El Doctor Extraño hizo honor a su nombre desde su nacimiento, ya entonces un personaje raro dentro de un universo de ficción que hacía de lo raro señal identidad. Sus aventuras a menudo han transcurrido en los márgenes de un mundo compartido con otros superhéroes para quienes la presencia de un “Maestro de las artes místicas” resultaba primordial porque al añadir la dimensión mágica les ampliaba el campo de batalla. Creado en 1963 por Steve Ditko y Stan Lee, fue moderno y radical en la plasmación gráfica de la magia mientras los paisajes de surrealismo pop de sus viñetas anunciaron el LSD y la psicodelia.
Sumergirse en las aventuras de un personaje tan peculiar y con más de 50 años de historia, y del que ahora se estrena una esperada adaptación fílmica, es un acto de magia en sí mismo, no sabemos si del caos o de la negra. Pero aquí estamos, proponiendo un recorrido exhaustivo por tebeos que merecen ser recordados y por otros que hay que olvidar de inmediato, que van de lo memorable a lo deplorable, del ocultismo de bolsillo a la inmersión lovecraftiana o de la lisergia a la rutina del superhéroe en pijama. Stephen Strange, el cirujano pijo que se fue al Himalaya y regresó hecho un nigromante, fue uno de los primeros habitantes del Universo Marvel y por eso es necesario remontarse a los instantes que precedieron el bing bang del que emergió para iniciar nuestro recorrido.
En el principio había monstruos
Si bien el primer número de Los 4 Fantásticos pone la fecha de nacimiento del Universo Marvel en noviembre de 1961, su portada no lucía ningún logo o marca porque la editorial que lo publicó había perdido hasta el nombre. Antes conocida como Timely (1931- 1950) y luego como Atlas (1951-1957), la quiebra de la empresa que distribuía sus tebeos puso esa tarea en manos de su principal competidora, DC Comics, y ésta impuso condiciones como la ausencia de sello distintivo en portada o el límite de ocho títulos mensuales. Se trataba en su mayoría de historietas de monstruos gigantes y relatos sobrenaturales escritos por Stan Lee y dibujados por Jack Kirby y Steve Ditko, así que cuando probaron suerte con los superhéroes mantuvieron ese tono y eso los hizo diferentes. Tras el éxito de Los 4 Fantásticos, en 1962 llegaron Hulk, el Hombre Hormiga, Thor y Spiderman, casi siempre presentados en las páginas de Tales to Astonish, Journey into Mystery o Amazing Fantasy, los tebeos de monstruos que los precedieron y que en algunos casos conservaron su título.
La cabecera más longeva de la casa era Strange Tales, publicada regularmente desde 1951 y a partir de su número 101 (septiembre de 1962) hogar de las aventuras en solitario de la Antorcha Humana, el más joven y popular miembro de Los 4 Fantásticos. Como el nuevo protagonista no ocupaba toda la revista, esta se completaba con una breve historieta de corte fantástico similar a las que venían publicando hasta ese momento. Esa estructura se mantuvo hasta el número 110 (julio de 1963), en cuyas cinco últimas páginas se presentó al Doctor Extraño. La idea inicial partió de Steve Ditko y aunque hubo otros magos precedentes -algunos tan directos como el olvidado Dr. Droom y sus tres breves aventuras en Amazing Adventures (verano de 1961), y otros que fueron inspiración como Chandú, protagonista de seriales radiofónicos o de un largometraje en 1939-, este no se parecería a nada de todo lo anterior.
El extraño Steve Ditko

Steve Ditko
La génesis del universo Marvel se erigió sobre tres pilares fundamentales: Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko. Mientras los dos primeros eran veteranos de los tebeos y estaban ligados a la editorial desde los tiempos de Timely, el tercero era casi un recién llegado en comparación. Profesional desde 1953, había desarrollado el grueso de su producción para Charlton Comics hasta que se incorporó al equipo de Stan Lee en 1957. Aún así, su reconocible estilo ya era marca de identidad editorial en los tebeos anteriores a los superhéroes Marvel, el contenido de los cuales obedecía siempre a un mismo esquema donde destacaba la historia de monstruos gigantes dibujada por Kirby y la de corte más sobrenatural con final sorpresa firmada por Ditko.
Esa reiterada estructura se rompió a finales de 1961 cuando Amazing Adventures pasó a llamarse Amazing Adult Fantasy y Ditko fue el encargado de dibujar todas las historias. Todo esa progresión por fin ha sido editada en castellano en un maravilloso tomo que orgasma contemplar. La revista perdería el Adult del título en el número 15 (agosto de 1962), aunque sería el último. El cierre no obedecía a la falta de ventas sino todo lo contrario: en ese tebeo se presentó un personaje de éxito tan arrollador que ocupó el sitio de Amazing Fantasy con su propia colección, The Amazing Spider-Man. El nombre de Ditko quedaría ligado para siempre al héroe arácnido y al nombre del guionista con quien lo creó, aunque la relación con Stan Lee pasaría de compleja a insostenible y acabaría con el dibujante abandonando Marvel en 1966 tras solo 38 números hoy míticos.

