Llega la esperable secuela del reboot de unos de los iconos pop más rentables y populares de los ochenta y noventa con pocas sorpresas a bordo. Un reparto muy similar, una estructura paralela, y una sorpresa nada desdeñable: consigue potenciar todas las virtudes de su precedente y no estropear ninguna.
Si algo hay que caracterice a las Tortugas Ninja, algo que las coloca en cierto sentido por encima de otros iconos del tropo superheroico y que desde luego se posiciona como claro motor de estos afortunados reboots de la franquicia que ha producido Michael Bay es que es imposible hacer una versión grim & gritty de los quelonios. Por mucho que los responsables se esfuercen, es absolutamente inútil hacer una versión oscura, madura, violenta y con mensaje moral de las Tortugas Ninja sin que pierdan su esencia por el camino. Lo que no deja de resultar paradójico, teniendo en cuenta que el origen de los personajes está en un violento y tenebroso tebeo independiente para adultos de los noventa (¡nada menos!) y que su mejor encarnación, el soberbio largometraje de animación CGI TNMT (2010), bebía parcialmente de la entonces reciente visión nolaniana de Batman -para, ahem, mejorarla-. Pero las Tortugas Ninja son, esencialmente, tortugas mutantes de musculatura hipertrofiada y con perfectas dentaduras (ahí se ve la influencia del comic de los noventa, está claro), con nombres de pintores renacentistas, ridículos antifaces de colores y que viven en las alcantarillas enfrentándose a clanes ninja, seres interdimensionales o rinocerontes y jabalíes parlantes y de estética punk. Todo ello asesorados por una rata gigante que sabe artes marciales. Hay que hacer un esfuerzo titánico (y digno de mejor causa) para convertir semejante dislate en una propuesta seria.
Por eso, Michael Bay (que SI convirtió una franquicia de robots transformables en vehículos cotidianos en una propuesta seria y grave, con los irregulares resultados que todos recordamos) ha hecho bien en plantear como tono para estas producciones la inconsciencia y el descerebre. Lejos de cualquier digresión metafísica sobre los límites y las responsabilidades del héroe, estas Tortugas Ninja demuestran que, además, llevan lo de ser Adolescentes muy a gala, y como tales se comportan: irresponsables, bocazas, irritantes e impulsivas, son el resumen perfecto de hasta qué punto estas dos películas han acertado en tono y estilo. Son dos vacuas e insensatas producciones de acción, comedia y aventura dirigidas a los más jóvenes, y como tales hay que disfrutarlas.
Tortugas Ninja 2, sin embargo, sabe girar aún más los potenciómetros del disparate recogiendo elementos de la fuente adecuada: la popularísima serie de televisión animada de los noventa. Incluye referencias a la Dimensión X, de donde viene el villano de esta entrega, Krang; o los entrañables hitos del punk zoomórfico Bebop y Rocksteady; y suma elementos de merchandinsing añejo demencial, como el camión que dispara tapas de alcantarilla o las Harleys y los vehículos anfibios de Bebop y Rocksteady. El resultado oscila entre lo nostálgico (es difícil no ver la armadura gigante de Krang como una idea de juguetero tronado para sacarle las perras a los zagales de los noventa) y lo muy consciente de su estupidez (las probetas con mocos son un guiño a la segunda película de imagen real, cuya banda sonora fue compuesta por un Vanilla Ice que, por cierto, también se deja escuchar en un momento dado del film): un feliz choque entre una operación comercial calculada al milímetro y una película abiertamente consciente de dirigirse a un público imberbe y ávido de emociones fuertes
Por supuesto, Tortugas Ninja 2 está muy lejos de ser una película de concepto. Nada de todo lo anterior tendría sentido si no fuera empaquetado en un vistoso batiburrillo de secuencias de acción que, francamente, funcionan a la perfección. Hasta un temible viaje fuera de Nueva York proporciona aventura, risas y acción bien planteadas y con set-pieces muy inteligentes; la violencia es de jardín de infancia pese a su espectacularidad y todas las animaciones CGI que centran cada una de las secuencias tienen una bienvenida fisicidad y consistencia que aleja a Tortugas Ninja 2 de fallidos esfuerzos digitales previos en el universo del mamporro CGI.
Aún así, Tortugas Ninja 2 carga con algunos problemas inevitables. Por una parte, redunda en el síndrome del exceso de personajes secundarios que padecen una y otra vez las producciones superheroicas desde el Batman de los noventa: ya el plantel de villanos está algo saturado en exceso, pero es que (y ese es el segundo problema), también hay sobredosis de personajes humanos, y pocos son imprescindibles. Megan Fox y Will Arnett se encuentran como peces fuera del agua, y si bien la llegada de Casey Jones (Stephen Amell) es bienvenida por lo que tiene de icónico en el universo tortuguero, su presencia es tan prescindible como la del científico maquiavélico o la comisario de policía de buen corazón. Aún así, de algún modo la película consigue rodar con cierta fluidez pese a este monstruoso plantel de comparsas, posiblemente porque el carisma de las Tortugas, quién nos lo iba a decir cuando Bay anunció el proyecto, puede con todo.
Cuando salía del pase de prensa, un colega comentó con suficiencia a su acompañante «Bah, está bien para mis sobrinos«. Pero es que ahora que el cine de superhéroes clásico y la saga galáctica adorada por todos se han convertido en meros fan-service y tests de conocimientos inútiles para treintañeros, me parece casi milagroso que alguien se plantee que una producción precisamente «para sobrinos» es necesaria. No digamos ya si, encima, consigue salir victoriosa del empeño.