Ahora ya sabemos por qué el músico de Brixton calculó tanto la fecha de lanzamiento de Blackstar, su último álbum. David Bowie ha vuelto a la dimensión de la que procedía, dejando tras de sí uno de los legados más memorables de la música pop: volvemos a escuchar todos sus álbumes de estudio, desde las (pequeñas) decepciones hasta los (enormes) hallazgos.
Al final, él ha reído el último. Resulta que David Bowie tenía claro, clarísimo, por qué la fecha de publicación del disco Blackstar tenía que ser, precisamente, la de su 69 cumpleaños: porque el disco de marras iba a ser el último. Sin que nadie lo supiera, salvo sus más allegados, el músico nacido en Brixton (Londres) había sido diagnosticado con un cáncer hacía 18 meses, lo cual convierte un álbum de por sí ominoso y lleno de reflexiones sobre el pasado y el envejecimiento en una obra todavía más impactante. Como fans que somos, en CANINO queremos ofrecer un homenaje póstumo sin lloriqueos, pero con mucha música, y no se nos ocurre una forma mejor de hacerlo que con este análisis de todos los elepés de estudio publicados por Bowie en solitario a lo largo de sus casi cinco décadas de carrera. En pro de la concisión, hemos omitido las bandas sonoras, los discos en directo y sus dos trabajos junto a la banda Tin Machine.
David Bowie (1967)
https://www.youtube.com/watch?v=2uwKkMn36ms
¿Primerizo? Pues sí, pero menos de lo que parece: para la grabación de su debut, Bowie (ese chaval que hasta hacía nada era David Jones, cantante de grupos de tercera como The Lower Third y The King Bees) y el bajista Dek Fearnley pasaron largas horas preparando arreglos de viento y de cuerda, muy sixties ellos, sin tener apenas idea de orquestación. El resultado tiene un encanto indudable, con canciones que nunca bajan del aprobado (Uncle Arthur) y que, en ocasiones, lo superan ampliamente (Love You Till Thursday). Y, no: The Laughing Gnome no aparece en su lista de temas oficial.
David Bowie / Space Oddity (1969)
https://www.youtube.com/watch?v=tiLRsVPHUPU
Gracias a los buenos oficios de Ken Pitt, su primer manager, el joven Bowie fue ganándose un lugar en la escena musical británica. Pero, como sabemos, dicho lugar nunca se hubiera consolidado de no ser por el tema inicial de este disco. Una canción que, para colmo, no le gustaba a ninguno de sus responsables: Tony Visconti (ese productor que, como sabemos ahora, ha acompañado a Bowie hasta el final) la consideraba una mera novelty destinada a capitalizar el alunizaje del Apolo 11, mientras que el propio autor del disco (que la había compuesto porque se aburría, básicamente) estaba más emocionado con sus incursiones en el folk psicodélico. Y, pese a que algunas de dichas incursiones eran realmente extraordinarias (Wild Eyed Boy from Freecloud, Memory of a Free Festival y la apabullante Letter to Hermione, para empezar), el álbum fue un fracaso comercial ensombrecido por el éxito del sencillo.
The Man Who Sold The World (1970)
https://www.youtube.com/watch?v=p5YJ-BjcXBI
La entrada de David Bowie en la década de la cual acabaría siendo el amo y señor resultó menos titubeante que sus trabajos anteriores. Pena que, como de costumbre, muy poquita gente se enterase de ello, porque The Man Who Sold The World es, en buena medida, el álbum con el que nació el Bowie que haría historia en los años posteriores. Marcado por la relación con su hermanastro Terry Burns (quien, aquejado de esquizofrenia, acabaría suicidándose en 1985) y por el nacimiento de su relación con Angela Bowie (la modelo con la que se casaría ese mismo año, y que tanto se esforzó por encauzar su carrera), este disco no sólo cuenta con canciones que por fin suenan maduras y personales, sino también con buena parte del grupo que acompañaría al autor en sus años más legendarios: sin la batería de Woody Woodmansey y, especialmente, la guitarra acidulada de Mick Ronson (merced a la cual muchos clasificaron en su día este álbum como una obra de hard rock) piezas como The Width of a Circle, la desquiciada Saviour Machine y ese tema titular que muchos conocimos gracias a la versión de Nirvana no serían lo mismo.