El Spider-Man de Ditko
La tiranía editorial y la pugna del reconocimiento autoral estaban detrás de su renuncia. El sistema de trabajo de Stan Lee consistía en dar líneas argumentales muy escuetas que sus dibujantes debían convertir en páginas suficientes para llenar un tebeo. Una vez entregadas, el guionista se encargaba de escribir textos y diálogos con su prosa florida y rimbombante. A Ditko le enojaba el resultado de ese aporte y que no se le reconociera como autor principal. Tampoco ayudó su personalidad reservada, tan reacia a toda aparición pública que apenas hay fotografías suyas. Las discrepancias también eran ideológicas por su conversión al objetivismo de Ayn Rand, filosofía individualista y de liberalismo radical, algo que cada vez tenía más presencia en sus cómics y disgustaba a sus editores. Nada mejor que este texto de Entrecomics para profundizar en tan pintoresco autor de tebeos.
El Extraño de Ditko
A finales de 1962, la relación con Stan Lee aún era correcta y este hizo suya la propuesta de introducir un mago en el mundo de ficción que empezaba a construir, aprobó que Ditko la dibujara avalado por su talento para las historietas sobrenaturales, y que su hogar fueran las páginas finales de Strange Tales, revista de la que también saldría su nombre original: Doctor Strange. Se presentó en el número 110 (julio de 1963) como complemento de la historia principal de la Antorcha Humana, regresaría en el siguiente y se instalaría definitivamente y con mayor espacio a partir del 114.
En solo 10 páginas, las que suman sus dos primeras historietas, se asentaban muchos elementos que 50 años después aún perduran: un mayordomo (Wong), un maestro místico (el Anciano), un par de enemigos para siempre (el ente onírico Pesadilla y el Barón Mordo, anterior discípulo del Anciano entregado al lado oscuro), un broche que además de sujetar su capa era un poderoso amuleto (más tarde sustituido por el mítico Ojo de Agamotto). Y una mansión (luego bautizada como Sancta Sanctorum) con una mítica vidriera circular (de inagotable juego gráfico inspirada en las que dibujaba Will Eisner) situada en el neoyorquino barrio de Greenwich Village, epicentro artístico y bohemio ligado a la generación beat y toda la contracultura posterior. El personaje se enriqueció también de la prosa florida y rimbombante de Stan Lee, repleta de invocaciones (“¡Por Las huestes de Hoggoth!”, “¡Por las sombras de Seraphim!”, “¡Por los siete anillos de Raggadorr!”) algunas de las cuales acabarían materializadas en objetos mágicos (las bandas carmesí de Cyttorak, el omnisciente orbe de Agamotto, los oscuros vapores de Valtorr, el libro de Vishanti) o entes sobrenaturales como el temible Dormammu. Para los inocentes lectores de la época ese argot resultaba tan sugerente que muchos creyeron que se trataba de auténtica magia negra.
Pero por encima de todo estaba el trabajo de Ditko y una plasmación gráfica de las artes místicas y los rituales ocultistas tan impresionante como novedosa. Los magos proyectaban cuerpos astrales, lanzaban hechizos que llenaban las viñetas de líneas sinuosas y, en la eclosión visual definitiva, visitaban dimensiones mágicas nunca vistas que se inspiraban en los paisajes surrealistas y anunciaban el inminente estallido psicodélico. Esa imaginación arrolladora también impulsaba las aventuras, cada vez más desarrolladas y ambiciosas. En los números 126 y 127 de Strange Tales (1964) se enfrentaba a Dormammu y la horda de Los Sin Mente, conocía a Clea (indispensable fémina a la que rescatar cada dos por tres) y recibía la capa de levitación y el Ojo de Agamotto que le daban el título de Hechicero Supremo de nuestra dimensión. Poco después se embarcaba en la larga saga que abarca los números 130 a 144 (1965-66), extensión insólita para la época, donde aparecía Eternidad, ente cósmico y metafísico más allá del tiempo y el espacio.
A lo largo de esa saga el dibujante consiguió que su nombre apareciera acreditado también como autor del argumento. Se trataba de tebeos realizados al margen de Stan Lee aunque este constara como editor. Pese a esa victoria autoral, la situación era tan insostenible que dos meses después Ditko abandonaría la editorial sin previo aviso. Su participación en la serie concluyó en el número 146 (julio de 1966) con una historia titulada El fin… por fin no por casualidad. Aunque lejos de la popularidad de Spider-Man, el Doctor Extraño se había convertido en personaje de culto para la contracultura, en un icono del LSD y las drogas alucinógenas, inspirado portadas de discos de Pink Floyd y citado por Tom Wolfe de manera reiterada en Ponche de ácido lisérgico (1968), su libro sobre Ken Kesey, gurú jipi y fan declarado del personaje. Pese a marcar uno de los momentos más gloriosos de la cultura pop del último siglo, el Doctor Extraño de Ditko carecía de una edición española en condiciones (integra, a color y en su formato original) hasta la reciente publicación de Doctor Extraño 1: Maestro de las artes místicas (Panini, 2016), un tomo de 650 páginas que lo recopila en su totalidad.
Vivir sin Ditko

El Strange de Everett
De hecho, el volumen de Panini va más allá y recoge también las aventuras del personaje publicadas en Strange Tales tras la marcha de Ditko, etapa que concluyó en el número 168 (mayo de 1968). Se trata de una veintena de historias donde salta a la vista que los dibujantes sustitutos sabían que superar lo precedente era algo imposible y fueron incapaces de aportar ninguna impronta personal a la serie. La tarea recayó consecutivamente en Bill Everett, pulcro y elegante veterano de salud precaria; Marie Severin, una profesional enorme acostumbrada a picar piedra donde fuera necesario; y Dan Adkins, un joven debutante muy influenciado por Wally Wood. Ninguno de los tres consiguió que su trabajo evitara ser pasto del olvido. Tampoco ayudaron los guiones, que tras algunos vaivenes quedaron en manos de Roy Thomas, entonces un veinteañero recién salido del fandom. Entre una cosa y otra el resultado fue una serie de historias que no iban más allá del desfile en bucle de enemigos ya conocidos (Pesadilla, Mordo y Dormammu) con la excepción del Tribunal Viviente, un nuevo ente cósmico bastante bizarro.
