2537 días días después de su último disco, el más festivo Una ópera egipcia, y sin contar el escaso EP Dobles fatigas de 2015, Los Planetas se autoeditan sus últimos sesenta y cinco minutos de lírica popular, inquietud y amplitud de miras.
Musicalmente más oscuro, al menos durante su primera mitad, el disco no deja lugar para la sorpresa y reincide en el apelotonamiento sónico que siempre han mantenido Los Planetas como seña de identidad, junto a esa pasión popular que los resucitó en el extraordinario La leyenda del espacio, que el próximo 10 de abril cumplirá una década entre nosotros. Con aquel trabajo, que recuperaba a los mejores Planetas, la banda ponía fin a una etapa de abandono y travesía sin rumbo por la mediocridad pop. Su siguiente trabajo, Una ópera egipcia, mantenía los patrones establecidos entonces con un disco mucho más luminoso, pero donde las composiciones no terminaban de aguantar el tipo. Siete años después, la banda de Granada cierra el círculo con esta tercera parte local, madurada al máximo tras un sinfín de proyectos “del palo”.
Zona temporalmente autónoma sale directamente de aquella nueva etapa pero, como siempre, Jota y compañía demuestran que están al día sin dejar de mirar a sus ancestros (sean flamencos o sean los Pixies). La que para muchos medios especializados ha sido la mejor composición de la banda en mucho tiempo, Islamabad, abre el disco. Se ha dicho ya todo de ella: una jugada maestra planetaria para llevar a su terreno algo tan alejado de su estilo como el trap. Seamos sinceros: muchos de nosotros no compaginábamos las escuchas de Una semana en el motor de un autobús con discos de Camarón, ni probablemente estemos muy puestos en la música urbana de ahora: a nosotros lo que nos gusta es lo que transmite la banda desde sus inicios, y su evolución, lógica, ha sido similar a nuestro crecimiento.
Como nosotros, Los Planetas tienen otras cosas en la cabeza, ya no hay sitio para cumpleaños totales ni para meterse cuatro millones de rayas, ahora toca amansar a las fieras, y hasta eso saben hacer bien: Hay una estrella está diseñada precisamente para eso y, además, lo hace saliéndose del esquema habitual de la banda con una guitarra que por momentos parece salida de un disco de rock americano de la vieja escuela.
A partir de Seguiriya de los 107 Faunos, cuarto tema del disco (precedido de las monumentales Una cruz a cuestas y Soléa), los chicos se quitan parte del peso sonoro para aligerar la marcha, y los hermosos arreglos de cuerda y las palmas de Porque me lo digas tú hacen de ella los 157 segundos más agradables de sus tiempos medios, porque aquí ya nadie pisa el acelerador. Ijtihad puede ser lo más movido, y no tiene un ritmo más acelerado que su clásico Un buen día.
La madurez llega cuando menos te lo esperas, y cerca de los cincuenta, con hijos e innumerables proyectos paralelos, Jota ha dejado de culpar a sus ex para centrarse en el sistema como epicentro de todos los males. Y hay para todos: política y religión, reyes y presidentes, el derecho a la vida, el partido obrero… algo así como el mitin final, en forma de Guitarra roja, último corte del disco de casi diez minutos.
Lo que antes eran planes y bares ahora son sueños de compartir un futuro juntos en una casa bonita donde mirar al cielo desde el tejado. No podemos culparlos, antes escuchábamos sus discos entre litros de cerveza y ahora bebemos infusiones.