Existe un Halloween costumbrista y sin cuentos de miedo, que incluso admite aproximaciones tan sorprendentes como Vil y miserable, novela gráfica de Samuel Cantin que acaba de publicar La Cúpula.
La recién celebrada fiesta de Halloween no solo son cuentos de miedo, también es truco y trato y una fiesta de disfraces. De hecho, para una generación de españoles nacidos los primeros años del baby boom, se trataba de una festividad cuya forma de celebración en EE.UU. desconocíamos. La primera noción de su existencia nos llegó a través de una historieta entonces muy popular, los Peanuts de Charles Schulz, que aquí conocíamos como Carlitos y Snoopy. Quienes han leído este clásico del cómic saben del trato especial que daba a Halloween, y fue en sus páginas, y no con el clásico fílmico de John Carpenter de 1978, donde descubrimos que los niños norteamericanos agujereaban calabazas e iban de puerta en puerta pidiendo caramelos. Halloween, de hecho, admite propuestas tan atípicas como esta tragicómica novela gráfica protagonizada por un singular librero con serios problemas de sociabilidad.
La referencia a la fiesta del truco y trato salta a la vista en la portada: un tipo ya crecidito, con cara de tonto, que sujeta una calabaza llena de chuches disfrazado de demonio. Se trata de Lucien, el protagonista cuyo carácter se describe en el título. Trabaja vendiendo libros usados en una tienda que también se dedica a los coches de segunda mano, y le rodea una fauna humana tan desagradable como él. Vil y miserable es una obra extraña, algo irregular en algunos aspectos pero no por ello despreciable. En el cómic existe toda una tradición centrada en personajes mezquinos y fastidiosos, incluso desde perspectivas autobiográficas, que curiosamente despiertan mi empatía con frecuencia. No ha sido el caso de Lucien, que de tan patético al final produce una cierta ternura, contradiciendo un poco ese ‘vil’ mencionado en el título, más cuando algunos de los personajes que le rodean lo son mucho más, en especial su díscolo psiquiatra. Hay otro elemento en el personaje que dificulta esa empatía, y es su singular naturaleza. No desvelaré de qué se trata, pero desde luego arroja toneladas de rareza al conjunto. Lucien es el típico freak que pulula por las viñetas alternativas y, al mismo tiempo, es otra cosa muy diferente.
El punto fuerte de Vil y miserable es la forma en que desarrolla algunas de sus escenas de sociabilidad abocada al fracaso, incómodas y de sonrisa hiriente. Es ahí, en el desprecio de sus compañeros que abre la historia, la visita del psiquiatra a la tienda de coches o la desastrosa cita a ciegas, donde este tebeo provoca extrañas emociones, y eso siempre es un mérito. Samuel Cantin es canadiense, un país cuyo bilingüismo ha permitido que en sus cómics se mezcle el tebeo independiente norteamericano con el francófono, una mutación que en este caso es bastante evidente por su grafismo de línea clara apresurada, fealdad facial e interés en lo gestual. Tragicomedia de humanidad desviada, costumbrismo deprimente y elementos fantásticos rarunos, Vil y miserable es la propuesta (tardía) de Halloween más atípica posible.