Terminada la temporada (primera y última, por lo que parece) de la serie La Sonata del Silencio, emitida los martes por Televisión Española, aprovechamos para analizar los diferentes personajes femeninos de la serie protagonizada por Marta Etura, Eduardo Noriega y Fran Perea, poniéndolos en común con su antecesora en parrilla, El Caso: Crónica de sucesos.
Ya está. Ya me he tragado toda la temporada, y ya no puedo más. Y mira que lo he intentado y le he puesto mi mejor voluntad al asunto, pero no. No puedo con La Sonata del Silencio de Televisión Española, y menos aún después de una perla tan poco usual como la que supuso El Caso: Crónica de sucesos, predecesora de este culebrón.
La cosa pintaba mal desde el principio. Los trailers de la serie vaticinaban aquello que, finalmente, hemos tenido que tragar de nuevo desde la televisión pública: el típico dramón de estética post-Velvet y argumento basado en un feminismo de mercadillo trasnochado. Un falso empoderamiento de la mujer a través de personajes luchadores y fuertes que desafían a la moral de su época para sacar adelante a su familia. Y precisamente aquí es donde encontramos los primeros problemas. En los consabidos términos “lucha”, “época” y “familia”.
Puede que si no hubiera sido sustituta de El Caso. Crónica de sucesos, La Sonata del silencio ni siquiera me hubiera llamado la atención. Tampoco sabemos si esta sustitución ha sido programada adrede o si ha sido hija de las coincidencias. Ni imaginamos, tampoco, qué motivos podía tener Televisión Española para dejar de renovar una segunda temporada de El Caso, cuando su audiencia no ha sido, ni de lejos, tan vergonzosa (9.8% de share, compitiendo con las privadas, estrenada antes de Semana Santa; cuando la idolatrada El Ministerio del Tiempo, recientemente renovada, ha tenido una media del 10% – Datos de Formula TV-). El asesinato se veía venir ya incluso antes de su estreno, pero esa no es la cuestión.
Lo que realmente me enfada y me hace dedicar estas líneas a un asunto tan aparentemente baladí como el cambio de una serie por otra es, precisamente, su hipócrita aire de serie “de mujeres”, de “mujeres fuertes que luchan”. Porque, para eso, ya teníamos El Caso. Pero vamos a hacer caso a Jack El Destripador.
A mediados de temporada, TVE programa El Caso: crónica de sucesos. Una serie con un protagonista femenino que trabaja en la redacción de un periódico y se enfrenta a distintos sucesos que ha de transcribir de manera periodística, sorteando la censura imperante en los años sesenta en España. Una serie que transcurre en la misma franja histórica que Velvet, en la que la estética también es colorista, haciendo alarde de un gran valor de marca pero en la que, a diferencia de lo que sucede en el azucarado culebrón, sí se menciona la dictadura franquista y en la que, incluso, aparecen retratados miembros de la corte dictatorial que Cuéntame cómo pasó ni siquiera se atrevió a mencionar. (Ejemplo: en El caso de la mano cortada, con la Marquesa de Villasante, íntima de Franco -a quien procuró ungüentos fabricados de forma muy asquerosita-, como principal protagonista. Y cuyos descendientes y amigos siguen vivitos y pululando por ahí. Y viendo La1, que sigue siendo su patio de recreo, por lo que parece. Pero me he vuelto a desviar del tema).
Por otro lado, tenemos La Sonata del Silencio, una serie en apariencia más dura y valiente, al retratar el sufrimiento de una serie de mujeres decididas a luchar por sus familias a pesar de tener que hacer frente a la moral de la época: una esposa y madre cuyo marido está enfermo y se ve obligada a trabajar, desoyendo las apetencias de su esposo, quien prefiere que se quede en casa, para conseguir dinero para medicinas. Su hija, una niña muy bella e ingenua, pretendida por un joven abogado viudo, a la que todos los personajes masculinos se quieren trajinar.

