Del Nuevo Extremismo Francés a ‘Ghostland’: cuánto gusta pegarle a chicas

Ghostland,de Pascal Laugier, llega a las carteleras españolas casi un año después de su paso por el Festival de Sitges 2018, donde tuvo buenas críticas. Hablamos de la última película de este director y de la violencia del Nuevo extremismo francés con el cuerpo femenino. 

La película que dio fama a Pascal Laugier en todo el mundo, Martyrs (2008), está considerada como uno de los máximos exponentes del Nuevo extremismo francés. Este movimiento se caracteriza por por poner a prueba al espectador por su ferocidad y crudeza. La obra de Laugier es polémica para algunos sectores de crítica y público por su abundante violencia y su ensañamiento con el cuerpo femenino. Reflexionamos sobre la identificación como víctima o verdugo por parte del público.  

Ghostland (2018) es una buena película de terror. Tiene un guion bien estructurado, claro y en el que todos los elementos funcionan. Hay un giro importante en la película que no se percibe como un burdo engaño gracias al inteligente planteamiento de las pistas que lo apuntalan. La imaginería cuenta con componentes del terror más clásico, desde la referencia a Lovecraft (como ídolo de la protagonista), hasta ingredientes tan tradicionales en el género como los caserones vacíos, el aislamiento en la zona rural y muchas, muchas muñecas de porcelana entre telas de araña que construyen el escenario de la película. El mal que interrumpe las vidas de las protagonistas se manifiesta a través de una pareja de asesinos que son un sumatorio de violencia y perversión, una destilación de “todo lo malo”. Los asesinos encarnan lo maligno de forma un tanto abstracta, sus motivaciones no son siquiera una pregunta que la película se formule, representan el mal por el mal mismo. El propio Laugier reconoce abrazar estos tópicos del género sin reservas. 

Ghostland no es profunda ni compleja en su tratamiento de temáticas o personajes, pero tampoco intenta serlo. Cumple a la perfección con los propósitos que parecen engendrarla: dar miedo, sustos y grimica. Está bien rodada y construida. Las interpretaciones de sus protagonistas demuestran compromiso y fluyen durante todo el metraje. Consigue mantener la tensión en todo momento. Como película de terror sin elevadas pretensiones, funciona a la perfección y es muy recomendable para espectadores que no digan que no a una buena dosis de violencia. 

“Yo solo he hecho dos verdaderas películas de terror, es decir,
Martyrs y esta. Y ambas las he filmado como melodramas.
Pascal Laugier 

Ghostland comparte algunos rasgos temáticos con Martyrs pero son películas muy diferentes en su planteamiento y ambiciones. Ghostland no aspira a la profundidad temática que Martyrs sí introduce. Ambas abordan el trauma, una centrándose en los mecanismos psicológicos empleados para defenderse del mismo y la otra en las consecuencias que este produce en las víctimas. En ambas la violencia y el dolor físico están muy presentes, pero en Martyrs encontramos un discurso elaborado en torno al dolor y el sufrimiento que no existe en Ghostland. Ambas giran alrededor de la tortura y juegan con lo grotesco, pero en Martyrs la agresión viene de la mano de seres humanos muy reales y sus causas se explican, mientras que en Ghostland no parece tener motivaciones reconocibles. 

Las mujeres en el Nuevo extremismo francés

Al interior

El conocido como Nuevo extremismo francés engloba una serie de películas realizadas en su mayoría entre 1997 y 2008 por directores franceses que sistemáticamente empujaban los límites de la representación, tratando de romper tabúes y regodeándose en la violencia, la sexualidad decadente y lo grotesco. El término fue acuñado por James Quandt con intenciones despectivas en un artículo para la revista Artforum. Sin embargo, ha pasado a ser reivindicado y algunas de las películas que se adscriben a la etiqueta han cosechado alabanzas por parte de la crítica.  

Hay un buen puñado de directores y directoras que cuentan con películas enmarcadas en este movimiento y dentro del mismo existen diferentes tendencias. Algunas parecen más directamente influenciadas por el slasher norteamericano, como Alta tensión (2003), de Alexandre Aja o Ellos (2006), de David Moreau y Xavier Palud. Otras encierran una voluntad de crítica social más o menos explícita como Frontera(s) (2007), de Xavier Gens, Al interior (2007) de Alexandre Bustillo y Julien Maury o la propia Martyrs. Y un tercer grupo destaca por la exploración más carnal y visceral de las pulsiones del cuerpo como Trouble Every Day (2001) de Claire Denis y Dans ma peau (2002) de Marina de Van

Sin ánimo de abarcar todo el movimiento en su conjunto ni a la totalidad de sus autores, nos interesamos por el papel de las mujeres en el mismo. Las encontramos protagonizando gran parte de los filmes y tras la cámara. Sobre todo, nos interesa el tipo de identificación que propician entre el público femenino estas películas. 

