El despido de James Gunn no es corrección política: es una victoria para Trump

La causa célebre de este fin de semana (y lo que nos queda) no solo amenaza con hundir la carrera de un cineasta muy defendible, James Gunn. También es una victoria histórica para la ultraderecha en la industria del espectáculo.

Cuando cometemos un error, la vida nos ofrece dos opciones: o bien hacemos lo posible por ocultarlo, o lo asumimos y procuramos vivir con ello, dando la cara si alguien nos lo recuerda. Como ejemplos de lo primero tenemos a esos ministrables y carguizables próximos al PSOE que se dedicaron a borrar tuits como posesos en cuanto el dedo índice de Pedro Sánchez apuntó en su dirección, prevenidos por el descalabro anterior de Máxim Huerta. Como ejemplo de lo segundo, tenemos a James Gunn. El director de las dos entregas de Guardianes de la galaxia protagoniza desde el viernes una grotesca causa célebre que, por lo pronto, ya le ha costado su despido de Disney y la vergüenza pública.




Así pues, podemos decir desde ya que el muy español «si te he visto no me acuerdo» es más eficaz que una solución a priori más honesta y digna. Porque, si bien Andrés Gil Ana Pardo de Vera no obtuvieron en su momento la presidencia de TVE, la respuesta a su frenética limpieza en redes sociales se quedó en unos cuantos artículos cachondos en webs de derechas y en los insultos de rigor. Gunn, por el contrario, lleva cuatro días arrastrando una cadena de voces que le llaman el nombre del puerco porque ni él ni sus representantes juzgaron oportuno eliminar unas cuantas barrabasadas escritas hace años.

El triunfo del demagogo

Como esto no va sobre cine, sino sobre la estupidez humana y sus consecuencias, empezaremos con los hechos básicos. A saber: que James Gunn publicó en Twitter, entre 2009 y 2012, una serie de chistes ‘políticamente incorrectos’ sobre pedofilia y violaciones, los cuales tenían la gracia en el orto. Una reliquia de sus años como guionista en la Troma o de las épocas en las que (según confiesa) consumía alcohol y drogas como para tumbar a un cachalote adulto. Dichos posts quedaron fosilizados hasta hace poco, cuando el bloguero ultraderechista Mike Cernovich los desenterró en venganza por otros mensajes de Gunn muy críticos con Donald Trump. Para controlar el daño a su imagen en plena compra de Fox, y a fin de no liarla durante la Comic-Con 2018, el estudio despidió al director y guionista: adiós a una Guardianes de la galaxia Vol. 3 firmada por el autor del serial, y probablemente también a su rumoreada adaptación de Berserk.

Hasta aquí, lo elemental. Y ahora vayamos a los detalles, porque en ellos está el demonio. El matiz más comentado por los defensores de Gunn es que este ya se había disculpado en 2012, cuando la ONG GLAAD le llamó la atención a resultas de unos textos en su blog. Aquí, lo importante no es solo que Gunn hiciese propósito de enmienda («Prometo tener más cuidado con mis palabras desde ahora. Y haré lo posible por ser más gracioso, también») sino que cumplió dicho propósito. Para empezar, aparcando el humor grueso o empleándolo para hablar de temas más procedentes. Para seguir, abogando por la sensatez cada vez que surgía una polémica idiota entre el fandom.

Ciertos voceros de dichas polémicas (y sí, hablamos de Star Wars: Los últimos Jedi y Liga de la Justicia) han aprovechado las novedades sobre James Gunn para arremeter contra él de formas muy capciosas. Durante la tormenta de mierda del viernes noche en Twitter, algunas cuentas de este signo propagaron el bulo de que al director se le había incautado pornografía infantil, lo cual viene a cuento para hablar de Mike Cernovich, el responsable de esta demencia. Nos referimos a un pájaro que participó señaladamente en el Gamergate (¿lo ven?) y al que una entidad tan respetable como el Southern Poverty Law Center señala en su base de datos como un propagandista ultra.

El perfil de Cernovich es grotesco: según el New Statesman y otros medios, una de sus especialidades es atacar a personalidades de izquierdas (o de derecha no trumpista) mediante acusaciones de pedofilia, un crimen que exige la repulsa de cualquiera. Con gracia o sin ella, las cafradas de James Gunn fueron interpretadas en su día como meros esparabanes del tío que había escrito Tromeo And Juliet, pero las campañas de acoso online instigadas o apoyadas por Cernovich sí han tenido víctimas en el mundo real. Y no solo las campañas. En 2003, este señor fue acusado de violación, quedándose el juicio en una condena por lesiones. Su respuesta no fue pedir perdón o tratar de hacer las paces con la víctima: fue escribir artículos en los que alardeaba de ello.

Así pues, el despido de James Gunn va más allá de una mera anécdota: es el triunfo de un demagogo peligroso. Los chistes del cineasta que han motivado el escándalo recurrían a la descripción hiperbólica de hechos repulsivos, una vieja herramienta del humor grueso que delataba su índole de ficción. Pero ¿qué hipérbole, o qué ficción, hay en frases de Mike Cernovich como «Diversidad’ es un código para hablar de genocidio contra los blancos» «Después de abusar de una chica, mándale un mensaje de texto y guarda su respuesta»? 