Extraño superhéroe
Hasta ese momento, las aventuras del hechicero supremo formaban parte de Strange Tales, cómic cuyas páginas compartió primero con la Antorcha Humana y luego con el Coronel Furia, antiguo sargento de la Segunda Guerra Mundial reconvertido en agente secreto. En 1968 Marvel estaba en plena expansión, liberada del acuerdo de distribución con DC que limitaba su producción, y decidió que era el momento de dar colección propia a ambos personajes. Así que Strange Tales se convirtió en Doctor Strange a partir del número 169.
Al principio el cambio solo supuso que las aventuras del Doctor Extraño ocuparan el doble de páginas que antes, pues mantuvo idéntico tándem creativo un par de entregas hasta que Adkins fue sustituido por Gene Colan, el primer dibujante que supo poner distancia con el trabajo de Ditko y entregar algo diferente. La inalterable cuadrícula de viñetas se torcía y fragmentaba en diagonales mientras el punto de vista perdía centralidad y mostraba escorzos imposibles. El salto suponía volver a ser moderno y le venía bien a la plasmación gráfica de la magia, pero además Colan también aportó su gusto por el realismo urbano con un esmerado retrato del Greenwich Village de aquellos años. Ese reajuste con el signo de los tiempos también se manifestó en la aventura que enfrentó al hechicero con los adoradores de Satannish, dado el interés de entonces por las sectas satánicas.
Aún así, las ventas no tardaron en dar señales de alarma y Roy Thomas consideró que los cambios debían ser más radicales. Doctor Extraño habitaba un mundo lleno de superhéroes pero no era propiamente uno de ellos, así que su identidad se convirtió en secreta, se le puso máscara y rediseñó el traje para que lo pareciera. El resultado se recuerda hoy como una etapa extravagante (aquí solo disponible en blanco y negro y formato reducido) que no sirvió de mucho. Doctor Strange sería cancelada de manera abrupta en noviembre de 1969 dejando al hechicero supremo huérfano de colección propia.
El nacimiento de Los Defensores
El cierre fue tan inesperado que dejó a medias la historia sobre cultos paganos e ídolos malditos iniciada en ese último número, el 183. Roy Thomas acudió a lo que acabaría siendo un recurso habitual para los guionistas de la casa: llevarse la trama a las otras colecciones que se estuviera escribiendo para concluirla. En este caso el destino fueron las protagonizadas por el príncipe submarino Namor y Hulk, en un feliz doble salto que reunía por casualidad un trío tan peculiar que acabaría teniendo continuidad. Primero en tres números de Marvel Feature publicados a lo largo de 1971, donde ya se les presentaba como Los Defensores, y de manera definitiva estrenando tebeo propio un año después.
Como alianza superheroica era del todo atípica al tratarse más bien de un no-grupo de circunstancias formado por outsiders del universo Marvel al que pronto se sumaría Valquiria, más Silver Surfer como miembro intermitente. La mansión de Extraño sería la base de operaciones oficiosa, entre otras cosas porque el resto de componentes no tenía ni techo propio. La colección gozó de larga vida (156 números entre 1972 y 1986) aunque su decadencia se prolongó más de la cuenta sin que afectase al hechicero, porque este había abandonado el grupo cien números antes. Respecto a las tramas de contenido mágico o esotérico, destaca el arco argumental de los tres primeros números por los ecos lovecraftianos de las amenazas a las que se enfrentaban (Los que no mueren, Necrodamus y El Sin nombre) o una locura de Steve Gerber con trasplantes de cerebros y un bambi con colmillos.
Mitos de Cthulhu
En el Universo Marvel los personajes sin colección sufren la condena del limbo de secundarios, un lugar del que solo salen cuando algún guionista los reclama, casi siempre por tiempo breve, lo que dure el arco argumental al que han sido invitados. Tras el cierre de su colección, Doctor Extraño pasó un par de años en ese limbo del que solo escapaba para sus encuentros con Hulk y Namor previos a Los Defensores. Pero en 1972 la situación había cambiado porque ahora formaba parte de un supergrupo, y aunque este fuera tan rarito como él, los editores pensaron que era buen momento para darle una segunda oportunidad. Eso sí, sería temporal y de prestado en una de las varias revistas entonces dedicadas a probar como iba la cosa.
Tras dos números protagonizados por Warlock, la bimestral Marvel Premiere trajo al mago de vuelta en el tercero (julio de 1972), en una estancia que se prolongaría hasta el 14 (marzo de 1974). Una etapa de 12 tebeos que en sí mismos forman una gran saga construida a trompicones y sometida al caos de un constante cambio de autores que solo serán estables en su tramo final. Aún así, merece ser rescatada porque se beneficia de la calidad de muchos de los implicados y toda ella supone una gozosa inmersión del Doctor Extraño en los Mitos de Cthulhu.