Hunky Dory (1971)
https://www.youtube.com/watch?v=YQTENuQYgjM
Según afirmaban las primeras ediciones españolas de este disco, la expresión «hunky dory» viene a significar en castellano algo así como «a pedir de boca». Y, si nos atenemos a esa traducción, el cuarto elepé de David Bowie ofrece exactamente lo que promete: de nuevo ataviado con un «vestido de hombre» en la carátula (y aprovechando ese parecido con Katharine Hepburn del que tan orgulloso se sentía), con el nuevo (y carroñero) representante Tony DeFries controlando sus estrategias comerciales y con Trevor Bolder como definitivo bajista de su banda, Bowie trabajó como un demonio para obtener el disco que debía ser, o bien su primer hit, o bien su última intentona de convertirse en estrella. Por suerte, el mundo no pudo resistirse a un álbum que comienza con Changes y llega al ecuador de su cara A nada menos que con Life on Mars. La capacidad del autor para absorber influencias resulta más patente que nunca (Song for Bob Dylan resulta más dylaniana que el propio, en música y letra, mientras que Queen Bitch homenajea a Lou Reed con el adecuado desparpajo), mientras que las citas cultas de Andy Warhol y Quicksand (con sus referencias a Nietzsche y Aleister Crowley, entre otros) resultan atrayentes sin caer en la pedantería. La guinda de la tarta: además de los arreglos de cuerda firmados por Mick Ronson, Hunky Dory cuenta como teclista con Rick Wakeman, el futuro divagador sinfónico-progresivo de Yes, a quien David trató de convencer para que se sumase a esa banda que iba a ser bautizada en breve.
Ziggy Stardust (1972)
https://www.youtube.com/watch?v=Muh1pk7xc2k
Marc Bolan había llegado antes, eso está claro: Electric Warrior, el disco con el que el amigo y rival de Bowie convirtió el glam rock en fenómeno de masas, se publicó en 1971. Asimismo, el primer elepé de Roxy Music también llega a las tiendas en el 72, ayudando a intelectualizar una moda cuyos elementos más populares (Slade, The Sweet, Mud y compañía) siempre fueron disfrutablemente garrulos. Pero si un melómano busca glamour, ambigüedad y elegancia a raudales, su destino está claro: los surcos de The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars están poblados por dichos conceptos, desde los primeros golpes de percusión en Five Years hasta el desparrame final de ese canto a la voluntad de vivir titulado, paradójicamente, Rock’n’Roll Suicide. ¿Cuántos guitarristas se habrán dejado los dedos tratando de sacar la melodía de Ronson en la canción titular? ¿Cuántos picores de entrepierna púber suscitó la aparición de Bowie en el Top of the Pops cantando Starman -el enésimo ejemplo de canción que, desdeñada en principio por su compositor, acabó convirtiéndose en hit-? ¿Cuánto habremos bailado con Sufragette City, y soñado con la fascinación de Soul Love, Moonage Dream o Lady Stardust? Imposible saberlo. Sólo puede afirmarse que este disco tan eléctrico, tan delicado, tan guarro y tan cerebral (sí: todo a la vez) quizás no sea el mejor trabajo de David Bowie, pero sí es, definitivamente, el álbum que le convirtió en leyenda para los restos.
