[Crítica] ‘El Playboy’ – Playmates, culpa y pubertad

La editorial La Cúpula reedita en forma de tomo uno de sus clásicos de la colección Brut. El Playboy narra un episodio adolescente de Chester Brown, en el que explora su obsesión por la legendaria revista erótica. Una obra autobiográfica agridulce llena de honestidad, vergüenza y mujeres de papel en una nueva presentación llena de nuevos extras, notas y comentarios del autor.

Me acerco hasta el kiosko
escojo la revista
me pone cara extraña
me voy corriendo a casa.
La llevo bien cogida
para que no se caiga
mira si un impulsivo
quiere intentar robarla.
Pisadas que me siguen
¿estará bien tapada?
Mejor tomar un taxi
no hay nadie en la parada
La revista Siniestro Total (¿Cuándo se come aquí?, 1982)

El playboy del título de la novela gráfica de la que hablo no se refiere a un dandy, a un fucker o lo que se entienda hoy como «playboy». Trata, como la canción de la genial banda gallega Siniestro total, de una revista guarra. De una revista guarra, de la vergüenza y las desventuras para conseguirla, esconderla y ocultar la prueba que hagan sospechar del lector, puesto que la posesión implica la vergonzosa realidad de que su usuario se masturba. Chester Brown, el propio autor, es el protagonista de esta pequeña historia sobre un periodo concreto de su vida. Podría estar enriquecida con más detalles de profesores, colegios, familia o amigos. La única interacción humana profunda de la pubertad de Brown se centra en las modelos desnudas de las páginas de la conocida publicación.

El impacto de un libro como El Playboy a día de hoy es poco reseñable a priori. Estamos acostumbrados al cómic autobiográfico y a la tinta en blanco y negro como forma de expresión artística de prestigio. Allison Bedchel, Jeffrey Brown o Gabrielle Bell son autores que han llevado sus vivencias a las viñetas desde distintos enfoques, y alcanzado la excelencia crítica mientras que el público, más receptivo que hace unas décadas, ha abrazado este género de tebeos, creando una industria, o más bien un circuito, sobre el que se intercambian viñetas de humor costumbrista, confesiones íntimas y dramas personales.

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En los noventa no existía ninguna infraestructura industrial para los cómics underground, y estos eran realmente underground, no tomos preciosamente editados e ideales para regalar en los cumpleaños. Las páginas de El Playboy aparecieron serializadas en la revista de cómic autoeditada Yummy Fur. Vamos, un fanzine. Fuera del radar y con interés sólo para quienes vivían embadurnados en los callejones sin salida de la contracultura. La sensibilidad y honestidad de Chester Brown, sin embargo, era algo completamente nuevo, su trazo era personal y diferente. Crumb había sido la resistencia frente al cómic de color y superhéroes, pero sus historias autobiográficas eran locas y caricaturescas: su influencia en el cómic confesional, junto a Harvey Pekar, se consolidó en la era dorada del tebeo alternativo de los noventa. Cómics como El Playboy beben directamente de historietas en las que Robert Crumb describía sus filias sexuales ocultas y las ansiedades resultantes de sus, por ejemplo, contactos con las chicas bajo los pupitres haciendo footsy.

El precursor verdadero de este tipo de historias y de lo que hacía Chester Brown en Yummy Fur fue, concretamente, el seminal Binki Brown conoce a la virgen María (1972) de Justin Green. Una pequeña historia de represión católica cuyo nexo principal con El playboy es la búsqueda del origen del sentimiento de culpa tras la eyaculación. Sin embargo, los referentes que confiesa Chester Brown son los Dirty Pottle (1991) de Julie Doucet y la influencia de sus amigos de Toronto. Seth, otro prestigioso dibujante de la conexión canadiense, escribía también historias autobiográficas, pero tanto él como Brown encontraron apasionante la sinceridad y autocrítica (o autodestrucción) de las tiras de su amigo común Joe Matt; publicada recientemente por Fulgencio Pimentel, su obra Peepshow (1992) tiene muchos puntos en común con Brown, pero sus estilos no pueden ser más diferentes. El histrionismo hiriente de Matt frente a la delicadeza intimista de Brown, dos caras de una misma moneda: la narración de sus disfunciones afectivas a través de una pulsión sexual descontrolada.

