Documentales y tribunales: cómo cambiar el curso de la justicia

La plataforma de streaming Netflix está teniendo uno de sus éxitos más recientes y polémicos con Making a murderer, un documental dividido en diez episodios que podría ayudar a cambiar el destino de un hombre condenado a cadena perpetua. No es el único caso en el que un director de cine interviene en un proceso judicial: repasamos algunos de los casos más notables.

Desde Doce hombres sin piedad (1957) hasta Testigo de cargo (1957), existen numerosos ejemplos de dramas judiciales cargados de abogados impetuosos y defensores solitarios de las causas injustas, que miran con firmeza a un jurado popular intentando convencerles de la inocencia de su cliente. Sin embargo, desde hace unos cuántos años, algunos directores han optado por saltar de la ficción a la realidad para mostrar al espectador que todos estos procesos que hemos visto en las películas suceden a la vuelta de la esquina.

Hace unas semanas que Netflix comenzó a emitir Making a murderer, la historia de un chatarrero de Wisconsin, Steven Avery, que ve su vida truncada al ser víctima de dos procesos judiciales con evidentes irregularidades. El documental, dividido en diez capítulos en los que se intercalan imágenes del proceso y entrevistas a sus protagonistas, ha tenido tal repercusión mediática que incluso Obama ha tenido que emitir un comunicado relativo a la posibilidad de modificar el fallo del jurado (y no puede) al ser presentadasen menos de treinta días más de cien mil firmas pidiendo el indulto

Making a murderer

La polémica en Estados Unidos es de tal calibre que cada día aparecen nuevas declaraciones (la ex novia de Avery ha asegurado que todas sus apariciones en la serie las realizó bajo coacción), opiniones (la periodista Nancy Grace, que ha seguido el proceso desde el principio, considera el trabajo de las directoras tendencioso e irresponsable) e incluso documentos desconocidos (una confesión del sobrino de Avery omitida en el documental).

Laura Ricciardi y Moira Demos, directoras de la serie, afirman en una entrevista a The Hollywood Reporter que no son abogadas y solo buscan “examinar el sistema judicial y cómo está funcionando”. Sin embargo, no son las primeras que han intentando demostrar las fisuras de la justicia en Estados Unidos, de hecho, antes de ellas algunos incluso han conseguido cambiar el curso de ciertas sentencias.

Andrew Jarecki: El gafe y los Friedman

Como ejemplo más reciente tenemos The Jinx. El documental investiga la posible implicación del multimillonario Robert Durst en tres delitos cometidos a lo largo de veinte años: la desaparición de su mujer y los asesinatos de su mejor amiga y su vecino por los cuales fue juzgado y absuelto ante la falta de evidencias.

El caso de Durst se sitúa en las antípodas del de Avery, dado que el primero utiliza sus ilimitados recursos económicos para aprovecharse de las grietas de la justicia, mientras que el segundo es demonizado desde los medios de comunicación y ni siquiera le permiten beneficiarse de garantías constitucionales tan básicas como el principio de presunción de inocencia.

Antes de The Jinx, Jarecki había dirigido Todas las cosas buenas (2010), una mediocre película basada libremente en la vida de Durst. Tras su estreno, el magnate se puso en contacto con el realizador para expresarle su profunda decepción ante la caracterización que de él hace Ryan Gosling en pantalla y además prestándose a ofrecer varias entrevistas que cambiasen su imagen de cara a los espectadores. Jarecki no desaprovechó la oportunidad para sumergirse en las historias de un interlocutor que aparece magnético, huidizo y a la postre terrorífico, a pesar de su aspecto endeble.

También, después del estreno, se desató la polémica. Varios medios estadounidenses acusaron a su director de haber mantenido una actitud poco ética al retrasar las investigaciones de la policía evitando entregarles pruebas. Sin embargo, lo interesante del trabajo de Jarecki es que ha conseguido que se reabra el caso, debido a algo que sucede en un momento muy específico de la entrevista. Aun así, como veremos más adelante, no es la primera vez que algo así sucede.

Robert Durst

El gran trabajo de Jarecki en The Jinx se entiende cuando uno echa la vista hacia atrás hasta el año 2003 y aparece en su filmografía la sobrecogedora Capturando a los Friedman. En ella el director disecciona el horror de una familia media aparentemente rutinaria que ve tambalearse los cimientos de su tranquilidad cuando acusan al cabeza de familia y a su hijo mayor de abusos sexuales a menores. El complejo retrato de los personajes, tratados con el mismo rigor y sensibilidad que Robert Durst, está perfectamente puntualizado por una serie de cintas de vídeo que la propia familia graba en su hogar y que sirven para construir uno de los relatos más macabros que se ha podido presenciar en una gran pantalla.