Hay un cierto consenso que sitúa a Martyrs y Al interior como máximas representantes del movimiento, como sintetiza Damián Bender: “El punto en el que converge la virulencia del torture porn con el nihilismo del Extremismo Francés lo encontramos en dos de las películas más importantes del cine de terror producidas en lo que va de siglo: Al interior y Martyrs.” Ambas películas están protagonizadas por mujeres y encierran una voluntad de comentario social bajo lo extremo de sus propuestas.  

Al interior es una interesantísima película en la que se unen home invasion y embarazadas, dos cosas que dan mucha angustia, y más cuando se incorpora a Beatrice Dalle en el personaje de La Femme que pretende hacerle una cesárea casera a la protagonista para apropiarse de su hijo nonato. Al interior tiene muchos méritos, entre los que destaca la capacidad de generar imágenes perturbadoras y sangrientas que permanecen en la retina (las imágenes del interior del vientre de la protagonista en el accidente de coche al comienzo de la película, sin ir más lejos). La película consigue mantener al espectador en tensión perpetua durante la persecución por la casa, temeroso de cuán lejos va a llegar en la violencia que nos muestra. Bajo toda la sangre, subyacen temas habituales en el terror: la pérdida, la rabia y el duelo que conducen a la locura. Hay un comentario sobre la falta de empatía y el desconocimiento del prójimo del que algunos críticos han extrapolado una crítica social más amplia.

Martyrs es una película muy incómoda. Su primera mitad resulta más familiar al espectador acostumbrado a las narrativas de venganza. Una joven, incapaz de superar el trauma de haber sido secuestrada y torturada de pequeña, dedica toda su vida a encontrar y ejecutar a sus secuestradores. En esta primera mitad de la película la violencia es rápida, inmediata y está, en principio, justificada. Es en la segunda mitad de la película donde la trama salta a otro nivel. Anna cae prisionera de los secuestradores y conocemos los motivos de la tortura y la dimensión de la organización. Hay una evidente crítica al funcionamiento de la sociedad neoliberal en el retrato de esa asociación de viejos pudientes que no dudan en ejercer (a través de asalariados, no vaya a ser) una violencia sistemática sobre las víctimas con la única finalidad de saciar su curiosidad existencial. 

La presencia femenina abunda en la película: está protagonizada por dos chicas jóvenes y la jefa de la organización es una señora que, vistiendo su elegante turbante, deja caer la perla “Las mujeres jóvenes son más sensibles a la transformación (en mártires)”. En esto de que torturar a mujeres jóvenes es un buen plan parece haber acuerdo. A pesar de esa antagonista femenina, la ejecución de la tortura corre de la mano de un señor de dos por dos contra el que Anna, obviamente, no tiene ninguna opción.

Antes de abordar en profundidad el tema de la recepción de este tipo de películas por parte del público femenino no podemos dejar de mencionar a las dos directoras más destacadas del movimiento: Claire Denis y Marina de Van (nos resulta imposible abarcar en este artículo los trabajos de Virgine Despentes, vinculado al rape revenge, otro vasto mundo, o Catherine Breillat, más centrado en la sexualidad femenina). 

Las películas de ambas directoras se adentran en las pulsiones de lo físico y la destrucción o autodestrucción a través del canibalismo. Dans ma peau, escrita, dirigida y protagonizada por de Van, se centra en el impulso mórbido y autodestructivo que invade a la protagonista. A raíz de una herida en la pierna, empieza a sufrir un extrañamiento respecto de su propio cuerpo que la impulsa a autolesionarse cada vez más, en busca de sensaciones cada vez más poderosas. Película inquietante como pocas, lleva el body horror a su máxima expresión y últimas consecuencias. 

El canibalismo y el sexo se convierten en impulsos hermanados en Trouble every Day, una película excesiva en muchos aspectos y que llega muy lejos en el retrato de las pulsiones de un hombre y una mujer afectados por una enfermedad que los aboca al canibalismo. Particularmente interesante para este análisis es la circunstancia que ofrece esta película de encontrar escenas análogas de violencia y sexo perpetradas en ambos sentidos, es decir, por parte de un hombre hacia una mujer y por parte de una mujer a un hombre. 

