Persevera la Wikipedia en que la Movida Madrileña fue un movimiento contracultural, y en esa primera línea dejamos de leer porque todavía alcanzamos a recordar que de eso no fue nada, que como contracultura aquello no cuajó nunca porque como reacción apenas tuvo tiempo de asomar el hocico a finales de los setenta para enseguida quedar desactivado por aceptación popular y sobre todo administrativa, cuando en los primeros años ochenta, fanzines y maquetas fueron suplantados por publicaciones subvencionadas, saraos con filiación política y postureo a manta.
Los ochenta legaron cosas, no hay duda: una pequeña mitología para señoras, un puñado de canciones aptas para combatir el desasosiego, cierta ilusión hedonista y unos cuantos danmificados que creyeron salir del arroyo aunque se iban a quedar en la cuneta. La Movida como tal, a la que en adelante denegaremos la mayúscula porque todo apunta a que no la merece, no tiene mayor relevancia que la que la industria de la nostalgia le quiera otorgar. Porque un movimiento no fue, ni una corriente, ni siquiera llegó a ser tendencia, ese término al que hoy vivimos alegremente entregados y que ya por definición es algo opuesto a una fuerza.
Que la movida no inventó el pop, ni el sexo, ni las drogas lo saben los niños de teta. Lo que quizás hay que recordarles es que tampoco fue más que una escena incompleta y mimética que oía campanas, una euforia eventual, resaca de la barcelonesa, ahora amparada por el municipio y promovida por el ayuntamiento. La movida madrileña se quedó en la mera cosa galdosiana, en el pan para hoy, el pesebre de trepas y garrapatas y la dicha eventual de unos pocos ilusos, algunos con talento, que quisieron creer en algún cambio en marcha, porque cualquier cosa iba a ser mejor que la que había. ¿Les suena de algo? Para José Luis Moreno-Ruiz, que firma este libro airado mil años después, lo que allí ocurrió fue casi un decreto ley, un esperpento, una catatonia intelectual y una herencia “de la más alta lírica patriotera española del casi medio siglo español de charanga, militares y pandereta”.
José Luis Moreno-Ruiz, que se ha engarzado los apellidos para que no le confundan con el fistro de los muñecos, lleva años ejerciendo de traductor, periodista, escritor y conductor de programas de radio entre los que se contó el mítico Rosa de sanatorio en las madrugadas de RNE3. Su papel en la movida madrileña, fuera lo que fuera la movida madrileña, no se diría relevante, pero sufrirla parece que la sufrió y tal vez por eso hoy su furia sigue intacta desde aquel 28 de octubre de 1982 en que el Partido Socialista Obrero Español ganaba las elecciones generales con mayoría absoluta.
Así, La movida modernosa es una crónica gruesa, subjetiva, atropellada y, como poco, expeditiva hasta la injusticia. En sus páginas comparecen, casi como cameos para justificar el título, Bernardo Bonezzi, el Hortelano, Alaska, Las Costus o la fotógrafa Ouka Leele, a la sazón prima de Esperanza Aguirre, pero de ninguno se acaba de armar el retrato o se destila la anécdota ilustrativa. Para Moreno-Ruiz, el talento brilló por su ausencia y ahí radicó el quid de la cuestión, en coronar cantamañanas. A Pedro Almódovar, por ejemplo, se refiere como “batracio manchego” y lo trata de emperador de palafreneros al servicio de una clase política torva y criminal liderada por un Felipe González que parecía “el dueño de un restaurante japonés en cualquier barrio de Valencia”. Y a partir de ahí el autor tira millas y entrega un libro que apetece como todos los que van a la contra, pero que se atasca en ese territorio del insulto y la acusación inane, irresponsable incluso en momentos como aquel en que se refiere, sin nombrarlo, a “cierto sujeto” de entre el personal de RNE que, en la noche del 23F, acudió a entregar a los golpistas una lista con los nombres de los rojos de la casa, para poco después ser nombrado por los sociatas jefe de un servicio técnico.
Tal vez a Moreno-Ruiz se le encarama la náusea de sólo pensar en mentar a los protagonistas de aquellos placeres y aquellos días, o quizás teme que de hacerlo se le anegue en querellas; el caso es que su decisión emboca el libro al desprecio clasista de abajo arriba, que en este caso abomina de los niños-bien y los pijo-progres que capitanearon una escena falsaria de la pequeña historia de España, un cónclave que quiso llamarse a sí mismo posmoderno y que no pasó de postinero.
La movida modernosa oscila entre el ajuste de cuentas y cierto afán por impresionar a lectores impresionables a fuerza de exabruptos y digresiones caprichosas. El libro no acaba de prender nunca pero se va leyendo porque Moreno-Ruiz escribe como una puta en un convento, una opción que a toro pasado ya no sirve pero que, menos es nada, acaba por conformar un documento que sedimenta y pasa a ser parte contratante de aquel tiempo que él califica, y esto no lo vamos a poner en duda porque todos lo son, estúpido y cruel.
La movida modernosa, que se subtitula Crónica de una imbecilidad política, es antes que nada un chorrazo de memorias particulares y enajenadas, una recensión precaria e iracunda de una escena tan magnificada como estimulante en el recuerdo. Una crónica en primera persona del bochorno que supuso para el autor aquel asunto, la movida, cuya sola mención todavía explica las políticas que entrado el siglo XXI se siguen manejando en este país que solo es capaz de entender esa cosa abstracta de la cultura, ya sea desde la izquierda o desde la derecha y como material simbólico o mercantil, siempre como instrumento para la doma.
Me ha gustado mucho eso de "escribe como una puta en un convento". Es buenísimo.
Encantado por haber descubierto vuestra página.
Saludos,
JL