Empezaré hablando de lo que nadie quiere hablar: la muerte. Es más: la muerte de un familiar. Es aún más: el duelo por la muerte de un familiar.
En 2008, la editorial Hiperión publicó el poemario Desalojos de Miriam Reyes. Un poemario de poco menos de 60 páginas con una carga emocional digna de tres trilogías. Me gustaría hacer una pequeña pausa dramática para todos aquellos que compráis el arte a peso: eso no se hace. Mal. Un poemario está configurado para que tenga un sentido completo y redondo, puede que te salga más rentable comprar una antología, pero las emociones no entienden de rentabilidad. Fin de la pausa dramática.
Miriam Reyes escribe con palabras de estar por casa una situación común que debido a tabúes sociales se trata como mística. Su madre se ha muerto, su familia es un montón de extraños unidos apenas por un amor. ¿Qué es la muerte? ¿Qué pasará ahora con ella, con su madre, con su familia? ¿Qué son? Eso que siente se llama dolor y se llama luto y es preciosa cada palabra de uso común que se emplea para hablar de algo que a todos nos pasa: que nos morimos. La gente se nos muere. Sin embargo, no sabemos enfrentarnos a ella. Hay mucho cine respecto a la muerte o la no muerte, esta suele ser un argumento más distintivo para los personajes de un lo que sea, se escribe música o incluso hay géneros musicales que le hacen oda, sin embargo la muerte es fría, es algo de lo que solo se quiere hablar como hecho, no como sentimiento. ¿Qué sentimos con la muerte de otros? ¿Qué se siente cuando muere alguien? ¿Qué se hace?


«Extraña manera de estar viva esta necesidad de traducirse en palabras» dice Miriam sobre la vida mientras vive la muerte ajena en la primera parte de Desalojos. Luego vendrá una retahíla de situaciones comunes, de habitar espacios que no queremos habitar pero lo haremos. La forma en la que uno se enfrenta a algo que no quiere enfrentarse es sabiendo que no está solo. Sin embargo todos estamos solos ante el mayor de nuestros miedos, no el de morir sino el de vivir un muerto. Nadie habla de lo que tardó en volver a escribir, de lo que pasa cuando echas de menos a alguien que sabes que ya no volverás a ver en el mismo estado, qué hay de esa familia desmembrada.
Nos da miedo ser débiles en un mundo de felicidad de plástico. Nos enfrentamos a los miedos con aún más miedo a no sobrevivirlos y al final deambulamos sabiendo que nos duele pero no el qué. En Desalojos se vacía algo más que una casa donde ya no habitará nadie, donde sus siguientes dueños llenarán las paredes con otras historias. «Antes de irme ya estaban allí los pintores […] cuando acabaron ya no habías sucedido«.

No sé si has vivido un desalojo, pero lo vivirás, créeme que vivirás el elemento más común que nos une a los vivos. Y cuando llegue, no puedes verlo ajeno, como si te pillase por sorpresa, con las maletas sin hacer. Cuando llegue no lo vas a afrontar como lo has leído, pero sabrás que ya ha pasado y volverá a pasar. La muerte no es una historia de terror ni de ciencia-ficción, es una conversación de barrio mientras chillan las golondrinas y las campanas dicen que existe uno menos. Y no pasa nada.