La identificación en el terror

La obra de Laugier ha sido cuestionada por su explícita violencia en numerosas ocasiones, y su última película no es una excepción. Como hemos visto en este sesgado repaso, el Nuevo extremismo francés cuenta con un importante acervo de títulos en los que la tortura y el ensañamiento con el cuerpo femenino son partes más o menos centrales de los mismos. El fenómeno no es exclusivo de este movimiento, de hecho es endémico en las películas de terror. Tal vez es más llamativo en este caso y ha podido recibir críticas más airadas porque en la propia naturaleza de estas películas está la voluntad excesiva y transgresora. Llevan la violencia más lejos, incomodan al espectador y hacen que se pregunte de forma más vehemente sobre los orígenes o intenciones de lo que ve en pantalla.  

Vaya por delante que no hay que perder de vista que el terror es terror. Son películas concebidas para provocar miedo, ansiedad, repulsión e incomodar al espectador, por lo tanto, establecer determinados juicios morales alrededor del entretenimiento es un ejercicio un poco estéril. Parece absurdo condenar aquello que ha ido uno buscando al cine y en esta idea se refugian normalmente los creadores más controvertidos. No les falta razón en este punto. Es comprensible que eludan cualquier tipo de reflexión moralista sobre su obra y no es nuestra intención entrar en el terreno de la queja censora, sino interesarnos por los mecanismos de la representación.  

Creemos que sí vale la pena preguntarse acerca de esta preeminencia del retrato de las mujeres en el terror como víctimas perpetuas de violencia y cómo esto afecta a la recepción de este tipo de películas entre el público contemporáneo, especialmente el femenino. Es indudable que nos encontramos en un momento en que las identidades confeccionadas en la posmodernidad otorgan un papel central al sexo, al género y a la orientación sexual en su definición, construcción y organización. Por lo tanto, resulta un tanto ingenuo pensar que la identificación del espectador no tiene en cuenta este rasgo quizás más que nunca en su forma de consumir cine. 

Lo primero que salta a la vista en un vistazo superficial al género es la enorme cantidad de películas protagonizadas por mujeres, víctimas. El regalo envenenado de las películas de terror es que unido al protagonismo normalmente encontramos el tormento o la tortura en alguna de sus formas. Toda protagonista es víctima de algún tipo de violencia o amenaza en el terror. Lo que encontramos de forma más habitual en el caso de los personajes femeninos es que a la violencia sufrida se suma la indefensión más absoluta. Como espectadoras, no es tan problemática la identificación con un personaje sobre el que se ejerce violencia, como la frustración y la impotencia de que ese personaje sea una víctima cuya única función es activar una trama con protagonista masculino. En Irreversible (2002) de Gaspar Noé, encontramos un ejemplo en el que ella es la víctima de una agresión aleatoria y él cae en una espiral de violencia en busca de venganza. Como apunta Carol Glover en su libro Men, Women and Chainsaws: Gender in the Modern Horror Film (1992): “El miedo abyecto todavía se asume como femenino y los tabúes y ansiedades con los que operan los slashers todavía son explorados más fácilmente a través de Pauline que de Paul.” 

Laura Mulvey

Buena parte de la teoría fílmica que explica el rechazo desde el feminismo a las películas de género se organiza en torno a la perspectiva de Laura Mulvey y la teoría de la mirada masculina. En su ensayo Placer visual y cine narrativo (1975) expone su tesis según la cual existen dos tipos de miradas en el cine. Las mujeres son siempre objeto de esas miradas y la mirada siempre es masculina. Tendríamos la mirada sádica-voyeurista, a través de la cual el que mira se regocija en el castigo a la mujer (en el caso del terror) y la mirada fetichista-escoptofílica, a través de la cual se cosifica el cuerpo de la mujer. La teoría de Mulvey sobre los mecanismos psicológicos que articulan la mirada masculina ha sido muy influyente y, también, muy criticada. La propia Mulvey la ha revisado reconociendo que el planteamiento inicial de la teoría asume toda mirada como masculina sin dejar espacio al papel de las mujeres como espectadoras, que articularían un juego teórico de “travestismo” cuando miran. No sería la primera vez que las teorías feministas entran en paradojas cuasi machistas. En cualquier caso, esta idea de la mirada del cine narrativo como sádica o fetichista y predominantemente masculina está en la raíz del rechazo que producen las películas que se regodean en la violencia contra el cuerpo femenino.