Aladdin Sane (1973)
https://www.youtube.com/watch?v=HZj-ibB1ivA
Con el rock progresivo triunfando (este es, recordemos, el año de Tubular Bells y Close To The Edge), con su compadre Bolan iniciando su cuesta abajo tras haber tocado el cielo con The Slider y con su admirado Lou Reed buscando asilo bajo su ala y la de Ronson para producir y componer Transformer, Bowie ha llegado por fin al estrellato… y ha descubierto que, en la cumbre, uno se marea. De ahí que, tras liquidar al personaje de Ziggy Stardust, decida reemplazarlo por un arquetipo teóricamente distinto, pero que no engaña a casi nadie, fichar a Mike Garson -pianista cuyas divagaciones de raíz jazzística provocan odios y pasiones aun a día de hoy- y lanzar uno de sus discos más controvertidos. ¿Nuestro veredicto? Pues que Aladdin Sane (es decir, «a lad insane», un chaval majara: el título provisional fue Love Aladdin Vein) es una maravilla como la copa de un pino, alimentada por la sensación de «esquizofrenia» que consumía por entonces a su autor y engalanada con joyas más (Panic in Detroit, inspirada por la figura demente de Iggy Pop, Cracked Actor, esa Drive-in Saturday compuesta para que la interpretasen Mott The Hoople) o menos evidentes (Time, Lady Grinning Soul y, en general, todas las demás canciones de sus surcos). En cuanto a esa carátula maravillosa y mil veces fusilada, sólo podemos decir que el cosplay de Dakota Fanning en The Runaways (Floria Sigismondi, 2010) excusa por completo todas las malas apropiaciones que se han hecho de ella.
Pin Ups (1973)
https://www.youtube.com/watch?v=a55xjhBa9ZA
Con las antiguas ‘Arañas de Marte’ descomponiéndose a ojos vista (Woody Woodmansey ya se las ha pirado, y es Ainsley Dunbar quien le reemplaza aquí a las baquetas) y con un cebollón existencial de padre y muy señor mío, ¿cómo reacciona Bowie? Pues relajándose, o intentándolo, y entregando algo que ahora suena a excusa de músico en crisis creativa, pero que entonces resultaba casi innovador: un disco de versiones, centrado en las bandas británicas y sixties en las que se miraba cuando era un joven con flequillo. Pese a una nueva portada para la historia, en la que Justin de Villeneuve le retrata junto a la modelo Twiggy, y a una selección de canciones tirando a impecable (con piezas surtidas de The Pretty Things, The Easybeats, The Who y otros grandes, llevadas a su terreno con gracejo) Pin Ups ha quedado básicamente como una anécdota en la discografía de su creador. Nosotros recomendamos su escucha, y animamos al respetable a fijarse en dos detalles: el cover de See Emily Play, el primer éxito de unos Pink Floyd aún con Syd Barrett al frente, evoca la inevitable presencia de la locura, mientras que eso de despedirse con Where Have All The Good Times Gone (una de las canciones más agrias de The Kinks, que ya es decir) tiene mucho de confesional. El plan de grabar un disco con el mismo concepto, compuesto por versiones de grupos estadounidenses y titulado Bowie-ing Out, quedó aparcado para siempre.
Diamond Dogs (1974)
https://www.youtube.com/watch?v=CvgqWO_TgP0
Siempre con un ojo puesto en lo conceptual, Bowie había concebido Ziggy Stardust como una ópera rock apocalíptica. Y, una vez finiquitada esa etapa de su carrera, decidió afrontar el presente con un proyecto de miras similarmente elevadas: nada menos que un ciclo de canciones basado en 1984. El plan de grabar un elepé basado en la novela de George Orwell quedó, para variar, en agua de borrajas, pero tanto su atmósfera de desolación como muchos de sus conceptos quedaron recogidos en este disco, uno de cuyos temas se titula, precisamente, 1984. Pese a la leyenda que arrastra, suscitada en buena parte por el sencillo Rebel Rebel y por la (censurada) portada de Guy Peellaert, Diamond Dogs nos parece un disco de transición, sin demasiadas canciones memorables, pero cuya trascendencia se justifica por varios motivos: la voz del autor abandona para siempre su timbre juvenil, el sonido de sus arreglos se vuelve más áspero que nunca hasta entonces (la ausencia de Ronson a la guitarra se nota mucho) y los conciertos empiezan a adoptar esos elaborados montajes escénicos que el viperino Eduardo Haro Ibars comparará en su libro Gay Rock (1974) a los de la compañía de revista Colsada.
