[Semana Diodati] Cuando los grandes eventos naturales inspiran el arte

El del volcán la erupción del Tambora no ha sido, ni será, el único caso en el que la naturaleza tuvo un efecto sobre el arte o la ficción. Toca despedir la Semana Diodati con eventos naturales, de todo tipo, que inspiraron a artistas y obras de muy variadas características.

Como hemos venido hablando estos días, la erupción del monte Tambora en 1815 precipitó el llamado «Año sin Verano» y obligó a un grupo de jóvenes bohemios a recluirse en la villa suiza en la que pasaban sus vacaciones, cambiando así para siempre la historia de la literatura y generando, inadvertida e involuntariamente, desde dislates pop en forma de viñetas a adaptaciones audiovisuales muy posteriores en el tiempo a aquel día del que hoy conmemoramos sus (más o menos) dos siglos. En las siguientes líneas repasaremos otros ejemplos de desastres naturales, eventos cósmicos o cambios climáticos que inspiraron a pintores, escritores, poetas o directores de cine. En esta lista nos centraremos en sucesos cuyo origen era desconocido para quienes los vivieron, o que alcanzaron de forma oblicua un lugar en el arte. Así que no esperen encontrar a Lo imposible (2012) en ella.

Supernovas en siglo XI

petroglifo

La explosión de una supernova en la constelación del Lobo, a unos siete mil años luz de distancia de nosotros, produjo el objeto estelar más brillante jamás recogido en la historia escrita. La nueva estrella era unas dieciséis veces más luminosa que Venus y solo cuatro veces menor que la Luna. Era perfectamente visible a la luz del día. La supernova apareció entre el 30 de Abril y el 1 de Mayo de 1006. Fue registrada por astrónomos en Asia, Egipto, Mesopotamia y Europa e impresionó lo suficiente a los Hohokan, la tribu de nativos americanos que por entonces vivían en la actual Arizona, como para que estos la representaran en sus petroglifos. En uno de ellos grabaron en la roca una gran estrella junto con un escorpión cuya posición encaja con la que entonces adoptaba en la bóveda celeste la constelación del mismo nombre. Aunque los expertos están más divididos en este caso, se cree que un petroglifo similar encontrado en Nuevo México y atribuido a la tribu de los Anasazi representa otra supernova, la de 1054, que dio origen a la Nebulosa del Cangrejo.

También se sospecha que la supernova Tycho, nombrada así en honor de Tycho Brahe, el famoso astrónomo danés que la estudió en detalle, y que apareció en la constelación de Casiopea en 1572, inspiró un fragmento de la primera escena del primer acto de Hamlet: “La noche anterior, cuando esa misma estrella que está al Occidente del polo había hecho su curso para iluminar esa parte del cielo donde ahora brilla, Marcelo y yo, al tiempo que la campana sonaba una vez…”

La pequeña edad de hielo (siglos XV-XIX)

Pieter_Bruegel_the_Elder_-_Cazadoes en la nieve

“Cazadores en la nieve” de Brueguel el Viejo (1565)

Un periodo de inusuales bajas temperaturas se extendió a lo largo de cuatro siglos. La causa no está del todo clara pero probablemente hubo varias. Cambios en la órbita de la tierra, en las corrientes oceánicas, una reducción en la actividad solar (en ese periodo ocurrieron los mínimos de Spörer y de Maunder), y una serie de erupciones volcánicas (la del monte Rijani en 1258 alcanzó un índice de explosividad volcánica de 7 sobre 8 y la del Kuwae en 1452 que alcanzó un 6), que probablemente causaron un enfriamiento muy similar al producido por el Tambora en 1816. En cualquier caso, las consecuencias de este cambio climático fueron nefastas. Cultivos arruinados, nuevos glaciales que cubrían las zonas montañosas, ríos y lagos helados que impedían el tráfico fluvial… Hubo frecuentes tormentas de nieve en la península ibérica y hambrunas, muertes por hipotermia y revueltas de campesinos por toda Europa.