La cosa empieza con argumento y dibujos de un Barry Smith pletórico en un primer episodio que se limita a anunciar la inminencia de una gran amenaza. En el segundo se incorpora el guionista Archie Goodwin y la inmersión lovecraftiana es contundente. Doctor Extraño recibe la visita de un joven que le habla de ritos ocultos, el libro de Thanatos y “una obscenidad cósmica durmiente”. Juntos viajarán a Starkerboro, pueblo cercano a Salem, donde descubrirán que los lugareños son la prole bastarda de Sligguth. En el siguiente número los autores son otros (los veteranos Gardner Fox y Sam Kweskin, olvidado dibujante de tebeos de horror de los cincuenta) pero la historia prosigue hasta la aparición de Sligguth, “el que mora en la cripta”, anunciando la llegada de Shuma Gorath. Su nombre procede de un relato de Robert E. Howard (a quien se acredita como inspiración) pero los aficionados a los Mitos reconocerán que se trata de un encubierto Shub-Niggurath. La historia continua con un episodio dibujado mano a mano por Frank Brunner y Sal Buscema que presenta a N’Gabthoth, “el que repta bajo el mar”; otro firmado por P. Craig Russell centrado en el culto al oscuro Daggoth; y uno más a cargo de Jim Starlin en el que visita Stonehenge y se enfrenta a Kathulos. La historia está lejos de acabar, pero a partir de ahora por fin tendrá un equipo creativo estable.
Hechicero en la era jipi
Steve Englehart y Frank Brunner toman las riendas del personaje y su etapa, aunque breve, figura entre las más celebradas de la serie aunque empiece heredando un fascinante ciclo en los mitos de Cthulhu construido desde el caos creativo. Ambos forman parte de una nueva generación educada en un cóctel de contracultura y tebeos de superhéroes. De entrada, la colaboración romperá la distancia entre guionista y dibujante del sistema Marvel tradicional porque su relación será estrecha y se alimentará de marihuana y otras drogas en reuniones que durarán días enteros.
Para calentar motores, un viaje astral y el primer encontronazo con Shuma Gorath resuelto con el sacrificio del Anciano (aunque toda muerte es renacimiento en la era del New Age) que sirven para tomar aire un par de números. Luego, la conclusión definitiva con libros malditos en manos de gitanos, el regreso del Barón Mordo y un viaje en el tiempo en busca del Conde Cagliostro, “infame hechicero y filósofo”. Este resultará ser una encarnación de Sise-Neg, ente todopoderoso que se llevará a los dos magos a una dimensión astral para que primero vean cómo derrota a Shuma Gorath y luego conozcan su verdadera identidad: es Dios, el nuestro, el de toda la vida. Tremendo combo para acabar un periplo que partiendo de Lovecraft llega a meta con el génesis bíblico a todo color del mítico número 14 de Marvel Premiere. Estos tebeos merecen ser recuperados en condiciones con urgencia.
La proeza tuvo premio: Doctor Extraño volvería a tener serie propia con el tándem Englehart/Brunner al frente. Aunque su estancia al final fue breve, se recuerda como uno de los momentos más álgidos de la serie. En el primer número de Doctor Strange vol.2 (junio de 1974) daba comienzo la Saga de Daga de Plata, cinco números que se abren con un conejo blanco, una oruga fumando en pipa sobre una seta y un antiguo obispo entregado al exterminio de prácticas ocultistas que se colaba en la mansión, mataba al Doctor Extraño clavándole una daga mística y se llevaba a Clea, su discípula y amante, para ponerla en el buen camino por la vía del arrepentimiento. Matar al protagonista, menuda forma de empezar una colección. Menos mal que los tebeos de temática mágica no se rigen por la lógica de la realidad sino por otra: tras presentar a Dios, solo quedaba sacar a escena a la Muerte misma. Viendo que aquello no se podría superar, Frank Brunner se despidió del personaje mientras Englehart, en cambio, aún tenía historias por contar.
La historia oculta de América
El nuevo dibujante fue un viejo conocido, Gene Colan, el primero que había sabido escapar a la sombra de Steve Ditko. Su nueva etapa no sería lo mismo, pero Englehart siguió lanzando ideas en poderoso desparrame que merece listar por orden cronológico: el renacimiento de Dormammu y la revelación de que Clea era hija de Umar en una saga que concluía con un yonqui leyendo tebeos del Doctor Extraño; un episodio con Eternidad que permitió a Colan mostrarse pletórico en lo gráfico; una secta cuyo líder llevaba una máscara de Nixon y que al final era la Muerte Roja de Edgar A. Poe; una visita al fin del mundo en la que regresaban el Anciano y el Barón Mordo, que tras conocer a Dios había perdido la cordura; una visita de Pesadilla aún más alucinógena de lo habitual; un inevitable cruce con Tomb of Dracula porque allí también dibujaba Colan; un encontronazo con Satanás; y finalmente, con motivo del Bicentenario de los EEUU, el inicio de una saga que, titulada La historia oculta de América, empezaba con un viaje a Londres para conocer a Sir Francis Bacon y su secreta sociedad de filósofos místicos, y proseguía con Benjamin Franklin, uno de los padres de la patria, inusitadamente lúbrico, que seducía a Clea y se la llevaba al huerto. Por desgracia, Englehart y Colan abandonaron la colección en el número 18 (septiembre de 1976) dejando a medias tan prometedora saga.