Young Americans (1975)
En Gran Bretaña, Bowie ya era un ídolo de masas. En EE UU, sin embargo, era un fenómeno de culto: aparte de la chavalada cubierta en purpurina que se deslizaba por el Sunset Strip de Los Ángeles, pocos eran los que le reconocían como su señor y salvador personal. Sabiendo que al otro lado del Atlántico es donde está la panoja, y ansiando reinventarse de una vez por todas, Bowie trabaja en su laboratorio hasta dar con la fórmula de aquello que él llama ‘plastic soul’: trabajando a destajo en un estudio de Filadelfia, reclutando a lo más florido y granado que la música afroamericana podía ofrecerle (poca broma: en este álbum hace coros Luther Vandross) y encontrando a un nuevo secuaz en el guitarrista Carlos Alomar, el músico entrega un álbum que resulta fácil de subestimar, por su drástico cambio de rumbo y por contener sólo ocho temas, pero que servirá de causa primera para muchos ‘nuevos románticos’ de los 80, empezando por los Spandau Ballet de True (1983). Por otra parte, aunque la versión de Across The Universe (The Beatles) sea probablemente el momento más flojo del elepé, John Lennon no se da por enterado y pone su voz, su guitarra y su firma en la formidable Fame.
Station To Station (1976)
Los pimientos verdes, la leche y la cocaína. La obsesión ocultista. El miedo a la luz del sol. El matrimonio con Angie cayéndose a pedazos. La paranoia. Está claro que vivir en Los Ángeles no le sentaba nada bien a un David Bowie casi treintañero, cuya preternatural delgadez fue aprovechada por el director Nicolas Roeg para el papel protagonista de El hombre que cayó a la Tierra ese mismo año. Un fotograma de dicho filme adorna la portada de este disco, y le hace plena justicia, porque la segunda rodaja de plastic soul firmada por Bowie suena como si hubiera sido compuesta y grabada por un alienígena, por un psicópata o por ambos. El tema titular, con sus diez minutos largos de vesania, lo deja claro anunciando «el regreso del Delgado Duque Blanco, arrojando dardos a los ojos de los amantes», para después proclamar un cambio de rumbo con no poca sorna: «creo que no son los efectos secundarios de la cocaína / sospecho que quizás sea amor». Podemos aventurar que en este álbum hay amor, pero siempre atormentado (Wild is the Wind), suplicante (Stay), descompuesto (Golden Years, rechazada por el mismísimo Elvis) o directamente asesino, como en TVC 15. También podemos decir que, si dicho amor tiene unos destinatarios claros, estos son Kraftwerk y Neu!: durante su trance de alcaloides, Bowie ha descubierto los sonidos electrónicos que llegan de Alemania. Y, por descontado, piensa sacarle partido a esta nueva influencia.
Low (1977)
https://www.youtube.com/watch?v=WsELFp6s-lo
Mientras el mundo entero se lleva las manos a la cabeza (o eso dicen) contemplando la explosión del punk, Bowie está a otras cosas: eso de teñirse el pelo y prodigarse en los guitarrazos no es nada nuevo para él, con lo que prefiere centrar sus intereses en un cambio de domicilio (de Los Ángeles a Berlín) y en mantenerse vivo y cuerdo en compañía de su amigo Iggy Pop, un punto filipino al que admira mucho y cuyos hábitos toxicómanos dejan a los suyos en mantillas. Menos mal que, de cara a lo estrictamente sonoro, también ha hecho buenas migas con Brian Eno, un señor que se las sabe todas y que le ayudará a no perder comba de lo que ocurre en el resto del mundo. Así, mientras Brian emplea sus sintetizadores para dotar de extrañeza a los temas del álbum, y Tony Visconti se vuelve majara empleando el Eventide Harmonizer (amanoso cacharro que permite modificar el timbre de los instrumentos) a fin de dotar de un sonido único a las percusiones del disco, David utiliza sus tormentos personales para armar canciones que oscilan entre el pop infalible (Be My Wife, Sound and Vision) y la locura evanescente de sus instrumentales, especialmente aquellos contenidos en la cara B. En general, Low es un disco que no suena a su presente, sino a un futuro que todavía estaba (o está) por llegar.
