Ignacy Karpowicz, ganador del premio literario Nike y el Polityka Passport, nos da en Cuando los dioses bajaron a Varsovia y alrededores. Baladinas y Romances un ejemplo de posmodernismo a la polaca. O no. No exactamente eso.
En el ámbito literario se suele confundir el posmodernismo con haber leído a Thomas Pynchon. Con sentirse próximo hacia algunos de sus tropos. Y es natural. No sólo porque sea un gran escritor o porque su sombra sea alargada, sino porque sintetiza a la perfección cierto espíritu de la época. Pero ya que vivimos bajo el paternalista colonialismo anglosajón, eso es como decir que sintetiza el espíritu norteamericano. Aquello que le es propio a la cultura pop estadounidense, no necesariamente a él.
En otras palabras, de Thomas Pynchon lo que se suele tomar es la ironía. Esa misma que comparte con Los Simpson.
Sacar a colación esos dos nombres propios no es ningún capricho. No cuando hablamos de Cuando los dioses bajaron a Varsovia y alrededores. Baladinas y Romances. Contándonos la historia de cómo los hombres han abandonado la religión y los dioses deciden bajar a la tierra al convertirse en más humanos que aquellos que crearon a su imagen y semejanza, todo tiene un extraño regusto que conecta, de algún modo, los dos polos que ya hemos nombrado. Como si hicieran un rip-off de Los Simpson pasado por el filtro de la paranoia y el exceso verbal de Thomas Pynchon desde una filial polaca de la FOX.
El problema es que también parece tomar por inspiración las últimas temporadas de la serie.
A veces confuso, con un arranque que se acaba alargando hasta la mitad de la novela, resulta difícil entrever qué desea contar Ignacy Karpowicz en su libro. Si es que desea contar algo. Pero tal vez ahí esté su labor.
Desprovisto de líneas narrativas claras, sin cerrar nada, haciendo cortes seccionales en la vida de hombres y dioses por igual, todo lo que nos va enseñando son diferentes estampas de cómo se ve afectada la vida de un puñado de personas, normales, al encuentro con lo extraordinario, que es lo normal para otras personas. Son dioses que parecen hombres. Dioses que se subordinan. Que aman. Que sufren desencantos, penurias y problemas idénticos a los de quienes les rodean en nuestro mundo.
Tal vez sea esa falta de propósito, que le emparenta con la parodia chusca de la en otro tiempo siempre certera familia amarilla, lo que intenta transmitir Karpowicz. Cómo en un mundo sin dioses, no queda sentido. Ni principio ni final. Ni propósito ni razón. Sólo la sucesión de días grises y extraños, sin moraleja ni propósito ni conflicto.
Sólo el fin de la historia.
El lenguaje irónico. El erotismo de baja estofa. El costumbrismo repetitivo y sin sentido. Pero no Pynchon. No su activismo político, sus soflamas poéticas, su oído proverbial. Mucho menos su compromiso con la entropía como principio regidor.
Algo lógico: Karpowicz no es Pynchon. Y tampoco lo necesita. Para ser un canallita cool con la ironía por bandera, no necesita más que los ecos de haber nacido en un mundo globalizado.