‘El caso’
Es decir, pasamos de una ficción en la que una mujer trabaja libremente después de haber estudiado una carrera, en una oficina en la que también hay otras mujeres (e incluso mujeres mayores que ella, como Margarita Landi). En la que sus compañeros no se ríen de ella por trabajar siendo mujer, sino que la asumen como una igual, y nadie hace chistes o duda de que una mujer pueda o tenga derecho a estar allí. De hecho, la mayor parte de los chistes con los que se ríen de “Massiel” (el mote de la protagonista) vienen a raíz de saber más inglés que ellos y de haber hecho prácticas en el extranjero (“¿Qué pasa?, ¿que en Londres no veías cadáveres?”, por ejemplo). Una mujer respetada y valorada en su trabajo, que no rinde cuentas a nadie, y se desarrolla profesional y personalmente junto a otras mujeres (y hombres) en un espacio de igualdad. Una serie en la que, además, se trata el tema de la homosexualidad, el maltrato doméstico, el divorcio… y, para más inri, en la que los protagonistas no hablaban de religión (más que para cagarse en ella y soltar algún improperio al cura que se dedica a tocarles las narices en la redacción).
Pasamos de esa ficción a otra en la que, de los personajes femeninos principales, una tiene que pedir permiso a su marido para trabajar (y acaba trabajando a regañadientes del hombrezuelo quien, por cierto, también le pegó alguna vez que otra, y siempre de manera justificada, en un espacio vergonzoso en el que no es respetada); la otra está a punto de ser violada constantemente (y la violan, y la casan con su violador, y éste le da una paliza que, por cierto, se justifica… pero ya no voy a entrar en esto); otra se folla a su novio sin protección (lo que tenía pinta de acabar en otra subtrama de “qué malo es el aborto y qué duro es ser madre soltera y joven, ay hija quién te manda follar sin estar casada” finalmente se resuelve con una catarsis del personaje femenino y un punto de giro en el que ésta evoluciona hacia una mayor libertad que, de nuevo, no vemos, porque el personaje pierde importancia al no estar sufriendo por ningún hombre, dejando de ser eficaz para la serie); y otra más es una maruja que se dedica a cotillear y a vivir a expensas de su marido. En la que las luchas retratadas son caducas: que una mujer pueda trabajar, votar o follar cuando a ella le dé la gana son derechos conseguidos (quizás el último aún no, de hecho). Y en la que la religión es una constante (en el segundo episodio tan solo encontramos una escena sin crucifijos en la escenografía), y para colmo una constante positiva: el cura es un santo, las monjitas cuidan de los enfermitos, y una escena bochornosa nos lleva en un flashback a recordar el momento en el que el padre de Elena le regala una medallita durante su comunión.
Como audiencia, pasamos de una ficción en la que se muestra a las mujeres como iguales, y cómo algunas de sus luchas continúan abiertas (el maltrato doméstico, el rechazo a la homosexualidad, la persecución moral de la sexualidad, sobre todo en la mujer) a otra en la que el mensaje es claro: “Mirad, chicas, lo mal que estabais antes. De verdad, os quejáis de vicio. ¡Pero si ahora, hasta podéis abriros cuentas solas!, ¡Privilegiadas!”.
Sé que, al tratarse de una ficción histórica, la excusa de “tratar de ser fiel a la época” podría esgrimirse contra todo lo que acabo de argumentar. Pero también es cierto que no necesariamente la excusa de las circunstancias históricas exime a la hora de crear una serie apegada, más que a las circunstancias de la época que retrata, a las que la época en las que ha sido rodada. Así, en Amar en tiempos revueltos nos encontrábamos con personajes femeninos de muchísima más actualidad, e incluso en Isabel y Carlos, Rey Emperador nos topamos con personajes femeninos fuertes e iguales a sus compañeros masculinos en poder. También puede acogerse uno a lo sagrado y decir que también es importante reivindicar los sufrimientos por los que hemos tenido que pasar las mujeres. Pues claro. Pero también hay que plantearse qué es más positivo, si recordar el sufrimiento conseguido, o mostrar a las mujeres como seres libres e iguales a los hombres (¿lo somos, no?… o eso dicen).