«Heroes» (1977)
https://www.youtube.com/watch?v=Fmw7gSDRnTA
Está claro que Bowie y Brian Eno han hecho buenas migas. De modo que, asentados definitivamente en Berlín (la mayor parte de Low, conviene decirlo, se había grabado en Francia) y rescatando al guitarrista Robert Fripp (ex líder tiránico de King Crimson, amén de buen amigo de Brian) de un retiro de tres años, deciden echar unas semanas en los estudios Hansa, a un tiro de piedra del ‘Muro de la Vergüenza’ a ver lo que les sale. Y lo que les sale es un disco cuyas sesiones, amenizadas por temas de Donna Summer y Giorgio Moroder, fueron un festival del humor, pero cuyo sonido resulta extremadamente rabioso. A excepción de la muy decadente The Sons of the Silent Age, la cara A resulta una pura electrocución, mientras que el otro lado del vinilo (formado casi íntegramente por instrumentales, otra vez) lleva consigo pesadillas postindustriales de la talla de Neukoln y Sense of Doubt. Y, claro, también está la canción titular: un himno que sobrevive a las décadas, y que sigue sin tener parangón hoy en día en términos de entrega absoluta y arreglos alejados de este planeta.
Lodger (1979)
https://www.youtube.com/watch?v=KSl2g00AwCI
El tercer álbum de la llamada ‘Trilogía de Berlín’ parece compuesto de paradojas: para empezar, no se grabó en la ciudad alemana, sino en Nueva York, y, para seguir, sus canciones delatan que la química entre Bowie y Eno va camino de extinguirse. Mientras que sus piezas más experimentales (African Night Flight, Yassassin) suenan a trabajos del ambientalista calvo que David trata de llevarse a su terreno como puede, las más radiables muestran a un Bowie harto de tanta sofisticación, y decidido a volver a formatos y estructuras de raigambre pop. ¿Es eso un problema? Nosotros pensamos que no: masacrado por los críticos en el momento de su aparición, Lodger resulta hoy en día uno de los discos más arriesgados del artista, dispuesto a ofrecer valiosas recompensas a aquellos que sepan ver más allá de sus asperezas. Para colmo, el formato videoclip ya triunfa a lo grande, y Bowie no está dispuesto a perder comba: gracias a ello, DJ, Look Back in Anger y la tremenda Boys Keep Swinging salen al mercado acompañadas por piezas audiovisuales tan impagables como adelantadas a su época.
Scary Monsters (And Super Creeps) (1980)
https://www.youtube.com/watch?v=Toe_UKSQgEw
¿Un disco de transición? ¿Una obra menor? ¿La última gran entrega de Bowie, antes de entregarse a las radiofórmulas en cuerpo y alma? Difícil decidirse, pero hay algo que está muy claro: Scary Monsters… es el álbum que contiene Fashion y Ashes To Ashes, con lo que cualquier juicio será parcial por necesidad. Ante esos dos temazos, el resto de temas de este disco (y, si nos apuran, casi que de cualquier disco) palidecen, con lo que resulta muy difícil dictaminar si esas guitarras a todo volumen (cortesía, una vez más, de Carlos Alomar y Robert Fripp) y esas estructuras descoyuntadas consiguen ponerse a la altura del punk, la Nueva Ola y otros epígonos. A falta de un «no sabe, no contesta» en condiciones, nosotros nos conformamos con repetir «beep beep» y quedarnos pasmados con esa confesión según la cual el Mayor Tom de Space Oddity era un yonqui enfrentado al bajón definitivo. «No he hecho nada malo / No he hecho nada bueno / Nunca he hecho nada sorprendente»: si tú lo dices, David…
Let’s Dance (1981)
https://www.youtube.com/watch?v=m3BdOwf2nUg
