Los productos originales de Disney siempre han dejado claro que su mensaje positivista e integrador es una constante en su ideología no negociable, pero en su última superproducción se confunde el fondo con las buenas intenciones. El trabajo de Ava DuVernay no se diferencia al de una producción televisiva de la casa, pese a su colorido diseño de producción y sus elementos alucinógenos que acaban enterrados bajo una irritante sobredosis de merengue facilón.