Matt Reeves consigue su mejor película con La guerra del planeta de los simios recuperando la sencillez narrativa y el pulso emocional de los clásicos y sin hacer concesiones sobre su estilo áspero. La sofisticación de los efectos especiales de las anteriores entregas se ha asimilado por completo y el director puede dedicarse a crear una emotiva epopeya de dolor y sangre que hace sencillo lo imposible. Un cierre extraordinario para trilogía de ciencia-ficción más importante desde Star Wars original.
Batalla por el planeta de los simios (1973) fue, probablemente, la peor entrega de la saga original de los monos parlantes. Entre otras cosas porque servía de anticlímax, pobretón y decepcionante, a la más que interesante La rebelión de los simios (1972). En una versión previa del guion, los simios de César controlaban la mayoría del mundo con pequeñas resistencias por parte de los humanos. Una premisa que podría tender una mano a La guerra del planeta de los simios para cederle el testigo como cierre espiritual no ya de una trilogía, sino de toda una franquicia. Y es que si El origen del planeta de los simios (2011) rimaba con Batalla…, tanto El amanecer del planeta de los simios (2014) como esta guerra repasan y corrigen aspectos presentes en La rebelión…, cimentándose sobre los mismos conflictos morales y sociopolíticos pero añadiendo notas de sátira sobre la situación de la América de Trump con detalles, (intencionados o no), como la presencia en la trama de un muro construido por los animales.
Si bien el conjunto de mitologías existentes sobre la novela de Pierre Boulle calaron muy hondo en la ciencia-ficción en multitud de medios y plataformas, hay que reconocer que esta nueva aproximación ha conseguido algo a lo que las películas originales no podían aspirar. El impacto tecnológico que presupone la captura de movimiento ha sido perfeccionada película a película, pasando de una fascinación inicial a una asimilación asombrosa que llega a su cénit en esta entrega. Nos maravillamos los primeros minutos de lo conseguido que está todo, pero tras la primera bobina solo prestamos atención a los personajes principales. Esta vez, prácticamente todos, creados digitalmente. Algo que podemos aceptar y fagocitar, pero que significa mucho para el medio cuando pone de manifiesto que el propio efecto especial ya no es protagonista.
Esto es, tras más de una década de blockbusters cortados por patrones de división narrativa en tomas con efectos que optaban entre “escenas de acción” y “escenas de diálogo”, la fórmula se acercaba al agotamiento y la única salida es la fusión total entre escritura, narración y técnica. Probablemente, La guerra del planeta de los simios sirva como modelo de un nuevo paradigma en la concepción del cine de palomitas. No es una frase hecha, créanme: la experiencia es poderosa por sí misma, sería una gran película si los protagonistas fueran actores de carne y hueso, pero el hecho de que la protagonicen gorilas, chimpancés y orangutanes la convierte en extraordinaria. Y esto es un hecho, no sé si histórico, pero sí uno que hace mirar al futuro, sabiendo que el cine comercial, el fantástico al menos, no volverá a ser igual.
Dicho esto, huelga hablar del trabajo de dirección de Matt Reeves, que incorpora a su estilo árido y bucólico una masterclass de cine clásico de los sesenta y setenta. Para poder invocar a David Lean y Leone, amplía su óptica hasta la panorámica, devolviendo el formato del capítulo inicial que él mismo había achatado en la primera secuela. El resultado es una concepción del paisaje exuberante, con planos de atardecer en la playa con horizontes insondables que vuelven la vista a la película original, con un hálito pictórico que hace que mirar a la pantalla provoque síndrome de Sthendal. Si a ello sumamos la partitura de Michael Giacchino, decididamente extraterrestre en el común de las superproducciones, cada escena brilla y tiene un peso dramático duradero, completamente alejado de las cacofonías manufacturadas de otros espectáculos de multicine.
Y es en este aspecto en el que sorprende. Es muy probable que quien se acerque a La guerra del planeta de los simios esperando una película bélica, de monos con metralletas y grandes escenas de batallas, se decepcione al encontrar apenas una escaramuza al principio de la película. Sí, las referencias a películas de guerra son constantes: a nadie se le escapa la recreación, por parte de un excelso Woody Harrelson del Coronel Kurtz de Apocalipsis Now (1979) y algún que otro guiño directo a la misma -no cesa el amor entre la obra de Coppola y los monos este año, tras los homenajes de Kong: La Isla Calavera (2017)-; pero en lugar de combates, Reeves ofrece un relato íntimo de proporciones épicas que cierra el camino del héroe de César, el mono al que hemos visto aprender, crecer y conseguir liberar a todos sus congéneres. Una historia que se acaba con un conflicto moral de ese líder que le lleva a examinar lo que es mejor para él o para el grupo a través del camino de la venganza.
Y es ese alambre existencial el que divide la trama en dos bloques bastante bien definidos: una parte de odisea, de viaje a lo western de John Ford, con su niña (adorable) y sus estampas de silueta a caballo; y otra, ya dentro de ese otro cine bélico lejos del campo de batalla como El puente sobre el río Kwai (1957) o La gran evasión (1963). Todo diluido en una mirada dramática, bajo el amparo de péplums con pedigrí como Espartaco (1960) o el cine bíblico tradicional. Las similitudes con Los diez mandamientos (1956), con la búsqueda de un hogar para un pueblo oprimido e incluso plagas y elementos como siega y cólera divina, le confieren de un tono de prehistoria en un mundo nuevo, en el que César es su Moisés, que sufre cuando ve a sus hermanos torturados -en una escena calcada de otra odisea postapocalíptica de criaturas evolucionadas que se rebelan contra los humanos, La tierra de los muertos vivientes (2005)- y se convierte en su liberador. Mientras, nosotros somos testigos y disfrutamos cuando presenciamos, alegremente, la espectacular conclusión al relato del exterminio de nuestra propia especie.
No deja de ser interesante como han logrado construir una trilogía de forma, aparentemente, tan fácil. Quizás vivir lejos del hype (hola Star Wars) es lo que tiene, que puedes tomarte las cosas con mas calma y pensarlo todo mejor.