Nuevo tebeo del autor japonés Suehiro Maruo editado por ECC en España. Tras la publicación de muchas de sus obras más importantes por Glénat, su última referencia era la adaptación en cómic de La extraña historia de la Isla Panorama de Edogawa Rampo. Esta, una de sus obras más sosegadas y hermosas, significó un punto de bisagra en su obra hacia lo luminoso que tiene continuidad en esta recopilación de cuatro historias basadas en algunas obras clave de la literatura japonesa.
La primera regla del cómic es que las viñetas deben servir a la narración y nunca ser una amalgama de conjuntos autónomos unidos por una serie de cuadros y bocadillos.
Suehiro Maruo trasciende el formato de manga que la mayoría de autores japoneses utilizan para dar movilidad a su secuencia de imágenes. Sus encadenados parecen contradecir los axiomas de una buena lectura de fragmentos independientes. Su narración es clara porque su estilo es limpio y rico en espacios, pero a su vez, después de leer un tomo como El infierno embotellado dan ganas de arrancar muchas de sus páginas para colgarlas en el salón y observarlas cada día.
El proceso conceptual del autor es heredero del surrealismo y, entre sus composiciones siempre esconde homenajes a grandes obras de arte. Frente a su habitual presencia de imaginería pop o cine de terror clásico, esta nueva obra ahonda en raíces e influencias más tradicionales y ensambla imágenes resplandecientes y barrocas, llenas de naturaleza, flores y frutos, típicas del primer periodo Showa con el estilo Muzan-e, una vertiente del ero-guro, o arte erótico mezclado con imágenes de mutilación, suciedad y deformidad, que es la fuente de la que siempre ha bebido. Sorprende en su nueva obra que muchas de sus historias tienen un patrón de contención equivalente al discurso que fluye entre sus páginas. Las pulsiones sexuales reprimidas, la influencia de la religión, culpabilidad, imaginería católica occidental, la presencia del diablo y los bajos sentimientos son los ingredientes generales del tomo.
Si bien en esta etapa no hay tanta sangre y bestialidad gráfica, su imaginería macabra se antoja algo menos arbitraria que en obras fundamentales como La sonrisa del vampiro (1998-2004), y cuando en una viñeta aparece una imagen aparentemente sin relación con el resto, como suele ser habitual en Maruo, tiene una intención metafórica y expresionista más lógica, más natural, de manera que la historia encierra un lenguaje interno que sólo puede ser definido como una concatenación de arte con un tema común.
En la mejor de las historias, la que da título al volumen, Maruo plantea una relectura del capítulo del paraíso del Antiguo Testamento con la típica historia de un naufragio de dos niños que crecen en solitario en una isla. La diferencia con, por ejemplo, El lago azul (1980), es que los náufragos son dos hermanos. Por tanto, su paso a la edad adulta viene acompañado por el fantasma del incesto, un tema tabú que calza perfectamente en el catálogo de aspectos turbadores del autor. La fruta prohibida es la tensión en el subconsciente dentro de un paraíso fantástico en el que se relata, con una narración desordenada (tal y como llegan los mensajes en botellas de náufragos) el viaje a los infiernos de la culpa, el amor y la muerte.
El resto de historias del libro son relatos costumbristas de crimen, avaricia y bajos instintos, siempre con el hilo común de la miseria, la realidad implacable y la naturaleza perversa del ser humano. La última de las historias, sobre una muchacha y su hermano disminuido, es una de las más duras que ha dibujado Maruo. Un puro drama que concluye un volumen que muestra un trabajo cada vez más maduro, que no renuncia a sus marcas de identidad: el artista se da el gusto de resamplear con tinta grandes visiones de las tentaciones de San Antonio en una historieta monográfica sobre el relato que han llevado adelante artistas como Dalí, El Bosco o Félicien Rops.