Dado que esto es una crítica, me permito dar de nuevo mi opinión: estoy cansada. Muy cansada. Harta de ver en la televisión, en el cine, en los cómics, en la música, en todo tipo de representación popular cultural, personajes femeninos que solo saben hablar de hombres, que solo sufren, que siempre están jodidas. Llegamos ahora a la tercera excusa: que la serie está basada en una novela escrita por una mujer. Pues bien: me da igual. No se trata de quién o qué lo haya escrito, sino de plantear la duda razonable de si poner una serie de este estilo, con esta trama, en prime time, es una buena elección habida cuenta de lo magnífica que fue El Caso, su predecesora. Y, ya de paso, plantear qué tipo de personajes femeninos protagonistas queremos ver. Si a mujeres violadas, maltratadas y llorosas, o a mujeres libres. No sé, debo estar loca, pero prefiero lo segundo.
Con La Sonata del Silencio, Televisión Española ha vuelto al lugar en el que más cómoda se encuentra: al lado de la religión, el conservadurismo más rancio y la nula apuesta por ficciones comprometidas o siquiera interesantes, decantándose por un producto más estético que formal y más tradicional y machista que los culebrones latinoamericanos. Toda una decepción.
Entiendo que no te guste la serie, y lo respeto por supuesto, pero hacer una crítica de una serie (o libro en este caso, en el que está basada) desde un punto de vista contemporáneo, siglo XXI, no es justo ni realista. Tengo 43 años, cuando nací en el año 73 aún había que pedir permiso al marido para trabajar, abrir una cuenta en el banco, comprar un piso y hacer absolutamente cualquier cosa. A mi padre no le dieron el incentivo económico que le daban a los trabajadores de su empresa porque yo fue una niña. Mi abuela murió hace dos años a los 100 años y puedo decirte que lo que más me ha llamado la atención de la serie es ver la vida de mi abuela tan retratada. Una mujer inteligente, con estudios y con mucha iniciativa coartada por un marido de la época, que creía que una mujer debía de estar en su casa, que tuvo que rechazar buenos trabajos que le ofrecieron porque su marido no permitía que ganara más que él. Que tuvo que soportar la intromisión de la Iglesia en su vida a pesar de no ser practicante, (lo era por obligación claro). Que conoció también a curas que fueron buenas personas, los hay, no hay que ser maniqueo en estos temas. Y sí, las monjas cuidaban a los enfermos, instruían a los niños, si haces una serie de época la tienes que retratar, la Historia se cuenta como fue, no como nos gustaría que hubiera sido. Si algo tengo que criticar a esta serie es que se ha hecho en tan pocos capítulos que no ha dado tiempo a que se desarrollaran los personajes. Pero que critíques la época por que no te gusta cómo eran las cosas no es un argumento muy adecuado. Para que nosotras hoy, en 2016, hallamos conseguido tener unos derechos, por los que aún tenemos que luchar para manternlos (en los países de este llamado primer mundo claro, porque en la mayor parte de la tierra habitada, la mujer sigue estando en un plano marginado), estas mujeres que a ti parecen molestarte porque nacieron en otro siglo abrieron el camino. El presentismo histórico que practicas en este artículo deja tu crítica sin ningún valor. Ya es hora de recuperar a todas las mujeres fuertes que se han abierto camino y mientras esto moleste más razón para seguir haciéndolo. A lo mejor la solución está en estudiar más Historia, conocer el pasado es importante para saber analizar el presente. Te recomiendo el libro de Las Sinsombrero, de Tania Balló en Espasa para que compruebes que poquito exagera esta serie.
Y sí, antes de que me digas nada, perdón por las faltas que sé que he cometido, perdón por "hallamos" en vez de "hayamos" y algún que otro acento que me he dejado y algún porque separado que debía ir junto. Voy escribiendo este comentario en un tren y no con mi teclado habitual. Soy consciente de los errores cometidos en mi comentario. Gracias.