Tiempo de baile
La tarea de cerrar el extravagante argumento le cayó a Marv Wolfman, que no supo por donde cogerlo y lo hizo como pudo acompañado de Alfredo Alcalá y Rudy Nebres, inaugurando una etapa de baile donde los autores iban y venían sin orden ni concierto. Jim Starlin se encargó de la saga del Cuadriverso, cinco números en la que presentó a los Creadores, una sociedad mística de magos encapuchados, la rueda cósmica del cambio y al estrambótico Doctor Aún más Extraño, un émulo con cabeza de jabalí y patas de cabra del que nunca más se supo. También trajo de vuelta al Anciano, aunque a esas alturas no estaba claro si no había regresado o se había ido otra vez.
En el número 27 (febrero de 1978) se producía un nuevo cambio creativo con la llegada de Roger Stern y Tom Sutton, que estarán por allí un tiempo, aunque de vez en cuando se saltan algún número. Stern estará llamado a firmar una de las mejores etapas de la serie, aunque aún habrá que esperar. De momento lo primero es cerrar lo que Jim Starlin ha dejado a medias, algo que empieza a ser costumbre y que Stern resolverá con lo que hay que hacer en estos casos: restaurando el orden en el cosmos. Luego se dedicará a recolocar al doctor en el Universo Marvel con un desfile de invitados que es recíproco, es decir, que este a su vez será el invitado de otras colecciones, evidenciando que todo forma parte de la estrategia del nuevo editor jefe de Marvel, Jim Shooter, y su cruzada para acabar con una década de guionistas melenudos y desmadre editorial.
Gene Colan regresará por tercera vez en el número 36 (agosto de 1979). Su presencia es una garantía pero a estas alturas también un déjà vu, y Stern se largará en el siguiente para dar paso a Chris Claremont. El guionista, que parece que lo está petando con sus X-Men, mantendrá la filosofía que prefiere al mago interactuando en nuestra dimensión que liándola parda en el plano astral, pero dejará detalles que darán réditos futuros: una saga con los N’Garai, demonios cómicos a las órdenes del primordial Chthon, donde recupera el Darkholm, un libro maldito recurrente en los desaparecidos tebeos de los superhéroes de la cripta; o la presentación de Sara Wolfe, nieta de un chamán cheyenne y nueva secretaria personal de Extraño. Otras aportaciones, en cambio, serán olvidadas pese a su potencial, como el cardenal Alfeo Spinosa, guardián de los archivos secretos del Vaticano. Colan y Claremont permanecerán hasta el número 47 (junio de 1981) y aunque su paso no es memorable, no dejarán nada a medias y sí un terreno en condiciones para que dé inicio una de las mejores épocas del personaje.
Esplendor ochentero
Tras el tímido contacto anterior, Roger Stern regresa a la colección para instalarse en ella durante una buena temporada, en concreto hasta el número 75 (febrero de 1986). Eso también juega a favor para que se considere una de las etapas más gloriosas del personaje y una de las escogidas por Panini para aprovechar el tirón de la película con una edición integral en un tomo de los majos. Lo curioso es que si Stern permanece, los dibujantes van y vienen (Marshall Rogers, Kevin Nowlan, Dan Green, Michael Golden o Paul Smith entre otros) sin que eso afecte demasiado porque están todos estupendos y siempre con tinta de Terry Austin, un maestro que con elegancia consigue una invisible coherencia artística.
Con el tremendo Marshall Rogers desarrolla un primer gran arco argumental que empieza presentando a Morgana Blessing, que hace tilín para disgusto de Clea y que luego se pierde en el tiempo por culpa del Barón Mordo. Excusa perfecta para que Doctor Extraño viaje en el tiempo y visite el Tercer Reich (con un Hitler aprendiz de nigromante) o sea testigo de una aventura de Los 4 Fantásticos en el Egipto del faraón Rama-Tut publicada en 1963 y foco fundacional de las movidas temporales de Marvel. La cosa acaba en mal de amores, con Clea abandonando su condición de discípula y amante para regresar a la dimensión mágica a la que pertenece.
Tras el necesario paréntesis para que el hechicero se recupere del golpe sentimental, la siguiente gran saga se llevó por delante a los vampiros. Hoy puede parecer que expulsar a los chupasangres del Universo Marvel era un sacrificio desmesurado, que lo era pero menos, porque andaban de capa caída tras el cierre de los tebeos de terror. Además, en esto de la magia los hechizos siempre se pueden deshacer (que es lo que acabaría pasando años después). Pese a que el tiempo ha borrado las consecuencias de esta aventura, permanece el disfrute de ver desfilar a gran parte de los personajes relacionados con el tema mientras Drácula y el Doctor compiten por ver quién consigue primero el Darkhold, libro maldito que es la clave del asunto. La era Stern concluye con una rebelión en la Dimensión Oscura, donde antes mandaba Dormammu y ahora su hermana Umma. Un arco de despedida, embellecido por Paul Smith, que finaliza con Clea ocupando el lugar de su madre.
Rutinas mágicas
La papeleta de sustituir a Stern recayó en Peter B. Gillis, un guionista que si hoy casi nadie recuerda por algo es. Pese a todo, al repasar su larga estancia al mando del hechicero uno se da cuenta de que cumplió con dignidad, renovó secundarios y supo plantear situaciones de cambio drástico respetando la esencia del personaje, y si bien fue incapaz de levantar entusiasmo en el lector, gana mucho si se compara con los desastres que estaban por venir.
