La eterna complicación del thriller Marca España: debe tener una factura lo suficientemente internacional como para que resulte creíble (así es: necesitamos que parezca una película para que nos resulte verosímil) pero sin que por ello no pierda la impronta patria, para que sus responsables no sean acusados de ser unos advenedizos. Toro sale notablemente airoso de tan peculiar y español dilema, y lo hace de la única manera posible: pisando a fondo en ambos aspectos.
Toro, pese a su clara concepción como vehículo para Mario Casas (nada que objetar ahí: con estrellas es como se construye la industria), adquiere desde el inicio de su metraje un par de compromisos muy de agradecer con el género al que se debe, el thriller urbano y de pasiones desbordadas. Por una parte, abraza sin miedo la tremenda aspereza de lo que cuenta: la historia es sencilla y directa, casi arquetípica; los sentimientos de los personajes son básicos y solo conducen a desastres cada vez más fuera de control; y las acciones son impulsivas y generan ondas breves y vibrantes. Y esa aspereza recibe su correspondiente eco en un acabado visual duro y poco complaciente: Málaga presentada como una especie de desierto de hoteles y urbanizaciones de aires ballardianos; persecuciones trepidantes pero rodadas con los pies en la tierra, sin estridencias; y finalmente, en la violencia que vemos, que es seca y arbitraria, de esa que puede explotar en cualquier momento. El resultado es una película sencilla y directa, pero que consigue perfectamente su propósito: presentar una historia de crímenes y castigos moderadamente ambiciosa y abiertamente española.
Sin embargo, lo que cuenta Toro podría suceder en cualquier rincón del mundo: un atraco fallido acaba destrozando a un trío de hermanos que trabajan para el jefe mafioso de la zona, Romano (José Sacristán). Uno muerto; otro, Toro (Mario Casas) en la cárcel; y un tercero, López (Luis Tosar) volviendo a trabajar para Romano. Cuando Toro sale de la cárcel decide rehacer su vida alejado del dinero sucio, pero la imprudencia de López le lleva a volver a las malas costumbres. Málaga aporta la ocasionalísima banda sonora de Bambino y los hoteles de arquitectura horrorista a pie de playa, pero para todo lo demás, Toro cuenta una historia que podría funcionar en Andalucía y en Moscú.
Posiblemente, esa es la mejor baza de Toro para obtener cierta repercusión en taquilla: nos reconocemos en lo que sale en pantalla, pero las estupendas secuencias de acción y los referentes visuales son de talante internacional (el más imponente, por imprevisto, el colorido de neón del escenario final que retrotrae a Drive -2011-, a la que Toro hace otros indisimulados guiños, como la tipografía de algunos carteles promocionales). La obsesión de Romano con la imaginería procesional de la zona ayuda a darle ese toque de oscuro fanatismo de todo buen capo, pero está administrada con precaución y no es más estrafalario que los rituales católicos de Vito Corleone, por nombrar a un claro referente para el personaje.
Sacristán es, con una interpretación espléndida y puntuada por interesantes matices, lo mejor de un trío de protagonistas que, en el caso de Tosar y Casas se ven algo limitados por los papeles que han interpretado ya mil veces. Aún así, están firmes y creíbles en sus composiciones, y Toro juega bien su baza más complicada: sacar partido a la rebelde inexpresividad de Mario Casas, aquí sorteada con un personaje hosco y que encuentra en la violencia y los sentimientos más básicos la única forma de expresarse y relacionarse con quienes le rodean.
En cualquier caso, Toro sabe lo que separa a un thriller del montón de una producción destacable y juega esas bazas sin miedo: escenarios memorables (el mencionado hotel del final, pero también el barrio donde vive la tía de los protagonistas, en la que Romano efectúa una memorable incursión nocturna), secundarios bien perfilados (como el secuaz chandalista de Romano) y buen uso de los objetos que oxigenan los engranajes del género (la escopeta de cañones recortados, el Tarot de palos españoles, la palanca que Toro usa tanto de arma como de llave)… pero sobre todo, y ahí está lo que le otorga clase, no duda en dejar claro el mensaje más valiente de la película: en Málaga o en Moscú, las desgracias siempre les tocan a los mismos.
Por fin he podido ir a ver "Toro" este fin de semana; ya había quedado muy emocionada con el tráiler. Antes de nada, he de decir que la película me ha encantado, sin entrar a detalles me ha parecido una muy buena historia, me ha mantenido enganchada todo el rato, que al final es lo que busco cuando voy a al cine. Pero bueno, más allá de eso las interpretaciones me han parecido muy buenas, sobre todo la de "José Sacristán" será de las mejores que he visto últimamente, una pena que Kike Maíllo no le de todavía mas juego. La fotografía y el vestuario son buenos pero, desde un punto de vista técnico, si tuviera que destacar algo sería la maestría con la que ha sido rodadas las escenas de violencia, se nota que han sido cocinadas a fuego lento. Mi puntuación es un 8/10, creo que es una cinta española que todo el mundo debería ver.