Hollywood, ese avestruz

Una vez que Cernovich se salió con la suya, las reacciones ante la caída en desgracia de James Gunn fueron de muchos tipos. Algunos se alegraban, otras lo deploraban, otras pedían serenidad y un cuarto grupo achacaba el incidente a la dictadura de lo políticamente correcto y a los «ofendiditos», esas bestias mitológicas. Incluso se ha mencionado a la «poscensura», ese término tan difuso. Observemos este argumento, para lo bueno y para lo malo.

Para empezar, es cierto que el ‘caso Gunn’ no habría tenido lugar sin el #MeToo y otras campañas contra el abuso sexual. Pero también es cierto que, dejando de lado el perfil de Mike Cernovich, la derecha ha hecho suya aquí la estrategia del escándalo online después de haber protestado contra ella. Además, y a diferencia de Harvey Weinstein (y del propio Cernovich), Gunn ha cometido un crimen sin víctimas. Mientras que el magnate y otros abusadores fueron señalados por las mujeres a las que habían agredido, ninguna asociación de mujeres violadas o de víctimas de abusos ha señalado todavía a James Gunn. Les valgan o no las disculpas que el director emitió hace seis años, estos colectivos habrán preferido apretar los dientes y no secundar los intereses del enemigo.

Asimismo, se ha sacado a relucir el despido de Roseanne Barr por parte de ABC, una cadena de TV propiedad de Disney. Quienes mencionan esto olvidan que la comediante (partidaria de Donald Trump, y con la que James Gunn se había metido en Twitter) tenía ya un largo historial de salidas de tiesto cuando sus ataques a la política Valerie Jarrett le costaron su serie. Ataques, además, dirigidos a una persona concreta y empleando expresiones («Es como si los Hermanos Musulmanes y el Planeta de los Simios hubiesen tenido un bebé») que, en EE UU, significan el fin automático de una carrera. ¿Fue excesivo despedir a Barr? Posiblemente sí. Pero se puede estar de acuerdo con ello y sostener a la vez que la comediante había tenido tiempo de sobra para replantearse ciertas cosas.

Cuando una celebridad se ve en apuros por temas de género o raza, es fácil llevarse las manos a la cabeza y anunciar un Apocalipsis diseñado por Ned Flanders. Demasiado fácil, por dos razones. La primera, que por cada controversia imbécil hay otras totalmente justificadas: véase el caso reciente de Scarlett Johansson y recuérdese que, antes de renunciar a su papel de hombre transgénero en Rub and Tug, la actriz había respondido a las críticas (algunas muy razonadas, y provenientes de compañeras de oficio como Trace Lysette) mandando a paseo con muy poca elegancia a un colectivo entero.

La segunda razón tiene que ver con algo que mencionamos antes: el propósito de enmienda. Las disculpas de Gunn en 2012 no importarían tanto si solo obedecieran a la prudencia (su amigo Joss Whedon le acababa de enchufar en Marvel y no estaban las cosas como para tentar al destino) y si el director no se hubiera creado durante los seis años posteriores la reputación de persona  razonable, ganándose por ello el afecto de buena parte del público. Debido a ello, la inevitable campaña online exigiendo su rehabilitación ha cosechado decenas de miles de adhesiones en tiempo récord: aunque estas tengan todos los visos de quedarse en nada, al menos esta vez su objetivo ha sido apoyar a un autor, no difamarlo ni exigir su despido.

Y mientras tanto, en Hollywood… pues apenas pasa nada, porque los estudios y las estrellas están, o bien evitando cruzarse con Johnny Depp en San Diego, o bien escondiendo la cabeza bajo la arena. Joe Carnahan, Patton Oswalt, Dave Bautista Selma Blair (quizás agradeciendo el apoyo de Gunn cuando denunció por violación al productor James Toback), Zoe Saldana o Chris Pratt han sido de las pocas voces que se han alzado en favor del cineasta, con distintos grados de intensidad. Y resulta destacable, además, que una mosca cojonera como la directora Lexi Alexander, poco amiga de quedar bien con nadie, haya pedido calma y reflexión, aunque dejando claro que no apoya al cineasta. Otro de los hechos que ha probado esta crisis es que el CEO de Disney Bob Iger y el jefazo de Marvel Kevin Feige son sujetos aún menos escrupulosos de lo que pensábamos, no doliéndoles prendas en dejar a cualquier miembro de su escudería a los pies de los caballos.

Pero lo más irónico de esto es cómo el propio James Gunn había manejado las ideas de masculinidad tóxica (esas mismas que han motivado su despido, de una forma u otra) en sus últimas películas. Porque a quien escribe esto le parece muy significativo el descuartizamiento del señor ególatra, autosatisfecho y misógino que representaba el personaje de Kurt Russell en Guardianes de la galaxia Vol. 2. Ese planeta viviente que prefería provocarle un cáncer a una mujer antes que asumir que se había enamorado de ella era una estupenda caricatura de la clase de edgelord que tanto abunda en internet, y que el propio James Gunn había encarnado en sus tiempos. Poniendo esto, y sumándole todo aquello de lo que hemos hablado, en un platillo de la balanza, y dejando en el otro las acusaciones de un troll ultramontano y unos cuántos chistes rancios, ¿qué pesa más?

Habrá que preguntárselo a Guillermo Zapata, amigo de esta casa: seguro que él tiene una opinión al respecto.

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