Acompañado del dibujante Chris Warner, empezó recuperando a Topaz, una chica con poderes empáticos que había sido secundaria recurrente en los tebeos del Hombre Lobo y que a partir de ahora lo sería en estos. Luego se puso en la tarea de complicarle la vida al Doctor Extraño primero con Kath, una especie de diablo psíquico del dolor que le come la moral y luego le desgarra la capa de levitación. Con el mago debilitado por las dudas sobre su capacidad para amar al prójimo, con la capa en el taller del tejedor Enithar-mon y un nuevo aprendiz con pinta de minotauro llamado Rintrah, un Hechicero Supremo de otra dimensión asalta la mansión y roba los objetos mágicos de su interior. La cosa acaba mal porque todos serán destruidos (Darkhold y Orbe de Agamotto incluidos). La saga evidencia que el gran problema de Gillis es la incapacidad de emocionar: sus villanos no transmiten la sensación de amenaza que corresponde a los daños que acaban infligiendo.
Extraño no solo perdió su arsenal de amuletos de poder sino que también se quedó sin tebeo propio. El número 81 (febrero de 1987) será el último porque las ventas no acompañan, aunque sus aventuras seguirán en otro lugar porque la estrategia de Marvel será la contraria a la realizada en 1968. Si entonces cerró Strange Tales para dar serie propia a los dos personajes que se repartían sus páginas, ahora resucitará esa cabecera para que Doctor Extraño la comparta con Capa y Puñal, otros que andaban flacuchos de rentabilidad, con la esperanza de que los lectores de uno se sumen a los seguidores de los otros y la cosa funcione lo suficiente.
El experimento aguantó 19 números publicados entre 1987-1988 y mantenía tanto a Peter B. Gillis como a Chris Warner, que por el camino le había cogido pulso al asunto, y aunque a este lo acabe reemplazando Richard Case, es justo admitir que en lo gráfico la cosa anduvo bien mientras lo contado mantenía vicios y virtudes anteriores. Como Extraño se había quedado sin poderes, recurre a la magia negra y esta le contamina. Consciente del problema, esconderá el Ojo de Agamotto (que es lo único que le queda), simulará su funeral, lanzará un hechizo para que Wong y Sara Wolfe olviden que en realidad sigue vivo y se larga al Himalaya para reencontrarse a sí mismo en un viaje iniciático que se alarga más de la cuenta. Por el camino del héroe se deja melena, pierde un ojo, gana un parche, combate a Shuma-Gorath (es decir, la versión Marvel del lovecraftiano Shub-Niggurath) y al final Enithar-mon le devuelve la capa de levitación recosida y recompone el tejido interior místico de Stephen Extraño para que vuelva a ser el de antes, sin dudas sobre el amor ni contagios de magia negra. Todo listo y en su sitio para una nueva etapa, porque lo sorprendente es que tras el cierre de Strange Tales vol.2 el Doctor Extraño volvería a tener colección propia. Pero antes de abordarla toca abrir un paréntesis.
Tiempos de prestigio
Durante todos esos años las modas editoriales iban y venían. A finales de los 80 llegaron las novelas gráficas Marvel, que tenían formato de álbum europeo, y luego los llamados prestigios, que eran comic-books pero sin grapa, con lomito y buen papel. La cosa era dejar claro la calidad del contenido, y desde luego lo hubo estupendo, pero también mucha morralla. En el caso de Doctor Extraño la cosa fue bastante desigual. En 1986 apareció Doctor Extraño: Dentro de Shamballa, un periplo místico a la imaginaria ciudad del Himalaya de los tebeos de Puño de Hierro. El guión era de J.M. deMatteis, capaz de lo mejor y de lo peor, que es el caso porque su tendencia a lo segundo aumentaba cuando se ponía trascendente. Eso sí, Dan Green está espectacular y lo llena todo de paisajes y colores al óleo, así que al menos la cosa es tan bonita de mirar como peñazo de leer.
La siguiente novela gráfica trajo de vuelta a Roger Stern, dibujos de Mike Mignola y saldaba una deuda pendiente con los fans, porque en el Universo Marvel habitaba otro hechicero tan o más importante y de idéntico nivel académico, el Doctor Muerte, que aunque científico de formación también le daba a la nigromancia. Doctor Extraño & Doctor Muerte: Triunfo y tragedia (o Triunfo y Tragedia, según edición -1989-) los juntaba en un viaje al Hades para liberar a la difunta madre de Víctor Von Muerte de las garras de diabólico Mephisto. Aunque tiene su relleno, el cómic está bastante bien pero, desde el punto de vista que aquí nos interesa, el protagonismo se lo acaba llevando el monarca de Latveria, que es lo que suele pasar porque no se puede competir en atractivo a un buen villano.
En la cuestión de los prestigios hubo uno en 1992, Spiderman-Dr. Extraño: Camino de Muerte Polvorienta, que recuperaba una costumbre no comentada aún, que es la de reunir a ambos personajes de vez en cuando en algún Annual o similar. Al fin y al cabo los dos son creaciones de Steve Ditko y este fue el primero en hacerlo en 1965, en el segundo Annual del trepamuros, donde luchaban contra Xandú, un mago que se convirtió en el villano tradicional de estos encuentros -también de este-. Escrito por Roy Thomas y Gerry Conway y dibujado por Michael Bair, por muy prestige que se luzcan hacen un cómic mediocre, un team-up simplón de los de antes solo que dibujado con más esmero y un poco mejor pero no mucho. Ya que ha salido lo de los Annuals, a Craig Russel le dio por redibujar en 1997 el que publicó en 1976, que ya tenía su historia detrás porque se pasó tres años en un cajón antes de que Marvel se decidiera a enviarlo a imprenta. ¿Qué te molesta, Stephen?, una historia con bruja en una ciudad de fantasía llamada Ditkopolis, quedó bastante bonito, la verdad.
