En los últimos meses, la presencia mediática de Donald Trump en la búsqueda de la candidatura de representación del Partido Republicano ha suscitado mucho interés por su figura y por la atracción que genera en los medios. Sin embargo, nada de esto es nuevo: Trump ha cultivado siempre su imagen mediática, teniendo su propio idilio con la pequeña pantalla desde los años noventa y recibiendo serios varapalos entre cineastas críticos.
En el muy interesante La bestia en la pantalla: Aleister Crowley y el cine de terror (2010), coordinado por Jesús Palacios y editado en el contexto de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, se profundiza en cómo la presencia del místico, espía, poeta y ocultista inglés influyó en la gran pantalla tanto a través de sus seguidores como de sus detractores. Esto permitía dibujar un arquetipo de villano inequívocamente ligado a la imagen pública de Crowley y, en general, ofrecía una acertada representación de los miedos que inundaron el siglo XX: carismáticos líderes que, partiendo de imágenes psicosexuales, seducían a los jóvenes con promesas de vulgaridad, el relativismo moral al servicio de una humanidad que yo no tiene un papel preponderante en la Creación y, por tanto, se entrega a los placeres hedonistas y la curiosidad temeraria.
Crowley daría verdaderos alter egos en películas como Mágico Dominio (1926) o La novia del diablo (1968) pero también serviría de inspiración para villanos como Le Chiffre de Casino Royale (en el libro de 1953 y todas sus adaptaciones cinematográficas) o Summerisle de El hombre de mimbre (1973), además de ser vinculado a cineastas como F.W. Murnau, Preston Sturges, Jacques Tourneur, Kenneth Anger, Alejandro Jodorowsky o Harry Everett Smith ¿No es razonable pensar que muchas figuras públicas de nuestra actualidad generan una sombra sobre el medio cinematográfico que nos señalen miedos más actuales? Entra Donald Trump.
Es imposible no ver en los manierismos y el alarde de excentricidad de Trump un personaje ideal para una película de Paul Verhoeven. Lo cierto es que el millonario neoyorquino lleva mucho con nosotros antes de que la gran mayoría de españoles supiéramos bien de él. En el cine, debemos remontarnos hasta 1989: la actriz, modelo y sex symbol Bo Derek llevaba cinco años apartada del cine tras las malas críticas de sus últimos papeles y su marido, el director John Derek, ideó un vehículo para su mujer bajo el título Los fantasmas no pueden… hacerlo (1989). La inenarrable película sitúa a la actriz como la viuda de un Anthony Quinn que, afectado por su impotencia, se suicida para regresar como aparición y convencer a su jovencísima esposa de que busque a otro hombre, lo mate y él pueda ocupar su cuerpo. El largometraje es incoherente hasta el asombro, con gran parte del trabajo de Quinn rodado con visible prisa y poco cuidado, reutilizando tomas falsas y gestos para hacerle interactuar con largas secuencias de Bo Derek enseñando piel. Es aquí donde entra el primer cameo de Donald Trump en cine, haciendo de sí mismo en una conversación de negocios con la popular actriz en lo que parece una escena improvisada.
¿Qué narices pinta Donald Trump en la trama? Nada en absoluto. Un rostro conocido que se prestaría a unos minutos ante la cámara para, como Quinn, intentar aportar algo de popularidad a un proyecto que nacía muerto. Los cameos de Trump siempre parecen tener la necesidad de establecer una relación directa con los personajes y el ambiente en que se mueven. En televisión, por ejemplo, hemos visto saludar como a un igual a Maxwell Sheffield en La niñera (1993-1999, s04e04), rechazando comprar la lujosa mansión de los Banks en El príncipe de Bel-Air (1990-1996, s04e25) por no cumplir su lujosos estándares, haciendo compañía a un pretendiente de Samantha en Sexo en Nueva York (1998-2004, s02e08), serie en la que ya era mentado en relación a Mr. Big en el episodio piloto, o siendo invitado por Mike Flaherty para dar consejos de escritura al alcalde de Spin City (1996-2002, s02e14). Esta contrasta con otras series donde es su ausencia la que genera una expectativa, por ejemplo, como antagonista en off de George Segal, el jefe de Dame un respiro (1997-2003) a quien se nos presenta como a un viejo rival del magnate o la mención a su condición de presidente en el mundo de Los Simpson (1989-, s11e17).

Lecciones de millonario en ‘El príncipe de Bel-Air’
Está claro que Trump se presta a apariciones para vender una imagen, digamos, “campechana”, como cuando da indicaciones al joven Kevin McCallister en un momento de Solo en Casa 2: Perdido en Nueva York (1992) un ejemplo de equiparar su opulencia con la proximidad mientras comparte pantalla con el futuro protagonista de Niño Rico (1994), o su breve e inofensiva intervención en Zoolander (2001).
Algo más de mala baba se esconde en su papel Una pandilla de pillos (1994) donde no solo hace de padre del niño villano sino que representa a un magnate del petróleo. En Celebrity (1998) se interpreta a sí mismo mientras explica sus planes para derribar la icónica Catedral neoyorquina de San Patricio, pulla a sus tácticas de ladrillazo y otro de los ejemplos de la vulgaridad de la fama que expone la película.

Biff = Donald en ‘Regreso al futuro II’
Pero es en dos producciones de Amblin Entertainment donde la figura de Trump queda analizada más en profundidad, por supuesto, sin el interfecto de por medio. La trayectoria de Biff Tanner en un Hill Valley alternativo de 1985 en Regreso al futuro II (1989) es, como confesó su guionista Bob Gale, una auténtica carnavalada a costa de Trump. Joe Dante, director con un afinado sentido para la sátira política, no se iba a quedar atrás y Gremlins 2: la nueva generación (1990) transcurre en una torre no muy distinta a la Torre Trump y hasta tiene en su haber al personaje de Daniel Clamp, interpretado por John Glover como un cruce entre la necedad del susodicho y algo del no menos caricaturesco Ted Turner.
También hay menciones menores, empezando por la sombra que proyecta sobre la pizzería de Sal en Haz lo que debas (1989), su ex-esposa Ivana como modelo a seguir por las protagonistas de El Club de las Primeras Esposas (1996) la aparición de anuncios inmobiliarios de la franquicia Trump en el espacio durante una secuencia de Pluto Nash (2002) o Damian Hale, el personaje de Ben Kingsley en Eternal (2015) en lo que era una venganza contra un Trump que, de repente, se despertase melancólico.

No des de comer después de medianoche a este pseudo-trump de ‘Gremlins 2: la nueva generación’
Esa imagen en la cultura pop que ha tratado de crear lo dibuja como una definición basta del lujo y el éxito, así como del ego. La figura del magnate sin nada mejor que hacer que soñarse famoso e importante, un vampiro de la atención que no puede estar mejor encajado con algunos de los peores vicios de la sociedad occidental de los últimos treinta años.