Este año Hollywood huele a serie B y a pulp japonés. Hace nada, unos cuantos nos lo pasamos en grande con Kong: La Isla Calavera: una de monstruos casi a lo Ishirō Honda. Y ahora se repite el combo ganador en este notable reboot cinematográfico de Power Rangers. Un filme de aventuras juveniles bien majo con el sentido del espectáculo y de las risas bien equilibrado.
Cuando llegaron las primeras críticas positivas desde los Estados Unidos no dábamos crédito. ¿Una película buena de Power Rangers en 2017? (las dos anteriores y la serie de televisión fueron y siguen siendo un delirio trash la mar de disfrutable, que conste) ¿Se podría producir tal milagro? Pues sí. Y además con buena nota. Lo que consiguen Dean Israelite, director de la reivindicable Project Almanac (2015) -que ya transitaba las aventuras y la sci-fi adolescente con éxito- y el productor de un par de sagas juveniles rompetaquillas Wyck Godfrey (Crepúsculo y El corredor del laberinto), es un mini-blockbuster palomitero que pasa volando y que contiene un elemento inédito en este tipo de productos: se toma su tiempo a la hora de presentar a los personajes. Un grupo de chavales caídos en desgracia -parecen salidos de El club de los cinco (1985)-, que actualiza, felizmente, los estereotipos ya superados del clásico de John Hughes. ¿Lo más novedoso en ese sentido? Un joven afroamericano autista que es un crack de la tecnología -el nuevo Data para los millennials. Tiempo al tiempo-, y una joven lesbiana amante del rock duro.
Cruce posible entre la saga Transformers (2007-) de Michael Bay, el cine de aventuras fantásticas de la Amblin, y el Stephen Sommers que mola, Power Rangers tiene una primera hora alucinante: el prólogo (tremendo Bryan Cranston como un trasunto del Jor-El de Marlon Brando en Superman), la presentación de los protagonistas (bien moldeados con solo unas pocas pinceladas), y las primeras veces que interactúan con sus poderes (puro cómic de superhéroe clásico). Y si bien no es capaz de mantener el ritmo en la hora posterior (ciento veinte minutos son demasiados), la función mantiene el tipo gracias a una villana caricaturesca de ensueño, Elizabeth Banks como Rita Repulsa, y a un clímax final que es porno duro para los amantes del kaiju eiga. Caos y destrucción, CGI utilizado con tino, robots mastodónticos (uno de ellos una especie de gigante de Talos pero en versión dorada, en un homenaje evidente a Ray Harryhausen)… Todo esto con la sintonía de la serie original sonado de fondo: una fiesta geek.
Cómo sucedía también en Kong: La Isla Calavera, Dean Israelite y cía., a pesar de los homenajes obligados a la saga original -que los hay, pero sin pasarse-, se atreven a reiniciar el origen y la mitología del show televisivo del que parten, para entregar unos nuevos Power Rangers que: a) valoran la camaradería, b) se entregan de forma altruista, y c) abrazan la diferencia y se aceptan a ellos mismos como los pequeños monstruos de Lady Gaga. Igual me equivoco, pero esta película, con el paso del tiempo, va a ser reivindicada por un buen número de futuros críticos que la descubrieron siendo solo unos niños.