Carol Glover señala que el énfasis en el voyeurismo y el presumible sadismo masculino se alinea con la narrativa que asume una cierta agresividad intrínseca a la heterosexualidad masculina convencional. Glover comenta que esta idea pone en un impío acuerdo a teóricas feministas como Mulvey (que la consideran algo deplorable) y a los críticos hombres (que lo ven como algo natural e inevitable). Según Glover, la teoría fílmica ha pasado por alto de forma relativamente deliberada la posibilidad de la identificación masoquista masculina. Considerar el masoquismo masculino entraría en conflicto con la narrativa de géneros tradicional. Por lo tanto, sería más fácil para los hombres sentir miedo y dolor a través de una figura femenina en la pantalla porque experimentar la debilidad a través de una mujer no resulta conflictivo para su masculinidad. 

La propuesta de Glover es, sin duda, interesante y seguramente acertada en buena medida. Lo que escama un poco es que se construye, como la de Mulvey, en torno a los deseos y/o necesidades de los espectadores masculinos, como todo, sin pararse a pensar o construir pensamiento desde la mirada femenina. Aceptando que el impulso masoquista, de identificación con el dolor y el sufrimiento, pueda ser una lícita motivación para el público, cabe preguntarse por qué no se canaliza a través de personajes masculinos en el cine contemporáneo (tengamos presente que han pasado casi treinta años desde que Glover formuló estas ideas en su libro). De la misma forma que Marina de Van aborda frontalmente y sin escatimar en lo grotesco los impulsos autodestructivos y viscerales en Dans ma peau, podríamos perfectamente, a estas alturas de la historia, estar asistiendo a películas que articulasen ese mismo tipo de pulsiones masoquistas a través de personajes masculinos. Y no nos resulta tan fácil encontrar ejemplos. En los tiempos que corren, en el que pocas cosas están más cuestionadas que la masculinidad heterosexual, el mecanismo de preservación de la narrativa de géneros tradicional que plantea Glover se antoja obsoleto para explicar la preeminencia de la representación de las mujeres como víctimas. 

Intentando sacudirnos la omnipresente mirada masculina y partiendo de la premisa de que existe una influencia del género en el proceso de identificación con los personajes, podemos atisbar algunas cosas: Martyrs y Al interior son ambas películas ultraviolentas en las que se tortura a mujeres que se encuentran en una circunstancia vulnerable por una u otra razón. Sin embargo, Al interior nos permite viajar entre víctima y verdugo en nuestra identificación. Por mucho que La Femme sea una encarnación de la crueldad y el egoísmo fuera de control, podemos identificarnos con sus victorias (cosa retorcida, pero sí). En la misma línea, la recepción de la primera y segunda partes de Martyrs es completamente diferente, la primera parte nos permite vengarnos, mientras que la segunda parte nos identifica con la absoluta indefensión. Dans ma peau (y muchas otras películas de body horror protagonizadas y dirigidas por mujeres) aborda las pulsiones autodestructivas y masoquistas claramente, sin emplear como señuelo un personaje masculino (como Glover sugiere en su teoría que haría el espectador masculino). Trouble Every Day nos facilita la comparación más clara: en la película encontramos escenas casi simétricas. Las sensaciones como espectadora que experimentamos en la escena en que Beatrice Dalle está combinando canibalismo y sexo cual grotesca mantis son completamente diferentes al rechazo que produce la misma circunstancia cuando el perpetrador es Vincent Gallo.

Las líneas teóricas más apegadas al determinismo biológico, consideran, en este caso, que el desinterés por parte del público femenino hacia este tipo de películas forma parte de un corpus de diferencias intrínsecas entre sexos y que no sería necesario buscar otro tipo de causas. Sin entrar a todo el debate de la diferencia entre sexos (que no nos da la vida hoy para eso). Consideramos que, independientemente del peso que se le pueda dar a esa hipótesis, vale la pena tener en cuenta la frustración a la que conduce como espectadoras la identificación constante y forzosa con la víctima. También nos parece relevante la poca presencia de obras que nos permitan ejercer la mirada sádica teorizada por Mulvey y de la que tanto parecen disfrutar los hombres. En síntesis, planteamos que, a día de hoy, y por numerosas circunstancias sociales, la identificación del público de cine narrativo está fuertemente influida por el género y que esa influencia actúa en cierta medida como barrera para las espectadoras de terror por el tipo de papeles en el que nos vemos constantemente reflejadas. 

Afortunadamente en los últimos años se están incorporando realizadoras al género como Julia Ducournau, con películas maravillosas como Crudo (2016), que traen un soplo de aire fresco para las fans del terror. Nos animan a pensar que habrá cada vez más películas que nos permitan explorar otras facetas de nuestra propia mirada que hasta ahora no nos ha sido fácil ejercitar. Deseosas estamos de más material para nuestra mirada más sádica. 

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