Una década en el abismo
Más sorprendente que recuperar colección propia tras el experimento fallido de la segunda Strange Tales fue que esta llegara a los noventa números publicados entre 1988 y 1996, porque Dr. Strange, Sorcerer Supreme supuso una larga travesía hacia lo infumable. La época oscura se inició con cuatro números de Gillis, en los que resucitaba a Dormammu, escritos con evidente fatiga y poco que decir. Luego irrumpió el combo Roy & Dann Thomas con Jackson Guice a los lápices para quedarse una buena temporada. A ver, no es cuestión de discutir la importancia de Thomas, a quien ahora acompaña su esposa (Danette Couto de soltera), porque es una figura indispensable en la historia de la editorial, pero a estas alturas toda chispa pasada se ha extinguido y sustituye la carencia con su condición de enciclopedia viviente. Si la rutina se va a imponer a la emoción, Jackson Guice tampoco ayudará mucho: es un buen dibujante, pero de corte realista, afición retratista y clara inspiración fotográfica. Es decir, una pésima opción para dibujar un tebeo sobre magia, más cuando lo único que parece interesarle en realidad es llenarlo todo de pin-ups.
La etapa comandada por el matrimonio se construyó básicamente con un eterno desfile de personajes invitados, muchos rescatados del pasado de la serie o de todo el universo Marvel en general. Ese afán por la continuidad y el dato enciclopédico friqui acumulado en tres décadas de tebeos se concreta en dedicar las páginas finales en una serie de crónicas que repasan, con varios episodios cada una, la historia de los Vishanti, el Barón Mordo, el Hermano Vudú, la Dimensión Oscura, el licántropo Jack Russell. Más allá de alguna visita simpática como la del Pato Howard o la sorprendente revelación que la oruga de Englehart y Brunner inspirada en Alicia en el País de las Maravillas era el mismísimo Agamotto, lo relevante es que se traía de vuelta todo el mítico arsenal de objetos mágicos que se creía destruido. Eso incluía el Darkhold, libro maldito al que también se dedicó una de las crónicas históricas y principal motivo de la jugada, porque el Universo Marvel necesitaba traer de vuelta a los vampiros, cosa que acabará sucediendo en Los versos vampíricos, arco de cinco números (Doctor Strange, Sorcerer Supreme 14 a 18) publicados a principios de 1990.
La última década del siglo XX será dura de llevar para los lectores de superhéroes porque la hipertrofia musculada se impone a las buenas historias y todo lo contagia. La nueva versión del Motorista Fantasma, también lanzada en 1990, tendrá tanto éxito que la editorial decide relanzar su vieja línea de monstruos de los setenta, los superhéroes de la cripta, readaptados a los nuevos gustos estéticos de machotes armados hasta los dientes. Doctor Extraño será incluido dentro de las colecciones que se agruparon con la etiqueta Hijos de la Medianoche y se vio inmerso en los numerosos cruces que hubo entre ellos. No fueron los únicos crossovers porque luego estaban los que sacudían cada año al Universo Marvel (como Actos de venganza), los que formaron parte de las cósmicas Sagas del Infinito, que fueron unas cuantas y en las que el hechicero jugaba un papel importante, y los que prepararon el terreno para resucitar a Los Defensores, ahora Los Defensores Secretos y un auténtico desastre. Tanto argumento de aquí para ya hizo que cualquier aventura en solitario fuera un coitus interruptus.
Aún así, lo peor estaba por venir. El trabajo de los Thomas concluyó en el número 59 (noviembre de 1993) aunque en realidad los últimos números los realizó en solitario el dibujante Geof Isherwood. Luego llegaría la infame etapa de David Quinn, que requiere algo de contexto. En esos años el sello Vertigo de DC, la competencia editorial, se lleva todos los aplausos por una concepción más contemporánea del horror fantástico seriado y se beneficia de la invasión de guionistas británicos procedentes de 2000 AD. El Doctor Extraño tiene todas las de perder frente al ocultista John Constantine, Hellblazer, así que buscan sangre nueva y creen encontrarla en David Quinn, un guionista cuyo único crédito es Faust, un tebeo independiente que Brian Yuzna acabará convirtiendo en una película que ya no recordábamos que existía. Tras seguir con la dinámica de los cruces con los Hijos de la Medianoche y las movidas con el Darkhold, Quinn escribe una saga que pretende regenerar al personaje y su aspecto. El punto de partida de Rito Final es una batalla con Dormammu, Clea y la hechicera Salomé por medio, pero la relectura es más dolorosa que antes. Al final, tras dividir su personalidad en dos (el Dr. Vincent Stevens y Extraño, a secas) y volverla a unir, el Doctor se convierte en un joven con melenas y gafas psicodélicas que es el terror de las nenas.
En fin, que al final se acabó llamando a Warren Ellis y Mark Buckingham para que arreglaran el estropicio. Por desgracia el genial guionista británico, que estaba hasta los topes de curro, ejerce de creativo asesor de urgencia y por tiempo breve. Ellis solo firma el guión del número 80 (agosto de 1995) -un plis plás con magia del caos, ocultismo ecológico y un corte de pelo para recuperar un remodelado aspecto clásico- y dos plots para que desarrolle Todd DeZago como precalentamiento para afrontar la tarea en solitario. No tendrá tiempo porque Dr. Strange, Sorcerer Supreme será cancelada en el 90 (junio de 1996).
