En plena “edad dorada” de la televisión, el conocido formato de la comedia de situación parece no ser competencia para las grandes series que marcan historia en la pequeña pantalla. No obstante, no es la primera vez que el formato atraviesa una crisis parecida. ¿Sobrevivirá en esta ocasión?
Cuando este año se anunció la temporada final de la sitcom The Big Bang Theory (2007 -2019), poca gente lo lamentó. De hecho, el comentario más común en las redes sociales fue que la serie merecía no sólo un final digno, sino que, además, lo necesitaba al menos desde hacía tres temporadas atrás. Se trata del fin de una época: la comedia de la cadena CBS (bajo la producción de Warner Bros y Chuck Lorre) pareció brindar una necesaria bocanada de aire fresco al erosionado formato de la tradicional comedia de situación estadounidense.
Hace veinte años habría sido impensable hablar sobre el desgaste de un tipo de televisión que reinaba sin discusión en el prime time de la valiosísima franja horaria nocturna. La serie Friends (1994-2004) triunfaba entre el público y la crítica. Se trataba de la quintaesencia de la sitcom tradicional — de la misma forma en que lo habían sido la clásica Cheers (1982–1993) y antes La Isla de Gilligan (1964–1967) — y convirtió al formato en algo mucho más amplio que un intercambio de chistes oportunos. Como fenómeno de masas, abarcó desde tendencias de la moda hasta la forma de promocionar cualquier producto televisivo. No sólo se trataba que Friends había roto el tradicional encasillamiento de la sitcom — lo acartonado de los personajes, la percepción de la situación humorística a base de inevitable gags— para transformarlo en algo moderno y fresco, sino que además, el triunfo de la serie abría la puerta a toda una nueva era de comedias. Un revival sorprendente, aunque no del todo inesperado. Después de todo, la sitcom venía reinventándose casi década tras década desde su nacimiento en la década de 1950.
Con I love Lucy (1951–1957) la televisión descubrió que la comedia sencilla era el tipo de anzuelo ideal para el público de cualquier edad. Con su aire teatral, sus risas en estudio — o, en el peor de los casos, pregrabadas — y sus sets estáticos, el formato era una forma fácil de enganchar al público y una producción de relativo bajo coste con la gran posibilidad de la redifusión. Con la adorable Lucille Ball a la cabeza y un guion que aprovechó al máximo los dotes para la comedia física de la actriz, la serie se convirtió en elemento fundacional de la televisión como la conocemos en la actualidad y de la sitcom como parte intrínseca de ese reconocimiento del programa televisivo adictivo y exitoso por excelencia. No obstante, la repetición del método terminó creando una percepción de la sitcom tan tradicional que por décadas enteras resultó casi inamovible: la imagen idílica sobre la familia, la amistad y los valores morales se entretejieron con el formato de manera indivisible. Los temas, personajes y tópicos parecieron repetirse hasta el cansancio.
El formato se desgastó de manera progresiva: para cuando la popularísima The Cosby Show (1984–1992) estrenó su último capítulo, era más que evidente que la sitcom necesitaba una renovación. Las audiencias de comedias parecidas tendían a la baja y el hábito del televidente cambió con lentitud hacia otro tipo de propuestas como telenovelas y concursos. Para sobrevivir, la sitcom debía dialogar con un nuevo tipo de público que no solamente deseaba reír. Ya por entonces, la comedia de Bill Cosby lo había intentado: integró al habitual formato todo tipo de sutiles reflexiones sobre la cultura y la sociedad norteamericana que le convirtieron en un clásico del medio. Pero aun así, la experiencia resultó insatisfactoria y la sitcom llegó a la última década del siglo XX mostrando una erosión inevitable sobre su propuesta. Nacida para divertir, pero… ¿qué podía hacer la sitcom cuando a la televisión parecía exigirle algo más?
Con Friends el formato alcanzó una nueva estatura y fue gracias a ella que sobrevivió en medio de una década marcada por los cambios. Su influencia fue notoria e inmediata: Frasier (1993-2004) mostró un humor intelectual y sarcástico que sorprendió por su efectividad, a la vez que Matrimonio con hijos (1987-1997) y después Roseanne (1988–1987, con un revival en 2018) mostraban a la clase obrera estadounidense con una crudeza burlona que, por momentos, resultaba chocante. Finamente, la sitcom alcanzó un nuevo nivel de sofisticación con Los Simpson (1989-) y Seinfeld (1989–1998).
No obstante, la televisión evolucionaba hacia un contenido más complejo: Con la llegada de los canales de cable, The Wire y Los Soprano, la televisión sufrió una sacudida de tal magnitud que lo que ocurrió en adelante es una consecuencia inmediata de las implicaciones del éxito de ambas series. Con Arrested Development (2001–2003), el sarcasmo voluble y maligno de Larry David en Curb Your Enthusiasm (1999–2018), la metacomedia extravagante con ramificaciones sociales de 30 Rock (2006–2013) e incluso experimentos de humor negro como Nurse Jackie (2009–2015) o la melodramática y contemporánea Girls (2012–2017), la sitcom pareció relegada a una versión anticuada en la forma de contar historias a través de la televisión.
En 2019, The Big Bang Theory se despedirá siendo una de las series más vistas de la televisión. Aun así, no hay algún sitcom que parezca recoger su testigo. No se trata de una circunstancia reciente: en 2015 The New York Magazine anunciaba que “la televisión sufre de una gran recesión de comedias”. Un año antes, solo 9 de los 50 programas de la televisión fueron comedias. Para 2017, sólo la malograda Roseanne y la penúltima temporada de The Big Bang Theory formaron parte de la lista de los programas más vistos de la televisión.
Se trata de un fenómeno que podría achacarse no sólo a la pérdida de vigencia del formato televisivo, sino también al hecho de que los hábitos del televidente se han transformado para siempre. Con la aparición de TIVO y, sobre todo, la llegada de Netflix, HULU o Amazon Prime, el formato serializado ha debido luchar por su supervivencia contra un público que se ha habituado con rapidez a escoger su propia programación, a la vez que se interesa por un tipo de producto televisivo más profundo y duro. Poco a poco, la sitcom ha quedado relegada a un segundo lugar, desplazada por la telerrealidad — su otro gran enemigo — pero, sobre todo, por la exigencia de la audiencia de contenidos más complejos y duros.
Con toda una generación de televidentes educados por internet, bajo el auspicio de la televisión sin guion y con ocurrencias actuales, la dinámica de la comedia de situación tiene algo de caduco y de poco sustancial. Mucho más aún cuando se le compara con los dramas profundos y complejos que llenan la televisión en la actualidad. ¿Cómo puede competir la producción barata, los personajes canónicos y las risas enlatadas con una televisión convertida en vitrina artística? Tal vez para la sitcom y nos encontremos al borde de un nuevo revival. No obstante, ese renacimiento luce aún lejos y, lo que es peor, más relacionado con la posibilidad de su explotación que de su calidad. Una esperanza lamentable para lo que una vez fue el centro de la televisión como medio de diversión y entretenimiento.