Esta pequeña edad de hielo tuvo también un considerable efecto en la pintura europea, que abandonó la representación de escenas bucólicas y paradisíacas, con una naturaleza siempre verde y fértil, en favor de un acercamiento más realista y en el que abundaban paisajes helados y nevados. Los cielos grises y los patinadores divirtiéndose sobre las corrientes congeladas se convirtieron en un icono de este nuevo paisajismo. En esta corriente fue especialmente importante Brueghel el Viejo cuyos Cazadores en la nieve (1565) es uno de los más claros ejemplos del impacto en la pintura de aquel entonces, y en particular en la holandesa, que vivía su Edad de Oro, de este cambio global en el clima. También se ha especulado que la pequeña edad de hielo dificultó el crecimiento, de los árboles haciendo que su madera se hiciera más densa, proporcionándola así nuevas propiedades que ayudaron a Antonio Stradivari a dar a sus instrumentos su especial calidad.

El evento Carrington (1859)

carrington

«Aurora Borealis» de Frederic Edwin Church (1865)

Desde el 29 de Agosto al 2 de Septiembre de 1859 el astrónomo británico Richard Carrington observó unas potentes erupciones solares. En pocos días, las partículas eyectadas alcanzaron nuestra ionosfera produciendo descomunales auroras boreales. Fueron de tal magnitud que resultaba posible en todo el hemisferio norte leer el periódico en plena madrugada. El pulso magnético resultante hizo que todas las redes telegráficas se cayeran. Las comunicaciones fueron imposibles durante días debido a la electricidad estática acumulada en las incipientes redes de cableado. Lo científicos calculan que erupciones solares de semejante importancia ocurren aproximadamente cada 500 años. Si no protegemos nuestra tecnología debidamente, la próxima nos devolverá al Medievo en medio de una hermosa lluvia incandescente de satélites artificiales.

Como en tantas ocasiones, estas luces en los cielos se interpretaron como heraldos de grandes desgracias. Pero también sirvieron para inspirar y crear una corriente pictórica en Estados Unidos conocida como “luminismo”. El más conocido de los luministas fue Frederic Edwin Church, que en el verano de 1859 se encontraba de viaje por la península de Labrador. Allí fue donde se encontró con las auroras boreales, que junto con su fascinación con el electromagnetismo, produjeron una honda impronta en su obra posterior, repleta de auroras y de atardeceres de colores dramáticos y formaciones nubosas onduladas. Church y sus seguidores crearían una escuela especializada en pintar cielos y amaneceres con una gama de pigmentos nunca antes vista.

El Gran Meteoro de 1860

meteoro

«El meteoro de 1860» de Frederic Edwin Church

Frederic Church, siempre muy atento a los cielos, también fue testigo del meteoro que iluminó Estados unidos el 20 de Julio de 1860. Aquella noche Church se vio sorprendido por un bólido que cruzó el cielo de Catskill, estado de Nueva York, desde el Norte. La bola de fuego se rompió en varios pedazos que después viajaron paralelos al horizonte antes de perderse de vista. Lo que había presenciado era la entrada y salida en nuestra atmósfera de una procesión de meteoritos, un suceso cósmico muy poco habitual. Impresionado, Church pintó la escena en su cuadro El meteoro de 1860, que captura aquel avistamiento con majestuosa belleza.

Pero la historia no acaba ahí. El cuadro de Church serviría al astrónomo Donald W. Olson para resolver un antiguo enigma literario. Olson -sin duda una de nuestras personas favoritas- se dedica a estudiar las referencias a eventos cosmológicos y naturales hechas en crónicas u obras de arte. Ha conseguido por ejemplo localizar dónde desembarcó Julio César en su conquista de Inglaterra, dónde pintó Manet el cuadro que serviría de punto de origen el impresionismo, y ha determinado que el relato de Mary Shelley sobre la noche que la inspiró a escribir Frankenstein era cierto. El astrónomo se topó por casualidad con el cuadro de Church y comprobó que con casi total seguridad aquella procesión de bólidos fue la que inspiró el poema Año de meteoros 1859-1860 del gran poeta norteamericano Walt Whitman: «No me olvido de cantar / ni al cometa que vino del norte, sin anunciarse, y colmó el cielo de resplandor / ni la tumultuosa procesión de estrellas fugaces que deslumbrantes, nos coronaron / (un instante, un largo instante, rodaron sus esferas de luz sobrenatural por encima de nuestras cabezas / y después se alejaron y, engullidas por la noche, desaparecieron.» En el poema, Whitman rememora los turbulentos años anteriores a la Guerra de Secesión americana y trata aquella visión celestial como una premonición del desastre que estaba por venir.

