Al final, se han atrevido: la conclusión de la historia de Katniss Everdeen es lo bastante lóbrega y bajonera como para hacerle justicia al tono general de la saga. ¿El problema? Que eso amplifica tanto sus virtudes como sus defectos.
Decir que Suzanne Collins es una buena escritora sería faltar a la verdad: aunque su serial Los juegos del hambre (2008-2010) se las apañe para crear un universo que intriga y atrapa al lector, lo cual no es poco mérito, tanto su dominio de la prosa y la caracterización como la originalidad de sus postulados rayan a la baja. De la misma manera, uno pecaría de exagerado si afirmase que Los juegos del hambre (2013-2015), la saga cinematográfica, es un trabajo memorable o destinado a perdurar. Sin embargo, quien suscribe sí le tiene mucho cariño, algo motivado en parte por el carisma de Jennifer Lawrence y en parte por la virtud, extraída de las novelas, de poder presentar ante los espectadores un discurso político que no se desmonta a los dos pasos. O que sí se desmonta, pero al menos lo hace descomponiéndose en fragmentos dignos de análisis.
Así las cosas, Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 2 (hay que fastidiarse con el titulito, y con la manía de Hollywood de partir en dos los finales de sus franquicias) resulta digna de todo interés por mantener esas constantes: ‘J-Law’ ofrece una de sus mejores interpretaciones hasta la fecha, y el clima de pesimismo que envuelve al serial desde su primera entrega aparece en ella, no ya incólume, sino amplificado hasta lo insoportable. Diríase que, al igual que David Yates en las últimas entregas de Harry Potter, Francis Lawrence se las ha apañado para hacerse dueño del serial pese a haberse incorporado tarde, y con la presión de un fandom tan implacable como sólo los adolescentes saben serlo.
La diferencia es que Yates sólo tuvo cuatro filmes (o, mejor dicho, tres y medio) para imponerle al mago con gafas su tono gris y mesurado. Francis Lawrence, que empezó a registrar las desventuras de Katniss Everdeen a la altura de Los juegos del hambre: En llamas (The Hunger Games: Catching Fire, 2013), no ha tenido que cargar con el peso de cinco películas anteriores, sino sólo con el de un primer capítulo (Los juegos del hambre -The Hunger Games-, Gary Ross, 2012) que ahora parece más bien, por tono y por estilo, una salida en falso.
Por la parte positiva, eso se traduce en que el Francis Lawrence que dirige esta película es el bueno, el de la serie Reyes (Kings, 2009) y sus vídeos para Lady Gaga, y no el de chungueces como Constantine (Íd., 2005) o la segunda mitad de Soy Leyenda (I Am Legend, 2007). Un director, vamos, de esos que corta cuando tiene que cortar, no antes, y que cuida la composición del plano incluso aunque eso le lleve a rodar escenas de acción con un tono menos frenético que el impuesto por la moda actual.Por la parte negativa, eso mismo lleva a que Sinsajo – Parte 2 se vea mucho más aquejada que sus predecesoras por los grandes defectos del serial: la casi total ausencia de sentido del humor (sólo hay una escena en la que la película se atreve a reírse de sí misma, y ésta corre a cargo de… ¡Donald Sutherland!) y el empeño por hacer que la historia resulte solemne en todo momento, aunque no tenga por qué. Esto último, señalemos, viene también dado por una industria empeñada en ganarse a los fans, no a base de creatividad, sino de literalidad. Un vicio muy potteriano, por cierto.
Si hablamos de taras, Los juegos del hambre trae dos bien gordas de fábrica, y ambas en su reparto: Liam Hemsworth y Josh Hutcherson. El primero, eso sí, hace lo que puede por afrontar con madurez uno de los arcos de personaje más interesantes de toda la historia, pero lo del segundo no tiene perdón, enfangándose tristemente con un material que habría puesto en apuros incluso a actores de mucho más empaque. Una pena, porque el resto del reparto está de campanillas, aunque la necesidad de darle a la Lawrence una salida por todo lo alto reduzca sus intervenciones a meros cameos. No hablamos ya del difunto Philip Seymour Hoffman (que se luce, quién lo iba a decir, a base de sutilezas y gestos sibilinos), sino también de Stanley Tucci, de Woody Harrelson y de esa Elizabeth Banks que tan buenos momentos deparaba en las entregas anteriores. En especial en esa escena de la película precedente (Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte I –The Hunger Games: Mockingjay – Part I, Lawrence, 2014-) en la que aparecía como una mezcla de Carmen Miranda y una koljosiana de película soviética.
Ojo, porque con lo que permanece vamos sobrados: más allá de las virtudes de Jennifer Lawrence, reconocidas por una cámara que sólo le busca el primer plano cuando debe hacerlo, quedan los talentos de Sutherland (que sale poco, pero sale muy bien) y de una Julianne Moore cuyos momentazos de señora gélida despertarán, es un suponer, muchas lágrimas de admiración en su compinche Todd Haynes. Además, queda ese tono de agobio y de bajón que, más que afanarse por entregar un clímax, diríase que renuncia a la épica por cuestión de principios. Esta película no le concede a sus personajes un momento de triunfo ni siquiera en sus tramos más frenéticos (¡esa persecución en las alcantarillas, con mutantes y todo!). Y es en ese despojamiento tan peculiar donde reside su mayor virtud.
El despojamiento de marras, además, nos permite hablar de la auténtica razón por la que Los juegos del hambre resulta un producto ejemplar de los tiempos que corren: si hay una sensación que domina la serie desde su comienzo, esa no es la de la aventura o el autodescubrimiento, sino la de una derrota anticipada. Katniss Everdeen nunca ha sido una heroína avant la lettre, sino una marioneta de sus circunstancias históricas, y su camino apenas puede llevarle a ningún lugar que no esté a la sombra del fracaso. Quizás por eso uno alaba tanto la labor de Suzanne Collins creando a esta chica indecisa, antipática y asocial. Y quizás por eso se para a observar cómo se ve arrollada por dos olas, una que sacrifica a los desfavorecidos ante el Moloch del consumo conspícuo y otra que ofrece un billete de vuelta a 1917 como remedio para todos los males. La diferencia está en que, como personaje de ficción que es, Katniss tiene oportunidades (escasas, pero decisivas) de marcar la diferencia mediante un flechazo bien dado. Afortunada ella.
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