Con la loable intención de hacerse rico (las añagazas financieras de Tony DeFries le habían dejado sin un céntimo) y dejándose guiar por el maestro Nile Rodgers, guitarrista de Chic y monarca de la música disco más refinada, Bowie publica el disco que muchos consideran como su salto al Reverso Tenebroso de la comercialidad y los anuncios de Pepsi. Curioso, dado que grabar un trabajo tan descaradamente bailable como este en 1981 suponía poco menos que un salto al vacío, y que en su momento las críticas fueron bastante positivas, por no decir entusiastas. Con el tiempo, Let’s Dance ha quedado como un trabajo elegante y funcional, que se salva de la mediocridad al contener tres canciones de las que quitan el hipo: nos referimos al tema titular, sí, pero sobre todo a su versión de China Girl (grabada para que los royalties le hicieran la vida algo más fácil a Iggy Pop) y a la inmarcesible Modern Love. Quienes quieran ver lo bajo que pudo caer Bowie en los 80, deberán esperarse al siguiente capítulo de su discografía…
Tonight (1984)
https://www.youtube.com/watch?v=-DE5UfvoPqY
Tras el Serious Moonlight Tour (la gira que podría considerarse como el auténtico nacimiento del Bowie con hombreras), David graba un disco sobre el cual lo mejor que puede decirse es que contiene el sencillo Blue Jean. Y poco más, porque la opinión según la cual este es el peor disco entregado por Bowie en toda su carrera tiene muchos visos de ser cierta. Compuesto en su mayoría por versiones (tres de ellas firmadas por un Iggy siempre necesitado de pasta gansa, y una recreación del God Only Knows de los Beach Boys que no hay por dónde cogerla), Tonight es, ante todo, la plasmación de una realidad sorprendente: por una vez, la desorientación creativa no es una herramienta para que nuestro hombre haga historia, sino más bien un lodazal del que éste no sabe salir. Menos mal que, dos años más tarde, Dentro del laberinto nos ayudaría a reconciliarnos con él…
Never Let Me Down (1987)
https://www.youtube.com/watch?v=aQtZOWCH_xE
Grabado por un Bowie falto de ganas, que se planteaba dejar la música para siempre y reconvertirse en pintor, Never Let Me Down suele ser menospreciado como un producto más del Bowie sin fuste. Una valoración injusta, hasta cierto punto: aunque suene convencional en exceso (y por tanto, caduco) y aunque contenga en sus surcos momentos tan incalificables como el de Mickey Rourke rapeando (o así) en Shining Star (Makin’ My Love), Never Let Me Down es un disco muy solvente de rock comercialote y ochentero, agraciado con algunos sencillos de mérito (Time Will Crawl) y que, en general, se deja escuchar de principio a fin.. siempre que uno sea muy fan.
Black Tie, White Noise (1993)
https://www.youtube.com/watch?v=_4HVkPKoBO4
Tras el experimento fallido de Tin Machine («Este grupo es una democracia», dijo el muy tuno, y así le fue), medianamente estabilizado en lo personal gracias a su boda con Iman y con viejos aliados (Nile Rodgers y Mick Ronson, principalmente) dispuestos a perdonarle los robos de ideas y demás trapacerías, un Bowie al que casi todo el mundo daba por quemado decide entrar a lo grande en los noventa… y la jugada le sale estupendamente bien. Tanto, de hecho, que este podría ser el disco más infravalorado de su carrera, y eso que sus premisas son prácticamente las mismas que las del abominable Tonight. En esta ocasión, las canciones originales tienen gracia (escúchense Jump, They Say y You’ve Been Around para comprobarlo), las versiones salen pintiparadas (entre ellas, una interpretación magistral del Nite Flights de Scott Walker, y otra bastante tongue in cheek del I Know It’s Gonna Happen Someday de… Morrissey) y los instrumentales, si bien algo anecdóticos, suponen dignos retornos a su faceta experimental.