La erupción del Krakatoa (1883)

el grito

«El grito» de Munch (1893)

Pero quizá la mayor proeza de Donald Olson fue su estudio de El grito (1893) el celebérrimo cuadro del pintor noruego Edward Munch. Aparte de la ya famosa y horrenda mueca de la figura central, destaca en aquel óleo el cielo ondulado y enrojecido como un mar de fuego líquido. Munch mismo describió el momento en el que la imagen impregnó su imaginación. “Paseaba por un sendero con dos amigos -el sol se puso-, de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio -sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad-.” Olson ha podido establecer que aquel fenómeno celeste no fue una alucinación ni el fruto de un stendhalazo.

Su causa fue la violentísima erupción el 27 de Febrero de 1883 del volcán Krakatoa, en la actual Indonesia. La enorme explosión se escuchó hasta a 4.800 kms de distancia y produjo tsunamis de hasta 46 metros. La erupción, que alcanzó un 6 sobre 8 en la escala de explosividad volcánica, lanzó a una altura de 80 kms toneladas de cenizas y azufre que espesaron y colorearon la atmósfera, produciendo por todo el mundo nubes noctilucentes y candiladas asombrosas que el pintor inglés William Ashcroft esbozaría con sus pasteles en decenas de lienzos. Franjas de varios tonos encarnados, como los que aparecen en El grito, fueron vistas en los atardeceres de Pensilvania. Motivado por todas estas evidencias, Olson investigó los diarios de Munch y pudo confirmar que la experiencia relatada por el pintor y que inspiró su más famosa obra sucedió durante una de sus visitas en Oslo durante aquellos meses de atardeceres escarlatas.

El paso del cometa Halley (1910)

halley

Aunque aún muchos lo identifiquen con la estrella de Belén, lo cierto es que el cometa catalogado y estudiado en detalle por primera vez por Sir Edmond Halley -firme creyente además en las teorías de la tierra hueca- ha causado inquietud y espanto a los humanos desde la noche tiempos. Ya en 1681, un año después de su paso, Bernard de Fontenelle escribió una obra de teatro titulada La Comète en la que ridiculizaba estas supersticiones populares. La reaparición del Halley en 1910 trajo presagios aun más sombríos de lo habitual gracias al astrónomo francés Camille Flammarion que en 1893 había escrito una novela de anticipación titulada Le fin du monde en la que un cometa chocaba contra la tierra causando el Apocalipsis. Como aquello no le bastó, Flammarion hizo público a los cuatro vientos su temor de que la cola del cometa Halley contuviera gases de cianuro que envolverían la Tierra a su paso y aniquilarían cualquier forma de vida. La profecía causó el pánico. Se comercializaron píldoras contra los gases del cometa y se disparó la venta de máscaras de gas.

La demencia de Flammarion sin embargo sirvió para inspirar la novela de Arthur Conan Doyle titulada La zona ponzoñosa (1913) en la que nuestro planeta atraviesa una zona de éter venenoso que parece acabar con toda la humanidad. Es probable que también sirviera de base al relato The comet (1920), del gran escritor afroamericano W.E.B. Du Bois, en el que un cometa cae sobre Nueva York liberando unos gases tóxicos que exterminan a toda la población excepto a una mujer blanca y un hombre negro. El paso del cometa Halley también inspiraría al menos dos películas, la norteamericana The comet (1910) y el clásico danés de ciencia ficción Verdens undergang (1916).

El terremoto Charlevoix–Kamouraska (1925)

terremoto

El 28 de febrero de 1925 un terremoto de 6,2 en la escala de Richter sacudió la costa este de Canadá y en especial la provincia de Quebec. Aunque no causó daños más que en una zona muy reducida, las sacudidas llegaron a sentirse hasta en la cuenca del Mississipi. También llegó a notarse en Nueva York, ciudad en la que por entonces vivía, esquivando a duras penas la pobreza absoluta, un escritor llamado H.P. Lovecraft. El evento inspiró uno de los pasajes iniciales del relato en el que estaba trabajando por aquellas fechas, La llamada de Cthulhu. El 28 de Febrero, la misma en la que tuvo lugar el terremoto Charlevoix–Kamouraska, es la fecha en la que tiene lugar el terremoto en el Pacífico Sur que eleva la ciudad de R’lyeh por encima del nivel del mar, con lo que se desencadena una corriente maligna que puebla las pesadillas de gentes de todo el mundo. La historia no había hecho más que comenzar.

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