Parece, además, que el cuestionamiento de las instituciones es algo innato en la familia Jarecki. El hermano de Andrew, Eugene, es también director de cine y tiene en su haber los excelentes documentales Why we fight (2005), sobre los sospechosos motivos de la expansión estadounidense y su maquinaria de guerra, y Guerra contra las drogas (2012) (que en España solo pudo verse a través de Filmin), acerca de la hipocresía norteamericana en la deficitaria  lucha contra las drogas, sus tintes racistas y el recorte de libertades individuales que supone.

‘Paradise Lost’: Dieciocho años de lucha

Volviendo al tema que nos ocupa aparece en escena una trilogía que en nuestro país paso más bien desapercibida y también supuso un desafío a los tribunales norteamericanos. Emitida también por HBO, Paradise Lost (1996) arranca su acción en 1993, cuando aparecen los cadáveres de tres niños desnudos en un bosque de West Memphis. La policía asocia los asesinatos con rituales satánicos y detienen a tres jóvenes de aficiones extrañas y aspecto estrafalario sin pruebas concluyentes. Uno de ellos, de cociente intelectual limitado, confiesa el crimen en circunstancias extrañas y acaban siendo condenados.

En las siguientes partes de la trilogía, estrenadas en los años 2000 y 2011 respectivamente, los directores Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, aportan más claridad a los asesinatos y se implican personalmente en la liberación de los tres acusados, consiguiendo el apoyo de personalidades como Johnny Depp, Eddie Vedder y Marilyn Manson. Aparece así, una vez más, la figura del director de cine comprometido con los derechos humanos, sensible ante la tragedia, humano en definitiva.

A pesar de que existe otro documental sobre el caso titulado West of Memphis (2012), Berlinger y Sinofsky fueron los únicos que estuvieron presentes en el primer juicio e incluso, y aquí emparentan con Jarecki en la utilización de sus materiales como ayuda en un proceso, los abogados de la defensa usaron su metraje para promocionar el caso en diversas instituciones. Por si fuera poco, a raíz del movimiento a favor de los derechos de los tres de Memphis, Peter Jackson (productor de West of Memphis) se involucró junto a su mujer en el tema, llevando a cabo una investigación privada desde el anonimato que permitió obtener pruebas de ADN fundamentales para la liberación de los acusados.

La delgada línea azul: El director y el detective

Saltando atrás en el tiempo, hasta el año 1988, nos encontramos con otro de los directores que ha trascendido los límites de lo cinematográfico para ejercer labores de detective privado.

Errol Morris fue el inventor de una técnica esencial para aumentar la veracidad en los documentales: el interrotrón. Se trata de una especie de teleprompter que utilizaba para mostrar su rostro a los entrevistados en una pantalla. En palabras de Morris: “Por primera vez pude hablar con alguien y ellos podían hablar conmigo y mirar a la vez a la cámara. No más falsas primeras personas. Esta era la primera persona verdadera”. El resultado, con gente hablando directamente a la cámara, se puede ver en el trailer de La delgada línea azul (1988).

Esa fue una de las primeras veces que probó su efectividad, y donde investiga el asesinato de un policía y el posterior encarcelamiento de Randall Adams, otro hombre condenado por la necesidad de un fiscal de cerrar un proceso complicado atendiendo a testimonios confusos e interesados. El interrotrón, sirvió a Morris para registrar en la última escena de la película las declaraciones de David Harris afirmando que había inculpado a Adams simplemente por negarse a pasar la noche con él. La prueba sirvió para obtener un nuevo juicio que tuvo como resultado la puesta en libertad del acusado que, por cierto, no tuvo problema en demandar a Morris porque consideraba que le pertenecían parte de los ingresos obtenidos tras el estreno de la película.

‘Into the abyss’: retrato de un asesino

Y, por último, más atento al estudio de las motivaciones, el entorno y las circunstancias que llevan a un asesino a delinquir, aparece Werner Herzog con su documental Into the abyss y la miniserie Death Row, en la que entrevista a condenados a muerte. El director alemán, experto en explorar personalidades límite (véase Grizzly Man -2005- o Mi enemigo íntimo -1999-, sobre su relación con el desquiciado Klaus Kinski), entrevistó en la película a Michael Perry, autor de tres asesinatos, ocho días antes de su ejecución.

Aunque Herzog no pretende ejercer como defensor del reo, su labor se asemeja a la que ejerció Truman Capote en A sangre fría (1966) y, además de obtener testimonios escalofriantes, pone la lupa en los últimos alientos de vida del condenado que debe enfrentarse a la inyección letal.

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