1.Outside (1996)
https://www.youtube.com/watch?v=jgwqPj9AkTc
Vamos a ver: tenemos a un Bowie que acaba de recuperar el prestigio crítico, cuyos fans van camino de perdonarle los patinazos y cuyos hallazgos, gracias al emergente brit pop (ejem, Suede, ejem) se convierten en luz y guía para una nueva generación de admiradores. ¿Qué diríamos que hará? Pues lo que todos esperábamos: encerrarse en un estudio junto a Brian Eno y una banda formada por los músicos más dementes con los que ha trabajado en toda su carrera (entre ellos, Mike Garson y Reeves Gabrels, alias ‘el guitarrista del vibrador’) para pergeñar un disco conceptual de casi hora y media de duración sobre los ‘crímenes artísticos’ de un futuro próximo. Vale, tal vez la maniobra no fuese esperable del todo (que se lo digan a unos críticos que, en su momento, no supieron cómo coño iban a abordar un álbum así), pero su resultado fue la que cabe calificar como su última obra maestra sin discusión. Comprimidas y tratadas en la mesa de mezclas como sólo el amigo Brian sabe hacerlo, las mastodónticas jam sessions de David y sus amiguetes acabaron llegando al público convertidas en canciones cubistas, desquiciadas, irregulares (esos monólogos, la verdad, estaban un poco de más) y originales hasta decir basta. Que se lo digan a David Lynch y David Fincher, que aprovecharon I’m Deranged y The Heart’s Filthy Lesson para volver aún más enfermizas Se7en y Carretera perdida, respectivamente.
Earthling (1997)
https://www.youtube.com/watch?v=AiugSuNoMgU
El estado de gracia creativa del que surgió 1.Outside duró poco, como era de esperar: tratándose de dos dispersos profesionales, Bowie y Eno no tardaron en tirar cada uno por su lado, con lo que las dos anunciadas continuaciones de dicho álbum (2.Contamination y 3.Afrikaans) nunca llegaron a ver la luz, aunque presuntamente las maquetas del segundo sí fueron grabadas. Un estado de cosas que, por lo que se ve, a David le importaba bien poco: habiendo encontrado a su nueva alma gemela en Trent Reznor (Nine Inch Nails) y dispuesto a probar todas las oportunidades que la era digital tenía que ofrecerle (incluyendo un portal de internet y los Bowie Bonds, valores merced a los cuales su carrera cotizó en bolsa), David se apunta al auge del drum’n’bass con un disco casi olvidado hoy en día, pero muy disfrutable en su conjunto gracias a canciones como Little Wonder, Battle for Britain (The Letter) y Dead Man Walking, posiblemente el mejor corte del elepé. Tal vez no sea su mayor obra maestra, pero en su momento Earthling dejó claro que el viejo pirata seguía sin perderse una.
‘Hours…’ (1999)
https://www.youtube.com/watch?v=R0XmIOzc_DU
Cuando todos pensábamos que Bowie se había lanzado definitivamente por el sendero electrónico-industrial, el fantasma de Ziggy Stardust volvió a poseerle. Al menos eso es lo que se deduce de este trabajo, su disco más guitarrero, a la par que reposado, en muchísimo tiempo. Encabezado por Thursday’s Child, un single cuya languidez decepcionó a muchos en su día, ‘Hours…’ esconde tesoros como Seven (nada que ver con la película) y, en general, resulta un trabajo presidido por la idea del envejecimiento y de la muerte: para constatarlo no hay más que ver esa portada cuyo diseño resulta ciertamente caduco, pero cuyo concepto (la pietá formada por un Bowie anciano que agoniza en brazos de un álter ego juvenil) resulta escalofriante a fecha de hoy. Presuntamente el disco fue grabado a la vez que otro álbum titulado Toy, compuesto por versiones de sus canciones primerizas y que, para variar, no llegó a ver la luz.