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Veinticuatro años después de su primera edición, El Playboy tiene un valor añadido que difícilmente hubiera imaginado su autor cuando lo escribió. Mucho menos en la época en la que se narra el relato. Ahora, Playboy no tiene tetas. Es una revista más, con una marca muy reconocible, si, pero a la que ya no le hacen falta desnudar a sus famosas playmates en su portada. El equivalente al inocente objeto de deseo de Brown está hoy día detrás de una pantalla de visualización de datos, en forma de gigas de vídeo de nada sugerente pornografía. El escondite de la revista ahora se llama borrar caché, aunque el acto produce el mismo sentimiento de culpabilidad: el asesino limpia el lugar del crimen de la misma manera hoy que en los años setenta. Sin embargo, leer El playboy bajo esta perspectiva impregna cada viñeta de una nostalgia inesperada, que refuerza el carácter iniciático frente al expiatorio, convirtiendo su discurso autobiográfico en un relato que sale de su marco original para caer en la obra de ficción.

Los resortes narrativos de Brown, que cuenta la historia desde el futuro, infiltrándose en su adolescencia en forma de diablillo alado que se juzga a si mismo, dan una fluidez inusitada a un relato en el que, realmente, no sucede nada. El narrador arenga a su yo del pasado y da datos sobre la repercusión de cada escapada a la tienda de su pueblo en busca de un nuevo número de la revista. Las últimas páginas dan una desoladora coda al, en principio, tímido relato de iniciación sexual del autor. Su obsesión por la revista se torna en necesidad y afecta a todas sus relaciones, de tal forma que el autor sigue sin pareja en la actualidad. El Playboy podría ser el núcleo de una misma historia que comienza en la tierna pero amarga historia de amor de Nunca me has gustado (1994) y acaba en la aclamada reivindicación del oficio más antiguo del mundo en Pagando por ello (2011).

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La analogía concuerda con su colega Joe Matt y su evolución desde la inocencia infantil (Buen tiempo -2005-) y relaciones problemáticas y obsesiones sexuales (Peepshow / Pobre cabrón -2006-) hasta la decadencia, soledad y enfermedad de adicción al porno (Consumido -2011-). En el caso de Brown y su decisión de llevar una vida en soledad y su posterior relación con prostitutas, asusta un poco pensar que todo pudiera haberse desencadenado con la inocente compra de un número suelto de la revista de Hugh Hefner. El magnate y bon vivant escribió personalmente a Brown para expresarle cuánto había disfrutado de su novela gráfica, pero que se sentía algo preocupado por el efecto de culpa y vergüenza que le pudiera haber provocado a un chico de 15 años. Si leyera Pagando por ello, el sentimiento de culpa sería también considerable.

Lejos de sus aclamadas obras no autobiográficas (la surrealista Ed el payaso feliz -1983-2006- y la histórica Louis Riel -2003-), el estilo de las viñetas sobre su vida parecen algo más realistas, con el trazo más estilizado, pero sin renunciar a su uso expresionista habitual de perspectivas deformadas. Sin embargo, esta nueva edición en un solo tomo, a dos viñetas por página, no incluye los fondos de página en tinta negra de la edición en grapa. Es una lástima, puesto que el fondo oscuro daba una mayor sensación de aislamiento a las viñetas, suspendidas en una nada abismal que resaltaba el carácter triste, sin final feliz, del relato. Un testamento de las propias inseguridades de un autor entregado a sus impulsos, que eligió evitar la exposición a los sentimientos y al contacto humano tras sus primeras decepciones sentimentales, tan amargamente narradas en Nunca me has gustado.

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The Playboy

Año: 1992
Una de las obras fundamentales de Chester Brown, autor clave de la conexión canadiense del cómic alternativo representada por la editorial Drawn and Quarterly.
Guionista: Dibujo y guión: Chester Brown
editorial: Edita: La Cúpula