Bendis y el dolor
Doctor Extraño se quedaría sin cómic propio por largo tiempo, pero su estancia en el limbo de los secundarios será escasa. A partir de 2004, el escritor Brian Michael Bendis tomaba las riendas de las principales series Marvel y las implicaba en un gran hilo de sagas continuas (Vengadores Desunidos, Dinastía de M, Invasión Secreta, Reinado Oscuro y alguna más que nos dejamos). Bendis despierta tantas pasiones como odios, pero es justo reconocer el mérito y éxito de la absoluta interrelación del Universo Marvel que ha llevado a cabo.
En ese gran plan no podía faltar Doctor Extraño. Tras el megaevento de la Civil War (2006) frecuentará a los escindidos Nuevos Vengadores, a los que hace indetectables con un hechizo y ofrece la mansión como base secreta. Lo cierto es que durante todo este tiempo, Bendis parece disfrutar maltratando al personaje, a quien hieren de gravedad en varias ocasiones, hasta asestar un golpe definitivo cuando se descubre que es incapaz de dominar el sortilegio de ocultación y New Avengers Annual #2 (enero de 2008) acaba con el mítico Sancta Santorum arrasado y la pérdida del grado de hechicero supremo. Más tarde, vendrá la búsqueda de su sucesor en el cargo, en los números 51 a 54 de New Avengers vol.1 (2009) que concluye con el Hermano Vudú heredando el Ojo de Agamotto y la capa de levitación. A partir de ahí, un discreto paso atrás por motivos de fuerza mayor y el protagonismo del Annual del supergrupo en 2014.
Bucle de regeneración

‘La carne fugaz’
Durante todo este periodo sin serie propia tampoco han faltado diversos intentos autoconclusivos de ofrecer, sin mucho éxito, la nueva imagen definitiva del personaje. Forman un abanico que va de lo muy recomendable a lo indignante. La lista, en plan rápido, sería esta:
Doctor Extraño: La Carne Fugaz (1999). Una aventura impulsada por el dibujante Tony Harris con la aportación de Paul Chadwick y Dan Jolley dentro de la línea Marvel Knights, que buscaba dar un aire Vértigo o adulto a los personajes de la casa. En este caso no estaba nada mal, con el doctor en traje y corbata en una historia contemporánea de horror, ocultismo y esa Nueva Carne que ya se sugiere en el título.
Extraño: Principio y Fin (2004). Un guión para cine de JM Straczynski que no prosperó y se convirtió en tebeo dibujado por Brandon Peterson. Lo mejor que se puede decir es que salgan corriendo si lo ven por ahí. Se trata de un nuevo origen que se carga cincuenta años de la historia del personaje sin que nada se gane a cambio. En su momento se pretendió que fuera el nuevo origen oficial, pero la consigna cayó bajo un hechizo del olvido que esperemos perdure para siempre.

‘El juramento’
Doctor Extraño: El juramento (2006). Sin duda el mejor de todos, algo que hay que agradecer a Brian K. Vaughan y Marcos Martín, que hoy comandan Panel Syndicate. Una historia que refresca al personaje sin necesidad de alterar su esencia ni destrozar medio siglo años de aventuras. La reciente edición de Panini es un acierto porque no todo han de ser tomos de 600 páginas.
Extraño (2010). Mark Waid es un gran guionista y Emma Ríos aporta toque manga y juvenil en la primera miniserie del doctor tras dejar de ser hechicero supremo. Aquí asume rol de maestra de una adolescente aprendiz de brujería pero la idea no cuaja y el tebeo no pasa de discreto.
Doctor extraño: Primera Temporada (2011). Parte de una serie de lanzamientos dedicados a explicar orígenes de nuevo, Greg Pak y Emma Ríos cumplen la parte que les toca, hay respeto y fidelidad, pero da pereza volver a leer la historia del viaje al Himalaya y más releer el tebeo.
Hasta aquí llega el repaso, con el Doctor Extraño protagonizando una nueva colección que ha empezado bien y en principio parece acertar con la elección de Jason Aaron y Chris Bachalo, sin olvidar la inminente serie dibujada por Javier Rodríguez en la que lidera a un grupo variopinto de magos que en algún momento del tiempo fueron los hechiceros supremos.
Me ha parecido un artículo de lo mas interesante y entretenido, ademas de didáctico; me gustaría que Panini fuera editando los cómics que faltan entre el Omnigold, y el MH, y de paso alguno que otro Marvel Team Up en que aparece el buen Dr. sobre todo esa minisaga de Marvel Team Up en que el Dr. Extraño se alía con Spiderman y Ms Marvel para combatir de nuevo a Daga de Plata, quedaría fenomenal después de que se hubiese publicado la saga original de ENGLEHART/BRUNNER.
Un saludo, y os animo a que sigáis haciendo artículos tan buenos.
Una aclaración sobre Spideman y el nª 15 de Amazing Fantasy : en la Marvel no estaban a gusto con la idea de un protagonista basado en una araña y Stan Lee y Steve Ditko acabaron colándolo en dicho número de Amazing Fantasy ya que, de hecho, iba a ser el último. Fue la sorprendente acogida de ese número la que acabo convenciendo a los jefazos de la Marvel de que tenían un caballo ganador con Spiderman.
Gracias por la aclaración, Jasa.
Me ha encantado el artículo, muy buen trabajo de documentación. Es ameno y no se limita a enumerar las colecciones. Lo que más me ha gustado son los comentarios sobre los autores originales y sus malas relaciones. Gracias a Canino.