Heathen (2002)
Teóricamente, la transición al siglo XXI fue una época en la que el rock se reencontró a sí mismo, dejándose de aventurillas electrónicas y regresando a las guitarras por obra y gracia de The Strokes, The White Stripes y demás bandas. Lo mismo eso no fue del todo cierto, pero sí es verdad que Heathen supuso para Bowie un back to basics, en cuya génesis tuvo no poco que ver su reencuentro con Tony Visconti. Los temas originales, algunos de ellos muy buenos (Slow Burn, sin ir más lejos) recibieron poca atención en su día, porque la mayor parte del público estaba demasiado pasmado escuchando cómo David se bajaba del pedestal para versionar nada menos que una canción de los Pixies. Y no una de las facilitas, además, sino nada menos que la muy espinosa Cactus.
Reality (2003)
El Bowie cincuentón de los dosmiles no dio abasto durante los primeros años de la década, y para probarlo queda este álbum cuya portada nos mostraba nada menos que a su responsable en versión anime. De nuevo con una versión sorprendente en bandolera (Pablo Picasso, de Jonathan Richman y sus Modern Lovers), Reality nos parece un trabajo mucho más musculoso y vivaz que Heathen, con un sonido capaz de dar lecciones a rockerillos de nueva hornada. Un Scary Monsters… en versión 2.0, digamos, cuya recepción fue positiva, pero cuyas consecuencias resultaron peliagudas: en 2004, Bowie sufrió un infarto durante un concierto en Alemania, viéndose obligado a cancelar su Reality Tour y a tomarse un descanso que, en su momento, sólo debería haberle llevado un par de años. A la postre, dicho receso se prolongó durante casi una década.
The Next Day (2013)
https://www.youtube.com/watch?v=F2nJHVNTHNw
Analicémoslo: tanto este disco como Blackstar fueron grabados cuando Bowie se sabía ya mortalmente enfermo. ¿Permite eso dedicarles un juicio objetivo, máxime en un día como hoy? Nos tememos que no. Pero sí permite decir que el cochino tumor no pudo con David Bowie: en comparación con The Next Day (terrorífico título…), tanto Heathen como Reality, dos álbumes grabados por una persona presuntamente sana y joven hasta cierto punto, suenan domesticados, inofensivos casi. Espoleado por demonios que resulta demasiado fácil imaginar, el músico entregó uno de sus discos más rabiosos, más llenos de metralla guitarrera, más apasionados y más llenos de angustia (ese «…but i hope I’ll live forever» en The Stars Are Out Tonight hace pupa, ¿verdad?), diríase que con la intención de meter los dedos en todas las llagas posibles. Y si eso le llevaba a aliarse con Tilda Swinton para ofrecer uno de los mejores vídeos de su carrera, pues tanto mejor. Roguemos para que, cuando el cuerpo nos falle, podamos afrontar lo inevitable con una mala leche a la altura de la de este álbum.
Blackstar (2016)
Cuando los primeros videoclips de Blackstar (tanto el del tema titular como el de Lazarus) salieron a la luz, muchos se admiraron de cómo Bowie se mostraba en ellos envejecido, sin escatimar ni una sola arruga, ni una sola pata de gallo ni un solo momento de titubeo ante la cámara. Ahora ya podemos imaginarnos a qué se debía eso. Y también podemos remitirnos a una crítica que, la verdad, nos gustaría reescribir. Pero también podemos sonreír ante lo evidente: si este disco suena tan conclusivo, tan ajustado en su función de epílogo a una trayectoria, era porque su autor sabía que iba a quedar precisamente como eso. Bowie juega y gana: las canciones permanecen.
El primer homenaje que leo, pero me da que también será el mejor. Enhorabuena. Y que descanse en paz el gran Bowie.
Let’s Dance no es de 1981, sino de 1983. Y el error se comete dos veces…
de casualidad conocen un disco raro, que contenia versiones ineditas, mezcladas con sonidos raros y con partes de piezas viejas de los 40-50´s, la lista de canciones (+ o -) : ragazzo solo ragazza sola, sorrow, jean jenie, helden, man in the middle (fue la primera vez que la escuche) varias otras del pin ups. yo lo escuche una sola vez en un programa de radio unam: «la influencia del rock norteamericano en europa», hace como 20 años.