Hace unas cuantas semanas que estamos inmersos en el regreso de Twin Peaks. ¿Está el público preparado para la vuelta de David Lynch? Aquí, dos buenas recomendaciones extra si ya has visitado esta espectacular nueva inmersión en la mente del director: un documental y un libro sobre el cineasta.
Con la tercera temporada de Twin Peaks, esa serie tan enigmática y carismática que se convirtió por derecho propio en icono de una década que regresa veinticinco años después -tal como prometió Laura Palmer al agente Dale Cooper-, David Lynch (Missoula, Montana, 1946), se convierte -si es que acaso alguna vez dejó de serlo- en una figura tremendamente interesante sobre la que merece la pena, sin ningún género de duda, volver. Y lo maravilloso de esta afirmación es que es aplicable tanto a fans consagrados como a aquellos cinéfilos que sólo lo conocen de alguna leve toma de contacto.
Hace un par de semanas se estrenaba en Filmin, tras su paso por salas, David Lynch. The Art Life (2016), cinta dirigida por Rick Barnes en la que vemos a un artista que no oculta su senectud y que repasa en primera persona sus primeros pasos en el mundo del arte. Este documental, de 90 minutos de duración, es un más que recomendable paseo subjetivo retrospectivo, muy logrado en la dimensión técnica, y que complacerá a los seguidores del cineasta. ¿Lo malo? Que cuando hemos leído bastante acerca de Lynch se nos hace corto. Nos sabe a poco. Una cinta que termina en el momento más interesante: cuando el joven y precario director, padre reciente y primerizo a la sazón, empieza a tocar con las puntas de los dedos su sueño. Roza la treintena, tiene muy pocos medios a su alcance -pero también una beca del American Film Institute– y con Cabeza borradora (estrenada en 1977, después de cuatro años de trabajo) hizo exactamente lo que quería hacer desde que tenía uso de razón: lo que le diera la real y artística gana. El resto es historia, como suele decirse.
Siempre se puede jugar con ventaja y, valga la redundancia, un documental se saborea mejor cuanto mayor sea la documentación previa. Y es que, vaya la verdad por delante, algunos lo hemos visto habiendo leído previamente David Lynch. El hombre de otro lugar (2015), del periodista y realizador de programas de cine Dennis Lim, lanzado en España también hace solo un par de meses por el siempre fantástico sello Alpha Decay. En menos de trescientas páginas, Lim radiografía los pilares de la vida y obra de Lynch y examina su carrera artística, que fue la piedra angular de sus posteriores creaciones cinematográficas (no olvidemos que si Lynch hace cine es porque intuyó vida y movimiento en uno de sus lienzos). Y resulta imprescindible señalar que, gracias a trabajos como este, David Lynch. The Art Life se entiende mejor: de hecho, se complementan mutuamente ya que encontramos en la película pasajes narrados con mayor profundidad por el propio Lynch, como su decisiva llegada a Filadelfia (“una Nueva York para pobres”, en palabras del director, que sacó lo peor y lo mejor de él). Un documental que, por cierto, el autor del libro -periodista y miembro de la Film Society del Lincoln Center, cuya programación coordina y reconoce que no le deja tiempo para proyectos periodísticos o literarios- admite no haber visto pero que no puede esperar a disfrutar.
Lim afirma haber descubierto al director a una edad relativamente temprana y cuando aún era “impresionable”, y lo describe como el director norteamericano que más le ha influido. Aparte de esto, en su opinión, “sus películas han planteado algunas preguntas que me pareció que sería divertido e interesante responder, o intentarlo. ¿Por qué su trabajo ha tenido tanto eco e impacto, para mí y para tantos otros?”, se pregunta, conversando con CANINO. David Lynch. El hombre de otro lugar, un trabajo imprescindible, de impecable estilo y que acerca el trabajo del cineasta a casi cualquier tipo de lector, empezó a tomar forma a raíz de una entrevista que Lim realizó al director a propósito de su última película, Inland Empire (2006). Pero no fue hasta 2013 cuando empezó a gestarse el proceso de escritura. “Me llevó aproximadamente un año, y no diría que disfrutase mientras lo escribía, pero sí que fue interesante volver sobre él”, comenta. “Incluso habiendo visto en numerosas ocasiones sus películas, seguía encontrando en Lynch un tema inabarcable y sigo sin creer que sea posible explicar, de modo exhaustivo, la fuerza de su trabajo”.
Y es que, muy a propósito de fuerzas, no podemos dejar de destacar que estamos ante un libro potente. Una obra que no pretende ser catalogada dentro de la categoría de crítica de cine, sino que más bien es un sincero y sentido homenaje a un artista que difícilmente puede dejar indiferente a nadie. Una puerta abierta al mundo lynchiano, ese adjetivo tan cómodo y tan difícil de acotar. “Cuanto más amplio es el abanico de sus manifestaciones, más difícil es definir la esencia de lo lynchiano […], está unido a nociones inefables -lo sublime, lo misterioso, lo miserable y a las fuentes sensaciones que caracterizan lo mejor de Lynch: el terror abismal, la belleza dolorosa, la tristeza convulsiva. David Foster Wallace […] propone una definición [del] humor lynchiano […] aquel en el que ‘lo muy macabro y lo muy rutinario se combinan de tal forma que revelan que lo uno está perpetuamente contenido en lo otro. Aun así, Wallace reconoce que es uno de esos conceptos que ‘solamente se pueden definir de forma ostensible: es decir, lo conocemos cuando lo vemos’”, escribe Lim en el primer capítulo. Páginas que diseccionan el trabajo de toda una vida; epígrafes que tratan de hilar cronológicamente las evoluciones en una filmografía, sus altibajos. ¿Qué hubo entre Dune (1984) -un fracaso estrepitoso- y Terciopelo azul (1986) -la cinta con la que Lim se ‘bautizó’-? ¿Qué llevó a Lynch a elaborar algo tan relativamente comercial como Una historia verdadera (1999) -acaso la menos extraña de sus creaciones-? ¿Cuál es su relación con la prensa? ¿Y con el lenguaje?
El 22 de mayo volvimos a ese pueblo de los picos idénticos en el que muchos de nosotros siempre hemos vivido de modo intermitente. “Lynch es un artista extraño que, con los años, se ha vuelto más libre y más radical, y también más obstinado en lo que respecta a su incapacidad para comprometerse [con proyectos que no le convencen]. Esta vez el control creativo es absolutamente suyo, cosa que no había pasado hasta la fecha”, asegura Lim. Tal vez sea necesario leer mucho a Lynch, y leer mucho sobre Lynch, para comprender los motivos de su vuelta; para comparar al Lynch visionario -esa palabra que tanto detesto, pero cuyo uso a veces está justificado- de hace décadas con el Lynch maduro, que se deja ver menos pero que siempre nos mantiene expectantes. O tal vez nada de esto sea necesario. Tal vez simplemente debamos buscar un asiento cómodo y dejarnos llevar.