Cthulhu, como la nostalgia, siempre vuelve para recordarnos que necesitamos un muñeco de treinta centímetros de un calamar alienígena con un anuncio de televisión imitando los comerciales de los noventa.
En nuestro mundo todo vuelve. Lo que un día fue popular para dejar de serlo al siguiente puede lograr encontrar de nuevo valor bajo la etiqueta de lo retro, del encanto de la nostalgia o de la belleza grotesca de la ironía. Algo de lo que no se libran ni los primigenios. De ahí que si a Lovecraft le llevó varias décadas volver al candelero literario, no es de extrañar que sea ahora cuando Cthulhu haya logrado, por fin, todo lo que merecía una figura tan imponente como la suya: un muñeco de treinta centímetros, un anuncio retro y un package que parece vomitado por un creativo de los años noventa demasiado embebido de la cultura de los ochenta. Si lo quieres puede ser tuyo por la módica cifra de ochenta dolares, módica al menos si consideramos su tamaño o sus siete puntos de articulación. Y si eso no es suficiente para ti, o si consideras que la nostalgia en los productos comerciales es otro ejemplo de cosificación a la que somos sometidos en la sociedad del espectáculo contemporánea, recuerda una cosa: los verdaderos cultistas nunca se cuestionan la adecuación de sus creencias.