida con respiración asistida por si sonaba la flauta televisiva. Y entonces BUM. El barbudo de Northampton dispuesto insuflar aire fresco con un Crossed + 100, un one hundred, es decir, una estrategia —nada espectacular en sí misma— del comic book norteamericano que consiste en saltar cien años al futuro. Por la propia dinámica autodestructiva de estos singulares infectados, es evidente que el factor tiempo juega a favor de los supervivientes, que por su escasez conlleva a que cada vez haya menos cruzados nuevos, mientras los viejos, inmersos en una perpetua celebración de sangre y hedonismo, desatienden cualquier instinto de conservación propio o de especie —les encanta comerse a sus recién nacidos, por ejemplo—. Eso nos lleva a un interesante paisaje, el de la reconstrucción, que el subgénero post-apocalíptico desatiende con frecuencia atraído por la belleza de la destrucción.
Un siglo después del estallido infeccioso, lo que queda de la humanidad se agrupa en pequeñas comunidades, mientras los cruzados parecen en vía de extinción. El paisaje de ruina y destrucción es total y poco rastro queda del progreso y prosperidad del pasado. También del lenguaje del siglo XX, así que Alan Moore aprovecha para escribir el tebeo utilizando un argot de palabras nuevas y mutadas —el traductor español ha debido sudar sangre, justo es señalarlo—. Esto le supone al lector tener que pagar de inicio un peaje importante. Entre que el ritmo es más reposado que en los Crossed anteriores, que el barbudo debe situar el nuevo contexto y que hay más texto que de costumbre, y encima está escrito raro, la entrada puede ser ardua de tanto cranear el marrón de los palurdetos. Reconozco que es mi caso. Tras coger el tebeo con muchas ganas, el primer capítulo me dejó con dudas y aparqué la lectura unos días. Luego, sabiendo lo que me esperaba, regresé tranquilo y entonces, sí, lo disfruté. Mucho.
Necesitados de lo que guardan las ruinas del pasado, los supervivientes organizan expediciones que, además de constatar el rastro menguante de infectados, va en busca de conocimiento. La protagonista de Crossed + 100 es precisamente una archivera, la encargada de localizar la preciada información que contienen los libros del pasado. Así que el tebeo se construye a través de dos narraciones paralelas. Por un lado, el encuentro con grupos reducidos de infectados y la creciente sospecha de que algo raro pasa con ellos; por otro, el diario de la archivera y sus reflexiones sobre el hallazgo de unos libros que no comprende del todo y que ha bautizado como “ficción ilusoria del pasado”, y que es lo que nosotros conocemos como ciencia-ficción. Ahí está la chicha del asunto.
La ciencia-ficción como género ilusorio
Alan Moore articula cada uno de los seis capítulos a partir de otros tantos clásicos de la ciencia ficción, de los que toma el título y a los que se refiere en algún momento del relato. Paso lista con orden y concierto:
El primer capítulo corresponde a Ralph 124C41+, del pionero Hugo Gernsback, y la elección tiene todo el sentido. Publicada por entregas en 1911, es novela seminal en el género, y su extraño título un juego de palabras cuyo significado es “el que predice el futuro para otro”. Obra que describe un mañana repleto de maravillas tecnológicas, leído en el futuro terrible de Crossed se convierte en la fantasía de un futuro que no sucedió.
En el segundo capítulo Alan Moore acude a El regreso del Rey (1955), tercer y último libro de la trilogía El Señor de los anillos de Tolkien, con el que la protagonista especula si se trata de una ficción ilusoria sobre el pasado, del mismo modo que Ralph 124C41+ lo era sobre el futuro. El capítulo contiene más referencias al rey como concepto, entre otras que una visita las ruinas de Graceland, la mansión de Elvis, o la sombría divagación sobre el carácter que en este mundo tendría ese hipotético rey por venir: ¿humano o infectado?.
Bastante olvidada hoy, aunque ganadora de un Premio Hugo en su momento, poco puedo decir de Ruta de gloria (1977), la novela de Robert A. Heinlein sobre la que se articula el tercer capítulo. Supongo que la clave está en a los protagonistas de la novela les guía una esperanza de la que carecen los del tebeo de Moore.
La visita a una comunidad de supervivientes de fe islámica, evolucionada a mejor, es el eje del capítulo que remite a Cántico por Leibowitz (1960), el clásico de Walter M. Miller Jr. Es fácil establecer paralelismos entre la novela y el cómic: se sitúa muchos años en el futuro tras un holocausto —aunque nuclear—; la religión sobrevive y es eje de poder social, y la conservación del saber antiguo está en manos de monjes en una y de archivistas en otra. El elemento diferencial es la ciencia, demonizada en la obra de Miller, mientras que en el tebeo se afirma que “el pensamiento racional también ha resultado ser una creencia”. Alan Moore, coherente con su condición de mago y con el irracional apocalipsis de Crossed, sugiere que ni la religión ni la ciencia han salvado a la humanidad de un destino regido por el azar.
El penúltimo capítulo remite a la genial Tigre Tigre (1956) de Alfred Bester, hoy más conocida como Las estrellas, mi destino, una novela donde el salto evolutivo de la humanidad se pone al servicio de un instinto tan humano como la venganza, ambas cuestiones presentes en el tebeo de forma similar a como acude a Fundación e imperio (1952) de Isaac Asimov, para el capítulo final: tanto por el enfrentamiento de dos facciones —humanos e infectados—, como por la aparición de un personaje especial que inclina la balanza: El Mulo en la novela tiene su respectivo equivalente en el tebeo.
No me he referido al aspecto gráfico, a cargo de Gabriel Andrade, esmerado y eficaz, sí, pero reconozco que tengo un problema con los dibujantes de Avatar, y es que todos me parecen el mismo. Aquí el interés está en Alan Moore y ese dilema esbozado al principio: ¿su colaboración en Crossed es simple divertimento, paréntesis alimenticio o algo más relevante? Algo de cada uno de ellos hay. Dólares al margen, la diversión está en imaginar una sociedad salida tras un brutal holocausto o en dejarse llevar sin remilgos por la violencia explícita y gamberra propia de la franquicia, aunque esas escenas casi siempre ocupan un segundo plano de la narración. Así que lo que acaba primando es ese algo más, una reflexión sobre un género, la ciencia ficción, que leído en un futuro atroz pierde su condición especulativa y racional para convertirse simplemente en una ficción ilusoria de la que Crossed, claro, también forma parte.
Un comentario
Los comentarios están cerrados.